En el ya sabido trípode vital del ser humano: pensar, sentir y querer, este último se refiere al aspecto volitivo de dicho ser humano, o sea, el ejercicio de extraversión de su voluntad. Y la exteriorización de nuestra voluntad nos lleva, necesariamente, a la práctica y enganche con las ideologías, las cuales, a fortiori, se centralizan en la religión y en la política, todo ello en la teoría del conocimiento, dando por resultado que la forma de conocer por medio del sentir (arte) o del querer (política y religión), nos dan resultados totalmente subjetivos al contrario del ejercicio del pensar (ciencia) que nos proporciona objetividad, o sea, todo aquello que tiene necesidad racional y exigibilidad universal.
Recordemos que la ideología es el conjunto de ideas que caracterizan a una persona, grupo, época o movimiento cultural, religioso o político.De esta guisa, al entrar al terreno de la ideologías, encontramos siempre la pretensión eterna de tratar de explicar el mundo y la vida a través de posturas invariables, dogmáticas, extremas que llevan, incluso, a las peores aberraciones como las que históricamente se dan cuando los excesos llevan al fanatismo, el cual, como siempre, lleva aparejadas la ignorancia, la desolación, la intolerancia y, en su caso, la muerte.
Así, toda las religiones pretenden que la suya es la mejor de todas v. gr.: los musulmanes dicen de los cristianos que son infieles y, a su vez, los cristianos dicen que los musulmanes son herejes, el caso es que cada una pretende ser la real y verdadera depositaria de los designios de la divinidad.
En materia política, se da el mismo fenómeno ya que nadie desconoce que cada partido político se siente dueño de la mejor postura para resolver los problemas de todo el país, de todo un estado o de toda una ciudad o población.
Para ello tiene una plataforma política, un listado de principios y, en general, postulados ideológicos con los cuales no solo coinciden sino que abrazan sus correligionarios, adeptos, militantes o como se les quiera denominar.
Y para postular una ideología que nos permita la participación activa en las acciones partidistas, se necesita de una gran convicción, entendiéndose por ésta el convencimiento. De esta suerte, las convicciones son: ideas de opiniones religiosas, éticas o políticas a las que uno está fuertemente adherido. En este orden de ideas, se desprende el concepto obvio, evidente, inconcuso, apodíctico de que el militante de un partido político tiene la convicción personal de que la ideología que sustenta dicho organismo es tan elevada y llena del todo sus aspiraciones de este jaez y, por ende, política, que lucha a brazo partido en las contiendas electorales para llevar al triunfo a su partido, pues está convencido de que los candidatos postulados van a resolver todos lo problemas de su sociedad, si llegan al poder.
Y precisamente en esa lucha por el poder, los medios nos informan de las más cruentas luchas que suscitan los “políticos” que llegan a aberraciones tales como las promesas fáciles que nunca se cumplen; las supuestas soluciones para resolver problemas añejos que nunca dicen como piensan lograrlo; el uso de la demagogia execrable, la comisión de delitos electorales, el incumplimiento de la normatividad de la materia, la descalificación de los opositores con falsedades o verdades a medias, siempre peyorativas y lindezas por el estilo, salvo las honrosas excepciones de siempre. De ahí el gran problema del abstencionismo que cada día aumenta considerablemente.
Por ello es que no entendemos, ni comprendemos, ni explicamos y mucho menos justificamos el que nos enteremos por los medios que un partido político va a sancionar con la expulsión a sus militantes que sean postulados por otro partido; que miembros de un partido lo denigren porque no alcanzaron puesto en la repartición de los mismos; que grupos enteros de militantes de un partido se integren a la postulación de un candidato de otro partido, pero sin perder su membresía; etc., es decir, que el caso es estar en las filas del partido que les dé la oportunidad de contender y no tener disciplina partidaria, pues eso los aleja de la posibilidad del ejercicio del poder o del listado en la nominas gubernamentales de los sueldos. Bueno, pero… ¿Y la convicción personal? ¿Y la ideología partidista por la que se dice que se luchó? ¿Eso ya se acabó o más bien nunca existió? Ergo, la convicción y la ideología solo son prendas mudables para algunos “políticos”. O usted, convencido lector, ¿Qué opina?
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