De la jactancia...

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Por el Mtro. Rodrigo Juárez Ortiz


De antemano mis mas sentidas disculpas a mis dos lectores, porque el jueves retropróximo no envié mi colaboración la cual siempre envío llueve, truene, relampagueé o tiemble, desde donde me encuentre, pero esta vez fui nombrado Secretario de la Comisión de Elecciones de la Federación Mexicana de Colegios de Abogados, A.C. y sesionamos en S.L.P. los días 17, 18, 19 y 20 de este mes y la actividad fue ardua y constante. Lo lamento.

Sin embargo me gustaría compartir algunas reflexiones sobre el ser humano o si se prefiere el bípedo implume, en tanto que éste está lleno de elementos que le permiten tanto su supervivencia, como el desenvolverse en su entorno merced el uso de ellos.

Los hay (elementos) de inteligencia y de estulticia, de virtud y pecaminosos, de bondad y de maldad, de fuerza y de debilidad, de destreza y de torpeza, de sensibilidad y de brutalidad, de honestidad y de corrupción, de generosidad y de mezquindad, de espiritualidad y de materialismo, de espontaneidad y de frío cálculo, de calidez y de frialdad, de seriedad y de frivolidad, de responsabilidad y de irresponsabilidad, de sensatez y de insensatez, también de irracionalidad, de amor y perversos, de comprensión y de necedad, de carácter y acomodaticios y todos los etcéteras que gusten.

Estos elementos se generan en mayor o menor medida en toda la especie humana, sin embargo, se tiene sus contrarios como lo hemos señalado, respectivamente
y el hombre los ha convertido en valores y también en disvalores, contravalores o valores negativos.

De esta suerte ha calificado como valiosos a ciertos elementos tomando en consideración a aquello que enaltezca, acreciente, enriquezca, lo estricta y positivamente estructurante. Y como negativos o no deseables, aquello que lo denigra, lo envilece, lo deteriora, la daña, lo castra.

Ya sabemos que el bien y el mal son conceptos totalmente subjetivos, cuenta habida de que varían según el tiempo, el lugar, el entorno socio cultural, el fanatismo religioso, o la supina ignorancia.

La experiencia adquirida en nuestras vidas es similar en algunos casos o totalmente disímbola en otros y cada quien habla de la fiesta como le fue en ella. Sin embargo hay ciertos elementos constantes en ciertos bípedos implumes que no dejan de llamar la atención, sin perjuicio de la rechifla, la censura, el desprestigio que les cae, abierta o veladamente, cuando los manifiestan, cuando los hacen patente y me refiero a la estulticia de aquellos que se creen merecedores de todos los privilegios del mundo, de todas las atenciones de los demás, de todos los reconocimientos habidos y por haber, me refiero a la jactancia, ya que jactarse significa presumir de algo que uno tiene o se atribuye, sea o no motivo de enorgullecimiento . Hablo del pedante, quien es el engreído, que hace alarde inoportuno de sus conocimientos; del chocante, quien es el raro, sorprendente, extraño, extravagante, grotesco; del fatuo, quien deviene en necio, tonto; del presumido, quien no es otro que el creído, fatuo, petulante, engreído, hinchado, presuntuoso, vanidoso, jactancioso; en suma, en la costa se dice de alguien que se cree o se siente “la bala que mató a Kennedy” y como contraste tenemos, por fortuna, las antípodas en los individuos quienes a pesar de sus reales merecimientos, se muestran sencillos, personas fáciles, asequibles, sobrios, discretos, francos, sinceros, claros, directos, evidentes, afables y espontáneos.

Es obvio que personas así gozan del aprecio y el reconocimiento de sus coetáneos y contemporáneos.No se andan pavoneando como algunos simples y estultos que por una mínima actividad elemental ya sienten ser poseedores de la piedra filosofal y sabedores del desiderátum del hombre sobre la tierra.

Ergo no hay nada mas congruente, sano, profiláctico, valioso, deseable, admirable, reconocible, plausible, estimable, que la sencillez en las personas. No el simplismo; al margen de sus merecimientos artísticos, científicos, profesionales, o de cualquier índole, la sencillez la encuentro como una virtud de los verdaderamente grandes de espíritu. Lo mas ajeno a la mezquindad y a la soberbia.

De ahí que debemos reconocer en nuestros actos, so pena de caer en la estulticia de la fatuidad, los elementos de la sencillez, de la discreción, de la amabilidad, de la generosidad, de la comprensión, del amor y del perdón (no olvidemos que el que todo lo comprende, todo lo perdona), y no nos quita nada. O usted, sencillo lector, ¿qué opina?



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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