Por Sergio A. Amaya S.


Don Artemio

En El Venado hay una escuela, la que es atendida por Don Artemio, un cincuentón viudo que vive en La Concha y diariamente viaja para atender su trabajo. Hombre bonachón, cariñoso y enérgico con los niños, los ve como si fuesen sus propios hijos y les dedica toda su vida. Haciendo grandes esfuerzos, toma algunos centavos de su flaco sueldo para hacer pequeñas reparaciones en la escuela, para comprar gises y sillas para sus niños y lucha denodadamente con los padres para que accedan a enviar a los chamacos a la escuela, para que cuando sean mayores tengan mas oportunidades de ser gente de bien y vivir mejor. Se baja del destartalado camión que hace el recorrido entre Concepción del Oro y Mazapil, dando tumbos en la dura terracería, siempre cargando cuadernos y libros y alguna golosina para premiar a sus niños.

Los padres lo quieren y aprecian su esfuerzo, de manera que se cooperan para darle de comer al viejo Maestro. ¿Cuánto tiempo hace que Don Artemio llegó al pueblo?, muchos años. En aquellos tiempos, la escuela era una enramada con una silla y un escritorio viejos, nadie se ocupaba de hacer nada por mejorar aquello, si acaso iba algún maestro, no duraba mas de dos semanas y no volvían mas, pero este hombre es diferente, reunió a los padres y les convenció de que había que hacer una escuela digna para sus hijos y con sus propias manos se dio a la tarea de edificarla, junto con los padres que iban dando jornadas de trabajo y adobes que fabricaban ellos mismos. Alguien trajo unas vigas de mezquite para hacer los cerramientos y recibir las tabletas del techo, otro trajo las propias tabletas y en poco tiempo se tuvo una escuela grande, con dos salones y una pequeña oficina, donde Don Artemio se pone a calificar los trabajos de los alumnos y a seguir soñando con niños convertidos en hombres que cambien la situación de esos pueblos polvorientos.

El siguiente paso fue hacer bancas provisionales, en tanto se podían hacer pupitres mas adecuados para los niños. Un día llego el Maestro y del portaequipajes del camión bajaron un gran pizarrón, no era nuevo, pero era el mejor adorno para su escuelita, ya podía enseñarles a los niños de forma mas gráfica, llevó gises de colores y les hizo un bello dibujo de una palma datilera y unos niños jugando al pie de ella. Los chicos quedaron maravillados.

Ya por la tarde, cuando el Maestro se queda solo y se dispone a regresar a su casa, Artemio se queda mirando con nostalgia su escuela.

_¿Qué le pasa, Don Artemio, soñando? –La pregunta se la hace un vecino del lugar que mira al profesor sin que éste lo perciba.

_Siempre soñando, Isaías, pues el día que deje de soñar, será que he empezado a morir. Tú te acuerdas cómo estaba esta escuela cuando llegué y aunque mis compañeros me decían que no valía la pena, yo siempre soñé con tener una escuela bien construida, donde los niños se sientan a gusto y orgullosos de su escuela. Gracias al esfuerzo de otros padres soñadores, tú mismo fuiste uno de ellos, ahora tenemos una escuela digna. ¿No te parece?

_Tiene toda la razón, Profesor, si usted no nos hubiera tenido fe y nos hubiera contagiado de ese entusiasmo que lo identifica, seguiríamos teniendo un tejabán por escuela y, tal vez, sin alumnos, pues no había Maestro que durara.

_Hace ya mas de treinta y cinco años que llegué a este lugar, -continuó el Mentor- recién me había casado y mi mujer estaba tan ilusionada como yo. Pero ya ves, tuve la desgracia de perderla al quedar embarazada y no pudo ver nuestro sueño hecho realidad, -los ojos del viejo se enturbiaron y sacando su pañuelo se los secó- su recuerdo me ha dado fuerza para llevar a cabo nuestro sueño. Por estos dos salones han pasado cuatro o cinco generaciones de muchachos, algunos ya son hombres; unos pocos han continuado sus estudios en La Concha, pero no pierdo la esperanza de que alguno nos dé la sorpresa y se vaya a estudiar a Zacatecas…..

_Caramba, Profe, usted sí que nos hace soñar, ¿se imagina?, que de estos pueblos de tierra y sol salga un profesionista…. Pero está difícil, pues en cuanto crecen y tienen que llevar dinero a sus casas, pues tiran pa’l norte, a buscar los dolaritos, esta última frase la dice mientras hace un significativo movimiento con sus dedos-

_Espero en Dios, Isaías, que nos dé vida para verlo, de cualquier manera, yo seguiré trabajando para impulsarlos al estudio, alguno se dará cuenta de que, estudiando, tendrá mas oportunidades de hacer dinero en su propio país. Pero, se me hace tarde, el camión está por pasar y yo debo llegar a La Concha, pues debo comprar algunos materiales para tenerlos mañana temprano. –El Maestro se aleja, diciendo adiós a su interlocutor.

