Las dos ramas del árbol

4

Por Zaidena
Novela Policial Breve


Eran las veintitrés treinta horas. Todo estaba en penumbras. Sólo por instinto recorría el pasillo que la separaba de la sala Ran. Le extrañó no ver a Horacio limpiando, pero él era así, nunca se sabía bien por dónde estaba, generalmente aparecía de golpe haciendo que el corazón latiera más fuerte por el susto, pero con su simpatía, todo volvía a la normalidad.

Siguió caminando. Con la tarjeta magnética abrió la puerta. Le dio trabajo, ya hacía dos noches que se le trababa y abría con dificultad. “Voy a tener que pedirle al Director que me la cambie, pero tengo que esperar, no puedo ir con Ballesteros con este problema, no por ahora”, pensó María Ruth.

María Ruth Rivoira tenía veintiocho años, era analista microsófica en señales encriptadas de software, la mejor del país y una de las más importantes del mundo (así quedó catalogada luego de haber hecho su Maestría en Alemania). Siempre se quedaba a trabajar de noche porque a esas horas había poco personal y podía hacerlo tranquila, sin interrupciones.

La sala estaba vacía, semioscura. Sólo la iluminaba las pantallas de las PC con sus cursores titilantes. Tomó la silla más cómoda y se sentó frente a la computadora más completa y veloz. Prendió un cigarrillo, disfrutando hacerlo luego de un día de trabajo e introdujo la clave que le permitía acceder a los archivos secretos. Mientras la clave recorría el interior de la PC buscando su acceso positivo, echó una bocanada de humo haciendo círculos en el aire. Su mente comenzó a dispersarse y a recordar el día que entró a trabajar en el Servicio de Inteligencia del Estado.

Ese día llovía copiosamente, pero había sido citada por Ballesteros a las nueve horas, y a esa hora estaba ahí. Le había pasado de todo; se le rompió el auto, no conseguía remis, y por último, el viento le había volado el paraguas; pero a las ocho cuarenta y cinco horas entró erguida, firme, con absoluta desenvoltura y “mojada hasta los huesos”.

Luego de una entrevista que duró casi dos horas, ya era personal del Servicio en el Sector Informático, como jefe del mismo, en un subgrupo llamado A.I.P. (Acceso a Informaciones Privadas). El clic del sistema la volvió a la realidad, apagó el cigarrillo y pulsó enter. La pantalla comenzó a llenarse de nombres, datos, números y direcciones. Su trabajo específico consistía en resguardar la identidad de las personas cuyas vidas habían corrido peligro por ser testigos claves de grandes sucesos, casi todos ellos de corrupción, asesinatos y crímenes económicos. Hacía un seguimiento de los mismos a través de los Satélites del A.I.P., de manera que conocía todos sus movimientos, sus amistades, sus conversaciones, sus trabajos, pues este satélite era uno de los más sofisticados del mundo, cuyo alcance era conocido sólo por el Servicio Mayor. Era un secreto tan celosamente guardado que sólo Ballesteros y ella conocían.

Mientras desencriptaba nombres y direcciones le pareció que algo faltaba, sin precisar qué. Se prometió que al día siguiente haría un control exhaustivo de los mismos. Siguió trabajando; cuando miró el reloj eran las 3 de la mañana. Cerró la computadora y se puso de pie para salir de la sala. Luego de hacer unos pasos, le pareció como que sus pies se pegaban en el piso, miró hacia abajo y quedó horrorizada, estaba caminando sobre un charco de sangre.

Lanzó un alarido y quedó estática, el miedo la inmovilizó. No sabía cuánto tiempo había pasado hasta que sintió que venían corriendo por el pasillo; bruscamente, la puerta se abrió y entró personal de seguridad que debió estar siguiendo lo sucedido a través de los monitores. Prendieron las luces y ahí, detrás de la fila del medio, donde estaban las computadoras, tirado en el suelo, estaba el cuerpo sin vida del querido Horacio, con un tiro en la frente.

La sacaron de la sala y la llevaron al Salón Global. Mientras tomaba el café que le sirvieron para tranquilizarla, apareció Ballesteros. Su preocupación era evidente, su mal humor también. Quiso saber si había notado algo raro esa noche; si alguna computadora estaba prendida; pero ella había visto las que estaban en su fila y nada fuera de lo normal le llamó la atención. Ballesteros la mandó a su casa. La custodiaron hasta que entró en ella.

Cuando se bañaba le seguían temblando las piernas. Se secó, se puso su bata raída y se sentó en su sillón favorito. Prendió un cigarrillo y empezó a recordar todo lo sucedido, las palabras de Ballesteros resonaban en su mente: ¿No vio nada raro?…. No, no había visto nada, sólo le llamó la atención no encontrar a Horacio, pero ese no era un detalle importante, pues no siempre estaba. Sintió que la cabeza le daba vueltas, ya no podía pensar más, sólo se le aparecía el cuerpo de Horacio bañado en sangre. Poco a poco, comenzó a hacerle efecto el tranquilizante y se quedó dormida en el sillón.

Era temprano cuando despertó. El sol apenas iluminaba su cuarto. Comenzó a desperezarse cuando de pronto recordó todo lo sucedido la noche anterior. Se cambió, desayunó fugazmente y salió corriendo. Quería llegar pronto para hablar con Ballesteros, para saber qué novedades había. Presentó su credencial y entró, iba directo al despacho de su jefe, todo parecía normal. No había caras preocupadas ni gestos tristes. Parecía como si nada hubiese pasado.

