Por Sergio A. Amaya S.

José María

Los días de guerra habían sido cruentos, miles murieron, otros quedaron lisiados o casi enloquecidos. La lucha contra los seguidores del usurpador Huerta hicieron que, en algunas partes, se convirtiera en una una guerra de guerrillas; esto dificultaba las acciones de los cuerpos de ejército que estaban actuando de una forma regular en contra del chacal Huerta, pues en algunas ocasiones habíamos tenido qué defendernos de esas mismas gavillas, pues algunas se habían convertido en auténticos salteadores y abigeos. No podíamos descuidarnos y debíamos estar preparados para responder cuando fuésemos atacados, pues las gavillas atacaban y huían en distintas direcciones, sin presentar un frente fijo de batalla. Finalmente el traidor Huerta moriría prisionero en Fort Bliss, en los Estados Unidos, su desmedido afán por la bebida le pasaría la factura.

José María, ya con el grado de Capitán, se encontraba al frente de un Escuadrón de reconocimiento; su fiel asistente, Cándido, ascendido a Sargento por sus muestras de valor y disciplina, siempre acompañaba a José María. Debido al tipo de guerra que estaban enfrentando, las familias habían hecho campamento en las cercanías de Estación Camacho, fuera de la zona de peligro, así es que los hombres que estaban francos, podían descansar unas horas cerca de sus familias.

Sintiéndose ya cansado de la guerra, el Capitán José María pensaba en retirarse a la vida civil; veía venir tiempos difíciles en la vida militar, pues las personas cambiaban de bando continuamente, Victoriano Huerta no aguantaría mucho tiempo mas, no obstante lo estuviera apoyando el Gobierno americano por conducto del Embajador en nuestro país. José María tenía algunos ahorros, producto de su trabajo como caballerango y también, no podía negarlo, de algunos botines logrados en la toma de algunas poblaciones, pero así era la guerra y la vida del soldado. Todo ello le tenía intranquilo, molesto consigo mismo, pues su madre siempre le había inculcado la honradez.

Además, los alrededores de Camacho le parecía un buen sitio para emprender su aventura de criador de caballos, desde luego que tenía que hacerlo de manera oportuna, pues no era remoto que cuerpos de ejército, de cualquier bando, quisieran expropiarle sus caballos, así es que empezaría por construir una casa y empezar a trabajar la tierra, pues además era indispensable para poder tener un buen abastecimiento de forraje cuando fuese necesario.

Así lo había platicado con Enedina, su mujer, muchas veces, cuando reposaban abrasados, tejiendo sus propios sueños, alejados de ese mundo violento y peligroso en que se desenvolvía el militar.

_Cómo ves, vieja, ¿no te gustaría esta tierra pa hacer nuestra casa?, ¿pa criar hartos chamacos?

_Pos la verdá sí, respondía la mujer emocionada. Ya quiero que nos asiéntemos y pos téngamos una casita, que puédanos tener unas gallinitas, unos marranitos que puédanos criar y sí, tener nuestros chamacos; sería bonito ¿Qué no?

_¿Sabes también por qué me cuadra?, pos porque en estas tierras venimos a vivir con mi amá y mi hermano Juan José. No pierdo las esperanzas de jallarlo, sé que eso le agradaría a mi madre, si es que todavía vive. Nomás que se acabe esta bola, tengo pensado ir a buscarlos a Mazapil, preguntando, pues, alguien los ha de conocer, ¿no cres?

