Por Sergio A. Amaya S.

Enedina

El país estaba en calma, el Lic. López Mateos gobernaba con mano firme y todo había vuelto a la normalidad. Juancho terminó su peregrinaje llegando a Camacho, en busca de su cuñada, a quien no había visto desde cuando habían estado en la Ciudad de México. Lo recibió Santoyo, quien estaba al frente del rancho.

—Bienvenido, Don Juancho, le saludó, dichosos los ojos que lo ven, ¿pos donde se había metido?, lo han buscado por todas partes y ni sus luces.

—Pues ya ves, Cándido, tantos tragos amargos me hicieron tirarme al desierto, no sé si buscaba el olvido o la muerte, no hallé a ninguno de los dos, pero encontré resignación y aquí estoy, a brindar a la viuda de mi hermano el apoyo que no le supe dar en su momento, espero me perdone. ¿Sabes tú si está en casa?

—Desde luego que sí, Don Juancho, ¿quiere usté que lo acompañe?

—No, Cándido, te agradezco, pero este trago me lo tengo que tragar yo solo. Con tu permiso.

Santoyo se quedó mirando cómo se alejaba Juancho, llevando su caballo de la rienda y seguido por su mula y su perro. El viejo caminaba con la espalda encorvada, como cargando un gran peso; todavía se miraba la energía de otros tiempos, pero había algo que le echaba unos años encima.

Juancho llegó a la casa grande y Enedina estaba en la puerta, mirando cómo se acercaba el hermano de su difunto marido, envuelta en sus ropas de luto, con la mirada opaca, pero mirando de frente al recién llegado.

—Qué bueno que ya viniste, Juancho, pásale, te he estado esperando muchos meses y estaba segura que en su momento vendrías.

La mujer entró por delante, un mozo recibió los animales y los llevó al pesebre. Juancho se quitó el sombrero y entró a aquella casa que se sentía muy grande y muy vacía, el silencio reinaba en su interior. Siguió a Enedina hasta la amplia cocina, solamente un fogón estaba encendido y sobre él una olla de barro impregnaba la estancia de aroma de café . Sin preguntarle a Juancho, le sirvió un jarro y ella se sirvió otro y se sentó frente al visitante.

—Los dos hemos vivido nuestros duelos, Juancho, ambos perdimos a nuestros compañeros de la vida y nuestros hijos se encuentran lejos, haciendo la vida que les corresponda a cada uno, nosotros ya somos meros espectadores, Pero así es la vida y la muerte es parte de ella, mas que nos duela. Desde que conocí a tu hermano, cuando éramos muy chamacos, siempre viví esperando que me lo regresaran envuelto en una cobija o un petate, gracias a Dios sobrevivimos a los horrores de la guerra y logramos hacer un buen matrimonio. Criamos una hermosa familia, hicimos un buen negocio y José María triunfó en la política, pero todo lo que empieza, termina y aquí estoy, sola, como al principio. Ahora estoy vieja, pero sé que mis hijos, cuando menos, piensan en mi y cualquier día me vendrán a ver o me avisarán que se van a casar, lo que me haría muy feliz. También sé que te tengo a ti, como a un hermano mayor, porque así me lo dijo mi viejo y así lo siento.

Juancho, escuchó en silencio, mirando a la mujer y admirándola en su fortaleza, seguía siendo la misma soldadera de la que se enamorara su hermano: valiente y decidida. Le tomó la mano en un gesto solidario.

—Tienes razón, Enedina. Estamos iguales y sí, estoy contigo, como te lo dijo mi hermano. Sé que él está ahora al lado de nuestra madre y desde algún lugar nos están mirando, también mi amada Josefina y sus padres estarán pendientes de nosotros. Voy a enfrentar la vida con la misma entereza que tú me muestras. Regresaré a mi casa y me dedicaré a hacer algo a favor de la gente que tanto nos ha dado, al igual que hacía José María, siempre pendiente del mas necesitado.

—Muy bien Juancho, José María estaría orgulloso de oír hablar así a su hermano. Pero antes, métete a bañar, pues parece que el agua no te ha bendecido en muchos años. Dijo bromeando.

Después de una hora, Juancho volvió a la cocina, convertido en un hombre nuevo, sonriente y optimista. Ambos se contaron sus vivencias de aquellos años funestos, Enedina se había quitado el luto y se pondría al frente del negocio, como había visto hacerlo a José María, contando con la fidelidad de Santoyo. Juancho pasó una semana en el rancho y luego mandó sus animales en un camión y Santoyo lo llevó en auto hasta su casa.

