Avaricia

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Por Guillermo Exequiel Tibaldo


Eras sus manos, no lo dudo. Solo las suyas eran ásperas como la arena en los golpes y suave como cristal en las caricias. Si, eran las de ella, su olor las delataba.

Enseguida sintió mucha pena porque ya no quería verlas, esos dedos femeninos tan curvados como todo su cuerpo. Ya no las deseaba. Eran como el pan viejo, demasiado duras, demasiado venosas.

Pero sus anillos. Le gustaban sus anillos. Lástima que no quiso dárselos enseguida; sin embargo los tenía ahora a unos cuantos pasos, sobre la mesa, aunque quitarlos de sus arrugados dedos fuera otra cosa. Le producía escalofríos, parecían soldarse con más fuerza cuanto más se los deseaban, cuanto más rápido se los quería quitar.

Pero no le preocupaba. Al fin y al cabo, después de un par de días, la carne que se corta se ablanda, la mano termina cediendo. Parece tan fácil y oportuno, que le viene como anillo al dedo. Aunque ahora, ya no tenga manos.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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