Transformar para educar

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Lic. Raúl Nogueda Salas y Psic. Fernando Reyes Baños

El maestro Muños Cota, en su decálogo del orador, afirma que la misión superior del ser humano radica en su búsqueda constante para transformar (y transformarse) con el propósito de mejorar en algún sentido. Esta idea expresa, desde mi punto de vista, la esencia de lo que el docente hace, cotidianamente, en las aulas escolares. ¿Por qué transformar (y transformarse)? Porque nuestra labor tiene que ir mucho más allá de sólo transmitir conocimientos, y por supuesto, de sólo preparar a los estudiantes para acreditar materias que requieren, por mínimo, “pasar” para poder concluir su semestre escolar. El hecho de que muchos estudiantes al término de un proceso académico acaben con muchas dudas acerca de la utilidad que tiene el conocimiento recién adquirido, supuestamente para ejercer su profesión, parece denunciar inequívocamente la necesidad de entender a cabalidad lo esencial de la práctica docente.


Que busquemos transformarnos como docentes para lograr, al mismo tiempo, una metamorfosis cognitiva en nuestros estudiantes que les permita nutrirse efectivamente de la experiencia escolar requiere, ciertamente, de un fuerte compromiso personal, pero también de una labor de reflexión. Pensar, por ejemplo, en la titánica responsabilidad que tenemos en nuestras manos al formar a quienes representan, aquí y ahora, el futuro de los profesionistas y ciudadanos que constituirán la fuerza vital de este país, puede hacernos tomar los grandes y pequeños aspectos de nuestra labor con mayor seriedad. Surge entonces la siguiente consideración: “La participación futura de nuestros alumnos definirá, de un modo u otro, el destino de nuestro país, pero a nosotros nos corresponde el mérito de participar, en mayor o menor medida, en la formación presente de quienes están definiendo apenas su proyecto de vida personal”.

En la práctica, a este maestro comprometido con la transformación para mejorar le compete catalizar, en todo momento, la construcción del conocimiento, el desarrollo de competencias y la aprehensión de actitudes y valores en sus estudiantes, tal y como lo exige de hecho, el sistema educativo actual. Convertirse en agente de semejantes procesos implica, casi inevitablemente, una forma distinta de conceptualizar cualquier aspecto que tenga que ver con la práctica docente. Al preparar clase, por ejemplo, el alumno no es ya un número más en la lista de asistencia para el docente transmutado. En este nuevo horizonte conceptual, éste es vislumbrado como un individuo con defectos y virtudes propios, que al ser parte de un grupo escolar, debe ser entendido también en su particular relación con ese marco, caracterizado siempre por la heterogeneidad en su forma de actuar, pensar y sentir.

Si la búsqueda constante para transformar (y transformarse) con el propósito de mejorar es la esencia de lo que el docente hace, ¿Cuál es su motivación? ¿Qué es lo que lo impulsa a buscar ser cada día mejor? Una posible respuesta sería su vocación, esa disposición a enseñar en un salón de clases, sin la cual, el docente comprometido y responsable con su labor dejaría de disfrutar la interacción con sus estudiantes con quienes comparte experiencias, conocimientos, algunas vivencias ejemplares y una que otra ocurrencia. Vocación que le permitirá contagiarse de lo que el maestro Pablo Latapí llamó alguna vez vampirismo intelectual, y que para el docente resultará vital porque sólo de esa manera podrá mantenerse a la moda de lo que ocurre en el mundo de los estudiantes, un mundo colmado de contradicciones y desavenencias, pero lleno a su vez de ilusiones y esperanzas.

Sin esa vocación no tendría sentido intentar transformarnos, y menos aún concebir, la posibilidad de transformar a otros. Intentar cada día ser mejores en lo que hacemos, buscar constantemente estar mejor preparados y dejar nuestra insignia intelectual en cada estudiante para trascender a través de sus logros son consecuencias lógicas, no de quienes piensan que la docencia es para los que son incapaces de ejercer su profesión, sino de quienes piensan que la docencia es la más noble de las profesiones. Por ello, el docente comprometido con la transformación cuestiona, constantemente, cada aspecto del proceso en su totalidad; todos ellos se convierten en objeto de su pensamiento crítico y cuando está haciendo, por ejemplo, una prueba para examinar a sus estudiantes en su mente puede surgir, entre otros, un cuestionamiento como el que Guillermo Michel presenta en su libro Aprende a aprender: “¿Educamos al alumno para la vida o lo preparamos solamente para los exámenes?”.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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