Por Sergio A. Amaya S.

Polvo del desierto

Juancho volvió a sus actividades de beneficencia y junto con sus cuñadas y sus esposos terminaron la construcción de la escuela de El Ahorcado, la que fue inaugurada por el Secretario de Educación del Estado en representación del Señor Gobernador. El edificio de una plata contaba con seis aulas, un salón de actos y servicios sanitarios para los niños y Maestros. La Secretaría de Recursos Hidráulicos había perforado un pozo de agua potable que abastecería al pueblo y a la propia escuela; tenía también un gran patio con canchas deportivas y un asta bandera, donde se izó la Bandera Nacional el día de la inauguración. Asistió como invitado especial el Coronel Valladares, viejo amigo de Juancho y quien llevó una Banda de Guerra para hacer los honores a la Bandera, La ceremonia fue animada por los niños que formarían la primera generación y que eran habitantes de pueblos y rancherías de los alrededores. En su pensamiento siempre estuvo presente el Profesor Artemio Gutiérrez, su Maestro y amigo y quien le enseñó que lo mejor que se puede hacer por los niños, es educarlos en escuelas dignas. Como Director nombraron a un Maestro que fue colaborador de Don Artemio en la Escuela de El Venado y quien tenía bien sembrado el compromiso de educar a los niños, semilla puesta por el viejo Maestro Artemio.

En alguna ocasión vinieron José Juan y José Pascual, hijos de Juancho, ya de 35 y 33 años y que habían hecho su vida en Chicago, casándose con ciudadanas americanas y procreado dos hijos Juan José y una niña José Pascual, quien por cierto fue nombrada Josefina, en memoria de su abuela, de forma que ya no tenían ningún interés en regresar a vivir en México. Eso entristeció a Juancho, pero finalmente aceptó que los hijos nos los confía Dios para que los eduquemos y les demos alas para volar, pero solo Dios les indicará en qué lugar deberán hacer sus propios nidos. Para evitarles problemas futuros, Juancho les hizo entrega de la parte de herencia que les correspondía, todo en dinero en efectivo, ya los muchachos encontrarían la forma de llevarlo o mantenerlo en México; como tenía decidido, la casa y las tierras serían heredadas por sus tías, que era la voluntad de Josefina, también a ellas les escrituró las propiedades en vida.

En esos tiempos supo de la muerte de Andrés, su último amigo, pero ya no fue a El Venado, cualquier otro día visitaría a Joaquina en la tienda, pasaría como cualquier arriero, a tomar una soda y a conocer los últimos chismes de la región, luego se marcharía, ocultándose en el polvo que levantaran sus animales.

Dejó la troca en casa y volvió a sus nobles animales. La mula prieta ya estaba vieja; su caballo también y al perro negro le quedaban pocos años de vida, pero, finalmente, él mismo ya tenía mas de setenta años. Resolvió sus asuntos en casa y montado en su caballo y cargada la mula con sus utensilios de trabajo y supervivencia, partió al desierto con la idea de llegar a Camacho para despedirse de Enedina, su cuñada. No tenía prisa, así que se fue consintiendo a sus animales y a él mismo, pues ya las jornadas muy largas le dejaban muy maltrecho. Cargaba su pistola 0.38 especial y su viejo 30-30, ya casi una reliquia, pero no se le iba una liebre a cincuenta metros.

Después de varios meses de vagar por el desierto, tiempo en que se cruzó con algunos arrieros de la región y que Juancho aprovechaba para conocer las últimas novedades, finalmente llegó a Camacho; su aspecto era desastroso, pues hacía meses que no se afeitaba y parece que el agua se había olvidado de él, por lo que cuando llegó a la entrada del rancho, uno de los guardias le marcó el alto, impidiéndole el paso, hasta que Juancho dijo quien era y además conocía bien al guardia.

—Tranquilo, Gumercindo, soy Juancho, el hermano del difunto General Franco. Sólo vengo a saludar a la familia.

—Usté perdone, patroncito, pero es que no lo reconocí, con esas chicas barbotas, pos di a tiro que no lo reconoce ni el mesmo difuntito, con el perdón de usté.

—No te preocupes, Gumercindo y dime, ¿habrá un lugar donde darme un baño antes de ver a la patrona?

—¡Ah que usté, Don Juancho!, como pasa a crer que se va a bañar onde los piones, mejor vaya onde el patroncito Cándido, pa qu’él le diga onde.

—Bueno Gumercindo, creo que tienes razón, pero a ver si no se espanta su mujer o sus hijos, me vayan a recibir a balazos.

—Como pasa a crer eso, patroncito, pero mejor que lo acompañe un pion, pos uno nunca sabe..

Después de que le recibieron sus animales, Juancho y un peón, seguidos por el fiel “Lobo”, se dirigieron a la casa de Santoyo, quien casualmente salía en esos momentos de su vivienda.

—¡Épale amigo, pues a quien busca!

—¿Ya te olvidaste de mi, Candido?, preguntó Juancho.

—¿Don Juancho?.., pero válgame Dios, si parece que salió usted de una tumba, mire nomás que facha.

—Me has de perdonar, Cándido, que me presente así en tu casa, pero quisiera darme un baño antes de presentarme con mi cuñada. Por favor, préstame el baño de los peones, pues no quisiera dar molestias a tu esposa.
—No se preocupe Don Juancho, le voy a llevar al baño de la oficina de su hermano, desde su fallecimiento todo ha quedado igual, solamente la limpian cada tercer día, así es que el baño está limpio. Si no trae ropa limpia, le traeré algo de lo mío, para ver si le queda.

