Por Sergio A. Amaya S.


Los días pasaban rápidamente, pues Fray Michel ocupaba las mañanas en ayudar en la enfermería, haciendo sangrías, aplicando emplastos, limpiando las llagas purulentas a unos o dando consuelo a otros, en poco tiempo se había ganado el cariño y la confianza de los enfermos, quienes pedían que los atendiera el Monje de la Cruz, referencia que hacían a la cruz blanca que tenía bordada en su hábito negro. A medio día se retiraba a la huerta, a revisar sus plantas y a impartir sus instrucciones a sus ayudantes, monjes jardineros.

_Hermano Serafín, _le hablaba a un monje de edad avanzada_ por favor, cuidad estas plantitas de hierbabuena, deben estar muy limpios sus terrenos, pues vamos a ocuparlas en cuanto crezcan un poco; pero decidme, ¿cómo seguís de vuestras reumas?

_¡Ay, Padre Michel!, estas reumas se irán conmigo cuando el Señor se digne llamarme, vosotros los jóvenes no sabéis lo que es andar cargando este viejo costal de huesos, pero en tanto me pueda mover, seguiré sirviendo a mi Señor.

_Sea por Dios, querido Hermano, Él sabrá recompensaros vuestros esfuerzos. Quedad con Dios, Padre.

Fray Michel se dirigió a otra zona de la huerta, donde un monje atendía unas cajas de abejas, de donde obtenía la miel para sus remedios.

_¡Fortunato, Fortunato!, muchacho, tened cuidado con esos cajones, pues si se enojan las abejas, no habrá remedio suficiente para todos nosotros.

_Perdonadme, Padre Michel, pero me distraje admirando el trabajo de estas abejitas, mirad la perfección de su trabajo. Esto solo puede ser obra de Dios.

_Tenéis razón, Fortunato, la Mano de Dios se ve hasta en sus mas insignificantes seres y con este calificativo no menosprecio a las abejas, me refiero a su pequeñez y mas me admira que el producto de su empeño sea para bien del hombre. Dios es grande y misericordioso.

_Amén, _concluyó el Novicio.

Fray Michel siempre llevaba un cuaderno y un devocionario en las manos, así como una pluma y un tintero atado a la cintura, pues siempre anotaba las plantas que se estaban produciendo en la huerta y, de ser posible, elaboraba algún dibujo de la planta en particular, lo que le servía al momento de describirla en el libro de registro de la Botica. Al sonar las campanas del medio día, llamando al Ángelus, dejaba lo que estuviera haciendo y se ponía de rodillas y uniendo las manos se entregaba al rezo de las oraciones a la Santísima Virgen, dando gracias a Dios por todos los dones que le regalaba. A imitación del monje, sus ayudantes también se ponían de rodillas y juntos hacían las oraciones correspondientes.

Poco después del Ángelus se encontró con Fray Tomás, su ayudante y juntos caminaron entre las plantas y los árboles frutales.

_Mirad Tomás, que debéis de conocer cuándo una planta está en tiempo de ser cosechada, pero no solamente cuando la sintáis madura. Debéis conocer en qué tiempo y momento debéis cortarla. La hierbabuena, por ejemplo, deberéis cosecharla antes del alba, para que el rocío de la mañana ayude a obtener los mejores jugos de la planta. Otras plantas, como la ruda, debéis levantarla cuando el sol esté caliente, pues ello ayuda a mejorar los efectos de la hierba al aplicarla al enfermo.

Así siguieron caminando, el Maestro enseñando al alumno los secretos de la herbolaria, lo que este memorizaba, pues tenía la secreta ambición de convertirse en el heredero del cargo de Boticario del Hospital, pues bien sabía que Fray Michel debería regresar a su casa en cuanto pasara la urgencia de sus servicios. El joven se daba cuenta que Fray Juan de Jesús, encargado del Hospital, le observaba en su desempeño, pues buena falta hacía en el hospital un Boticario de planta.

