Por el Psic. Fernando Reyes Baños


Una de mis funciones en la universidad en la que actualmente laboro es brindar asesorías de orientación vocacional a los estudiantes, tanto externos como internos, que soliciten ese servicio. Hace un par de años un área de la institución me solicitó atender a una joven que tenía dudas sobre qué carrera estudiar. Anote sus datos y le programé una cita para una tarde de esa misma semana. El día de la cita la estudiante, que en lo sucesivo llamaremos Rocío, llegó temprano a mi oficina y, después de las presentaciones correspondientes y de compartir con ella algunos comentarios para aligerar la tensión inicial, comenzamos a conversar.

Rocío era una estudiante destacada en su colegio. Hasta hace poco estaba segura de que la carrera que elegiría para sus estudios superiores sería administración de empresas, particularmente, porque su hermano mayor estaba terminando esa carrera y, en sus pláticas, éste le hablaba mucho sobre lo que veía en clases; sin embargo en el último año de la preparatoria, Rocío tuvo un curso sobre psicología y la manera en que su maestra daba clases la impresionó de manera tan notoria, que comenzó a interesarse en todo lo que tuviera que ver con esa materia, llegando al punto de que, faltando poco para terminar la educación media superior, comenzó a dudar sobré cuál sería realmente su vocación: ¿administración de empresas o psicología?

Indagué un poco más sobre su historia escolar y familiar, tratando de identificar aspectos que mostraran alguna afinidad con las características inherentes al perfil de ambas carreras y, haciendo una reflexión con ella sobre su contexto y las opciones que estaban a su alcance, exploramos algunas posibilidades en caso de que su elección se inclinara por una u otra carrera. Un punto medular era determinar que este interés reciente por la psicología no fuera algo temporal, algo así como “una moda” para ella, sino que realmente fuera una opción que estuviera en franca competencia con su otro interés. Entre sus planes futuros, de hecho, estaba el de crear una empresa, autoemplearse, por lo que estudiar administración de empresas resultaba conveniente, pero el interés por la psicología, por trabajar esta disciplina con niños que tuvieran problemas de aprendizaje (hasta ese grado había especificado ya su expectativa sobre su futuro en esta profesión) era muy fuerte.

Este espacio de reflexión sirvió, un tanto para ella y un tanto más para mí, para entrever qué aspectos podrían ser considerados al momento de tomar una decisión; sin embargo, estábamos muy lejos todavía de acercarnos a ese momento: le expliqué que el proceso para elegir cuál de las dos carreras sería su primera opción no se resolvería en una sola sesión, por lo que sería necesario que acudiera conmigo algunas veces más. Rocío, al contrario de otros jóvenes que a veces llegan con la idea de que “fácil y rápido” resolverán un dilema que debieron trabajar desde que comenzaron el bachillerato (si no es que antes), aceptó presentarse a otras sesiones.

En la siguiente sesión, apliqué varios cuestionarios a Rocío con la intención de lograr una estimación de algunas características suyas que fueran relevantes para este proceso: intereses, aptitudes, habilidades intelectuales, valores, personalidad, estilos de aprendizaje, etc. La intención de aplicar estas pruebas era reunir información, de manera sistemática, que fuera útil para elaborar un perfil profesiográfico. Cabe aclarar que antes de aplicar estas pruebas, explico a los estudiantes con que actitud es prudente tomar los resultados que surjan de ellas, es decir, que no los tomen en términos absolutos, sino como una estimación de sus características personales, sobre la cual, lo que de veras importa es reflexionar e informarse para tomar la decisión más adecuada.

