Por el Mtro. Rodrigo Juárez Ortiz
Todo mundo, en todas partes y en todo momento, busca con fruición, con vehemencia, con ansia y en incontables ocasiones de una manera neurótica y compulsiva, la felicidad. Esto es todo mundo quiere ser feliz.
Esto me hace recordar, con un gusto infinito, nuestras clases en la Prepa ( San Ildefonso, Prepa 1), a aquellas materias obligatorias como Lógica, Ética, Etimologías greco-latinas, las de Historia, pero en especial la de Historia de las Doctrinas Filosóficas impartidas por verdaderos eruditos en sus respectivas áreas.
En esta última nos explicaba el Maestro Rafael Ruiz Harrel (q.e.p.d.), de una manera bastante comprensible que durante la helenización del Oriente (conquista de Alejandro El Magno de gran parte de este continente), se difundieron como doctrinas filosóficas el epicureísmo, fundado por Epicuro de Samos y el estoicismo, fundado por Zenón de Citio, Chipre.
El pensamiento de Epicuro -nos decía- hace de las sensaciones el criterio del conocimiento y de la moral, y de los placeres que procuran, el principio de la felicidad. De donde se desprende que el epicureísmo, en síntesis, es la actitud tendente de aquél que procura disfrutar de los placeres de la vida evitando el dolor.
Por el contrario, la doctrina filosófica del estoicismo implica fortaleza, austeridad, de ahí que el estoico evidencia indiferencia por el placer y el dolor, o que tiene gran entereza ante la desgracia, o sea se muestra con gran impasiblidad.
Volviendo al tema inicial de la felicidad, ésta se nos describe como la situación del ser para quien las circunstancias de su vida son tales como las desea, es decir, tener satisfacción y/ o contento.
Sin embargo recordemos, también, que en la Hélade existían el hedonismo (la consecución del placer), el eudemonismo (la consecución de la felicidad) y el utilitarismo (la consecución de la utilidad o la riqueza material), lo cual nos hace pensar que la felicidad se encontraría en cualquiera de estas posturas, solo que esto no sería dable si nos ponemos a pensar que el placer es momentáneo, la felicidad total y permanente no existe, es efímera y la utilidad también es momentánea, sin perjuicio de que cuando cualquiera de las tres se consigue en detrimento de la dignidad, la integridad o la vida de los seres humanos, pierde por completo su valor y se convierte en un lastre y una carga emocional negativa para quien de esa manera la consigue, a menos que sea un cínico (que por desgracia abundan).
Es pues que en estas fechas, especialmente, la gente tiene la tendencia a expresar deseos de felicidad para todos a pesar de que no lo sean o no lo sientan (tal vez por inercia), habida cuenta de que en los últimos tiempos se ha perdido el ánimo para hacerlo, tal vez por lo duro de los eventos, por la falta de recursos económicos y emocionales, tal vez por el miedo que produce la violencia de todo tipo, en fin por la inseguridad rampante que nos agobia.
Ya no se envían tarjetas de navidad, ya no se dan abrazos para testimoniar los buenos deseos, la gente se saluda en automático, se ha perdido la espontaneidad, la calidez y el amor por el prójimo.
Es necesario que se entienda que el ser humano es capaz de revertir toda suerte de contratiempos, de adversidades, de actitudes negativas, todo merced a su fuerza de voluntad, a su auténtico querer, al ejercicio volitivo de amistad, de amor y de perdón, como debe de ser en un individuo bien estructurado mental, emocional y moralmente, o sea un ser positivo y lleno del deseo de compartirlo con sus semejantes.
De esta guisa les deseo, de todo corazón, a todos, que sean felices, en el verdadero sentido de la felicidad. Que todo sea para bien. Creo que lo merecemos. O usted, feliz lector, ¿qué opina?
Todo mundo, en todas partes y en todo momento, busca con fruición, con vehemencia, con ansia y en incontables ocasiones de una manera neurótica y compulsiva, la felicidad. Esto es todo mundo quiere ser feliz.
Esto me hace recordar, con un gusto infinito, nuestras clases en la Prepa ( San Ildefonso, Prepa 1), a aquellas materias obligatorias como Lógica, Ética, Etimologías greco-latinas, las de Historia, pero en especial la de Historia de las Doctrinas Filosóficas impartidas por verdaderos eruditos en sus respectivas áreas.
En esta última nos explicaba el Maestro Rafael Ruiz Harrel (q.e.p.d.), de una manera bastante comprensible que durante la helenización del Oriente (conquista de Alejandro El Magno de gran parte de este continente), se difundieron como doctrinas filosóficas el epicureísmo, fundado por Epicuro de Samos y el estoicismo, fundado por Zenón de Citio, Chipre.
El pensamiento de Epicuro -nos decía- hace de las sensaciones el criterio del conocimiento y de la moral, y de los placeres que procuran, el principio de la felicidad. De donde se desprende que el epicureísmo, en síntesis, es la actitud tendente de aquél que procura disfrutar de los placeres de la vida evitando el dolor.
Por el contrario, la doctrina filosófica del estoicismo implica fortaleza, austeridad, de ahí que el estoico evidencia indiferencia por el placer y el dolor, o que tiene gran entereza ante la desgracia, o sea se muestra con gran impasiblidad.
Volviendo al tema inicial de la felicidad, ésta se nos describe como la situación del ser para quien las circunstancias de su vida son tales como las desea, es decir, tener satisfacción y/ o contento.
Sin embargo recordemos, también, que en la Hélade existían el hedonismo (la consecución del placer), el eudemonismo (la consecución de la felicidad) y el utilitarismo (la consecución de la utilidad o la riqueza material), lo cual nos hace pensar que la felicidad se encontraría en cualquiera de estas posturas, solo que esto no sería dable si nos ponemos a pensar que el placer es momentáneo, la felicidad total y permanente no existe, es efímera y la utilidad también es momentánea, sin perjuicio de que cuando cualquiera de las tres se consigue en detrimento de la dignidad, la integridad o la vida de los seres humanos, pierde por completo su valor y se convierte en un lastre y una carga emocional negativa para quien de esa manera la consigue, a menos que sea un cínico (que por desgracia abundan).
Es pues que en estas fechas, especialmente, la gente tiene la tendencia a expresar deseos de felicidad para todos a pesar de que no lo sean o no lo sientan (tal vez por inercia), habida cuenta de que en los últimos tiempos se ha perdido el ánimo para hacerlo, tal vez por lo duro de los eventos, por la falta de recursos económicos y emocionales, tal vez por el miedo que produce la violencia de todo tipo, en fin por la inseguridad rampante que nos agobia.
Ya no se envían tarjetas de navidad, ya no se dan abrazos para testimoniar los buenos deseos, la gente se saluda en automático, se ha perdido la espontaneidad, la calidez y el amor por el prójimo.
Es necesario que se entienda que el ser humano es capaz de revertir toda suerte de contratiempos, de adversidades, de actitudes negativas, todo merced a su fuerza de voluntad, a su auténtico querer, al ejercicio volitivo de amistad, de amor y de perdón, como debe de ser en un individuo bien estructurado mental, emocional y moralmente, o sea un ser positivo y lleno del deseo de compartirlo con sus semejantes.
De esta guisa les deseo, de todo corazón, a todos, que sean felices, en el verdadero sentido de la felicidad. Que todo sea para bien. Creo que lo merecemos. O usted, feliz lector, ¿qué opina?
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