Por Sergio A. Amaya S.


Don Artemio

En aquellos lejanos días en que Juancho había arrendado sus tierras, conoció a una persona que habría de cambiarle la vida, pues siendo Juancho un muchacho analfabeta, como la gran mayoría de la gente de las zonas rurales, tuvo la fortuna de cruzarse en la vida de un hombre extraordinario, Don Artemio Gutiérrez, Maestro de la escuela de El Venado; fueron de esas circunstancias que nos llevan a pensar que el mundo cabe en un pañuelo.

Fue un día brillante y soleado del mes de Abril, Juancho había ido a Concepción del Oro en busca de algunas herramientas para su trabajo y estaba enterado que en la calle Hidalgo existía una ferretería, donde podría conseguir lo que buscaba. Se encontraba parado en una esquina, frente a una placa con el nombre de la calle, pero no entendía qué decía la placa; siendo ya un hombre, le daba pena que se dieran cuenta que no sabía leer; miraba la placa y luego bajaba la cabeza, se levantaba el sombrero y se rascaba la cabeza, miraba a sus costados, como para cerciorarse que nadie lo miraba y luego volvía a observar la placa.

Detrás de él, en la acera de enfrente, Artemio Gutiérrez lo observaba, divertido y preocupado, siempre pensando en la injusticia de que hubiese gente que no había tenido la oportunidad de aprender a leer y escribir. ¿Cuándo, pensaba el Profesor, iba a poder crecer México como país, si sus hijos eran una gran masa analfabeta?

Cómo se podría desarrollar la industria si no había material humano para realizar las labores de tipo técnico e intelectual; si no podría haber un trabajo de investigación, en fin, que la nación tendría qué seguir en la cultura agrícola y ganadera de tipo doméstico, sin pensar siquiera en la posibilidad de superar esa industria primaria que movían unos cuantos extranjeros, y no por un sentimiento xenófobo pensaba así, pues gracias a esos seres valientes y obstinados, el país disponía de ciertas mercancías que se elaboraban en México y eran a la vez, fuentes de trabajo seguro para miles de mexicanos; Artemio pensaba así por el incierto futuro que la nación tenía ante los avances que el vecino del Norte demostraba: Hasta en el mas pequeño pueblo había una escuela; Universidades por todo el país, algunas de fama mundial. Una industria pesada en constante crecimiento y una economía que buscaba el bienestar de las mayorías. Cuan lejos estaba México de tales avances.

Finalmente se decidió, se acercó a Juancho y correctamente le saludó:

_Buenos días, joven, veo que tiene usted algún problema, ¿le puedo ayudar en algo?

Sobresaltado, Juancho se volvió hacia quien le hablaba y, quitándose el sombrero, respondió: Buenos días, señor, pero no creo que me pueda ayudar.

_Mira, muchacho, permíteme presentarme, soy el Profesor Artemio Gutiérrez, soy Maestro de una pequeña escuela en una ranchería llamada El Venado.

_Qué casualidá, respondió Juancho con mas confianza, hace tiempo conocí a un muchacho, mas o menos de mi edad, es carpintero y recuerdo que también es peluquero, se llama Andrés.

_Claro que sí, también vive en El Venado y colabora con nosotros en el amueblado de la escuela.

_Bueno, respondió Juancho bajando la cabeza, en realidá sí me puede ayudar, no sé ler y busco una calle que se llama Hidalgo, por las señas ha de ser esta, pero no entiendo qué dice la placa.

_Efectivamente, corroboró el Profesor, esta es la calle Hidalgo, pero, ¿cómo te llamas y qué buscas en esta calle?

_Perdone por no haberme presentado, Maestro, mi nombre es Juan José Franco, pero todos me dicen Juancho y busco una ferretería que debe estar por aquí, necesito comprar unas herramientas para mi trabajo.

_Vamos Juancho, sé donde está el negocio, te acompaño y platicamos, ¿te parece bien?

Los dos hombres caminaron en busca de la tienda, platicando como si se conocieran de mucho tiempo; el fuego de la amistad fue prendiendo en esos dos corazones sencillos y nobles.

Después de comprar sus herramientas, ambos hombres se dirigieron hacia el jardín y en una banca, a la sombra de un viejo ficus, continuaron su charla.