En estos sueños se les fueron pasando los días y los meses, mientras tanto, José María miraba los terrenos que le gustaban y se ponía a averiguar de quien eran. Casi toda la tierra era de hacendados, pero en la bola muchos se habían ido al extranjero, abandonando haciendas que fueron destruidas y despojadas por distintas partidas de revolucionarios o de soldados federales. En una de tantas cabalgatas que realizaba con su escuadrón, José María llegó a una vieja hacienda semidestruida, pero en buenas condiciones para ser reparada, tenía unos graneros grandes y en regular estado y una zona de caballerizas que agradó al militar, los alrededores eran tierras que habían sido cultivadas pero se encontraban cubiertas por los matorrales propios de la zona, en completo abandono desde hacía tiempo, eso era lo que la revolución estaba dejando en el campo: miseria y abandono. En una zona, retirada de lo que era la casa grande, había una serie de chozas, también abandonadas; con toda seguridad eran las casas de los peones. Como en un sueño vinieron a su mente escenas de su niñez, cuando estaban en un lugar parecido a este. Eran recuerdos borrosos, confusos, pues él era muy pequeño en esos tiempos, no obstante, el rostro de su madre era imborrable, así como el de Juancho, su hermano….¿donde estará?.....

_Mi Capitán, la voz de Cándido Santoyo lo sacó de sus recuerdos, usté dirá si pasamos la noche aquí o regresamos a Camacho, el Asistente se cuadró militarmente y esperó la respuesta de su superior.

_Que preparen el campamento, Santoyo, organiza las guardias para que no nos vayan a sorprender, que los hombres duerman con sus carabinas junto a ellos; avisa al cocinero que prepare el rancho y cuando te desocupes me buscas, vamos a darle una mirada a esta finca.

El subordinado se retiró a cumplir las órdenes y José María empezó a caminar entre las diversas dependencias de la hacienda abandonada.

Debe haber sido una chula casa, pensaba el muchacho. Meramente igual a la que tenía Mr. Wilkins. ¿Qué no podría ser mía?, aquí me traería a vivir a la Enedina, tendríamos nuestros chamacos y podríamos criar hartos caballos. En aquellas tierras sembraríamos el máiz, las tierras de aquel cerro las dejaría como potrero; cerca de la casa habría un buen alfalfar y la Enedina sembraría sus hortalizas pal diario. Hasta parece un sueño….

Cándido Santoyo se acercó a sacarlo de su ensimismamiento.

_S’órdenes cumplidas mi Capitán, pa que soy bueno…

_Tú eres mi único amigo en esta bola, Santoyo, hemos pasado muchas cosas juntos y nos hemos rifado la vida en varias ocasiones, ¿verdá?

_Mesmamente así ha sido, respondió intrigado el subalterno, usté sabe que le tengo ley, qué, ¿hay algún problema?

_No, Santoyo, al contrario, estaba pensando en ti, en nosotros. Yo ya estoy cansado de andar peleando por quien sabe quien, son la misma gente, pero a veces están con unos y luego los jallamos con otro, Lo único seguro es que sus balas igual nos pueden agujerar el pellejo y no sabemos ni por quien, ¿no te parece?

_No, pos sí, si yo ando en esto es por tenerle ley a usté, mi Capitán, pero si usté se da de baja, pos yo también, ¿pero qué vamos a hacer?, porque los ranchos y haciendas están como esta, todos abandonados.

_Pos por eso, Santoyo, yo voy a hablar con mi General Cervantes, pa ver cómo le hacemos pa quedarnos con esta hacienda, si tú quieres quedarte conmigo, podemos criar caballos. Tendríamos nuestra casa y nuestros chamacos crecerían muy bien, ¿no te cuadra la idea?

_No, pos’taría güeno, pero ¿usté cré que acepten?, taría bien, la tierra ta güena, tendríamos buenos maizales.

_Pos yo voy a hablar con mi General, voy a tratar de convencerlo, total, si hasta la paga anda atrasada, dicen que “entre menos burros, mas olotes”, ¿que no?

_Por lo pronto, hay que estar alertas, no nos vayan a madrugar, pos todavía tiene puertas, pero si no nos apuramos, hasta las vigas se llevan.