Los Soldados que estaban de guardia le saludaron marcialmente y le informaron de lo acontecido en su ausencia, también le dijeron que al día siguiente esperaban la llegada de sus relevos, para que hablara con el Oficial al mando. El oficial, un joven Teniente de apellido Barrón, le informó que tenían esa comisión por instrucciones del Coronel Valladares; Juancho le pidió informar al Coronel que estaba de vuelta, agradecerle sus atenciones y pedirle de favor que retirara el servicio, a lo que estuvo de acuerdo el Teniente Barrón.

Juancho se propuso ayudar al pueblo en que había nacido su esposa Josefina y, de acuerdo con sus cuñadas y sus maridos, se dieron a la tarea de construir una escuela digna y suficiente para el pueblo; en tanto se construía, Juancho se fue a Zacatecas y, por medio del Coronel Valladares, consiguió una entrevista con el Gobernador, a quien le solicitó los Profesores necesarios para la nueva escuela, Juancho le entregó un censo levantado en el pueblo por Juana y Lucía, así como las necesidades para los siguientes diez años, de acuerdo a los nacimientos que se tenían año con año. El Gobernador le escuchó con atención y luego llamó al Secretario del Ramo, a quien dio instrucciones de visitar el lugar y apoyar en lo que fuese necesario para que funcionara la escuela. Luego agradeció a Juancho por la valiosa aportación para la gente de El Ahorcado y sus alrededores, que serían beneficiados con la nueva escuela.

Con frecuencia Juancho visitaba a Enedina en su rancho, en varias ocasiones se encontró con que alguno de sus sobrinos estaba de visita con su madre. Cierta vez coincidió con la visita del Cap. José Franco, el primogénito de su hermano, a quien abrazó con auténtico cariño, pues, además de todo, guardaba gran parecido físico con su difunto padre; a Juancho le recordó aquel muchacho que un día se alejó del jacal del caserío de la hacienda de beneficio para aventurarse en las tierras del Norte, en busca de mejores oportunidades, con la diferencia de que José ya era un muchacho preparado, con una carrera militar en crecimiento y quien venía a informar a su madre que pronto contraería matrimonio y aprovechaba la visita de su tío para invitarlo a representar a su padre en la ceremonia; previamente había que cumplir con la costumbre de pedir a la novia, a lo que Juancho, ocurrente hizo el comentario que le hiciera como en estas tierras: robarse a la novia y a los días volver a casa de los padres y fijar la fecha de la boda.

A José no le pareció mal la propuesta de su tío, pero Enedina se enfadó en serio, regañando a ambos hombres por sus tontas ocurrencias. José la abrazó y la besó y quedó zanjado el breve disgusto. El joven militar les puso al tanto de su vida en los últimos meses, así como les informó que sus hermanas, ambas Doctoras, se encontraban entregadas a sus respectivas consultas y mantenían relaciones de noviazgo con unos compañeros de profesión, por lo que no se descartaba que en poco tiempo también vinieran con la noticia de matrimonio. Esto emocionó a Enedina, pues ansiaba convertirse en abuela para prolongar el recuerdo de su amado esposo.

Haciendo gala de buen humor, Juancho les comentó que cuando fue a pedir la mano de Josefina, le llevó a los suegros dos cabras nubias y dos botellas de mezcal de buena calidad; la costumbre era que si los padres de la novia aceptaban los regalos, se daba por hecho que también aceptaban entregar la novia al pretendiente. Pero se daban casos en que por cualquier causa los padres rechazaban los obsequios; en el mejor de los casos, el novio se retiraba triste y ofendido, pero no pasaba a mas, pero se sabía de casos en que la situación terminaba en tragedia, pues al sentirse rechazado, el galán se cobraba el agravio a balazos. Así es la ley del monte. Por tanto, Juancho le propuso a José ayudarle a escoger los dos mejores potros del criadero de su madre y, en lugar de mezcal, que en la ciudad no se acostumbra, comprar unas botellas de Cognac francés. Ya para entonces Enedina también participaba de la broma y la cena terminó entre risas y buenos deseos por el compromiso de José.

La petición de mano se celebró con una cena en familia en casa de la novia, quien vivía en una zona acomodada de la ciudad, la Colonia del Valle. La fecha del compromiso se acordó para la primavera del ’61, así que tenían unos cinco o seis meses para prepararlo todo. Juliana, la novia de José, estaba radiante de felicidad, sus padres, el matrimonio Ambriz Alcocer, estaban satisfechos, pues veían en José un joven serio, con una profesión sólida y una familia políticamente bien posicionada, aún ante la ausencia del General Franco.

A fin de no traer recuerdos que empañaran tan gratos tiempos, Juancho y Enedina se pusieron de acuerdo con los hijos de José María y decidieron pasar las fiestas de Navidad en la Ciudad de México, algo que María y Esther festejaron, pues tendrían oportunidad de presentar a sus respectivos novios.