Después de asistir al refectorio, Fray Michel notificó a Fray Juan de Jesús su necesidad de salir unas horas del Hospital, con el pretexto de ir en busca de algunas substancias que no había en la Botica, a lo que el fraile no opuso objeción, quedando Tomás encargado de preparar algunas pócimas, por demás muy comunes.

El monje caminó con rumbo a la Casa Real, le quedaba algo retirada, pero era necesario, pues tenía conocimiento que por el rumbo del Santuario de los Ángeles, adelante de Tlaltelolco, tenía su consultorio un conocido Médico llegado de España, Don Sebastián de Carbajal, converso que había cambiado de residencia a fin de acabar con las maledicencias de sus vecinos castellanos, pero la fama pocas veces se evapora por el simple hecho de cambiar de residencia. A su paso se cruzaba con comerciantes y tamemes que iban y venían de la Plaza de la Merced, llevando una diversidad de mercaderías, o volviendo con sus bestias de carga, libres ya de los pesados fardos. Cuando llegó a la Plaza Principal, eran casi las cuatro de la tarde, casi corriendo siguió por la Calle del Empedradillo con dirección al Norte, paso la Lagunilla y llegó a un grupo de viviendas humildes, de indios naturales, entre las que destacaba una construcción fuerte y sólida, de muros altos y pequeños torreones. El portón estaba abierto y una reja de hierro cerraba el paso al patio, en el vestíbulo que se formaba, del lado derecho se encontraba el despacho del Médico. El monje se dirigió a él:

_Buenas tardes de Dios a vuestra Excelencia, Señor Doctor, soy Fray Michel, Boticario de los Hermanos de la Santa Cruz y, temporalmente, del Hospital de San Lázaro.

_Buenas tardes, hermano, lejos os encontráis de vuestros lugares de trabajo, ¿a qué debo el honor de vuestra visita?

_¿Estaremos en lugar seguro?, no quisiera que oídos extraños nos espiaran. Vos comprenderéis.

_Desde luego, Fray Michel, os invito a saborear una copa de un vinillo que me ha llegado de la Patria, si me hacéis el favor.

Los dos hombres se retiraron al interior de la casa, cerrando temporalmente el despacho el Médico de Carbajal. La casa era espaciosa, con una fuente al centro del patio y varias puertas en la galería. Se dirigieron a unas bancas que estaban en la galería y al fresco de la tarde se sentaron a charlar, en tanto el Médico servía dos copas de rojo vino.

_Y bien, hermano, aquí estamos seguros, podéis hablar con confianza. ¿Quién os ha dado mis señas?

_Fue Fray Juan de Jesús, encargado del Hospital de San Lázaro y quien me comentó que en ocasiones habéis acudido a curar enfermos.

_Cierto es, desafortunadamente está un poco retirado de mi despacho y, por lo general, tengo siempre consultas con los indios de los alrededores, pues si no fuese por mis servicios, poco podrían hacer por su salud.

_Entiendo,… entiendo, y Nuestro Señor Jesucristo os lo premiará, pues bien dijo “Lo que hagáis por uno de estos pequeños, lo habéis hecho por mi”

_Pero no quiero quitaros vuestro tiempo, Excelencia. Como os he dicho, soy Boticario por vocación y he estudiado a los grandes Maestros y he practicado en la preparación de pócimas y medicamentos, mismos que administro a mis hermanos y ahora a los enfermos de San Lázaro, pero yo necesito conocer mas del cuerpo humano y mi propia Iglesia me lo impide, como a vos mismo, pero sé que vuestra merced conoce hermanos que no están bajo la Ley de la Santa Iglesia, que son Médicos y realizan este tipo de estudios. Quisiera conocerlos, si vos lo aceptáis, desde luego conozco los riesgos y os ofrezco mi total discreción.

_¡Caramba, hermano!, me habéis sorprendido, pues yo hubiese pensado cualquier otra cosa, menos lo que vos pretendéis. Es una situación delicada, pues el Santo Oficio tiene oídos en todas partes, ¿cómo sabré que vos no sois un espía?

