Una rebana de pastel y un café

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Por Fernando Reyes Baños


El fin de semana pasado, me reuní con dos maestras (amigas y colegas) en un conocido café de la ciudad para organizar algunas de las actividades que haríamos en la universidad el próximo semestre. Medio en broma, le recordé a una de ellas si ahora sería el momento en que el universo tuviera equilibrio otra vez. Explico: hace algunos meses, reunidos en ese mismo café, yo pague la comida que ella estaba consumiendo, por lo que “el equilibrio” al que yo me refería consistía en que ahora le correspondía a ella pagar lo que yo consumiera. La aludida aceptó, de inmediato, hacerlo como si esperara, justamente, que se presentara la ocasión para “estar bien con su karma”. Yo, entre apenado y risueño, le hice saber que ya había comido, pero ella, que parecía estar decidida a balancear las fuerzas cósmicas a nuestro alrededor propuso entonces que pidiera un postre. ¿Qué tal una rebana de pastel?, ofreció y… ahí fue cuando yo no pude negarme más.

Así pues, entre lo que comían ambas y mi postre, fuimos estableciendo acuerdos sobre varios puntos a realizar para el próximo ciclo escolar. Mientras comíamos y dialogábamos, me fue imposible ignorar esa vocecita en mi interior que me decía: ¡Pero si serás bruto! ¿Cómo te atreviste a aceptar esa rebanada de pastel? Debiste haberle dicho que no. ¡Que karma, equilibrio universal ni que la fregada! La respuesta correcta era no. ¿Cómo crees que se verá cuando pagues? ¿Qué crees que pensará ella? Porque júralo que no solo ella, sino también la otra maestra, gracias a esa comunicación críptica con la que se confabulan entre sí para compartir opiniones acerca de los hombres, ya habrá sacado sus propias conclusiones… en eso y en todo lo demás estaba, cuando finalmente llegó el momento de pagar.

Debo aclarar en este punto que solo una rebanada de pastel era suficiente para equilibrar el universo, por lo que la taza de café que había pedido para acompañarla correría por mi cuenta… o al menos eso creía yo. Resultó entonces que, buscando cambio para pagarle a la maestra los veintitantos pesos de mi café, entre mis cosas no encontraba cambió que me sacara del apuro. No es por presumir, pero justo en ese momento llevaba solamente billetes grandes conmigo. Busqué y volví a buscar (¡Gulp!). Nada. Al cabo de un minuto, cuando estaba a punto de sacar la Mastercard, la otra maestra, en un acto de generosidad supremo (por mi cumpleaños, dijo), se ofreció a dispararme el café. Yo, con una mezcla de alivio y pena, le agradecí por su amable gesto. Esa vocecita en mi cabeza, mientras les comentaba a las dos que escribiría sobre esta experiencia en mi próximo artículo, más colérica que antes, protestó otra vez: ¡Pero que $%&*@# estás haciendo! ¡Primero el pastel y ahora también el café! ¿No quieres también que te saquen cargando para que no te vayas a cansar mientras caminas? ¡Te pasas de veras!

Moraleja 1.- Descubrí que si ignoraba las objeciones, críticas y protestas de mi lado machista, al fin “bendito entre dos mujeres” que esa tarde me invitaron una rebanada de pastel y un café a pocos días de mi cumpleaños, podía disfrutar mejor el momento, aceptando que a veces nos tocará a los hombres invitar y, ¿por qué no?, a veces a las mujeres, por lo que la diferencia no tiene por qué significar desigualdad, sino todo lo contrario: representa una oportunidad para “consentirnos” con lo que mejor que unos y otros podemos hacer por los demás, sobre todo, por las personas que nos importan y a quienes les importamos.

Moraleja 2.- Tal y como lo expresara Simone de Beauvoir en 1949: ningún colectivo se define nunca como Uno sin enunciar inmediatamente al Otro frente a sí. De esta manera, lo masculino (lo Uno) se define en contra de lo femenino (lo Otro). La masculinidad como normalidad, como razón, como elemento neutro, es pensada en contraposición a lo femenino, lo enigmático, lo maleable, lo despreciable.


Referencia

Beauvoir, Simone de (1999). El segundo sexo. Buenos Aires: Sudamericana



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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