La piedra de Carlos

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Por la Mtra. Paulina Leyva y Lasso*


El otro día, salí de mi departamento y vi en el pasillo a un vecinito que se llama Carlos, él tiene 7 años, estaba jugando sentado y cuando se paró, me di cuenta de que le costaba trabajo caminar, me detuve y le pregunte: “¿Carlos por qué no puedes caminar bien?” y él, sonriente, me contestó: “Es que traigo una piedra en el zapato”, yo me sonreí más y le respondí: “¡Pues quítatela!”, y Carlitos, orgulloso levantó la cara argumentando: “No, porque yo me la puse ahí”.

Me fui todavía con mi sonrisa y con una reflexión más profunda que el dolor de Carlos. Pensaba en cómo los seres humanos sufrimos y, lo peor es que buscamos la forma de hacer la vida más tortuosa, más difícil, más amarga. Y como soy psicoterapeuta, me acorde de mis consultantes, de sus caritas tristes y de sus quejas: “Ya no quiero sufrir”, “Quiero salirme de esa relación que me daña”, “Quiero terminar con este dolor y ser feliz” y, también me acordé de cómo hacen cosas precisamente para no dejar de sufrir. Recordé la de obstáculos que nos ponemos a propósito, de los boicots, de cómo, a veces, sin darnos cuenta, y a veces, con toda conciencia, nos sometemos a un estilo de vida complicado y poco dichoso. Yo creo que la queja de las personas que sufren tiene relación directa con aquello que no quieren (o no pueden) abandonar porque no se sienten capaces. Creo que todos tenemos recursos, solo que no los vemos. Tal vez porque de pequeños, aprendimos que no era “apropiado” expresarlos. Recursos como la rebeldía, tomar riesgos, darse permiso de poseer una identidad propia, enojarse, entristecerse, establecer límites. Y así, aprendimos que no sólo “no es bueno” que los expresemos, aprendimos que si nos osamos a usarlos, alguien a quien amamos, puede dejar de querernos, puede abandonarnos. Y que tragedia. Que tremendo que tengamos que dejar de usar lo que tenemos para crecer como humanos, solo por mantener relaciones que no nos dejan más que lágrimas y un vacío inmenso. Que pena que por miedo a dejar de ser niños, a ser responsables, los adultos no se comprometan a ser ellos mismos, a buscar arduamente aquello o aquellos que brindan paz y armonía.

He visto a muchas mujeres quejarse de que no son felices y cuando les pregunto qué hacen para lograr el estado de dicha, responden con frases que tienen más que ver con “atender” al otro, que con atenderse a ellas mismas. Igual, he visto hombres con un sin fin de dolencias físicas porque traen el dolor atorado en el alma desde hace años y, como les dijeron que llorar era cosa de “débiles y mujeres”, se han aguantado el llanto y este se ha convertido en síntoma físico, porque la emoción sale por algún lado, si no nos damos permiso de expresarla como es, el cuerpo protesta, el cuerpo grita de dolor, pero como es ya, un dolor físico, hay que ir al médico a que me llene de pastillas para sentirme mejor. No nos damos cuenta de que somos un TODO, que los sentimientos afectan al cuerpo y que el dolor físico influye en las emociones.

Yo opto por medicar el corazón. Opto por darle un masajito a los recuerdos dolorosos para que surjan y para que se vayan. Opto por escuchar el cuerpo y los sentimientos. Opto por tener en mi botiquín personal, en vez de frascos con medicina, frascos con dosis suficientes de valor, de seguridad, de fe, de amor propio, de osadía. Esta medicina si cura el alma, con ella, podemos alcanzar ese estado de tranquilidad y plenitud con el universo.

Yo propongo que no gastemos energía en decir que queremos cambiar para ser felices...mejor que empecemos a hacer cosas para lograrlo. Que no lo dejemos para mañana, porque mañana no existe y nadie tiene seguridad de nada, más que de este momento. Que empecemos a darnos aquello que necesitamos y no lo exijamos afuera. Que podamos vernos en el espejo y nos sintamos orgullosos de haber hecho algo grandioso para conseguir el amor que todos necesitamos. Que abramos poco a poco el “baúl de la valentía” mugroso y polvoso de tan escondido que lo tenemos dentro de nosotros. Tan escondido, que no lo vemos.

Nadie puede hacer nada para lograr una sonrisa en tu alma y en tu rostro más que tú mismo. Ejecuta con tu deseo, sigue tus sueños y no decaigas. Tan valioso es lo que sientes, como lo que piensas y temes. Escúchate, bríndate un momento de reflexión a solas y pregúntate: cuántas piedras te has puesto en el zapato y si no es hora ya de sacarlas para caminar, CORRER y gozar de tu vida, como te mereces.

* Paulina Leyva y Lasso es Licenciada en Psicología Clínica, Maestra en Psicoterapia Gestalt y está Diplomada en Terapia de Juego Gestalt y en Orientación a Parejas Gestalt.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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