Amor eterno

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Por Guillermo Exequiel Tibaldo

Tantos años derramando frías lágrimas sobre la almohada, amordazada por el silencio provocado por la muerte de mí amado y separada de mi propio refugio: la propia vida que llevaba. Pero ahora los manteles de lino aparecen de nuevo bajo el florero de claveles, como cuando con mi amado despertaba el amor de noches de verano inundándose el hogar de cálida armonía; tal como aquellas veces. Empolvé mis arrugas con los polvos que guardaba en el cajón, entreteniendo mi belleza con futuros aún fantasiosos. Coloqué una vela de cera blanca sobre la mesa, que resplandecía para mostrar la llama de mi antigua belleza y ocultar tras el brillo de su fuego el negro hilo que se quemaba, muy lentamente. Me quité el rosario que mi amado me había dejado y lo dejé justo debajo de la vela, con la delicadeza de uñas teñidas de blanco, como mi piel. Mis labios, ahora rojos por la pintura, dejaron ver la dentadura tan cuidada que tenía, denotando la firmeza de mis dientes en pos de una sonrisa. Y en el otro extremo de la mesa, comenzaba a sentir el calor de mi invitado, que con su suave transparencia eterna exclamaba los rastros jóvenes de mi viejo amor. Y yo, simulando ser igual de joven, le correspondí de amor al fantasma de mi amado, que también me sonreía tal como lo hizo antes de morir.




El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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