_Mi propia cabeza estaría en peligro, pues solamente me podréis en contacto con tales Médicos y, si ellos aceptan, solamente yo los seguiré visitando y esta visita quedará solamente como de carácter profesional. ¿Qué decís?

_Dejadme meditarlo, Fray Michel, yo os daré una respuesta en unos días. Haré una visita de trabajo al Hospital y os llevaré mi decisión. Mientras tanto, os haré una receta para que os aliviéis de esa incontinencia urinaria que os atormenta, así, en caso de que me investiguen, mostraré la hoja de consulta y justificaré vuestra presencia en mi despacho. ¿Estáis de acuerdo?

_Desde luego, Don Sebastián y desde ahora os agradezco lo que podáis hacer por mi, pues mi único fin es aprender mas de medicina para ayudar a mis hermanos enfermos.

Llegados al despacho, el Médico tomó una hoja de papel, pluma y tinta y escribió una receta.

“En esta fecha, el Fraile Michel, de la Orden de la Santa Cruz, me ha visitado para atenderle de una Incontinencia de la orina, para lo que le he recetado lo siguiente:

Polvo de Anacahuite y hojas secas de Falsa Damiana, hacer una infusión y tomarla como agua de uso por treinta días.

Por ser el propio Fray Michel, Boticario de la Orden de la Cruz, no tendrá dificultad en conseguir y preparar la pócima recetada”


Don Sebastián de Carbajal
Doctor autorizado por el
Virreinato de Nueva España.

Como ya estaba por obscurecer, Don Sebastián mandó a un empleado a buscar una mula y unos hachones, a fin de que llevara al monje al Hospital de San Lázaro. En esos tiempos no eran seguras las obscuras calles de México, con todo y que el Sereno hacía sus diarios recorridos y encendía algunas lámparas públicas. Así pues, guiado por el sirviente del Médico, que avanzaba en la noche iluminado por un hachón y llevando del cabestro a la mula y el fraile montado en el animal, desandaron las callejas hasta llegar al mencionado Hospital. Los hombres circulaban por el centro de la calle, pues además de los posibles asaltantes, escondidos en las sombras de los edificios, edra común que la gente lanzara sus detritus a la calle por las ventanas, al grito de ¡va el agua!, si el peatón iba descuidado, podría terminar bañado de insanas aguas.

El fraile entró al edificio del hospital y se dirigió inmediatamente al refectorio, donde ya estaban iniciando la Lectura del día. Tomó asiento en su lugar, ante la mirada severa de Fray Juan de Jesús y la curiosidad de Fray Tomás. La cena fue frugal, un plato de lentejas, un trozo de pan de mijo con queso y una copa de vino. Después de hacer su oración personal, Fray Michel dio cuenta de sus alimentos y salió a hacer un recorrido a los enfermos, iba acompañado de Fray Tomás, quien pocas veces tenía la oportunidad de estar cerca de sus Maestros en esta actividad.

_Mirad, Tomás, _dijo el fraile,_ habéis tenido un importante ingreso de enfermos de lepra, pero esto no debe alarmaros. Esta es una enfermedad nueva para los habitantes de estas tierras y sus organismos no han podido responder adecuadamente. Ahora veremos cómo la podéis identificar: La enfermedad tiene tres tipos diferentes de manifestaciones, una se inicia con la aparición de manchas blanquecinas y disminución de la sensibilidad; posteriormente aparecen otras lesiones en forma de bolas o nódulos, las cuales se pueden ulcerar, lo que facilita que se propague la infección a otras partes del cuerpo. Esta es la más grave, es la que presenta lesiones espectaculares e irreversibles. Presenta erupciones cutáneas elevadas sobre la piel, de distinta forma y tamaño, pero característicamente simétricas y que no causan escozor; también se produce la pérdida del vello corporal, pestañas y cejas. Otro tipo de lepra se manifiesta con lesiones de la piel, poco marcadas y más superficiales, que aparecen en forma de zonas blancuzcas y planas, y el enfermo pierde sensibilidad al tacto, ya que la enfermedad ha dañado los nervios. Las lesiones en la piel tampoco causan comezón. El otro tipo presenta rasgos de las dos formas antes mencionados de lepra, y puede evolucionar hacia una u otra de estas dos características. Pueden presentarse otros síntomas como fiebre e inflamación de la piel afectada, de los nervios periféricos o de los ganglios linfáticos, riñones, articulaciones, testículos, y ojos. También pueden producirse lesiones en la nariz, las plantas de los pies, o lesiones en los ojos que pueden llegar a la ceguera.