En poco tiempo Juancho contó al Profesor la soledad en que vivía y el interés que sentía por una mujer, pero aún no podía ofrecerle nada, por lo que seguiría solo hasta lograr tener una casita qué ofrecerle. El Maestro, conmovido ante la sinceridad del joven, también le relató su vida y lo solo que se encontraba desde la muerte de su amada esposa.

_Juancho, dijo el Maestro, permíteme hacer algo por ti, algo que te ayudará a alcanzar esos sueños que tienes: permíteme enseñarte a leer y a escribir, veo que eres un muchacho inteligente y en poco tiempo podrás saber lo que dicen las letras de las placas de las calles y muchas otras cosas mas.

_Pero Maestro, objetó Juancho, ya s’toy muy grande pa ir a la escuela y tengo qué trabajar, vivo retirao de El Venao, además me daría pena con los niños, semejante labregón y no saber ler.

_Entiendo tus temores muchacho, respondió el Profesor, pero no debes avergonzarte, pues no es tu culpa el no haber tenido la oportunidad de ir a la escuela, pero para evitarte complicaciones, yo te ofrezco darte clases en mi casa los días Sábado, de esta forma te podría atender de manera personal y creo que aprenderías mas rápido.

_Es mas, continuó Don Artemio, para que te decidas, te voy a invitar a comer a mi casa, vivo solo desde que enviudé y me será grato tener compañía, cuando menos por un rato.

_Aceptó Juancho y ambos hombres se fueron caminando amigablemente. Don Artemio vivía en el centro del pueblo, era una casa antigua, con un pequeño jardín al frente y una escalinata de acceso, obligada por la media altura que sobresalía del sótano, el cual tenía dos ventanas tipo “ojo de buey”. El breve corredor tenía una hermosa reja de hierro forjado. Unas macetas en el corredor le daban el toque de color y alegría a unos muros grises, que alguna vez fueron blancos.

La entrada a la vivienda daba a una amplia sala con dos ventanas hacia el corredor y una puerta en arco que comunicaba con el comedor, el cual tenía una ventana hacia el comedor y una puerta, también en arco, hacia la cocina. El amueblado era sencillo y confortable, algunas fotografías en las paredes mostraban a diversas personas, familiares ya idos de Don Artemio; en un sitio relevante, una foto matrimonial de Artemio y una bella joven, su difunta esposa. En un muro de la sala, una gran librería que llegaba hasta el cielo raso y un viejo escritorio lleno de papeles. Este era el pequeño mundo de un Maestro, hombre maduro que hoy tenía por familia a un grupo de chiquillos de cierto lugar llamado El Venado.

En la amplia cocina había un desayunador, Artemio invitó a Juancho a acompañarlo mientras preparaba la comida; en tanto estaba lista, le sirvió al muchacho un vaso con agua de jamaica y platicaron amigablemente mientras se iban cocinando los alimentos. Cuando estuvo lista, Artemio colocó dos cubiertos y sirvió la comida en la misma cocina, para su gusto, el mejor lugar de una casa era la cocina, que debía ser amplia y ventilada y, desde que llegó a vivir en esa casa y hasta que su amada esposa falleció, siempre hicieron sus alimentos en ese sitio. El comedor lo utilizaban solamente cuando tenían invitados a comer o a cenar, pero a la muerte de Victoria, nunca mas había tenido invitados, solamente se dedicaba a enseñar a esos niños, a quienes entregaba el amor que no podría dar a un hijo propio.

Después de comer, Artemio invitó a Juancho a pasar a la mesa del comedor, donde colocó un cuaderno y lápices. Buscó entre sus libros y extrajo de la librería un libro ya muy usado donde aprender las primeras letras.

_Mira Juancho, le dijo al muchacho mostrándole el libro, estas son las letras vocales …a…. e….i….o….u, estas letras son muy importantes, pues siempre acompañarán a otras, llamadas consonantes y que forman las palabras. Empezarás por copiar las letras en tu cuaderno, para que las conozcas y sepas como suenan. También tendrás que hacer mucha caligrafía, para que logres hacer unas letras que todos podamos leer, ¿lo entiendes bien?

_Si, Maestro, lo entiendo, pero eso de escribir, ta re difícil.

_Con calma, sonrió el Maestro, poco a poco lo irás logrando y, desde luego, que en tus ratos libres, en tu casa, tendrás que seguir practicando.

