La educación olvidada

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Por el Ing. Sergio Amaya Santamaría


Se entera uno constantemente de las calificaciones que alcanza nuestro sistema educativo nacional y es indignante que nuestras autoridades, de cualquier nivel, pero particularmente la Federal, hayan echado al bote de basura tantos años de esfuerzo de buenos educadores que ha tenido México.

Es una pena leer o escuchar las barbaridades que se dicen, propiciadas por una deficiente educación, en algo tan elemental como es nuestro propio idioma. Viendo esto me pregunto si será verdadera aquella anécdota sobre un Presidente de la República, tal vez Plutarco Elías Calles, que en alguna ocasión comentó: “Si quieres mantener sometido a un pueblo, mantenlo en la ignorancia” porque tal pareciera que así lo creyeron nuestros insignes presidentes posteriores quienes, como auténticos zapadores, se pusieron a desmantelar con todo cuidado el edificio educativo que se estaba levantando entre los despojos dejados por la Revolución. En el nombre de una “Educación para todos”, que así debe ser, se creó la Comisión Nacional del Libro de Texto Gratuito, asunto loable desde luego, pero con la finalidad de orientar, aparentemente, al educando por el camino de sus propios intereses. En mis tiempos, es cierto, nuestros padres hacían un gran sacrificio para comprar los libros de cada año; también es verdad que parecía que el monopolio del conocimiento lo tenía un solo autor, no recuerdo el nombre, pero también es verdad que esos textos estaban realizados con cuidado y que uno aprendía a través de la guía invaluable de los maestros. Recuerdo con cariño nuestro libro de lectura. Se llamaba “Poco a poco” y cada uno de nosotros tenía que leer su contenido en voz alta frente a la clase. Durante esta actividad, los maestros nos enseñaban a leer, utilizando los signos ortográficos para que nuestro parlamento fuese entendible. También nos enseñaban a comprender lo leído a través de ejercicios de escritura. Algo similar ocurría con el resto de las materias: botánica, zoología, geografía, historia, civismo, en fin, cada materia tenía su propio libro y su cuaderno especial. En aquellos tiempos no había la enseñanza por áreas, sino por materias.

En algún momento, algún burócrata sentado en su cómodo despacho de la Ciudad de México, tuvo la brillante idea de que todos los mexicanos, de cualquier rancho, población o ciudad, deberíamos estudiar con los mismos libros y sistemas, sobre todo en aquellos días de escaza comunicación en que vivíamos, digamos hace cuarenta años, cuando mis propios hijos empezaban a estudiar a la par de tales cambios. Yo no sé qué motivó que les cambiaran la forma de escritura, de manuscrita a molde (también llamadas “cursiva” y “script”, respectivamente), que ha tenido como consecuencia que a algunos se les dificulte leer la letra “manuscrita”, e inclusive, que a algunos se les dificulte escribir con letra de molde. Antes los maestros procuraban enseñarnos hasta cómo tomar correctamente el lápiz o la pluma para poder escribir con claridad. Hoy ni cuenta se dan si el chamaco toma el lápiz haciendo un nudo con los dedos. Lastimosamente, los resultados son palpables pues al desaparecer la clase de caligrafía, que era la que nos enseñaba a escribir con claridad, nos encontramos con auténticos garabatos de escritura, que al terminar ni el propio autor puede entenderlos.

Esta crisis magisterial que hemos padecido por años tiene que ver, en parte, con la situación que he descrito. Antes, la educación era una vocación de servicio; es cierto que en el pasado, de la Secundaria pasaban a la Normal, y que ahora existe una Licenciatura en Educación, tristemente empero, ésta última opera bajo los nuevos estándares educativos, los cuales han demostrado ser hasta ahora, poco efectivos. Hoy, salvo honrosas excepciones, el maestro es un chambista más. Tengo el honor de haber tenido dos primos maestros rurales del Estado de México y en algunas ocasiones conviví con ellos sus afanes en sus escuelas; a base de mucho trabajo en la comunidad, lograban levantarlas y sacar buenas generaciones de estudiantes. Hoy, retirados, esta brillante estirpe de maestros se ha casi terminado.

Sólo queda esperar que entre la multitud de semieducados, sobresalgan aquellas mentes brillantes que vengan a salvar al país, pues de otra manera estaremos destinados a la mediocridad mundial, como hasta ahora. Démonos cuenta que no puede ser el mismo sistema educativo para un niño de la Sierra Tarahumara, que para uno de la Ciudad de México o de algún rancho aislado en la Selva Lacandona. Todos tienen derecho a la educación, pero cada uno deberá aprender de acuerdo a su entorno y después, poco a poco, irlo introduciendo en la cultura general, esa que se aprende leyendo, esa de que tanto hablamos y muy pocos tienen.

Mi generación ya va de salida, pero se quedan nuestros descendientes a quienes les deseamos un mejor futuro que éste, que se vislumbra cada vez que se hacen las evaluaciones a nivel nacional.

Septiembre de 2007.
Acapulco, Gro.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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