Por el Psic. Fernando Reyes Baños


Como parte de las tareas que realicé en el primer semestre del posgrado que actualmente estoy estudiando, se me solicitó hacer una reflexión personal que en gran parte estuviera basada en algunos capítulos de la Pedagogía de la autonomía de Paulo Freire (1921-1997) quien, según la reseña publicada por Paz e Terra SA en la edición de 2004 de la obra que acabamos de citar, puede ser considerado como el pensador más influyente en cuestiones educativas de finales del siglo XX y uno de los más populares en asuntos relacionados con los educadores informales, la necesidad del diálogo y las reivindicaciones de los sectores menos favorecidos.

En Pedagogía de la autonomía Freire invita a reflexionar al lector sobre lo que los maestros deben saber y hacer dentro del proceso de enseñanza y aprendizaje, particularmente, cuando se enfatiza que educar sirve al propósito de lograr la igualdad, la transformación y la inclusión de todos los individuos en la sociedad.

Comparto a continuación, mi reflexión personal sobre tales capítulos:

Sobre mi interpretación personal del mundo. Somos animales racionales, con historicidad, que podemos proyectarnos a futuro, con libre albedrío, susceptibles de ser creativos, creadores de cultura, capaces de controlar nuestros impulsos y muchas otras cualidades más que, aunque pudiéramos generalizar a toda nuestra especie, tarde o temprano correríamos el riesgo de encontrarnos con evidencias de que tales atributos se distribuyen, de manera particular, en cada caso que revisáramos concretamente, unicidad estructurada a partir de sus semejanzas y diferencias que empero, nos hace sospechar de la susceptibilidad de cada individuo de desarrollar o adquirir alguna o la mayoría de esas cualidades, dependiendo de la presencia u ocurrencia de ciertas condiciones que así lo favorezcan. Es la intención de generar esas condiciones para formar un hombre con determinadas cualidades, que lo encumbren como un digno representante de las cualidades que nos caracterizan como especie, lo que da propósito al acto de educar que la sociedad desde la antigüedad ha promovido y que, al cabo de unos siglos, se ha formalizado con los estudios que actualmente conforman a disciplinas como la pedagogía, la psicología educativa y la andragogía, las que a su vez han servido de fundamento para la consolidación de los sistemas educativos existentes. Desde la visión del que educa, del que promueve el aprendizaje en sus estudiantes, la pregunta más importante es: ¿Cuál es mi concepto de hombre? ¿Qué tipo de hombre voy a formar? ¿Con qué características?

Sobre los saberes. Una idea que me pareció interesante en Freire es que el profesor debe enseñar a sus estudiantes a pensar correctamente; sin embargo, me parece que antes que eso es prioritario constatar si el profesor utiliza sus habilidades de pensamiento adecuadamente, pues sólo de esa manera podría generar las condiciones propicias para que los estudiantes también lo hagan; como nota final agregaría que: pensar correctamente requiere, entre otras cosas, hacer una lectura correcta de la realidad, una lectura no exactamente contrapunteada con la subjetividad de cada quien como condición para darse libre de aspectos provenientes del sujeto, sino clara en el sentido de que ésta pueda discernir entre lo que corresponde al objeto y lo que, llanamente, podría ser calificado de subjetivo y que, si bien algunas veces es capaz de crear obras notables que ameritan nuestro correcto apreciar de lo sublime, a veces también antepone nuestros aspectos menos rescatables y nos impide ver al objeto en todo lo que es y eso, en el ámbito educativo, resulta imprescindible, porque… ¿Cómo enseñar , como esperar que el estudiante aprenda si no hago una lectura correcta de la persona que tengo frente a mí? Una persona con su propio estilo de aprender, con aptitudes intelectuales que lo caracterizan y lo distinguen de los demás, con técnicas y hábitos de estudio a cuestas que reflejan su historia académica, pero que trae consigo también la historia de su familia, la historia de su calle, su colonia, el lugar donde vive, de sus problemas económicos y sociales, de sus conflictos conscientes e inconscientes, de sus victorias y derrotas como ser humano. Pensar correctamente… ¿Qué implica para el docente? Liberarse de su egocentrismo, boicotearse a sí mismo con una ruptura epistemológica que encare sus prejuicios, reconociéndolos quizá como hipótesis necesarias en un primer momento, pero ubicándolos posteriormente como la materia prima que le permitirá ir más allá de lo evidente, armado por herramientas conceptuales y distintas formas de pensar (divergente, convergente, lateral, etc.), con el único propósito de dejar atrás lo que no resulta útil en la actualidad, afianzando lo que es rescatable del modelo tradicional, para buscar su lugar en un mundo que cambia vertiginosamente y que demanda, como siempre lo a hecho en realidad, sentido, humanidad y paz.

