Por Fernando Reyes Baños


Quienes vieron la película Unforgiven (“Los imperdonables”) sin duda recordarán la escena que encumbra el clímax de la historia dirigida por Clint Eastwood en 1992, cuando William "Will" Munny, después de saber que “Billito” mató a su amigo, entra a la taberna con el único objetivo de vengar su muerte, siendo entonces, después de que su adversario revela ante todos los presentes quién es él, cuando Munny, impasible, confirma su identidad, pronunciando una línea que permanecerá para la posteridad: “Así es, maté mujeres y niños; maté casi todo lo que camina o se arrastra... y vine a matarte, Bill”.Obviamente, la frase no es lo único o lomás impactante de esta escena. Lo que la hace memorable esel hecho de que el asesino se exprese de esa manera, con absoluta frialdad, en circunstancias que parecen estar totalmente en su contra, es decir, Munny, como personaje emblemático del “hombre duro”, entra en escena y, con su pistola por delante, pronuncia, sin titubear, su determinación de lograr su objetivo, por violento que éste sea, pero… sobre todo, se manifiesta ante el espectador como un hombre “sin emociones”, o mejor dicho, sin conexión con ellas, todo con tal de hacer lo que un hombre “debe hacer” (para ser tal). Tal es el imperativo que nos ocupa.

Ahora bien, forjarse una subjetividad coincidente con las representaciones hegemónicas de ser varón demanda que los hombres deban demostrar, en todo momento, que son racionales, agresivos, valientes, fuertes, aguantadores, independientes, viriles y capaces de controlar y dominar sus emociones y afectos (Ponce, 2004), pero hacerse de esta armadura personal repercute en su aislamiento de los demás y también de ellos mismos (Fernández, 2004). Léase, por ejemplo, el siguiente segmento de una entrevista perteneciente a un estudio que realicé a propósito de este tema:

“Hay situaciones en las cuales uno se derrumba o siente que no puede, como tiene el rol de proteger, el rol de ser seguro… bueno, y a mí quién me protege ¿no?... como que quieres tirar la toalla y ser tú el protegido y no el protector, pero no puedes hacerlo porque ya tienes como ese rol y hay que aguantarse, hay que mostrar esa seguridad, aunque por dentro no estés del todo bien, pues yo siento que a veces ese sacrificio se tiene que hacer, son los sacrificios por ser hombre, lo que implica sentirse solo, el sentirse a veces un poco distante… no abandonado, pero sí como incomprendido, porque tienes tú que dar una cara, quizá frente a los demás, para apechugar, por así decirlo, el golpe y quizá necesitas ayuda, necesitas que alguien te conforte, que alguien te apapache, pero… por lo mismo que tú has tomado ese rol, no puedes darte ese lujo… Hay que aguantar” (Reyes, 2011:102)

El comentario anterior comparte elementos similares con las respuestas dadas por otros entrevistados acerca del costo social implicado con el cumplimientode este mandamiento. Por ejemplo,otro entrevistado afirmó que ser un hombre es como “(…) guardarse todo lo que uno tiene para sí mismo y a veces eso duele… pero el problema es que como nos han enseñado a ser fuertes a toda costa, pues nos tenemos que aguantar”.Lo anterior no significa, por supuesto, que todos los hombres sean igualmente conscientes del costo social asociado a esta representación hegemónica de la masculinidad, por lo que es posible encontrar, incluso, posturas diametralmente opuestas a las presentadas anteriormente.


Referencias:

- Fernández Llebrez, F. (2004). ¿"Hombres de verdad"? Estereotipo masculino, relaciones entre géneros y ciudadanía. Foro Interno, (4), 15-43. Recuperado: Septiembre 15, 2010, de Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense.
- Ponce, P. (2004). Masculinidades diversas. Desacatos (16), 7 – 9.
- Reyes Baños, F. (2011). Percepción que los estudiantes universitarios varones de orientación heterosexual tienen de su masculinidad y sus actitudes hacía gays y lesbianas. (tesis de maestría). Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, México.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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