Del mito…

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Por el Mtro. Rodrigo Juárez Ortiz.


Todos sabemos que el fenómeno de la reproducción obedece a un principio natural para el efecto de que no se extingan las especies, razón por la cual, todos los seres vivos estamos dotados de los mecanismos necesarios para cumplir tan trascendental función.

En el género humano los órganos reproductores, y en especial los órganos sexuales, han sido motivo de deificación desde el inicio de nuestra especie hasta nuestros días, díganlo si no el culto fálico en los pueblos primitivos, el culto al dios Príapo, la adoración hacia la fertilidad femenina y los órganos de ésta en todas las culturas (incluyendo las nuestras precuahutémicas), como se manifiesta en la elaboración de algunos panes de la alimentación occidental como los bolillos, las teleras y otros de no menos semejanza con los órganos sexuales humanos y áreas afines.

Es el caso, sin embargo, que por lo que respecta al asunto de la virilidad, esta se pretende evidenciar a través de la progenie extensa y abundante, en el número de féminas que sucumben ante el embate indiscriminado del varón aun cuando éste sea tan deficiente que no sólo no satisface a las diferentes mujeres con las que lo intenta (pero que no logra), sino incluso con su propia pareja. Ello en función de su propia inmadurez y, consecuentemente, de su egoísmo, con lo cual sólo logra satisfacer su libido, pero casi nunca la de su pareja (por eso hay tantas mujeres insatisfechas y, por ende, también tanta infidelidad); sabemos de casos de mujeres que tienen hasta cinco hijos y no saben lo que es un orgasmo (que no es sino una reacción normal al estímulo del sexo); también se pretende demostrar con la ingesta de muy variados productos a los cuales se les adjudican efectos afrodisíacos, los cuales las más de las veces son productos de animales, lo que equivale a su pronta explotación y, por ende, a su inmediata extinción.

Múltiples son los casos, como el del gorila, las criadillas de los toros, los famosos machitos que se expenden en el mexicanísimo taco, víboras en el oriente, y un sin fin de estos comestibles preferidos por quienes necesitan de ello para tener una mayor potencia sexual, que no mayor o mejor efectividad en la satisfacción de su pareja. Lo que no saben es que ninguno de estos productos tiene el efecto afrodisíaco que se les adjudica y sí ponen en serio riesgo la salud de los consumidores, con la consiguiente disminución y, consecuente, extinción de las especies.

Causa alarma, pues, la primitiva y bárbara costumbre de ingerir, deglutir, masticar, tragar, comer, huevos de tortuga, llamadas coloquialmente en nuestra Costa Grande “ampolletas”, sin perjuicio de la carne del quelonio que es verdaderamente devastado en las playas de arribazón de estas especies.

Se argumenta, en forma por demás pedestre, propia de un elementalazo, que ya que está cocinado el producto pues lo válido es consumirlo, pues ya no se le devolverá la vida a estos productos. Es espeluznante saber que en 27 operativos llevados al cabo de julio a la fecha, la Procuraduría de Protección Ecológica del Estado de Guerrero (PROPEG) y la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (PROFEPA) han decomisado 5, 710 huevos de tortuga a lo largo de las costas guerrerenses.

El problema es de educación. De hacerle saber a la gente, a esos impotentes o débiles sexuales que los huevos de tortuga tienen una cantidad inmensa de colesterol, que son difíciles de digerir y que no les aumenta un ápice su potencia sexual. Es así que al no haber consumidores, no habrá depredadores de nidos y de tortugas en capacidad de reproducción, y con ello se disminuirá o terminará este consumo indiscriminado y salvaje de especies en franca extinción en detrimento de la cadena alimenticia animal.

Aquellos que consuman estas especies deben saber que el problema de la disfunción eréctil tiene dos vertientes: es orgánica o psicológica. En el primer caso si hay erección y eyaculación el problema es psicológico cuando hay fallas y si no las hay, el problema es orgánico y ninguno se resuelve con la ingesta de huevos y carne de tortuga. Es pues, necesario, hacer campañas permanentes para abatir la ignorancia y los prejuicios de los necesitados, salvo las honrosas excepciones de siempre, en el sentido de ilustrarlos sobre lo inútil de esta depredación para sus fines mezquinos e inútiles.

Hay que enseñarles a mejorar sus técnicas amatorias, enseñarles a satisfacer a sus parejas, a saberlas motivar, a que sepan que existen los orgasmos múltiples y cómo producirlos, en lugar de pretender “vitaminarse” con huevos y carne de tortuga que sólo aumentan sus enfermedades cardiovasculares. ¡No se vale!

O usted, efectivo lector, ¿qué opina?



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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