A río revuelto... 2

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Por el Ing. Sergio Amaya Santamaría

Don Cipriano, Don Cástulo Bermúdez y Justo Herrejón, se hallaban reunidos en la oficina de la fábrica, los tres discutían acaloradamente:

__ A ver Justo, __preguntó Cipriano__ si podéis decirnos qué “coños” quiere esa gente, agradecidos deberían estar de que hayamos montado la fábrica aquí, si no, hace años que se hubiesen muerto de hambre.

__ Lo de siempre Don Cipriano, __repuso el capataz__ que ganan muy poco, que trabajan mucho, igual que todos los años. Lo que pasa es que alguien les está metiendo ideas. ¡Pero que no agarre yo a ese hijo de tal!, porque cuando lo suelte ni su madre lo reconocerá.

__ Prudencia Justo, __aconsejó Cástulo__ recuerda que nuestros amigos nos protegen, pero no quieren que haya sangre.

Levantándose de la silla, Justo se dirigió a una mesita de servicio, donde llenó su taza de café mientras respondía:

__ Qué amigos ni qué ocho cuartos, lo único que quieren es recibir su paga a tiempo. Yo les aseguro que aún habiendo sangre, con dinero se arregla; hasta creo que al famoso Licenciado le convendría así...

En tanto enciende un puro, Cipriano interviene nuevamente:

__ Bueno Justo, tú eres el capataz y conoces mejor a la gente. Necesitamos producción y que no haya problemas; y de aumento, ¡ni un duro!, me oís, ¡ni un duro!, faltaba más... ¿acaso piensan esos truhanes que vamos a trabajar para ellos?... Joder...

Cipriano se puso en pie dando por terminada la junta. Los tres hombres abandonaron la oficina caminando hasta el patio de estacionamiento. Abordaron sus autos y se dirigieron a sus casas, excepto Cástulo, que tenía una cita con el Licenciado.

Cástulo condujo su auto hasta el centro del poblado, la lluvia había formado charcos que ocultaban los baches del pavimento, por lo que conducía con cuidado. Llegó a la calle Madero, a espaldas del edificio del Ayuntamiento y estacionó su auto.

La cita era en una pequeña fonda que tenía un reservado en la parte trasera, para que la gente importante pudiera comer o platicar, a salvo de miradas indiscretas.

La fonda estaba frente a la Comandancia de la Policía Municipal y era lugar de reunión de burócratas y leguleyos. Era un local pequeño, con cinco o seis mesas, una cocina cochambrosa y una sinfonola con canciones populares. El reservado era un cuarto chico, escasamente iluminado; en sus paredes, a manera de decoración, había pegadas fotografías de mujeres del ambiente artístico. Una pequeña ventana alta daba un poco de ventilación al recinto. A Cástulo le agradaba ese lugar, pues podía admirar las piernas de una popular bailarina, cuya fotografía tenía el lugar de honor en el reservado. Tal vez añoraba la mujer que siempre deseó como hombre, pero que por dedicarse al trabajo nunca tuvo tiempo de buscar. Ahora, ya hombre maduro más cerca de la vejez que de la juventud, sentía que su vida terminaría solo.

Cuando veía esa fotografía, venían a su mente recuerdos de su juventud, cuando allá en España tuvo la oportunidad de casarse, pero sus padres, chapados a la antigua, no quisieron dar su consentimiento y para alejarlo de tentaciones inoportunas lo mandaron a México, a trabajar con un hermano de su padre que había logrado fortuna en el negocio de las panificadoras.

Años después se vino también Cipriano y como era Ingeniero textil, iniciaron juntos la construcción de la fábrica que ahora poseían. La razón de haberla puesto en el Guayabal fue que tenía un buen arroyo que la proveería del agua necesaria para el proceso y además podrían utilizarla para mover una turbina que les generaría la energía eléctrica suficiente. Contaban además que, por ser una zona eminentemente agrícola, podrían contratar mano de obra barata y buenos incentivos hacendarios que las autoridades otorgaban a los inversionistas que llevaban fuentes de trabajo al Bajío.

