Por el Mtro. Rodrigo Juárez Ortiz


Un día como el de ayer (6 de junio) pero de 1945, se inició la invasión de Europa por parte de las fuerzas aliadas en contra del poderío militar de la Alemania nazi, en una operación llamada “Día D”. Con ello se inicia la recuperación de los territorios dominados por Hitler y Mussolini.

Durante el periodo de guerra, inspirado grandemente por los intereses mezquinos de siempre, se cometieron verdaderas atrocidades por parte de los bandos en pugna, sobresaliendo la pretensión de eliminar a aquellos considerados como untermensch (“subhombre” o “subhumano” en alemán) o sea un término empleado por la ideología nazi para referirse a lo que ésta consideraba «personas inferiores», particularmente a las masas del Este de Europa, es decir, judíos, gitanos, eslavos, bolcheviques soviéticos o cualquier otra persona que no perteneciese a la “raza aria” de la cual ellos se consideraban detentadores.

Es así que se atentó en contra de uno de los valores fundamentales del ser humano que es la dignidad, sin perjuicio de otra serie de atentados en contra de la libertad, la vida, la integridad física, la propiedad, la legalidad y demás iguales en jerarquía humana.

Como consecuencia de ello y al termino de la guerra se creó un organismo internacional llamado Organización de las Naciones Unidas (ONU), la cual reemplazó a la Sociedad de Naciones (SDN), fundada en 1919 al termino de la Primera Guerra Mundial, ya que dicha organización había fallado en su propósito de evitar otro conflicto internacional.

De esta guisa los derechos fundamentales adquirieron una especial relevancia a tal grado que en nuestro derecho que estaban protegidos por las garantías individuales en el cuerpo de nuestro Código Fundamental, devinieron en Derechos Humanos merced a la reforma del artículo primero de nuestra Carta Magna.

Por ello es relevante mencionar que un día como el de ayer, también 6 de junio pero de 1990, se funda la Comisión Nacional de Derechos Humanos, atento a lo dispuesto por el articulo 102 apartado B de nuestra Carta Magna, el cual en síntesis permite la función de dicha Comisión para que a través de recomendaciones, que no son vinculatorias, se señale a las autoridades que cometen actos violatorios y atentatorios en contra de la dignidad de las personas y que nuestra legislación no permite su comisión.

La concomitancia temática sobre derechos humanos adquiere actualidad en nuestros días habida cuenta de que a nivel mundial, a nivel nacional, estatal y municipal, cotidianamente se están conculcando los derechos humanos de los ciudadanos, así como de las personas de bien que por alguna razón se encuentran en medio de situaciones creadas por la agresividad feroz de los encuentros entre bandas rivales dedicadas a la delincuencia organizada, así como espontáneos y oportunistas primo delincuentes que, al menos en nuestro país, ha llegado a la cifra estratosférica de 60 mil muertos aproximadamente, en el presente sexenio.

Y si bien la protección de los derechos fundamentales puede darse por la vía jurisdiccional y por vía no jurisdiccional (juicio de amparo y organismos de derechos humanos, respectivamente), es de lamentarse que al no ser vinculatorias las recomendaciones de los organismos de derechos humanos, ahora las reformas constitucionales permiten que ante el Senado y los Congresos locales, comparezcan las autoridades para fundar y motivar sus negativas a acatar dichas recomendaciones, lo cual es un adelanto en la materia, ya que no podrían ser vinculatorias por que se duplicarían las funciones jurisdiccionales con las no jurisdiccionales.

Pero por sobre todas las cosas es insoslayable el hecho de que la dignidad humana, desde cualquier óptica que se le enfoque, seguirá siendo uno de los valores fundamentales de todo ser humano después de la vida y la libertad. Nos lo merecemos y siempre seguiremos luchando por su consecución. O usted, humanitario lector, ¿qué opina?



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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