_Muy importante, Tomás, es que haya limpieza, pues eso ayuda a los enfermos y a vosotros mismos.

El alumno prestaba atención a todo lo que le indicaba Fray Michel, quien a pesar de no tener la preparación médica suficiente, su amor a la ciencia y al cuidado de los enfermos, le mantenía en constante estudio. Luego de atender a los enfermos mas necesitados, los dos religiosos abandonaron la enfermería y se dirigieron a la botica.

Los días pasaban lentamente para Fray Michel, pues siempre estaba a la espera de que apareciera por el hospital Don Sebastián de Carbajal, como lo había ofrecido; en tanto, a fin de mantenerse ocupado y aprendiendo, se dio al estudio de dos importantes libros hallados en la biblioteca del hospital. Era común que existiera una separación entre los Médicos y los Cirujanos, pues estos estaban mas unidos a los barberos. Práctica común en tiempos anteriores era el quemar con aceite hirviendo a los heridos por arma de fuego, para, supuestamente, contrarrestar el envenenamiento por la pólvora. Esto fue así hasta la llegada del Cirujano-barbero Ambroise Paré, quien enriqueció la cirugía con una serie de libros escritos en francés vulgar. Mejoró técnicas operatorias, entre ellas las amputaciones, cosa que interesaba a Fray Michel por la presencia en el hospital, de enfermos de lepra que iban a requerir ser amputados. Substituyó la cauterización vascular, por la ligadura hemostática. Accidentalmente descubrió que la cura de heridos por arma de fuego, era mejor si no se sometía al paciente a la quemadura con aceite caliente. Resulta que en cierta ocasión, relata, “el aceite se terminó, así que dejé sin quemar a algunos heridos. Cual sería mi sorpresa que al día siguiente, los pacientes no tratados con aceite, presentaban mejor aspecto, no tenían dolor ni inflamación. En cambio, los pobres hombre a quien se había sometido al brutal tratamiento de quemadura con aceite, presentaban intenso dolor, inflamaciones y tumoración en las heridas. Desde ese día resolvió nunca mas someter a tal tormento a los heridos por arma de fuego”

Finalmente, después de varias horas de lectura, cuando ya las velas eran casi pavesas, se echó a dormir sobre su jergón, sin dejar de pensar en cómo estaría conformado el organismo humano y la mejor forma de ayudar a su alivio. Si Dios lo permitía, pronto empezaría a conocer de ello.



Cierta mañana, cuando estaba en compañía de Fray Juan de Jesús, revisando a los enfermos, llegaron al jergón de uno de ellos, era un indio joven, con un avanzado estado de la enfermedad y a quien se le habían desprendido dos dedos de la mano, motivo por el cual, Fran Juan de Jesús había llamado al Médico de Carbajal, para que emitiera su opinión de llamar al cirujano-barbero que les daba servicio. El médico llegó, elegantemente vestido y montado en un hermoso caballo árabe blanco, precedido por dos sirvientes armados con picas. El médico se apeó del caballo y fue al encuentro de Fray Juan de Jesús, quien salió a recibirlo.

_Seáis bienvenido, Don Sebastián, gracias sean dadas a Dios, quien os ha permitido acudir a mi llamado.

_Gracias a Dios, querido Padre, que me ha permitido atenderos. ¿En qué puedo serviros?