Desde luego que la vida no se les había dado fácil, en un principio tuvieron que luchar contra el medio natural de El Guayabal. Por un lado el clima, con un verano demasiado largo y caluroso; en esos días podían contar con mano de obra, pero por el mismo calor no rendían lo suficiente. En otoño, lluvias torrenciales que dificultaban la construcción de la fábrica y, a las primeras lluvias, la mayor parte de los trabajadores se iban a sus tierras, pues, campesinos al fin, tenían necesidad de sembrar sus parcelas a fin de asegurarse el abasto de granos para todo el año.

Dado que en el país no se producían las máquinas requeridas para la fábrica, tuvieron necesidad de importarlas de España, teniendo qué luchar contra una burocracia voraz y negligente que, haciendo a un lado las disposiciones de las máximas autoridades, ponían una y mil trabas para expedir los permisos de importación.

Cuando pensaban que ya todo era esperar a que llegaran las máquinas a El Guayabal, se encontraron con problemas en la Aduana, con el Sindicato de Estibadores, con los transportistas, en fin, con las carreteras del Bajío, angostas y mal pavimentadas, por lo que tuvieron que pagar cantidades extras por las demoras sufridas por los camiones.

Después de casi tres años de trabajo, pudieron al fin iniciar la producción, la cual explotaron con relativa tranquilidad durante otros diez. Luego vinieron las fibras sintéticas y desde entonces, casi doce años, el mercado se les vino comprimiendo, pues la demanda de las fibras de algodón era cada día menor. Aunado a esto, los problemas laborales eran cada vez mayores. En un principio tuvieron que trabajar conforme a la Ley, pero la producción bajaba en la medida que ellos tenían que dar más prestaciones, hasta que al fin, ante la disyuntiva de cerrar la fábrica, tuvieron que aceptar los lineamientos de un sindicato blanco, el cual estaba adherido a una poderosa Central Obrera. Si bien los resultados económicos no eran de lo mejor, cuando menos contaban con un instrumento de control obrero. No obstante los arreglos existentes, a últimas fechas se habían venido presentando inconformidades entre los obreros, sospechándose de un grupo que pensaba desconocer al Sindicato y formar uno nuevo, independiente de la Central Obrera. Eso era lo que lo motivaba a entrevistarse con el Licenciado, pues no descartaba que pudiese haber hechos de sabotaje a fin de presionar a la empresa y tal parecía que los líderes sindicales, fieles a los patrones, no podían controlar esos brotes de rebeldía.

Cástulo tenía necesidad de confirmar el pleno apoyo de las autoridades Municipales a fin de responder con mano fuerte a las provocaciones de los trabajadores. De lo contrario, estaban decididos a cerrar la fábrica y salvar lo que pudiesen del patrimonio que tanto esfuerzo les había costado. Tal vez, pensaba Cástulo, si vuelvo a España y además con dinero, pueda conseguir una mujer que me acompañe en los últimos años de mi vida. En esas reflexiones se encontraba cuando entró el Licenciado al pequeño reservado.

__ Buenas Don Cástulo, ¿cómo lo trata esta nochecita del demonio? Sólo por tratarse de usted me atreví a salir de mi casa.

Los hombres se saludaron con un apretón de manos y tomaron asiento.

__ Que tal Licenciado, gracias por venir, el asunto es delicado y necesito su consejo.

__ Usted dirá para qué soy bueno Don Cástulo, ya sabe que para los amigos siempre me encuentro dispuesto. Pero antes vamos a ordenar algo para contrarrestar la humedad, ¿le parece bien un coñaquito?

Ante la aceptación de Cástulo, el Licenciado presionó un botón en la pared y a los pocos minutos entró un mesero a tomar la orden.

__ A sus órdenes Licenciado, ¿qué les voy a servir?

__ Tráenos una botella de Curvoasier, __dijo frotándose las manos__ para que se nos caliente el cuerpo.

El mesero salió sin decir palabra y sin hacer ruido.

En tanto llegaban las bebidas, Don Cástulo se acomodó en su silla y con toda calma sacó un puro de su bolsillo y mientras lo encendía observó al Licenciado. Hombre grueso, moreno, de mediana edad, bien vestido con un traje de fino casimir, probablemente importado. Lo habían conocido muy joven, recién terminados sus estudios profesionales, iniciando su carrera como Asesor Legal de la empresa.

