Por Fernando Reyes Baños


En una nota fechada el 5 de septiembre del año en curso, circuló en las redes sociales la noticia de que un colegio de bachilleres restringió el acceso a por lo menos 30 jóvenes por usar pantalones entallados, razón por la cual, se quedaron sin tomar clases ese día. Dice la noticia publicada en un medio informativo veracruzano que las autoridades del plantel, encargadas de poner en acción esta medida disciplinaria, molestos dijeron: "...esta prenda de vestir (los pantalones entallados) es de mujer".

Parece válido que las autoridades de este plantel educativo justificaran su decisión, apelando a la regla de que sus alumnos deben vestir el uniforme oficial, para entrar y permanecer en sus instalaciones, pero implicar también que lo inadecuado en el vestir de tales alumnos fuera el uso de pantalones “de mujer” (y no “de hombre”) resulta controversial con relación al tema que nos ocupa (y ocupará) en estos primeros artículos: los cuatro imperativos que definen la masculinidad, ya que el comentario en cuestión deja entrever una postura acorde con una visión tradicional y monolítica acerca de la masculinidad, en la cual, se conciben roles asociados de manera categórica a lo que es propio de lo masculino y lo que es propio de lo femenino, además de que los términos “sexo” y “género” parecen confundirse, con lo que fácilmente se puede confundir también la “diferencia” con la “desigualdad” (lo primero no tiene por qué implicar lo segundo).

En el caso que nos ocupa, si las autoridades del plantel hubieran mencionado, en lugar del comentario referido, los casos que han sido reportados en algunos medios noticiosos sobre lo perjudicial que ha sido para algunas personas usar pantalones ajustados no habría sido para tanto, pero al declarar que sus alumnos vestían “pantalones de mujer” (quizá por usar prendas que solamente les quedaban ajustadas) y prohibirles el acceso al colegio, perdiendo así un día completo de clases, motiva a sospechar una sanción, aplicada por figuras con cierta autoridad ante la sociedad, que va más allá de lo disciplinar y que pretende denunciar, desde la perspectiva del sistema sexo/género, un “mandamiento” para quienes envisten lo masculino: “no tener nada de mujer”, es decir, que el hombre “para ser hombre” debe alejarse, en todo momento y en toda ocasión, de los valores femeninos, hasta el punto que llegue incluso a despreciarlos. Este es el primero de cuatro imperativos con que Robert Brannon y Deborah David definieron, en 1976, la masculinidad.

No es de extrañar, en congruencia con la postura descrita anteriormente, que las autoridades del mismo plantel restringieran también el acceso a 30 alumnas por usar la falda por encima de la rodilla, ya que (según sus autoridades): "…la falda corta, se presta a malas interpretaciones". Dicha aseveración podría hacer pensar, engañosamente, que los hombres serían los victimarios de lo que pudiera ocurrir después de una interpretación errónea generada por esta situación, pero de acuerdo a los valores imperantes en una sociedad patriarcal sería, justamente, lo contrario (¡Super sic!).

Continuaremos con el tema de los imperativos en el próximo artículo.



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