_Pasad, pasad, Don Sebastián, pues tenemos a un enfermo que ya ha perdido varios dedos de la mano y deseo que vos lo veáis para, si a vos es servido, llaméis al cirujano para que ampute el brazo del enfermito.

_Vamos, hermano, yo os sigo, mostradme el camino. ¡Tú, José!, _dijo a uno de sus acompañantes_ traedme mi maleta.

Los dos hombre se adentraron en la enfermería, el Médico se llevó a la nariz un fino pañuelo blanco, impregnado con el extracto de ciertas hierbas que lo preservarían de ser contagiado. Llegó al lado del enfermo y sin siquiera inclinarse a mirar la mano del hombre, que le era mostrada por el mismo paciente, Don Sebastián afirmó:

_Es como decís, hermano, este hombre necesita los servicios del cirujano, en este momento le enviaré una nota para que se presente con vos a la brevedad posible.

Hasta ese momento el galeno pareció darse cuenta de la presencia de Fray Michel, quien se había mantenido en un discreto segundo plano.

_¡Hola, Fray Michel!, pero si aquí estáis, ¿Cómo sigues de vuestra incontinencia?, ¿ya lo habéis superado?

_Pues superado, mas o menos, pero no olvidado, por lo que pediré a vos, si no tenéis inconveniente, que al terminar esta visita me acompañéis a mi estudio, a fin de que podamos hablar de mis dolencias en privado, si Fray Juan de Jesús lo permite.

_Pero desde luego, Fray Michel, no me habéis comentado de alguna dolencia. Tenedme confianza. Por mi no hay inconveniente en que te reunáis con Don Sebastián, quien es un gran Médico.

Don Sebastián escribió unas líneas en un papel y dio las señas a un Novicio. Quien salió a la carrera en busca del Cirujano que se requería en el hospital. El dicho cirujano atendía una barbería por el rumbo del Templo de la Merced, por lo que en breve tiempo estuvieron de regreso en el hospital, donde fue recibido por Fray Juan de Jesús, quien lo llevó al lado del enfermo, donde se encontraban Don Sebastián y Fray Michel, haciendo algunas curaciones al leproso.

El Cirujano, de nombre Don Sancho, era de semblante rubicundo, de nariz enrojecida por el abuso del vino y abultado vientre, que hacía ver el gusto del barbero por la buena mesa. Se acercó al enfermo y con cierta repugnancia observó los daños sufridos en la mano, sin tocarlo, concluyó que habría que amputar hasta el codo, por lo que pidió que le llevaran una mesa donde colocar al enfermo, quien lo miraba con ojos de espanto, sin comprender lo que decían. Fray Michel, en tanto, le decía palabras de consuelo y lo encomendaba a la protección de Santa María de Guadalupe, para que asistiera al pobre indio en ese trance doloroso.

Cuando el enfermo estuvo postrado sobre la mesa, Don Sancho se colocó un delantal mugriento, extrajo su herramental; dispuesto estaba a intervenir al inocente indio, pero la oportuna intervención de Fray Michel lo detuvo, indicando al galeno que le administraría una pócima que lo haría dormir, a fin de que pudiese resistir el dolor de la amputación; a continuación le administró una tizana de hojas de coca con vino que ya tenía preparada, conociendo la rudeza de los cirujanos comunes; a los pocos minutos el enfermo estaba semiinconsciente. Hizo una indicación con la cabeza al cirujano y éste, tomando una navaja filosa, hizo un corte en la cara posterior del brazo, por el frente cortó hacia abajo, buscando dejar un largo colgajo de piel para cubrir la herida.

