Por el Psic. Miguel Ángel García Narváez


Las relaciones que establecen los alumnos en un centro educativo de educación básica son de vital importancia para el proceso socializador que cada ser humano debe tener, mas todavía cuando la mayor parte de su tiempo (y de su vida social) transcurre dentro de un aula de clases. Para tener amigos se requiere de una serie de requisitos específicos: ofrecer y saber recibir, saber conversar sobre cosas relevantes o que llamen la atención de los demás y, sobretodo, saber escuchar. Los sentimientos de amistad y de ser parte de un grupo social alimentan la autoestima y un autoconcepto positivo en los estudiantes, provocando un desenvolvimiento caracterizado por un actuar social notable y lleno de seguridad.


El bullying es un fenómeno de violencia interpersonal injustificada, que ejerce un estudiante o grupo contra sus semejantes y que tiene efectos de victimización en quienes lo reciben. Se trata de un abuso de poder entre iguales.

Son cuatro grandes factores que propician el bullying:

El propio sujeto. Su manera de relacionarse con los demás es de forma agresiva
El contexto social familiar. Si el niño ve violencia en casa, se crea la tendencia a repetirla.
La escuela. Los maestros no están preparados para detectar y/o abordar el acoso entre compañeros de clase.
El contexto social general (entre los compañeros de la escuela).


Regresando al contexto escolar, la relación que se establece entre compañeros descansa en el principio de la reciprocidad: “No hagas conmigo, lo que no quieras que te haga”, o de una manera positiva, “Háblame, como quieras que te hable”; dominar este principio no implica tener una capacidad cognoscitiva, sino desarrollar una habilidad social.

A partir de está relación empieza la filiación entre los compañeros de clase, formándose un grupo de referencia, en el cual se tienen normas, reglas y costumbres, que ayudan a la convivencia entre los miembros, pero no siempre estas normas propician una conducta positiva en los individuos porque, a veces, se alejan mucho de las convenciones que el entorno escolar determina, aprendiendo modelos de aprendizaje excesivamente violentos para el trato con los demás.

Uno de los modelos que se aprende es el esquema dominio-sumisión. Éste se aprende en contacto con otros niños a lo largo de las experiencias lúdicas, teniendo un equilibrio entre el dar y el recibir, pero cuando se utiliza como un arma para agredir por parte de un miembro de mayor peso en el grupo (o líder), empieza a ejercer un poder y un control social de sometimiento incontrolado hacia otros miembros, que percibe como débiles o indefensos debido a que no tienen la capacidad de poner un alto (a causa del miedo y/o la sumisión) ante sus impertinencias. El abusador continúa utilizando el recurso de la agresión para manipular y someter, con lo que su percepción de simetría y autocrítica se vuelve cada vez más borrosa y ambigua.

Para las víctimas puede resultar devastador ser objeto de abuso, no sólo físico o psicológico, sino en la estima social por ser considerados estúpidos, débiles o marginados sociales, sin poder convencer a las personas con autoridad que se está minando de manera grosera su dignidad, ya que el agresor con la complicidad pasiva de los otros niños justifica sus actos diciendo que es parte de una broma o que es la víctima quien lo provocó, minimizando la intención de herir y consiguiendo la tolerancia de los adultos.

Un niño que, constantemente, agrede de manera impune a otro, va formándose la idea de que las reglas son para romperlas y que esta actitud genera, al mismo tiempo, prestigio social entre sus compañeros.


Fuente: Ortega, Rosario y colaboradores (1998). La convivencia escolar: qué es y cómo abordarla. Consejería de educación y ciencia: Sevilla.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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