Del maestro...

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Por el Mtro. Rodrigo Juárez Ortiz


La figura del maestro se ha venido perfilando a través de la historia alcanzando grados de excelencia y de degradación según de quien se trate. Hay quienes merecen el calificativo y otros lo devalúan de forma inmisericorde.

Son múltiples los nombres que se le han dado a quienes aceptan la grandísima responsabilidad de formar, enseñar, capacitar, estructurar, educar (en su caso, pues ello le corresponde a los padres, básicamente), conducir, dirigir, orientar, en varios sentidos a la niñez, a la juventud y a los adultos, en su caso; de esta guisa se les llama profesor, maestro, catedrático, mentor, monitor, docente, etc., aun cuando cada una de estas denominaciones tiene sus características propias, según el grado y área en donde se ejerza, v.gr.: el profesor es quien ejerce o enseña una ciencia o arte y profesar se aplica, entre otros, a enseñar, especialmente en una universidad; maestro, dentro de sus variadas acepciones, se le llama a la persona que tiene por función la de enseñar, sin perjuicio de que también es un grado académico intermedio entre la licenciatura y el doctorado (al menos en mi Alma Mater, la UNAM); la cátedra es un asiento elevado desde donde explica un profesor y también el lugar en donde se encuentra este asiento, así como por extensión, el cargo o plaza de catedrático, siendo éste la persona que ocupa el nivel mas alto del escalafón docente en los centros oficiales de enseñanza secundaria o universitaria; mentor se le llama al consejero o guía de otro; monitor, en cambio, es la persona que se encarga de la enseñanza y de la práctica de ciertos deportes o de ciertas disciplinas; y se le llama docente a quien enseña o instruye, es decir, lo relativo a la enseñanza. En suma, existe un denominador común en todas estas acepciones y que es la enseñanza y quienes la tenemos por verdadera y auténtica convicción, por inclinación, por gusto, vamos, por evidente vocación, nos sentimos en nuestra segunda verdadera profesión (quienes tenemos la suerte de contar con una carrera profesional), conscientes de la gran responsabilidad adquirida para con nuestros educandos, cualesquiera que sea el nivel académico en que se enseñe.

Ergo, la satisfacción que produce el deber cumplido que a pesar del esfuerzo, a veces titánico que esto representa, es suficiente recompensa cuando los recipiendarios de la enseñanza responden positivamente al captar, procesar y reproducir, con sus propios pensamientos y habilidades, la información recibida y ello en aras de su propia evolución y calificación en sus respectivas áreas de actividades.

Hay quienes lo agradecen y otros no. Hay, incluso, quienes se quejan de la actitud de la juventud actual, la cual, en opinión de muchos, no corresponde a los esfuerzos que los adultos realizan por ellos. Son múltiples las quejas que al respecto se dejan oír en la actualidad

Al respecto, ¿se le hacen conocidos los siguientes comentarios?:

1.- “Nuestra juventud gusta del lujo y es maleducada, no hace caso a las autoridades y no tiene el mayor respeto por los mayores de edad. Nuestros hijos hoy son unos verdaderos tiranos. No se ponen de pie cuando una persona anciana entra. Responden a sus padres y son simplemente malos”.
2.- “Ya no tengo ninguna esperanza en el futuro de nuestro país si la juventud de hoy toma mañana el poder. Porque esta juventud es insoportable, desenfrenada y simplemente horrible”.
3.- “Nuestro mundo llegó a su punto crítico. Los hijos ya no escuchan a sus padres. El fin del mundo no puede estar muy lejos”.
4.- “Esta juventud está malograda hasta el fondo del corazón. Los jóvenes son malhechores y ociosos. Ellos jamás serán como la juventud de antes. La juventud de hoy no será capaz de mantener nuestra cultura”.

Pues bien, estas quejas y críticas, creemos que participan de la aprobación mayoritaria de nuestros coetáneos, cuya concomitancia con nuestros días solo nos reflejan los mismos conflictos generacionales y son atribuibles, fijarse bien: la primera a Sócrates (470-399 a.C.), la segunda a Hesíodo (729 a.C.), la tercera a un sacerdote del año 2000 a.C. y la cuarta fue hallada en un vaso de arcilla en Babilonia ( en la actual Bagdad) con mas de 4000 años de existencia.

Es decir, una vez más, el ser humano en sus características prístinas, sigue siendo el mismo, lo que cambia es su entorno y éste como producto de una evolución natural y volitiva en aras de una mejor calidad de vida, merced a las enseñanzas de nuestros maestros a quienes felicitamos efusivamente, a los verdaderos, no a los sedicentes maestros. O usted, asombrado lector, ¿Qué opina?



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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