Fray Michel no perdía de vista ningún detalle y todo lo almacenaba en su memoria. Se dio cuenta que el cirujano levantaba tres capas y luego una. En tanto iba cortando, Don Sebastián le ayudaba a ir limpiando la sangre que manaba de la herida. Luego de las tres capas levantadas, había una de grasa muy ligera, en seguida unos músculos fibrosos y luego un tendón, el que daba su movimiento al antebrazo y a la mano, cortó éste y quedó al descubierto el hueso, con cuidado buscó las venas y arterias, mismas que ató en dos puntos y cortó por el medio, la mano se empezó a poner blanquecina y el cirujano tomó una sierra de dientes finos, con los que aserró el hueso, después, con un hierro caliente empezó a cauterizar los vasos sanguíneos, hasta que dejaron de sangrar, el olor a carne quemada era nauseabundo, pero los tres hombres estaban concentrados en sus propias ocupaciones; eventualmente, Fray Michel miraba al enfermo, quien hacía ciertos gestos de dolor, como en un mal sueño. Cuando la sangre estuvo contenida, el cirujano limpió la herida con un trapo y empezó a suturar las diferentes capas que había levantado, al final, con el colgajo formado, cubrió totalmente la herida y suturó con finas puntadas; luego envolvió la zona amputada en unos lienzos blancos y dio por terminado su trabajo. El galeno había demostrado tener oficio y práctica en ese tipo de amputaciones. El hombre recogió su instrumental y le indicó a Fray Michel que debería mantenerlo en ese estado durante doce horas, para que al despertar no tuviera tanto dolor. En su propia experiencia tenía que si un amputado no moría al tercer día, tendría muchas posibilidades de sobrevivir a la amputación, comentario que dejó muy inquieto a Fray Michel, quien preguntó al galeno el por qué de ese pronóstico, a lo que el cirujano repuso que era frecuente que se infectaran las heridas y si no se controlaba con los remedios conocidos, aplicando salicina a la herida, substancia obtenida del sauce blanco, nada podían hacer, pues solo quedaba la voluntad de Dios.

Inexplicablemente, siguió hablando Don Sancho, siempre que amputaba una extremidad, durante varios días los pacientes se quejaban de molestias en el miembro amputado. Luego, aparte, pidió a Fray Michel que le diera el secreto de la tizana utilizada, pues era la primera vez que hacía una operación con el paciente dormido y eso le ayudaba a realizar un mejor trabajo. Fray Michel le indicó que en unos días lo iría a visitar a su barbería y entonces podrían platicar. Luego de recibir sus honorarios de manos de Fray Juan de Jesús, el cirujano se retiró y Fray Michel encargó a Tomás que se cuidara de administrar unos sorbos de la tizana en cuanto el enfermo diera señales de despertar, debía permanecer a su lado durante toda la noche, quedando dispensado de asistir a los servicios religiosos.

Cansados como estaban, Fray Michel invitó a Don Sebastián a degustar una copa de vino en su despacho, a fin de descansar y tener unos momentos de tranquilidad para atender su asunto pendiente. Ambos hombres se despidieron de Fray Juan de Jesús y se retiraron al despacho del boticario. Fray Michel extrajo una botella de vino rojo que utilizaba en algunos remedios y sirvió un vaso al visitante y otro para él. Después de un trago, ambos sintieron el cuerpo fuerte de la bebida, su agradable sabor ligeramente afrutado y se sintieron renovados en sus energías.

_Y bien, Don Sebastián, ¿qué noticias me tenéis?, supongo que son buenas…..

_No podrían ser mejores, Fray Michel, pues la mano de Dios es siempre la mejor guía y nos ha mostrado su camino y voluntad.

_Explicaros, por piedad, Don Sebastián, que me tenéis en la angustia….

_Pues el hombre que pensaba yo recomendaros, es Don Sancho, a quien habéis visto operar, creo que pocos habrá en Nueva España, con los conocimientos de este, así que ya he oído que habéis hecho un compromiso con el cirujano, estáis pues en las manos de Dios.

_Pues gracias, Don Sebastián, es para mi un gran consuelo que sea de este modo, pues como bien decís, Nuestro Señor Jesucristo nos lleva de su santa mano. Hágase su voluntad.

_Amén, respondió el médico.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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