Por Zaidena
¡Y la casa! Sus veinticuatro habitaciones con sus respectivos baños, la sala de lectura; de juego; la cocina, la misma en la que Rina desplegaba sus habilidades culinarias de cocinas internacionales.
Todo lo que Rina hacía era excelente; sus bocadillos, sus postres; y pese a sus cualidades tenía la humildad de los grandes: siempre silenciosa, cabizbaja, taciturna, sólo sus manos tenían el vuelo del ave y la agilidad del gato. Sus movimientos eran felinos, parecía que no caminaba, que se desplazaba sobre el piso sin siquiera tocarlo.
La lluvia caía cada vez más fuerte. Braulio iba en silencio debido a su absoluta concentración. Zaira, su esposa, estaba a su lado, pero casi ni respiraba del susto que tenía. Él la miró y sonrió entre dientes. “Tendría que llover siempre, así no hablaría. Es la única manera de mantenerla callada y sin pelear”, pensó Braulio.
¡Cómo habían cambiado sus vidas! Cuando estudiaba medicina y eran novios era la más maravillosa de las mujeres: comprensiva y cariñosa. Después se recibió y a los pocos meses se casaron. Al año nació Simón y luego, poco a poco, la vida los fue dotando de comodidades y lujos, pero ella siempre quería más, un poco más. Las peleas eran la comida diaria.
Hasta que un día dejaron de pelear. Ahora, después de casi 20 años de casados, simplemente se ignoraban. Eso estaba bien, no le producía ni angustias ni ansiedades. Sólo lo otro lo tenía mal, ¡si no fuera por eso!
Saúl y Dina ya habían llegado. Hacía una hora que estaban en el salón disfrutando de un whisky en las rocas y de un café a la turca, que era la especialidad de Berta.
Todos reían del día que Dina le tuvo que sacar la muela a Dolores, la mucama de la casa, porque el miedo que tenía era tan grande que temblaba como una hoja.; desde ese día, Dolores no le habló más a Dina, sólo se limitaba a bajar la cabeza cuando la veía. El susto continúa, decía Berta, y reía, con una risa tan cristalina y pura, que tentaba a quien la oyera.
Saúl miró a Dina y le dijo entre risas:
__ ¡Todos te tienen miedo y a todos dejás con la boca abierta! Los cuatro rieron de su ocurrencia.
Jano estaba serio y Berta le preguntó qué le preocupaba.
__ Me preocupa que no lleguen Braulio y Zaira. Ya deberían estar acá.
De eso estaban hablando cuando se divisaron las luces de un auto que entraba por el parque.
__Llegaron. Dijo Saúl y salió a su encuentro. Dina lo siguió presurosa hacia la puerta, pero ya estaba ahí Dolores, siempre servicial, siempre sumisa y seria, pero atenta hasta del más mínimo detalle.
Cuando Jano y Berta se casaron necesitaban de una persona de confianza para que les manejara la casa y, más que nada, para que se quedara con Berta mientras él viajaba. Los años pasaron y Dolores fue siendo casi un miembro más de la familia, hacía ya 25 años que estaba con ellos. Había venido de Entre Ríos cuando tenía 28 años. Era taciturna y seria como ahora. Un día golpeó a su puerta: no tenía currículo ni referencias, pero Berta vio sus ojos tristes que pedían auxilio y, sin más, la contrató. Al poco tiempo, le dijo que algún día le contaría por qué escapó de Entre Ríos… pero nunca más habló de ello. Nunca llamó a nadie. Nunca nadie la llamó. Nunca Berta preguntó. Coralia, la hija de Jano y Berta, la amaba. Le decía “mamina” y recalcaba a todos que era la abuela que nunca tuvo (aunque la quería como tal).
Llovía copiosamente. Era tarde pero tenían que llegar. Jano y Berta los habían invitado a pasar un fin de semana en su casa de campo y nunca se les podía decir que no a ellos.
Eran los anfitriones ideales. Su casa era un despliegue de lujos y comodidades. El casco donde estaba la casa ocupaba catorce hectáreas. El parque era espectacular. Las flores eran un arco iris de colores, perfumando todo a su alrededor. Los álamos bailaban al compás del viento y su silueta se movía, formando dibujos que movilizaban la mente del que los miraba. Los alerces se daban la mano. Los pinos se erguían orgullosos como despreciando a sus vecinos y los sauces llorones, riéndose de su sensibilidad.¡Y la casa! Sus veinticuatro habitaciones con sus respectivos baños, la sala de lectura; de juego; la cocina, la misma en la que Rina desplegaba sus habilidades culinarias de cocinas internacionales.