_Újule, Profesor, eso está mas difícil, pos casa, casa, no tengo, vivo en el monte y el techo es el cielo y mi cobija las estrellas y la luna. Uno de mis sueños es mi casa y la voy a tener, pero estoy empezando.

_Caramba, muchacho, me sorprendes, así es que viven en el monte, ¿pues a qué te dedicas?

_Soy minero y recién me rentaron unas tierras por donde corre un arroyo y lavando las arenas, poco a poco voy sacando algún mineral, en veces no saco nada, en veces sí y ai voy tirando, como usté dice, poco a poco. Las tierras están en el ejido del Ahorcado y la muchacha que me interesa es la hija del ejidatario que me rentó la tierra.

_Vaya, vaya, dijo el Maestro admirado, pues realmente eres un hombre valiente, pues vivir solo en el monte cuando hay tantas gavillas de maleantes que nos ha dejado la Revolución… ¿Nunca te han molestado?

_Pos solo una vez, pero me vieron tan fregado que solo me pidieron un taco, pos yo’staba almorzando, así es que les convidé lo poco que traiva y pos se fueron, ya no han vuelto. Lo que no sabían es que lo poquito que voy sacando, lo escondo pa que no me vayan a ganar los mañosos.

_Bueno, y qué haces con el mineral que vas sacando, pues tienes que vivir de algo.

_Claro que sí, respondió Juancho, algunas veces con ello le pago a Andrés, pos él mesmo me’stá haciendo mi casa. Otras lo traigo al pueblo, con Don Tanislao y él me lo compra, ya luego me arriendo pal monte y el dinerito lo escondo también, solamente traigo encima lo poquito que pueda ocupar cuando voy a los ranchos. Mi despensa me la prepara Onofre en El Venado y a él también le pago con mineral o con dinero, depende la ocasión. Parte de mi dinero me lo guarda Andrés en su casa, pos es un hombre de ley y sé que mi dinero stá seguro con él.

_Desde luego, confirmó el Maestro. Andrés es honrado a carta cabal. Pues todo ello me confirma mi primera impresión, Juancho, que eres una persona muy inteligente, pues además de trabajador, tienes muy fijo lo que quieres hacer en el futuro cercano, como es tener tu casa y formar una familia, solamente te falta hacerte el propósito de aprender a leer y escribir, ya verás cómo se te abrirá tu mundo.

_Bien, como vas a tener tarea para toda la semana, iremos aprendiendo otras cosas mas; estas letras, mostró otra hoja del libro a Juancho, son las consonantes: b… c… d… f… g… h… j… k… l… ll… m… n… ñ… p... q… r… rr… s… t… v… w… x… y… z. Como te dije anteriormente, las consonantes necesitan de las vocales para poder formar conjuntos de letras, que se llaman s-í-l-a-b-a-s. Si te fijas, la propia palabra “sílabas” va intercalando consonantes y vocales, así: “sí”, “la”, “bas”, esta palabra está formada por tres sílabas.

En ese tenor y con mucha paciencia, el Maestro fue enseñando a Juancho los principios de la lectura y la escritura, lo que Juancho aprendía con bastante rapidez. Pero la tarde avanzó muy rápido y el muchacho debía volver a su casa, por lo que se despidió de Don Artemio con tiempo suficiente para alcanzar el último autobús. Previamente había dejado su caballo en El Venado, en la casa de Andrés, pero de ahí a su terreno debería cabalgar un par de horas. Salió muy contento de la casa del Maestro, quien le obsequió el libro, el cuaderno y el lápiz, con la promesa del joven de regresar el siguiente Sábado.

Ya obscureciendo llegó Juancho a El Venado, se detuvo a platicar un poco con Onofre, quien le obsequió una soda. Le encargó le preparara su despensa de la semana siguiente, la que pasaría a recoger antes de irse y se fue a la casa de Andrés, quien lo recibió con sinceras muestras de amistad.

_Pasa, pasa, Juancho, llegas a tiempo para merendar, mi madre está haciendo unos frijolitos como pa chuparse los dedos.

_Gracias, Andrés, pero no quiero llegar muy noche a mi casa, ya ves que todavía stá retirao.