—Pues yo creo que te lo voy a aceptar, pues esta ropa es la única que tengo, la demás la he ido dejando en diferentes lugares, es que, desafortunadamente, he caminado por sitios en donde no hay agua.

Luego de un largo y reparador baño, Juancho salió rejuvenecido, aunque no se rasuró completamente, si se recortó la barba, por lo que se veía ya como un viejo, pues la barba era blanca, aunque el escaso cabello en su cabeza era entrecano. En el baño había un agua de colonia de su hermano y se untó una generosa porción, por lo que su cuerpo expelía un agradable aroma a lavanda. La ropa de Santoyo le quedaba un poco ajustada, pero se sentía mejor que las mugrientas ropas que había echado a la basura.

Así arreglado se dirigió a la casa grande, en busca de Enedina, su cuñada, quien estaba sentada en una mecedora en la galería, dormitando a la sombra. Cuando Juancho llegó cerca de ella, aún cuando trató de ser sigiloso, la mujer abrió los ojos, el sol quedaba detrás del visitante, por lo que Enedina entornó los ojos, a fin de reconocer al recién llegado.

—Hola, Enedina, ¿cómo has estado?, saludó Juancho.

—Juancho, querido, qué gusto verte, hace tanto tiempo que no vienes, mis hijos me preguntan por ti y no sé qué decirles. Te noto mas delgado, ¿has estado enfermo?

—Estoy bien, Enedina, solo que ya me volví al monte, como al principio, solamente he venido para despedirme, pues yo creo que tardaré en regresar, voy camino al 14 y tal vez me siga a San Luis o a Matehuala.

—No me espantes, cuñado, pues qué malos modos has visto, tú sabes que aquí siempre estarás como en tu casa.

—Gracias, hermana, yo lo sé y te lo agradezco, pero realmente fuera de ustedes ya no tengo a nadie, hasta mis amigos se han muerto y mis hijos vinieron casi a despedirse, pues ya me dijeron que no volverán a vivir en México. Ante esa perspectiva les heredé en vida y que Dios los acompañe, yo no puedo obligarlos a nada y si allá están bien y son felices, tanto que mejor.

—Pásate a la sala, Juancho, te noto muy triste y eso me duele, vamos a tomarnos un jerez para que me platiques bien, supongo que no has comido, ahora pido que nos preparen algo y yo te acompaño, pues también se me pasó la hora de comer, ¿te parece bien?
Su inseparable “Lobo” estaba echado a sus pies, se movía tras él sin hacer ruido. Ni los perros de la casa se atrevían a ladrarle. Tal vez los animales vean algo que los humanos no podemos, pues cuando sienten a un superior, agachan la cabeza y con la cola entre las patas se alejan.

—Mira nada mas este perro, Juancho, parece tu sombra, no se separa de ti ni un milímetro. Yo no sé de qué será capaz de hacer en caso de que te vea atacado, pero no quisiera estar en los zapatos de quien lo intente.

—Es un noble animal, hace algunos años, cuando tuve el accidente aquel, mi Lobo no se separó de mi, yo creo que de alguna manera me transmitió su fuerza para salir bien de aquel trance, me miraba con esos ojos amarillentos que tiene, pero se notaban tristes.

—Pero dime, Enedina, ¿tú como has estado?, no es común encontrarte medio dormida en una mecedora a media tarde.

—Pues ya me voy haciendo vieja, cuñado, los años no han pasado en balde. De repente me duelen los huesos, otros días no tengo ánimos de nada. La realidad es que me hace falta mi marido, él era mi razón de vivir, si me he sostenido ha sido por mis hijos, pero ahora que ya están formados y casados, pues ya no tengo mucho qué hacer. Estoy igual que tú.

—Qué le vamos a hacer, Enedina, nos ha tocado enterrar a nuestros seres queridos. Este es el precio que se paga por vivir muchos años; afortunadamente no nos ha tocado a nuestros hijos, eso sí debe ser terrible.

Juancho permaneció una semana en el rancho, luego se despidió de Enedina y de Santoyo y nuevamente se fue al desierto, rumbo hacia donde sale el sol, aunque él bien sabía que solamente encontraría su ocaso. Caminó varias jornadas. Vivía de lo que lograba cazar y no faltaba algún aguaje donde calmar la sed y rellenar sus bules, cuando esto faltaba, conocía bien cuales eran las biznagas mas jugosas, las cortaba con cuidado y la pulpa, aunque ligeramente amarga, contenía buena cantidad de agua y minerales para mantenerlo con vida.

Juancho se fue perdiendo entre las nopaleras, los cactos y los garambullos. Su lecho era el desierto y su cobija el firmamento infinito. Nunca mas lo volvieron a ver, aunque muchos juraban haberse cruzado con un hombre montado en un caballo retinto, llevando del cabestro a una mula y seguidos por un perro prieto. Lo mismo decían haberlo visto en el 14, que en Tetillas o en Mazapil. Con el tiempo se fue convirtiendo en una leyenda, el minero que caminaba entre los pueblos de tierra y sol.

FIN

Julio 2009 - Ciudad Juárez, Chih.

1 Comentario:

El Rincón de Amaya dijo...

Querido Fernando, he puesto el último capítulo de la novela, una novela que me ha dejado un buen recuerdo y cuando la he releído, el algunos pasajes me emociono. Espero que haya tenido algún lector, a quien agradezco su tiempo y paciencia. En adelante procuraré poner cosas cortas, mas sencillas. Te mando un abrazo



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