Todo lo que Rina hacía era excelente; sus bocadillos, sus postres; y pese a sus cualidades tenía la humildad de los grandes: siempre silenciosa, cabizbaja, taciturna, sólo sus manos tenían el vuelo del ave y la agilidad del gato. Sus movimientos eran felinos, parecía que no caminaba, que se desplazaba sobre el piso sin siquiera tocarlo.
La lluvia caía cada vez más fuerte. Braulio iba en silencio debido a su absoluta concentración. Zaira, su esposa, estaba a su lado, pero casi ni respiraba del susto que tenía. Él la miró y sonrió entre dientes. “Tendría que llover siempre, así no hablaría. Es la única manera de mantenerla callada y sin pelear”, pensó Braulio.
¡Cómo habían cambiado sus vidas! Cuando estudiaba medicina y eran novios era la más maravillosa de las mujeres: comprensiva y cariñosa. Después se recibió y a los pocos meses se casaron. Al año nació Simón y luego, poco a poco, la vida los fue dotando de comodidades y lujos, pero ella siempre quería más, un poco más. Las peleas eran la comida diaria.
Hasta que un día dejaron de pelear. Ahora, después de casi 20 años de casados, simplemente se ignoraban. Eso estaba bien, no le producía ni angustias ni ansiedades. Sólo lo otro lo tenía mal, ¡si no fuera por eso!
Saúl y Dina ya habían llegado. Hacía una hora que estaban en el salón disfrutando de un whisky en las rocas y de un café a la turca, que era la especialidad de Berta.
Todos reían del día que Dina le tuvo que sacar la muela a Dolores, la mucama de la casa, porque el miedo que tenía era tan grande que temblaba como una hoja.; desde ese día, Dolores no le habló más a Dina, sólo se limitaba a bajar la cabeza cuando la veía. El susto continúa, decía Berta, y reía, con una risa tan cristalina y pura, que tentaba a quien la oyera.
Saúl miró a Dina y le dijo entre risas:
__ ¡Todos te tienen miedo y a todos dejás con la boca abierta! Los cuatro rieron de su ocurrencia.
Jano estaba serio y Berta le preguntó qué le preocupaba.
__ Me preocupa que no lleguen Braulio y Zaira. Ya deberían estar acá.
De eso estaban hablando cuando se divisaron las luces de un auto que entraba por el parque.
__Llegaron. Dijo Saúl y salió a su encuentro. Dina lo siguió presurosa hacia la puerta, pero ya estaba ahí Dolores, siempre servicial, siempre sumisa y seria, pero atenta hasta del más mínimo detalle.
Cuando Jano y Berta se casaron necesitaban de una persona de confianza para que les manejara la casa y, más que nada, para que se quedara con Berta mientras él viajaba. Los años pasaron y Dolores fue siendo casi un miembro más de la familia, hacía ya 25 años que estaba con ellos. Había venido de Entre Ríos cuando tenía 28 años. Era taciturna y seria como ahora. Un día golpeó a su puerta: no tenía currículo ni referencias, pero Berta vio sus ojos tristes que pedían auxilio y, sin más, la contrató. Al poco tiempo, le dijo que algún día le contaría por qué escapó de Entre Ríos… pero nunca más habló de ello. Nunca llamó a nadie. Nunca nadie la llamó. Nunca Berta preguntó. Coralia, la hija de Jano y Berta, la amaba. Le decía “mamina” y recalcaba a todos que era la abuela que nunca tuvo (aunque la quería como tal).
1 Comentario:
Vaya !!! Esta historia del hombre de negro ya me atrapó. Tiene varios personajes con sus características propias, una imagen muy sugestiva al inicio (la de una mujer, al parecer, observando la ventana, como si esperara ...), y la historia de Dolores, que aún no nos comenta su autora haciendo más sabrosa la receta. Espero la continuación. Gracias a Periplos y a Zaidena por su relato !!! Hugo
Periplos en red busca crear espacios intelectuales donde los universitarios y académicos expresen sus inquietudes en torno a diferentes temas, motivo por el cual, las opiniones e ideas que expresan los autores no reflejan necesariamente las de Periplos en red , porque son responsabilidad de quienes colaboran para el blog escribiendo sus artículos.
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