Enedina y Juancho se regresaron a Zacatecas a poner en orden sus asuntos en aquellos lugares y ofrecieron estar en México en los primeros días de Diciembre. Enedina se ocupó en estar presente en el embarque de un cargamento de potros que un criador de Arizona les había comprado; como siempre, Cándido Santoyo eligió los ejemplares de mejor calidad para su exportación; el equipo de Veterinarios trabajó intensamente para tener a tiempo los certificados médicos y las genealogías de cada ejemplar, para que los criadores no tuvieran ningún problema en las cruzas que intentaran. Luego del embarque, Santoyo invitó a Enedina a visitar el potrero de arriba, donde tienen a los animales jóvenes en libertad; a los dos años y medio empiezan a hacer la separación entre machos y hembras, para evitar que se crucen entre hermanos. En la caminata al potrero, Enedina comentaba con su socio la inminencia del casamiento de su hijo José y le comentaba que le gustaría que él y su mujer pudieran acompañarlos a la Ciudad de México, algo que, agradeciendo la atención, Santoyo declina, pues no son partidarios de esos eventos sociales, de cualquier forma le manifiesta su intención de preparar una fiesta en el rancho para los recién casados y los invitados que quieran acompañarlos.

Enedina disfruta de la cabalgata en el monte, pues desde el fallecimiento de su marido no había vuelto a montar; ahora mas que nunca le interesa estar al corriente de la situación en el rancho, pues es el patrimonio que hicieron José María y ella y el patrimonio que dejará a hijos y nietos. Con la buena administración y la honradez de Santoyo, el negocio ha ido creciendo de manera sana, a tal grado que los banqueros los buscan para ofrecerles sus servicios. Luego de la crisis vivida por la pérdida del cabeza de la familia y de vivir su propio duelo, Enedina se muestra fuerte y decidida, como ha sido siempre.

Ya de regreso, Santoyo le cuenta a Enedina de algunos problemas que se han presentado desde hace algún tiempo, pero que no le había querido enterar para no aumentar sus preocupaciones.

—¿Qué sucede Cándido?, tú sabes que yo siempre estoy dispuesta para atender el negocio, ¿tenemos alguna enfermedad en la caballada?

—No, comadre, no se trata de eso, lo que sucede es que los abigeos nos han estado robando algunas cabezas, sobre todo de animales mostrencos, creemos que son gente de los alrededores, pues saben muy bien cuando hacemos el herradero, así que tienen tiempo para estudiar la caballada y, al menor descuido, sacarlos del rancho. Hemos puesto guardias, pero ya nos mataron a un peón y no quisiera exponer a mas gente.

—¿Le avisaste a la Partida Militar?

—Sí comadre, están avisados, pero en sus recorridos no han podido averiguar nada; o tienen a la gente amenazada, o se han sabido cubrir muy bien.

Bien, Cándido vamos a tratar de solucionar esto sin derramar sangre, si no funciona, entonces vamos hasta donde tope, yo me pondré en contacto con el Señor Gobernador para informarle de la situación. Nuestra primera acción será poner una marca en cada animal que nazca, no te preocupes, no los vamos a marcar con fierro, lo vamos a hacer con una pintura que no les cause daño, pero de esa forma no podrán sacar de la región ningún animal marcado. Pregunta a los Veterinarios qué producto podemos usar y mándalo a comprar. Como el mayor número de nacimientos los tenemos en los primeros tres meses del año, tendremos una vigilancia constante sobre las yeguas cargadas, para evitar que se nos quede alguna cría sin marcar, veremos si eso los aleja del rancho.

—Me parece bien, comadre, de inmediato lo haré y estaremos listos para la próxima temporada. Por lo pronto estamos preparando el siguiente herradero, que tenemos planeado para mediados de Diciembre, ¿contaremos con usted?

—No, Cándido, estaré todo el mes con mis hijos y Juancho en México, pero tú te bastas solo para ello, ya sabes que cuentas con mi total confianza. Si Dios lo permite y tengo nietos, quiero que tú les escojas sus caballos y los enseñes a montar, serás como su abuelo, que en paz descanse. Pero vamos, hombre, no es para que te pongas triste, si no a mi también me va a ganar el llanto. ¡Dale!, veremos quien llega primero a la casa grande.

Los socios se dieron a la carrera plena, mostrando Enedina sus dotes de amazona, que siempre fue la envidia de las soldaderas de su tiempo. Santoyo se mantuvo a prudente distancia de la mujer y dejó que el viento secara sus lágrimas, derramadas por ese hermano que Dios le proporcionó por varios años.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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