Los dos amigos se alejan de la casona, pero su campamento en realidad lo ubicaron entre las casas, para protegerse del viento. Después de cenar, José María se acostó de espaldas al firmamento, era una noche despejada, las estrellas brillaban intensamente y la imaginación del militar lo fue llevando a verse ya en posesión de las tierras y a verse como criador de caballos. En esos pensamientos se quedó dormido y a sus sueños llegó la imagen de su hermano, un hermano que había dejado de ver hacía varios años, cuando ambos eran niños. ¿Cómo será ahora?, ¿seré capaz de reconocerlo? Espero que no haya andado también en la bola y estemos en campos diferentes. No, mi padre que está en el cielo no lo permitiría. Y mi madre ¿qué sería de ella?


Como José María lo pensó, el General Cervantes accedió a la petición de su Oficial, el cual siempre le demostró lealtad y valentía, por lo que no dudó en buscar los apoyos necesarios para que le dieran escrituras de la propiedad a su subordinado. Cuando recibió sus papeles y aceptaron su baja del Ejército, fue un día de fiesta para José María y para Santoyo, al fin se dedicarían a labores pacíficas y podrían vivir al lado de sus familias. José María no dudó ni un instante en ceder parte de la propiedad a nombre de su buen amigo y compañero de armas.

_¡Vieja, vieja!, ven pronto, ¡te tengo una sorpresa!, llegó gritando José María para llamar a Enedina.

La mujer entró por la puerta trasera de la vivienda, llevando un atado de ropa limpia entre los brazos. _¿Qué te pasa?, preguntó angustiada, pensando que algo le habría sucedido a su marido.

_Me pasa que vengo feliz, dijo, abrazando y dando vueltas a su esposa que no sabía qué estaba ocurriendo.

_Tate sosiego, Chema, que así le decía de cariño a su marido, me vas a emborrachar, Tate sosiego.

_Mira, viejita linda, ya se nos hizo, ya no soy mas militar y, además, ya tenemos nuestra tierra para criar nuestros chamacos y unos animalitos, le decía agitando en la mano los papeles.

_Pero qué dices, hombre de Dios, ¿que ya no mas guerra?, ¿Qué ya tenemos unas tierritas pa nosotros solos?

_Eso, eso mismo, vieja. Ven arréglate que te voy a llevar a que la conozcas, te va a gustar bien harto.

La mujer, emocionada, se quitó el delantal y alisándose el cabello salió de la mano de José María, quien con gran facilidad la sentó en las ancas de su caballo, que se encontraba atado a una argolla, junto a la puerta de la casa. Orgulloso y feliz, el hombre cabalgó por el pueblo, repartiendo sonrisas y saludos a quienes se encontraba en el camino. Luego salieron del pueblo y una media hora después, al llegar a lo alto de una loma, vieron en la llanura el casco de la hacienda.

_Mira vieja, todo esto es nuestro ahora, ¿te gusta?, si hasta parece un sueño.

_¡Claro que me gusta!, respondió Enedina, pero ¿es cierto?, ¿no me’stás tantiando? Esto debe costar mucho dinero. Pos qué hiciste, hombre de Dios.

_Claro que no, vieja. Entonces le explicó lo que había hecho y le mostró los papeles que lo acreditaban como dueño de las tierras y las casas. Paso a paso descendieron de la loma y se fueron acercando a la casa grande. Se apearon del caballo y recorrieron tomados de la mano, cada una de las dependencias de la casa.

_A partir de mañana traeré unos peones para que empiecen a limpiar todo, voy a conseguir algunos albañiles para hacer las reparaciones y buscaré quien nos haga algunos muebles, pues quiero que lo mas pronto posible nos véngamos a vivir aquí, ¿te cuadra?

_Ta preciosa la casa, Chema y el campo muy bonito, aquí atrás de la casa voy a sembrar pa tener chiles y frijoles, jitomates y calabacitas. Todo lo que necesítemos pa que nunca nos falte qué comer. Gracias Diosito, dijo mirando al cielo.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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