Por Fernando Reyes Baños


El título del presente artículo, inspirado en una novela escrita por Norman Mailer en 1984, alude al tercer imperativo con que Brannon y David definieron la masculinidad en la década de los 70, según el cual todo hombre, “para ser tal”, debe ser un hombre duro, es decir, comportarse siempre con una fortaleza encomiable y ser autosuficiente. Vayamos por partes. Primero que nada, ¿por qué el baile? La connotación viene al caso porque, entre otras cosas, el baile es una forma de comunicación, que usa el lenguaje no verbal de los bailarines, para expresar sus sentimientos y emociones por medio de movimientos y gestos. Implica, pues, un reconocimiento de esa parte sensible que corre al compás del ritmo de la música que acompaña a quienes comparten un baile, aunque también podríamos referirnos a cualquier otra situación que demande interaccionar con alguien más, o inclusive, al acto introspectivo de quien, inmerso en un problema, busca hallar una solución desde su fuero interno, todo lo cual por supuesto implica reconocer por parte de quien lo vive, la importancia que sus emociones tienen como parte de su psique.

Ahora bien, según el imperativo del cual estamos ocupándonos, ¿cómo “debe ser el hombre” para ajustarse a este modelo de masculinidad que, dicho sea de paso, predomina en nuestras sociedades actuales? Básicamente, un hombre insensible, que por ningún motivo muestre sus sentimientos (públicamente al menos). Existen varios ejemplos en el cine, la literatura y la vida real que podrían resultar representativos de este mandamiento. Para muestra un botón. Veamos uno de tantos ejemplos cinematográficos. En la película Unforgiven (“Los imperdonables”, en México), dirigida por Clint Eastwood en 1992, hay escenas que ilustran, de manera muy clara, la forma de ser del hombre duro. En el diálogo entre Bill Daggett, el sheriff local, y el Sr. Beauchamp, biógrafo hasta ese momento del pistolero que estaba tras las rejas (Bob, el inglés), “Billito” instruye al biógrafo sobre lo que se necesita para ser un buen pistolero: "Tener puntería _le dice a éste_, además de ser rápido con la pistola, es cosa importante, pero no tanto como no perder la cabeza y conservar la sangre fría. El hombre que no pierde la cabeza no le teme al fuego y te matará, quizá"; en otras palabras, el hombre duro es impasible, o como define la Real Academia Española esta palabra: imperturbable, sin demostrar emoción alguna ante un estímulo externo que normalmente produciría, sobre todo “si se es mujer” (¡Super sic!), turbación o una determinada emoción.

Obviamente, que los hombres se ajusten a lo que demanda semejante imperativo no significa que carezcan de emociones o sentimientos. Lo anterior es tan falso como pretender generalizar que toda mujer reaccionará con un alarido ante la presencia sorpresiva de un roedor en la habitación (y que ningún hombre podría reaccionar, justamente, de esa manera). Los hombres duros pueden bailar, pueden permitirse sentir, solamente en ciertos momentos, cuando “pierden la cabeza” o cuando la “sangre fría” los abandona, por ejemplo, cuando sus sentidos se hayan embrutecidos por el efecto del alcohol o cuando se encuentran “bajo el embrujo de una fémina”. Desde luego que, resulta un imperativo de peso, ya que con toda esa carga emocional estancada, sin saber cómo hacerla fluir adecuadamente, y sin contar además con el Vo. Bo. de una sociedad patriarcal que censura en los hombres cualquier cosa que los pueda ligar con lo femenino, con “sensiblerías” propias del “sexo débil”, resulta evidente suponer que hay consecuencias nocivas para su salud emocional y hasta física, y desafortunadamente no solo para los hombres que lo viven, sino también para quienes comparten su vida con ellos.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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