Sobre los métodos de enseñanza. ¿Qué pasaría si los profesores de una institución determinada pudieran entrar periódicamente a las clases de otros profesores y, después de terminada la sesión, le pudieran decir al profesor que impartió la clase: “acertaste en esto, esto y esto otro, podrías mejorar en esto, esto y también en esto, si esto, esto y aquello lo hubieras hecho de esta otra forma habría sido mucho mejor, etc.”? ¿Qué pasaría si en esa misma institución no sólo otros profesores pudieran hacer esto, sino también los alumnos, es decir, que ellos también pudieran señalarle al profesor, de viva voz y periódicamente, en qué piensan que estuvo bien, en qué pudo estar mejor, en qué podría hacerlo de otra manera? ¿Estarían nuestros profesores preparados para este ejercicio de crítica hacía su labor docente por parte de sus pares y destinatarios? Quien responda que no, de alguna manera, estaría implicando que no está preparado para recibir retroalimentación acerca de su trabajo frente a los estudiantes, que no toleraría la observación de sus colegas y mucho menos de sus alumnos, que su trabajo refleja el producto de un ser acabado y que, por lo mismo, ya no hay quien pueda enseñarle nada porque él o ella lo sabe ya todo, que ya no hay cabida para la humildad en su vida como docente y que, si no lo dice en voz alta, es porque no quiere que piensen lo que todo mundo ya sabe: ¡que la soberbia es un lujo, pero que él o ella lo vale! ¿Es difícil sacudirse la ilusión falsaria de la omnisciencia académica? La respuesta podría ser: ¿Quién podría decir que no? Si lo dijeran los profesores, si fueran ellos los primeros en negarlo, ¡Que mal informados hemos estado todos! ¿Quién habría pensado que, al fin de cuentas, la culpa sería de los Medios Masivos de Comunicación (o de difusión)? Como resultará evidente, y dejando de lado ya las elucubraciones e ironías, el docente debe ser discente de sí mismo, él, antes que nadie, debe ser su primer alumno. Dice Earl Babbie que “Enseñar es como escribir con la voz” y, tal y como sucede cuando se escribe, uno no sólo debe prestar atención a si la idea es clara para uno, sino también a si ésta es clara para los demás, porque no sólo se trata de que el profesor escriba con su voz al enseñar, sino de que el estudiante, al aprehender sus palabras con su inteligencia y su pensamiento, sea capaz de evocarlas y, más aún, de reescribirlas y utilizarlas con algún fin específico.

Sobre la interacción con los estudiantes. Para todos es evidente que desarrollar un vínculo significativo con los estudiantes es importante. Con Freire es inevitable encontrarse con alusiones a este vínculo; de ellas, la que más llamó mi atención fue la que hace referencia al respeto que debe haber entre el docente y el discente y entre éste y el resto de sus compañeros. ¿Cuántas veces no se presenta el caso del estudiante que irrumpe en el salón de clases y que, con su forma de relacionarse, desentona con el ambiente de cordialidad que se trata de construir con el grupo? ¿Cuántas veces no es el mismo profesor el que ofende con sus comentarios hirientes o con su forma poco asertiva de confrontar una situación en el salón de clases? Si fuéramos “gringos” probablemente nos diríamos de todo cada vez que tuviéramos algún problema entre nosotros y, después de un rato, ya estaríamos otra vez trabajando muy bien (es lo único que admiro de los “gringos”), pero no lo somos, y tristemente nos faltamos al respeto y, en lugar de buscar arreglar las cosas, guardamos rencor entre nosotros y seguimos indefinidamente buscando la forma de hacernos daño. Esto, que es más común verlo en lo cotidiano, quizá no sea tan extraño verlo pasar también en los salones de clase; de modo que es posible preguntarnos, ¿cómo hemos resuelto los problemas que hemos tenido con los estudiantes en el salón de clases? ¿Procuramos resolverlos o somos como el profesor que, ante problemas con algún alumno, toma represalias en su contra cuando llega “la hora del profe”, por ejemplo, cuando toca elaborar exámenes o cuando se asignan calificaciones?

Les dejo de tarea, estimados lectores, reflexionar sobre mis reflexiones _si las consideran merecedoras de tal acción_ o, mejor aún, leer el texto de Paulo Freire al cual nos hemos referido, descargable en esta dirección.

2 Comentarios:

Anónimo dijo...

Muy interesante y me parece muy apegado a la realidad de nuestros docentes, así también, aunque debo decir no como justificación sino como una causal, las instituciones formadoras de docentes se olvidaron de promover la mística docente, de desarrollar la vocación por el servicio a los demás y por la adquisición de conciencia en cuanto al alto grado de modelaje que requiere enseñar, y la necesidad de comprender y dar tratamiento a los estudiantes según sus capacidades y modos de aprender, y me pregunto: habrán métodos para enseñar a desaprender?.Un buen docente creo, debe conocer varios métodos de enseñanza y sobre todo saber como y cuando integrarlos.

fernando reyes baños dijo...

@AnónimoEstimado anónimo: hablando sobre las instituciones formadoras de docentes y esa mística de servicio con la que se supone deben buscar el aprendizaje de los estudiantes, me pregunto si de verdad la han olvidado promover o tal vez, conscientes (más o menos) del encargo social que tiene la disciplina que ejercerán, la han sustituido por otra "mística", que poco tiene que ver con lo que nos preocupa a muchos de los que no somos parte del gremio, porque está asociada con lo que les preocupa (y algunas veces ocupa) a quienes se reconocen como "maestros" (y lo entrecomillo porque la palabra más adecuada para referirnos a ellos es la de "profesores"); así pues, los profesores se gestan en un crisol que atiende a los aspectos administrativos de su actividad en lugar de encumbrar, como su misión más importante a realizar, la formación de seres humanos, de ciudadanos de cuyas decisiones y formas de vida se derivará el futuro de nuestra sociedad. No se me malinterprete: no es que no les importe, tampoco es que lo ignoren... es que su misión, no la oficial (la que debe o debería ser), sino la que los impulsa a actuar de un modo particular cotidianamente se ha desvirtuado, en medio de preocupaciones, expectativas y necesidades que buscan ser satisfechas, convirtiendo a la carrera magisterial en una búsqueda incansable de beneficios, que a veces suelen ser vistos por encima de cualquier otro aspecto vinculado a su profesión. Si las cosas fueran diferentes, cualquiera de nosotros podría ver indicios de que las cosas están mejorando, pero lo cierto es que el camino se ve largo, y como siempre quienes terminan pagando los platos rotos, son nuestros niños y jóvenes, y por supuesto, las clases más desfavorecidas. ¡Saludos y gracias por comentar!



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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