Igualmente diferentes

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Por Fernando Reyes Baños

Con frecuencia nos hemos topado, de un modo o de otro, con expresiones del tipo “¡Todos los hombres son iguales!” o “¿Quién entiende a las mujeres?”, como parte de una conversación que escuchamos, quizá, cuando pasamos cerca de otras personas, cuando disfrutamos de algún programa en la televisión o video en la Internet o cuando, incluso, estamos conversando nosotros mismos, relajadamente, con alguien más y de pronto, cuando el clímax de lo discutido se acerca al momento más álgido, termina por infiltrarse alguna de estas expresiones, casi siempre como el último eslabón en la conversación, como si fuera una máxima cuya enunciación representara el martillazo de un juez que, de manera irrefutable, cerrara el caso, de ordinario, dándole la razón a quien la exclama.

Parece fácil afirmar que tales expresiones resultan de hacer generalizaciones que, evidentemente, no reflejan la realidad de quienes integran nuestra sociedad y que su consideración, como “verdades sociales irrefutables”, sesgan la concepción de quienes conciben así a cada ser humano, ya sea hombre o mujer, al suprimir, categóricamente, su singularidad, pero… la realidad, nuevamente, impone a nuestra comprensión la complejidad que suele caracterizarla, ya que aun cuando actualmente sean muchas las voces que claman por la diversidad de los seres humanos, también es cierto que, todavía, hay quienes se atrincheran detrás de generalizaciones semejantes, apelando que su experiencia, todo lo que “les ha tocado vivir” hasta ahora, justifica las categorías que usan para dar sentido a su mundo.

Sobre este tema, justamente, me encontré esta semana con una carta escrita por un antropólogo físico, especializado en antropología del comportamiento y sexualidad humana, que describe maravillosamente la cuestión anterior. A continuación, comparto aquí un fragmento de la misma:

“No es cierto que todos somos iguales, somos muy distintos, incluso somos distintos a nosotros mismos dependiendo del lugar, del momento, de la situación en que nos encontremos, de quiénes estén o no al lado nuestro: somos diversos entre la diversidad... Y que uno sea heterosexual, bisexual, transexual, homosexual o partícipe de cualquier otra cualidad sexual o erótica, no nos hace, per se, ni mejores ni peores personas. En lo único en que todos somos iguales es en que podemos ser amorosos y detestables, bellos y horrendos, cómplices y adversarios, según quien nos mire, trate o analice, y según desde dónde y para qué nos califique…No, no somos iguales aunque sin duda entre todos debemos luchar por conseguir los mismos derechos, igualdad legal y aceptación de las diferencias —incluso reconozco que algunas personas deben tener derechos especiales (ciegos, parapléjicos, minusválidos en general… pero nadie más)—, porque sólo así cada uno puede fortalecer su autonomía y es en la consolidación de nuestras respectivas autonomías que conseguiremos ser libres: todos debemos conquistar el derecho a ser sujetos sociales que se arriesgan a vivir lo más plenamente posible y a dar la mano, abrazar y cobijar, apoyar y festejar a quienes aman o dar la espalda o ni siquiera voltear a ver a quienes no ocupan ese preciado rincón en sus afectos, pero sin por ello agredirlos, devaluarlos, insultarlos; como nos recordaba Cuco Sánchez: no somos moneditas de oro para caerles bien a todos.” X. Lizarraga (comunicación personal, 5 de noviembre, 2015).

En este caso, el autor hace hincapié en la diversidad y por qué no es cierto que todos los hombres (y, por ende, tampoco las mujeres) seamos iguales. El dato curioso es que el autor de la carta está dirigiéndose a una activista sexo-política, por lo que, sin atender al resto del contenido de la misiva, es posible intuir que, aun entre expertos, el diálogo claro y esclarecedor siempre será una apuesta segura para que sigamos avanzando en el camino hacia la equidad.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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