En la tercera sesión platiqué con Rocío sobre sus resultados. Aparentemente, la estudiante tenía características que la convertían en la candidata ideal tanto para la carrera de psicología como para la carrera de administración de empresas, presentándose algunas variaciones que no obstante, resultaban poco significativas para considerarlas confirmatorias de alguna tendencia. Durante la conversación que siguió a la exposición de tales resultados, comencé a trabajar con ella la posibilidad de no descartar, necesariamente, la carrera que dejara fuera de su elección al momento de elegir entre psicología y administración de empresas, es decir, que considerara los puntos en común entre ambas disciplinas y que vislumbrara opciones, para el ejercicio futuro de su profesión, que le sirvieran para vincular ambas carreras en un solo proyecto de vida, un proyecto que le permitiera crear algo propio y que tuviera como “giro” trabajar aspectos particulares de la psicología educativa con niños. Le propuse entonces conocer, de manera más profunda, lo que cada una de estas disciplinas podía ofrecerle para alcanzar esta meta. Con la aceptación de Rocío, le programé citas para entrevistarse tanto con el director de la carrera de administración de empresas como con el director de la carrera de psicología, quedando con ella de vernos, nuevamente, después de que tuviera ambas entrevistas. Como la intención era, obviamente, que despejara todas las dudas que pudiera tener sobre el estudio y ejercicio de una o de otra carrera, le propuse además una serie de preguntas que le sirvieran como guía, para obtener el mayor provecho de cada una de las entrevistas.

Cuando Rocío se presentó a la siguiente sesión, se sentó frente a mí y me dijo muy seriamente: “Profesor, tengo algo muy importante que decirle…”, se le veía emocionada, pero decidida a convertir ese momento en algo solemne. Cuando le pregunté de qué se trataba, me dijo: “Ya sé qué voy a estudiar… ¡Psicología!”. La felicité y, en mi fuero interno, me alegré de que la entrevista con ambos directores ayudara a crear en ella la disonancia cognoscitiva que hacía falta para que se decidiera por alguna de las dos carreras. Le hice algunas recomendaciones finales, sólo para que estuviera segura de su decisión, y en la despedida le dije: “Nos veremos en clases. Yo imparto una materia en el primer semestre”, a lo que Rocío asintió, retirándose.

Hasta el día de hoy, Rocío sigue estudiando psicología en la universidad en la que laboro. Desde un inicio ha sido una estudiante becada, manteniendo semestre a semestre un promedio académico excelente; por si fuera poco, trabaja durante el semestre colaborando con sus papás en el negocio familiar y, en los periodos vacacionales, trabaja de manera independiente. Como estudiante es un miembro activo de su grupo. Regularmente participativa, aporta comentarios que se caracterizan por la criticidad que expresan sobre los temas que se revisan en clase. No ha sido jefe de grupo hasta el momento, pero ninguno de sus compañeros podría negar el papel de líder que ocupa entre ellos. Tutora voluntaria de los compañeros que le piden su asesoría, Rocío se toma algunas horas en los periodos de exámenes para explicarles a sus compañeros los temas más difíciles, asesorándose al mismo tiempo con algunos de sus profesores para reforzar sus propios conocimientos al respecto. Como becaria colabora con la oficina de desarrollo estudiantil no sólo por su compromiso con la universidad, sino porque las actividades que realiza para dicha oficina están estrechamente vinculadas con los temas que en su carrera, a veces, ve solamente de manera teórica.

En mi opinión personal, Rocío ha crecido en muchos sentidos: por un lado, como estudiante de psicología procura poner en práctica sus conocimientos en la vida cotidiana, traduciéndose sus esfuerzos en la ayuda que desinteresadamente presta a sus compañeros; por otro lado, como persona se ha desarrollado no sólo a través de las lecciones académicas que recibe en los salones de clase, sino a través de lo que pasa en los pasillos, en los patios, con sus compañeros, con la gente que la rodea, etc.

Concluiría diciendo que, el hecho de que Rocío se esté desenvolviendo tan bien en esta carrera parte de una base, cuya estructura resumió de manera muy simple ella misma al decir: “Ya sé qué voy a estudiar…”, que es, en otras palabras, equivalente a decir: “empiezo a entender quién soy y lo que quiero ser”. En algún grado, yo participé en la estructuración de esa base y, en la medida en que Rocío (o cualquier otro estudiante que pase por una experiencia parecida) salga adelante, tal será el gusto que yo sienta por ser parte de ello.

1 Comentario:

fernando reyes baños dijo...

Aclaración: el comentario anterior, aunque muy ilustrativo, fue eliminado porque, a jucio del administrador del blog, fue considerado como un spam.



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