Nacido en el El Guayabal, se había iniciado en la política local y después de haber ocupado diferentes cargos públicos, había sido electo Presidente Municipal. Desde luego, los hermanos Bermúdez siempre habían estado detrás de él, apoyándolo mediante sus muchos amigos políticos, tanto en el Estado, como en el Centro del país. Veinte años de trabajo político lo tenían a las puertas de oportunidades mayores, se hablaba de la posibilidad de que fuese llamado al Centro, probablemente para ocupar una diputación para representar a su Distrito. Hombre disciplinado, sabía bien que tenía buen cartel con la gente que “palomeaba” las listas de los propuestos, por tanto, trabajaba de acuerdo a las necesidades del Gobernador y de sus amigos del Centro.

Al fin llegaron las bebidas, el dueño del establecimiento se encargó de escanciar el coñac, salió discretamente haciendo una profunda reverencia. Don Cástulo entró en materia:

__ Usted sabe Licenciado, que la decisión de poner la fábrica en este pueblo, fue por dar trabajo a esta gente. Los hemos sacado del campo, donde trabajaban como bueyes, para darles la oportunidad de ganar un salario seguro en un trabajo más humano. Mucho trabajo y dinero nos ha costado capacitarlos para que aprendan el oficio.

Don Cástulo se detuvo, como midiendo sus palabras, en tanto se llevaba la copa de aromática bebida a los labios. Saboreó lentamente el fino coñac y continuó:

__ Parte de nuestra vida nos ha costado mantener esta fuente de trabajo, usted lo sabe Licenciado, lo ha vivido con nosotros, primero como Asesor Legal y luego como amigo y Funcionario Público.

El Licenciado se removía en su asiento, molesto por esos recuerdos. No olvidaba que casi salido de la escuela había llegado a El Guayabal para trabajar como oficinista en mínimo rango y al poco tiempo había empezado a trabajar como Asesor Legal de los hermanos Bermúdez.

A través de los años y siempre con el respaldo de Don Cástulo y su hermano, había ido escalando el escalafón de la política de El Guayabal, hasta que por último y gracias también a una carta que Don Cástulo enviara al Centro, lo habían elegido “por decisión popular” para ocupar el máximo cargo en el Municipio. La carrera aún no terminaba, bien lo sabía, y mucho deseaba seguir apadrinado por los industriales para, como decía en los actos públicos, “servir honesta y desinteresadamente a mis paisanos y conciudadanos, que han depositado en mí su confianza”.

La voz de Don Cástulo lo volvió a la realidad.

__ El caso Licenciado, es que esta gente ingrata anda alborotando que porque quieren más sueldo. Con lo poco que producen... ¡Hostias son las que debería darles!.... Vamos, que lo que pretenden es llevarnos a la ruina. Yo no sé quien coños los está levantando, pero le aseguro que alguien debe estar detrás de todo esto.

__ Bueno Don Cástulo, cuénteme que ha pasado para darme cuenta y saber qué podemos hacer.

__ Nada, rediez, que hoy por la mañana han aparecido estos papeles por toda la fábrica y nadie sabe de donde han salido.

Diciendo esto, extrajo de la bolsa de su chaleco un panfleto arrugado que pasó al Licenciado. El hombre lo leyó en voz alta:

“COMPAÑERO, EL TIEMPO DE LA INJUSTICIA
ESTÁ TOCANDO A SU FIN. EXIGE UN SALARIO JUSTO.
FORMA TU COMITÉ DE LUCHA.
ÚNETE Y VENCEREMOS”

El Licenciado dobló cuidadosamente el papel, pensativo, en tanto golpeaba rítmicamente su mano contraria con el papel doblado... Pensando en los trabajadores que conocía trataba de ubicar al autor del panfleto. Conocía a todos los habitantes del pueblo y no creía que ninguno tuviera tal audacia.

Forzosamente, tanto el autor, como los propios panfletos, tendrían que venir de fuera, pues en el pueblo había una sola imprenta y el dueño era un viejo residente de El Guayabal y además comprometido con el Licenciado, pues en esa imprenta se hacían todos los trabajos de papelería oficial.