_Espera, Juancho, no tienes que irte, ya es tarde, descansa aquí y ya mañana temprano te vas, no tienes prisa cual ninguna. Anda, vente a cenar con nosotros, a mi madre le dará gusto saludarte, pásate pa dentro.

Consciente Juancho de su realidad, no tuvo inconveniente en quedarse a dormir en la casa de su amigo.

_Buenas tardes, Doña Rosenda, ¿cómo ha estao?

_Buenas, Juancho, pos ai voy, tirando de la carreta con estas rumias que casi ni me dejan caminar, ya cuando una se hace vieja, pos ya casi nomás vamos viendo pasar los días, a ver cuándo Nuestro Señor se acuerda de una y me hace la caridá de llevarme….. Ya pa qué sirve una vieja como yo.

_No diga eso, madrecita, dijo amoroso Andrés, yo quiero que conozca a sus nietos, ya ve que ya mero me caso.

_¡Cómo, Andrés!, ¿ya te vas a matrimoniar?, pa cuando, pa’star prevenido; ya ni la amuelas, que no me habías dicho nada.

_Bueno, Juancho, lo que pasa es que no nos habíamos visto, yo apenas me puse de acuerdo con Eufrosina y pos la pedida va a ser en Diciembre, pa casarnos, Dios mediante, entrando Enero. Toy tratando de hacer un carro pa llevar a mi viejita; si tú quieres acompañarnos….

_Gracias, Andrés, pero ya sabes que a mi no me cuadran las visitas, mas que con mis amigos, pero cuando te cases, seguro que estoy con ustedes.

En esas pláticas estaban los amigos cuando Doña Rosenda los llamó para que fueran a cenar.

_Sientensen, muchachos, que orita les sirvo unos frijolitos y un arrocito que quedó bien sabroso.

Los amigos se sentaron y la señora les sirvió sendos platos de humeantes alimentos, acompañados de tortillas de harina recién hechas.

Una vez que los muchachos terminaron de cenar, se dirigieron a la casa de Onofre, para informarle que regresaría al monte al día siguiente, por lo que se llevaría de una vez su despensa, para no molestarlo muy temprano.

_Siéntense muchachos, ¡a ver, Joaquina!, sirve una sodas a los amigos.

_¿A poco ya tienes viviendo aquí a la Joaquina?, preguntaron los amigos a una voz.

_No, que va, lo que pasa es que me viene a ayudar, pero aprovecho pa decirles que nos vamos a casar dentro de un mes, ¿cuento con ustedes, verdá?

_Vaya con ustedes, pos hay muchas novedades, resulta que mis mejores amigos se casan y yo sigo de solterón, pa que les de envidia.

_Ja, ja, ja, se rieron los amigos, qué nos va a dar envidia, si te la pasas viviendo con la mula prieta, tu caballo y tu perro, ni con quien palabriar, dijo Onofre riendo.

_Es cierto, aceptó Juancho, pero cuando Andrés termine la casita, ya tengo arreglado con Josefina pa que nos matrimoniemos. Mientras tanto, pos voy haciendo unos ahorritos, pa que no pásemos hambre, ¿qué no?

_Tienes razón, Juancho, pos taría mal que te llevaras a la muchacha a vivir al monte, tú tas acostumbrao y eres hombre, pero ella, tiene su casa con sus padres, no le falta nada, creo yo.

_Así es, Onofre, no quiero que mi Josefina viva como si se la llevara un apache.

_Joaquina salió llevando en las manos unas botellas de soda que puso en la mesa, frente a los tres amigos.

_Anda Joaquina, ¿con que ya te vas a amarrar a este? A ver si le quitas lo mañoso. Dijo Juancho bromista.

_Tense sosiegos, muchachos, que me da la vergüenza, dijo la muchacha alisándose la ropa, luego se metió a la casa a la carrera.

_Cómo son malhoras, hasta se puso colorada la Joaquina, dijo Onofre con cara seria.

Los tres amigos se rieron y siguieron platicando hasta bien entrada la noche. Ya de salida, Juancho se llevó su despensa y regresaron a la casa de Andrés. Había sido un día muy interesante para Juancho, tenía mucho en qué pensar durante la semana. Desde luego se cuidó de no decir nada de Don Artemio a sus amigos. Ya mas adelante les daría la sorpresa.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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