Aunque las noticias tardan en llegar a La Concha, Artemio se ha enterado por los periódicos que llegan de la Capital, de las grandes obras que ha realizado el Lic. Miguel Alemán, Presidente de la República, entre otras, la Universidad Nacional y piensa que, difícilmente, alguno de sus alumnos tendrá la oportunidad de conocerla, tal vez algún alumno de las escuelas de Zacatecas, pero de los pueblos y rancherías, en muchos años no podrá ser.

Cómo estudiar, cuando no hay un sitio cómodo donde hacerlo, con los niños sentados en troncos, bajo un árbol, sin un pizarrón donde exponer, de manera gráfica las materias, para la mejor comprensión de los niños; esta situación que él mismo vivió, sigue prevaleciendo en la mayoría de las rancherías de la región. Ningún Gobernador, ningún Presidente Municipal, tienen interés en que el pueblo se eduque, no ha habido uno solo que se preocupe por impulsar la educación, tal vez sea cierta aquella frase que le achacan a uno de nuestros próceres de la Revolución: “Si quieres tener dominado al pueblo, mantenlo en la ignorancia”; aquí solamente se busca gente para trabajar en las grandes haciendas y minas de la región. La reforma impulsada por el General Lázaro Cárdenas, ha sido letra muerta en estos lugares, donde si le dan unas hectáreas a un campesino, solo se le está destinando a la miseria, a morir de hambre en estas tierras resecas, donde sólo crecen cactus, gobernadora y lechuguilla.

Artemio está en su casa, leyendo los periódicos de hace tres días, que es el atraso con que llegan a La Concha. Su humilde morada, está espartanamente amueblada, sobre una cómoda, el retrato de su difunta esposa le acompaña y el viejo, todos los días le platica al retrato las cosas que le inquietan.

_Cómo ves, Victoria, el Presidente Alemán ha hecho grandes obras, pero casi todas en la Ciudad de México; -le comenta a la fotografía- sí, pues, ha hecho algunas carreteras y eso está bueno, pero que se acuerde de las escuelas, pues de qué nos van a servir tantas carreteras si nuestros chamacos van a crecer sin saber la O por lo redondo, eso no está bien. -Meneando la cabeza, Artemio toma un trago de café negro- Ya ves, vieja, si no ha sido por nosotros, que digo nosotros, por ti, querida Victoria, nunca se hubiera realizado la escuela de El Venado, y ya ves, nos ha quedado bonita, ¿no te parece? Si yo pudiera ponerle nombre a la escuela, se llamaría La Victoria, primero por ti, vijita, y luego por todo el pueblo, pues no se puede negar que han luchado denodadamente para lograrla. Ya viste las bancas tan bonitas y cómodas que nos hizo Don Andrés, y nada mas fue verlas de unas hojas que yo llevé. ¿Viste la carita de felicidad de los muchachos?, y la cara de satisfacción de los padres, nada mas por eso, vale la pena el esfuerzo. Ya hará sus buenos diez años que se hicieron las bancas y todavía están como nuevas, no cabe duda que lo que cuesta, se cuida con cariño. Ahora ya la escuela nos queda chica, pues ya tenemos mas alumnos, yo quiero hacer otro salón y los padres están puestos, pero me hace falta un Maestro que me ayude, pero los muchachos que están saliendo son muy comodinos, mal están terminando y ya quieren ganar sus buenos pesos. La vida del Maestro, cuando menos en México, es una vida de pobreza, por ello se requiere tener vocación y cariño a los niños y, además, -dijo sonriendo- tener una mujer como tú, mi amada vieja, que sepa impulsar al hombre para entregarse con pasión.

_Pero, con otro salón o sin él, yo tengo que seguir luchando, sigue platicando al retrato, lograr abrir esas cabecitas y hacer que germine la semilla del conocimiento y la inquietud de saber mas; si uno de ellos se va a Zacatecas a hacer la Preparatoria, ya sentiré que he cumplido con mi deber y entonces podré morir tranquilo, aunque espero que antes de eso pueda conseguir que la Secretaría me mande un Maestro para que me auxilie. En las próximas vacaciones, cuando termine el curso y tenga mis reportes listos, haré un viaje a Zacatecas y trataré de hablar con el Secretario, para ver si se le mueve el corazón y me cumple esa necesidad, aunque ya sé lo que me dirá: “Mira Artemio, haz tu solicitud y la mandaremos a México, pues ya sabes que aquí no podemos resolver nada; si me pides un Maestro rural, pues entonces te pondremos en la lista y cuando salga otra generación de la Normal, veremos si alguno se quiere ir a enterrar contigo a ese rancho. ¿Te parece?....je. je. Je….” No, vieja, ni para qué voy a hacer corajes, vamos a ver qué tanto puedo yo solo, tendría que dar unos grupos por la mañana y otros por la tarde, pero mientras me queden fuerzas, lo voy a hacer…¡faltaba mas…!