Puesto en pie, caminaba nervioso en la habitación. Volviendo hacia el empresario, le dijo:

__ Oiga Don Cástulo, estos papeles necesariamente vienen de fuera del pueblo, aunque el reparto lo deben hacer los trabajadores de la fábrica; pero no creo que esto deba preocuparlo, usted sabe como es esta gente, siempre desunidas y sin más preocupación que cuidar su sueldo semanal.

Molesto, Don Cástulo se puso en pie y le contestó:

__ Y qué piensa Licenciado, ¿que me deba quedar cruzado de brazos? No señor, debemos localizar al responsable y sacarlo de la fábrica, a cualquier costo, pues todo es que empiece el descontento, que la producción se vendrá abajo. ¡Coño!, con lo mal que andamos.

Dando la vuelta a la mesa, se paró frente al Licenciado y le dijo:

__ Así que, Licenciado, hágame el favor de investigar cuanto sea necesario a fin de localizar al responsable de estas ideas y separarlo de inmediato.

El Licenciado se sentó, tomó su copa y dio un gran trago. Se quedó pensativo... Ya bastantes problemas tenía con la inminente campaña electoral, para todavía echarse a cuestas la investigación para encontrar al responsable que agitaba en la fábrica. Sin embargo, no era conveniente negarse a un pedido de Don Cástulo. Debería tranquilizar al viejo y ya vería la forma de cumplir con ambos compromisos.

__ Está bueno Don Cástulo, de inmediato pondré a trabajar a mis hombres a fin de encontrar al responsable de estos volantes. Debo advertirle Don Cástulo, que mis hombres no se andan por las ramas, ellos tienen sus propios métodos, los cuales no siempre son muy cordiales. Cuento con usted para que no vaya a haber escándalos en el Centro, pues a estas alturas, estando por iniciar la campaña electoral, lo menos que necesito son malas informaciones que puedan crearme problemas.

Tomando un nuevo trago de su bebida continuó:

__ Por mi parte, yo estoy con usted, pero cuento también con su incondicional apoyo para cualquier contingencia.

El Licenciado se pone en pie como para dar por terminada la entrevista, diciéndole al industrial:

__ A propósito Don Cástulo, mañana pasará por su oficina mi tesorero a recoger su ayuda para la campaña, trátemelo bien, como siempre. Ya sabe usted, con tantos gastos que tenemos y tan poco presupuesto que contamos.

__ No faltaba más Licenciado, usted sabe que cuenta con nosotros.

Menudo hijo de perra, pensó el viejo, no deja pasar la ocasión para sacarnos unos duros, pero con que aclare este asunto, ya veremos la forma de reponer ese dinero.

__ Bueno Don Cástulo, me retiro para poner a trabajar a mi gente. Le mantendré informado del curso que sigan las investigaciones; mañana por la mañana irán algunos hombres a iniciar las pesquisas entre los trabajadores; pídale a Justo que los atienda y les de toda la ayuda posible. Buenas noches.

__ Hasta la vista Licenciado, contestó el viejo sin levantarse de su asiento.

Don Cástulo se quedó pensativo. Entró el dueño del establecimiento a recoger el servicio y saber si habían estado a gusto; desde luego, también a cobrar la cuenta.

__ ¿Estuvieron bien Don Cástulo?

__ Muy bien, Pepe, como siempre, gracias.

__ ¿Alguna otra cosita señor?, o le traigo la cuenta.

__Está bien así, ¿cuánto le debo?

__ Son ochocientos pesillos, Don Cástulo.

El viejo extrajo su cartera y pagó la cuenta, dejando una raquítica propina en tanto piensa: “vaya con el Licenciadito, él es el que pide el coñaquito y yo el tarugo que lo paga... ¡coño!”.


Don Cástulo abandonó la fonda y abordó su automóvil para dirigirse a su casa, la cual comparte con su hermano Cipriano.

El auto se va perdiendo entre la fría llovizna que cubre El Guayabal, hacia la salida Sur del pueblo, donde vive la “gente decente”.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

Periplos en red busca crear espacios intelectuales donde los universitarios y académicos expresen sus inquietudes en torno a diferentes temas, motivo por el cual, las opiniones e ideas que expresan los autores no reflejan necesariamente las de Periplos en red , porque son responsabilidad de quienes colaboran para el blog escribiendo sus artículos.



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