Ser hombre tampoco es fácil

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Por Fernando Reyes Baños


Hace ya un buen número de años, cuando su servidor cursaba los primeros grados de la educación básica, mis compañeros y yo solíamos jugar a la guerra durante el recreo. Para ello, aclaro que la escuela donde estudié la primaria solo admitía niños por lo que, sin reparar en detalles (y teniendo a nuestra disposición una cancha de tierra), con nuestras “guerritas” pretendíamos simular, de la manera más fiel posible, lo que representaba para nosotros dicho concepto. Nuestras armas, pequeñas piedras que podían recogerse de cualquier parte de la cancha donde jugábamos, salían disparadas por los aires a toda velocidad en contra de los miembros del bando contrario hasta que, golpeados, adoloridos y llenos de tierra, alguno de los dos grupos en pugna se daba por vencido.

Lo que nunca olvidaré de nuestras guerras en la cancha de tierra es como una piedra, lanzada con ferocidad por el enemigo, pasó rozando mi antebrazo izquierdo, cortándome su filo con tal eficacia que, con la sangre que brotó de la herida, mi playera quedó repleta de manchas debido a que no contaba en ese momento con otra cosa para limpiar la herida. Hubo cierta alarma, claro, pero nada que no pudiera justificarse, hasta cierto punto, por las consecuencias que cabría esperar de un “juego de niños”. Al fin y al cabo, les escuché decir a los adultos que hablaron sobre el evento (padres, maestros, prefecto, etc.), experiencias así ponían a prueba el valor, la hombría de quienes enfrentábamos una situación de peligro, lo que nos ayudaría, desde temprana edad, a crecer y a forjarnos como los hombres que estábamos destinados a ser.

Obviamente, para mí no resultaba claro de qué se trataba esto en aquel entonces, es decir, viendo cómo había quedado mi playera por tan copiosa herida, recuerdo haberme preguntado por qué las consecuencias de nuestro “juego de niños” no ameritaba algo más que solo un regaño, acompañado de palabras como “¿ya ves?, eso te pasa por estar jugando a las ‘guerritas’, a ver si te quedaron ganas de hacerlo otra vez” y, por último unas palmaditas, como diciéndome: ya, ya, no es para tanto, acuérdate que los hombres no lloran.

Experiencias parecidas: una disputa entre compañeros de clase, un cruce de miradas desafiantes en la calle o el atropello derivado del mero acto de imponerse por la fuerza, me hicieron comprender después que la forma como la sociedad espera que los hombres nos relacionemos con las mujeres y con otros hombres, tiene remanentes con las “guerritas” que en mi infancia jugaba en la cancha de tierra de mi escuela primaria, en el sentido de que mucho de lo que viví entonces presenta aspectos paralelos con acontecimientos diversos que observo a mi alrededor en la interacción cotidiana,misma que deja entrever aspectos que vale la pena rescatar y analizar, bajo el escrutinio teórico de las propuestas actuales, para su reflexión y mejor comprensión, razón por la cual, escribiré en lo sucesivo sobre cómo viven los hombres actualmente su masculinidad, esperando que este tema sea un punto de partida para construir nuevas perspectivas que nos permita vislumbrar cómo ser hombres mejores en un futuro cercano.

Evidente,la situación que viven actualmente muchas mujeres a causa de la violencia de género y de otros aspectos relacionados con la sociedad patriarcal no puede compararse con lo que vivimos los hombres, el supuesto “sexo fuerte”, pero habrá que decirlo: ¡Ser hombre tampoco es fácil! Y la cicatriz en mi brazo izquierdo, vestigio de aquellas “guerritas” de mi infancia, es un constante recordatorio de ello.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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