Por Fernando Reyes Baños

Enzensberger escribió en 1998 un texto biográfico sobre Buenaventura Durruti (1896 – 1936), un sindicalista y revolucionario español, que con su vida y obra se convirtió en una figura emblemática del anarquismo de ese país. En El corto verano de la anarquía, Enzensberger (1998), ubicándose en 1936 (año en que Durruti no encontraba trabajo en ninguna parte por figura en la lista negra de los empresarios y que su compañera Émilienne trabajaba como acomodadora en un cine para mantener a toda la familia), escribió:

"Una tarde fuimos a visitarle y lo encontramos en la cocina. Llevaba un delantal, fregaba los platos y preparaba la cena para su hijita Colette y su mujer. El amigo con quien había ido trató de bromear: «Pero oye, Durruti, ésos son trabajos femeninos.» Durruti le contestó rudamente: «Toma este ejemplo: cuando mi mujer va a trabajar yo limpio la casa, hago las camas y preparo la comida. Además baño a la niña y la visto. Si crees que un anarquista tiene que estar metido en un bar o un café mientras su mujer trabaja, quiere decir que no has comprendido nada.»" (p. 61).

No es que todos los españoles fueran en ese entonces (o incluso ahora) corresponsables con sus parejas en lo que atañe al trabajo doméstico y, a juzgar por la respuesta dada por Durruti, tampoco los anarquistas. La misma Émilienne Morin, la compañera francesa del revolucionario español, brinda su testimonio al respecto cuando en la misma obra expresa, con frases representativas, lo que españoles y anarquistas (con excepción de su compañero a quien elogia por no tolerar la injusticia) pensaban acerca del papel que la mujer debía desempeñar con relación a los quehaceres del hogar: “¡La mujer en casa”, dirían los primeros; “…la anarquía es una cosa y la familia es otra, así es y así será siempre”, dirían los segundos. Lo anterior, obviamente, no representa una crítica para los españoles o lo anarquistas… ¡Es una crítica para todos en general!

¿En qué consistía entonces la lección que Durruti dejó entrever con la ruda respuesta dada a su interlocutor? Desde mi perspectiva, diría: primero, que no hay “trabajos femeninos” (y, por consiguiente, “trabajos masculinos”), sino trabajos que pueden realizarse en un ámbito público o en un ámbito doméstico; segundo, que esta clasificación no justifica considerar que un ámbito sea privativo de hombres o de mujeres con exclusión del otro, siendo la asignación anterior históricamente arbitraría y a favor del hombre; y tercero, que el trabajo doméstico (incluyendo, por supuesto, la crianza de los hijos) siga siendo considerado como “algo propio de las mujeres” (y no de los hombres) representa una situación injusta para las mujeres, por eso es duramente criticada por Durruti y por eso él actúa en consecuencia, es decir, no solo apoyando a su compañera, sino también responsabilizándose con ella de los quehaceres de su hogar. ¿Qué es lo que no ha comprendido su interlocutor? Que el anarquismo, en última instancia (y en este caso en particular), pretende generar el cambio social para alcanzar una mejor sociedad y que la no corresponsabilidad del hombre con la mujer respecto al trabajo doméstico y a la crianza de los hijos representa el resabio de una situación injusta inherente al status quo que debe ser criticado para que, una vez convertido en objeto de nuestro cabal escrutinio, sea revertido para servir a la justicia que, hoy por hoy, tanto se necesita entre los hombres y las mujeres que integran nuestra sociedad.


Referencia:

Enzensberger, H. M. (1998). El corto verano de la anarquía. Vida y Muerte de Buenaventura Durruti. Barcelona: Anagrama.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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