Artemio, después de lavar los trastos utilizados en su frugal merienda, se acuesta, pero sigue soñando en su escuelita y en esos sueños, donde siempre lo acompaña su amada Victoria, el Maestro se queda dormido.

Don Artemio había nacido en Guadalupe, pueblito cercano a Zacatecas. En su tiempo, aún cuando la Constitución ordenaba una educación laica y gratuita, las primeras letras las aprendió en la Parroquia del Pueblo, pues eran escasas las escuelas públicas fuera de las grandes ciudades; posteriormente terminó la Primaria en la ciudad de Zacatecas. Para asistir a clases, Artemio viajaba diariamente en un viejo autobús con carrocería de madera. Al terminar su sexto grado, el muchacho se inscribió en la Escuela Normal del Estado, pues quería ser maestro de escuela. En alguno de sus viajes de práctica, Artemio asistió a una escuela rural en una comunidad llamada “El Bañón”, del Municipio de Fresnillo, donde conoció de cerca la ignorancia en que vivían esos hermanos suyos menos favorecidos por la vida, y decidió que no cejaría jamás en su compromiso de enseñar a los niños. Al término de su Carrera Magisterial, el joven fue destinado a la Zona Norte del Estado, permaneció unos meses en la Escuela Primaria de Concepción del Oro y a iniciativa del propio Artemio, fue enviado a una comunidad del propio Estado, denominada “El Venado”.

No olvidará nunca la impresión que le causó la vista de la “Escuela” del pueblo, en cierta ocasión que salió de paseo con unos compañeros. Lo primero que hizo Artemio fue indagar donde estaba la escuela y por señas llegó al solar donde se ubicaba. Esa enramada con unos cuantos troncos que servían de bancas, el piso de tierra, el viento soplando y haciendo remolinos. Desde luego que no había niños, pues era un día domingo, pero, aún así, preguntó a algunos vecinos que se encontraban sentados a la sombra de un mezquite:

_Buenos días, señores, -saludó quitándose el sombrero- mi nombre es Artemio y soy Maestro de escuela, me dicen que esa enramada es la escuela de este lugar, ¿es correcto?.

_Claro que sí, Profesor, esa es la escuela, pero como si no hubiera, pos casi nunca tiene Maistro y pa’qué viene, si van tres o cuatro chamacos nomás a jugar. Este pueblo está condenao a ser un pueblo de burros, pos nosotros no sabemos ni ler ni escrebir, pero a’i vamos, rascándole a la tierrita pa’ poder vivir. A nuestros hijos les pasará lo mesmo o se irán pa’l norte, no les queda de otra.

_Pues ustedes me van a disculpar, -continuó Artemio-, pero yo no estoy de acuerdo y trataré de que me manden a este pueblo, si así fuera, ¿ustedes creen que los padres de familia me ayudarían a construir una escuelita bien hecha?

_Pos’ la mera verdá, yo creo que sí, semos burros, pero no tarugos y si eso les puede ayudar a nuestros chamacos, claro que sí lo haríamos, ¿Qué no? –preguntó a sus contertulios que se habían mantenido callados.

_Pos claro que ayudaremos, pa que nuestros chamacos no estén tan tapaos como nosotros, -dijo otro de los presentes-

Con este compromiso, Artemio suplicó a todos sus superiores, quienes tal vez por quitárselo de encima, aceptaron trasladarlo al El Venado, pensando para sus adentros que ese Maestrito debería estar loco. De eso hacían ya mas de veinticinco años y jamás se había arrepentido, púes sabía que esa era la verdadera labor del Maestro Rural, sin esperar mas recompensa que ver a sus alumnos aprender las lecciones y partir a continuar sus estudios. Tiempo llegará en que en el propio pueblo haya una Secundaria, para que no tengan que viajar a otros lugares, pues luego por falta de recursos, los padres ya no los envían.

Artemio se dio cuenta de que sus recuerdos lo habían desconectado de la realidad, Isaías, lo veía con una sonrisa de comprensión.

_¡Ah, que Profe!, ¿otra vez soñando?...

_Siempre soñando, Isaías…. Siempre soñando,... pero espero que pronto pueda realizar parte de esos sueños.. Si toda sale bien en mi viaje a Zacatecas, pronto les daré una gran sorpresa, ya verás….. ya verás.

El Maestro se alejó, sumido en sus ensueños, rumbo a la carretera, a esperar el autobús que lo llevaría a La Concha.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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