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Por Fernando Reyes Baños


Porque es una de tantas… pero al encarnarla desde que tengo memoria, me atañe solamente a mí; quizá empero, desees proseguir, pero te advierto: terminarás como empezaste, es decir, preguntándote: ¡¿Qué carajos leí?!

Cuando niño, entre las trifulcas con hermanos mayores y sobrinos menores, recuerdo como una hermosa incógnita, los versos de Xavier Villaurrutia: “Tengo miedo de mi voz / y busco mi sombra en vano. / ¿Será mía aquella sombra / sin cuerpo que va pasando? / ¿Y mía la voz perdida / que va la calle incendiando?”. ¡Ah, palabras de fuego escritas en la piel de mi espíritu fueron! Y, de algún modo, sigo en la búsqueda, esperando un encuentro y la respuesta a la gran pregunta.


Fugas del que “marcha detrás de las hileras”

Tardes de primavera, montañas y techos de casas, un mundo allá afuera y mis instintos enjaulados dando vueltas, casi como el Ulises de Homero pintado muchos siglos después por James Draper, enmarcaron mi infancia y adolescencia, además de circunstancias que parecían eternas (¡Pobre iluso que después comprendería lo efímero que los minutos y las horas son!), mismas que caracterizarían mi travesía por la escuela. Un “San Juan Bautista de La Salle” y un “Ruega por nosotros” anunciarían, al despuntar el alba, las clases, seguidas por un recreo y después más clases, para después cambiar de rutina a una más hogareña, pero tanto o más formativa que la primera. Por mientras, justo dentro de las hendiduras imposibles de eclipsar por la normalidad que aterra, captaba mi atención la existencia de personajes entrañables plasmados en letra impresa: el “a lo pecho, pecho” de Patricia Highsmith, el wendigo de stephen King, los hombres de gris de Michael Ende, por mencionar algunos de ellos, acompañados por la canción de Limahl, que ahora como entonces, siempre me hace recordar los años que se fueron, el tiempo que transcurre, y lo que por añadidura, quede.




Mis seis nortes y la tierra prometida con sabor agridulce

Salir del yugo familiar representó per se una aventura, pero ay no fue fácil migrar a la jungla interminable de cemento ni tampoco vivir durante algunos años entre huestes de carros, edificios y chilangos, por lo que agradezco mis seis nortes que en aquel momento fueron mi brújula, siendo yo el séptimo elemento de una ecuación insólita que conjuntó personalidades por demás disímbolas: un guerrero, dos princesitas, una del pueblo, un soldado y un embajador del barrio bravo de Tepito. Juntos, pero no revueltos, nuestros pasos recorrieron las aulas y corredores de la UAM hasta que, un día, cada quien comenzó a forjar su camino en la profesión elegida. Así fue que, a escasos días de haber terminado la carrera de psicología, comencé a trabajar en el ipn, y teniendo casi la misma edad que mis alumnos, comencé una carrera en el ámbito educativo. Un par de años después, ante la oportunidad que parecía representar regresar a la tierra que me vio nacer, desande el camino que otrora recorrí, pero entonces aprendí que en este mundo lo único seguro es que no hay nada seguro, por lo que desde cero comencé a trabajar en diferentes colegios, después en varias universidades, mientras seguía preparándome, estudiando primero algunos diplomados y después estudios de maestría.



Como un río: sin principio o fin, solamente presente; antes y después, solo presente

Hermann Hesse, en boca de su personaje Vasudeva (en Siddhartha, escrita en 1922), plasmó una maravillosa reflexión en torno al río, al agua que fluye de su cauce, sobre todo, por el aprendizaje que puede extraerse de él, si se procura comprender que éste no tiene un antes o un después, porque no importa dónde te ubiques a lo largo del río: siempre será el mismo río, es decir, éste, antes o después, es, fue y será el mismo. No es que ahora diga que entienda la profundidad de semejante lección (algunas cosas no basta con solo entenderlas con el raciocinio), solo digo que ahora, justo en este momento y lugar, soy el que soy, así como soy el que fui y lo que seré, en otras palabras, quiero creer, lo intento hacer con todas mis fuerzas, que mi yo de hoy es el mismo que el yo que fui antes y el yo que seré después, como si la vida (al menos en nuestro caso) tuviera la función de integrar, de fusionar, cada uno de los yos que fuimos, cada una de esas piezas de las que habla Torcuato Luca de Tena al referirse a su personaje Sebastián, para hacerlas una sola, para hacernos uno con todo lo demás. Por eso, ahora que trabajo como docente y administrativo en una universidad privada de mi ciudad natal, como guardián directivo de una unidad académica, miro hacia atrás y contemplo el camino que he recorrido, mis aciertos y mis desaciertos, todo en conjunto y lo acepto, sin juzgarme a mí mismo por lo que no he logrado, y diciéndome en cambio que, aquí y ahora, sigo vivo, por lo que tengo la preciosa oportunidad de seguir caminando, de seguir fluyendo, por lo que pienso que debo sentirme agradecido. Así pues, seguiremos adelante, por los que todavía están con nosotros y por los que se han ido, y siguen, de alguna forma, entre nosotros.

¡Hasta la próxima!



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

Periplos en red busca crear espacios intelectuales donde los universitarios y académicos expresen sus inquietudes en torno a diferentes temas, motivo por el cual, las opiniones e ideas que expresan los autores no reflejan necesariamente las de Periplos en red , porque son responsabilidad de quienes colaboran para el blog escribiendo sus artículos.



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