Por el Psic. Fernando Reyes Baños

Aunque la mayoría de los profesores pretenda seguir la misma estrategia con todos sus alumnos cuando comienza un nuevo curso, con la intención quizá de mantener un cierto ritmo de trabajo, tarde o temprano, terminan por comprobar, una vez más, la dificultad que implica la realización de tal empresa porque, inevitablemente, encontraran que cada uno de ellos comparte con sus compañeros semejanzas y diferencias, más o menos notorias, con relación a determinados rasgos de personalidad, que los hace comportarse en clase de manera distinta.

Experiencias escolares como éstas no representan en la literatura correspondiente un tema nuevo o aislado [1]. Sus implicaciones tienen que ver con la disputa de antaño entre los que sostienen que la educación que se imparte debe ajustarse a las necesidades individuales de cada alumno y los que abogan por la igualdad de su tratamiento, independientemente de los rasgos particulares que los caracterice [2], disputa que actualmente demanda una comprensión más equilibrada, así como la puesta en práctica de estructuras cada vez más flexibles, al considerar la unicidad de todos los individuos, incluyendo desde luego a cualquier alumno, tal y como lo proponen los planteamientos más recientes de la psicología diferencial, es decir, como la combinación única e irrepetible de los atributos que todo ser humano puede poseer y que comparte, al mismo tiempo, con todos los demás miembros del grupo social [3].

El hecho de que los estudiantes universitarios puedan llegar a distinguirse por el grado en que aprovechan la experiencia que viven en las aulas escolares, obliga a considerar de manera especial, el fenómeno conocido como rezago escolar, principalmente, por las consecuencias sociales que suele tener posteriormente en comparación con otras denominaciones usadas para clasificar a los estudiantes.

Cuando se hace referencia al rezago escolar, o más específicamente, a los estudiantes rezagados, se alude a un tipo de estudiante que, por no cumplir con las expectativas tenidas por el profesor para el estudio adecuado de una materia determinada, llega a considerársele dentro de esta categoría. Una de tales expectativas puede ser, por ejemplo, obtener cierta cantidad de puntos en el examen de una materia específica, resultado que servirá al profesor para distinguir a los estudiantes rezagados de quienes no lo son. Generalmente, el rezago escolar se asocia con la reprobación constante de una o varias materias, y aunque los parámetros para definir operacionalmente lo que significan una calificación aprobatoria y una reprobatoria ya están establecidos por la institución siempre será de la competencia del profesor definir hasta qué punto el alumno logra el dominio necesario o suficiente de una materia determinada.

En este sentido, ¿A qué equivale ser un alumno rezagado? A un alumno por debajo de la expectativa de rendimiento escolar contemplada por la institución y el profesor con respecto al dominio mínimo que debe tener el estudiante para dominar los contenidos de una materia determinada.

La consideración de esta clase de alumnos y el hecho de que en todo salón de clases haya, al mismo tiempo, estudiantes de rendimiento normal y de rendimiento sobresaliente, hace inevitable que nos cuestionemos si los docentes tratan en las aulas escolares de manera diferente a sus alumnos rezagados en comparación con sus alumnos promedio y sobresalientes. Por las situaciones vistas en la práctica, la respuesta a esta pregunta sería afirmativa porque, con bastante frecuencia, los docentes hacen distinciones entre sus alumnos, dependiendo de su pertenencia a una u otra de estas clases. Una explicación para estas distinciones que hacen los docentes es que, generalmente, los profesores se juzgan a sí mismos o son juzgados por sus pares de acuerdo a las calificaciones que obtienen sus estudiantes: “... es un buen maestro porque todos obtienen buenas calificaciones o porque todos ‘pasan’ o, paradójicamente, porque muchos reprueban” [4]; además, a los docentes les resulta más complaciente por lo general relacionarse con los estudiantes que están bien con su forma de dar clase que interactuar con los que no lo están, porque su rezago escolar les recuerda en todo momento que, algo de lo que hacen, o no lo están haciendo del todo bien o podrían hacerlo todavía mejor. Ciertamente, no resulta del todo justo tampoco responsabilizar a los docentes de todos y cada uno de estos casos, porque alguna vez podrían presentárseles casos especiales que ameriten un tratamiento más específico, aunque lo deseable sería por supuesto que los docentes pudieran diferenciar los casos que pueden tratar, aunque esforzándose un poco más, de aquellos para los que se requiere, el apoyo de otra clase de profesionistas.

Más importante aún que este trato preferencial del docente para con sus alumnos no rezagados, lo constituyen las consecuencias que puede tener su trato no preferencial para con sus alumnos rezagados, particularmente, sí se relaciona con aspectos tales como la autoestima o la motivación, esa dosis de esfuerzo que al aplicarse permite la realización de diferentes tareas, que implica a su vez cuestiones tan importantes como el autoconcepto académico de dichos alumnos, el cual, “... se crea a partir de los comentarios de los enseñantes, tanto en la clase como a la hora de realizar la devolución de los trabajos.” [5].

¿Qué medidas se toman en las instituciones escolares para apoyar a estos estudiantes? En el peor de los casos estos estudiantes, antes que ser concebidos por el profesor y las autoridades escolares como un desafío social por el cual podría hacerse algo en pro de la equidad en la educación, son casos que prefieren ignorarse, confiándose en que dichos estudiantes, tarde o temprano, evolucionarán por sí mismos a un estado superior en comparación con el actual [6]. Desafortunadamente, el presente rara vez se convierte en precedente de manera tan automática y muchos rezagados no logran alcanzar el nivel que el profesor añora, evidenciándose el problema cuando estos se encuentran finalmente reprobados, o peor aún, cuando deben ya varias materias. Hasta que tales alumnos se destacan, inequívocamente, como un problema académico para quienes están a cargo de estos centros escolares es que su presencia les resulta inquietante, siendo en algunos casos el profesor que les da clases el último en darse cuenta de la magnitud del problema, debido a que los promedios finales de cada alumno llegan a ser competencia exclusiva de las autoridades escolares, y la discusión profunda en torno a la calidad de lo que estas hacen queda casi siempre eclipsada por los problemas de comunicación existentes en las reuniones académicas.

Por lo expuesto anteriormente, resulta importante que en las instituciones escolares existan áreas que tengan como propósito principal implementar mecanismos útiles para superar el rezago educativo de los estudiantes como podrían ser, por ejemplo, la implementación de cursos que se ocupen de fomentar entre los estudiantes el uso de estrategias más adecuadas para el estudio de sus materias o que complementen los contenidos que se revisan, de manera formal, durante los ciclos escolares regulares; todo ello plenamente justificado desde luego, por los resultados de un diagnóstico psicopedagógico que sirva de guía para las acciones que habrán de realizarse.


Notas

[1] Belmonte, Ana Ma. (1973). Herencia, medio y educación. España: Salvat Editores, S. A.
[2] Crozier, W. Ray (2001). Diferencias individuales en el aprendizaje: personalidad y rendimiento escolar. Madrid: Ediciones Narcea, S. A.
[3] Andrés Pueyo, Antonio (1999). Manual de psicología diferencial. España: McGraw-Hill.
[4] Rugarcía Torres, Armando (2001). Hacia el mejoramiento de la educación universitaria. México: Editorial Trillas.
[5] Hernández, Fernando y Juana María Sancho (1993). Para enseñar no basta con saber la asignatura. México: Paidós.
[6] De Bono, Edward (2000). El pensamiento paralelo. México: Paidós.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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