Golpeó a la puerta. Pese a no obtener respuesta, entró igual. No había nadie en la oficina. Su mirada recorrió todo el recinto y chocó con un panel de claves encriptadas. Se acercó lentamente y ahí estaba su Código de Acceso, y si bien nadie sabía de encriptamientos, era peligroso que estuviera tan a la mano de cualquiera.

Salió rápido, no quería que el jefe la viera sola en la Oficina. Caminó buscándolo hasta que lo vio en la Oficina Ran. Cuando entró se percató que todo estaba limpio. Era como si ahí no hubiera pasado nada. En un rincón, frente a una computadora de celdas invertidas, estaba Ballesteros junto a Juan Ignacio, el más joven de los programadores. “Juancho”, como todos le decían, tenía conocimientos muy específicos en el área de los enigmas. Había sido un hacker desde muy pequeño, siendo éste un secreto a voces. María Ruth se acercó a ellos. Cuando Ballesteros la vio, le hizo un ademán para que lo siguiera hasta la cocina del piso.

__ Pase usted __dijo el jefe__ ¿Se acordó de algo?

__No __dijo María Ruth, pero de pronto agregó__ Espere un segundo: ahora recuerdo que cuando anoche entré al programa me pareció que la lista “P. U.” (Personas Reubicadas) era más corta; pensé que hoy la controlaría, pero recién ahora me acuerdo de ello.

El jefe palideció. Se puso de pie de un salto, derramando el café que estaba tomando.

__ Por favor, corrobore urgente lo que dice y me lo informa inmediatamente.

__ Así lo haré. Dijo María Ruth y salió presurosa hacia la sala.

Ya en ella, tecleó su clave, pulsó enter y esperó. De pronto su acceso estaba permitido y comenzó a trabajar, al cabo de un rato sus manos comenzaron a transpirar y un frío recorrió todo su cuerpo. Apagó el sistema; volvió a prenderlo y retomó todo nuevamente. La alentaba la esperanza de un error, pero no fue así, todo seguía igual. Cerró y salió corriendo hacia la Oficina de Ballesteros. Ni siquiera golpeó la puerta para entrar.

__ Jefe __le dijo__ faltan datos encriptados, sacaron del sistema todos los registros de la letra “L”.

Ballesteros se desplomó en el sillón. La miró con unos ojos acerados y gélidos y preguntó:

__ ¿Está usted segura?

__ Sí, así es.

¿Cómo pudo suceder?, pensó ella, ¿En qué momento entraron en su sistema?, ¿Quién más conocía su clave de acceso? Eran todas preguntas sin respuestas. Sus pensamientos giraban vertiginosamente. Trató de analizar minuto por minuto las tres horas y media que estuvo ahí. Pensó:”Llegué, prendí la computadora y me metí de lleno dentro del programa; trabajé hasta las 3, ¿Qué más hice? ¿De qué me estoy olvidando? ¡Dios mío! Ya se: fui al baño, aproveché cuando estaba cargando el programa de consecuencias subyacentes para ir. ¡Pero fueron sólo cinco minutos!, ¿Qué hora era? Hizo un esfuerzo sobrehumano para recordar y lo logró. Cuando introdujo el Programa Máster eran las dos de la mañana.

¿Que sucedió en esos cinco minutos? Tomó su celular y llamó al jefe mientras iba a su encuentro; lo puso al tanto de lo sucedido y le pidió que se encontrara con él. Se reunieron en una sala de terminales ciclópeas de última tecnología. Junto a Ballesteros había dos hombres que no conocía y que luego de hacerle preguntas por espacio de media hora le ordenaron que se sentara frente a una de las terminales y entrara al sistema A. I. P. (Acceso a Informaciones Privadas). Miró al jefe y éste, con un ligero movimiento de cabeza, asintió al pedido, solicitándole a los dos hombres que no miraran cuando introdujera la clave de acceso.

Una vez en el sistema, buscaron la duplicación de los datos de las personas reubicadas de la letra “L”, imprimieron sus datos, los pusieron dentro de un sobre de amianto y éste, a su vez, en un ataché de aluminio. Lo cerraron con llave y sin decir palabra alguna se fueron, llevándoselo. Ballesteros la miró y le dijo:

__ Tómese una semana de licencia y, por su bien, no hable de esto con nadie. Acá no ha pasado nada. Buenos días.

Llegó a su casa con un sabor amargo en la boca. Se sentía inquieta, malhumorada, impotente. Quería salir corriendo, pero se limitó a darse un baño de inmersión; necesitaba relajarse y tranquilizarse. Salió del baño, se tomó un tranquilizante; se puso su remerón preferido y se acostó en el sofá. Prendió el televisor y luego de un rato de mirar sin ver, se quedó dormida.

Tuvo terribles pesadillas y en todas ellas veía a Horacio llamándola, pidiéndole auxilio. Se despertó sobresaltada. Le pareció que golpeaban. Su corazón comenzó a latir fuertemente. Se dio cuenta de que tenía mucho miedo, pero aún así se dirigió a la puerta, miró por la mirilla; parado detrás de la misma estaba Daniel, su novio desde hacía ya dos años.

Abrió asombrada. ¿Qué hacía Daniel a esa hora en su departamento? Luego recordó que estaban citados en la inmobiliaria para ver una casa, futura casa de sus sueños. No quería ir, no estaba de ánimo, peo no podía decirle la verdad a Daniel. Argumentó un fuerte dolor de cabeza y acordaron una cita para otro día.

Daniel estuvo con ella hasta el día siguiente. Cuando quedó sola volvió la pesadilla: ¿Quién y por qué mató a Horacio? Cerca del mediodía había entrado en pánico. Llamó a Daniel al celular, estaba en el centro, le pidió ir a su casa y esperarlo, pero no quiso. A María Ruth le molestaba que Daniel nunca la llevara a su casa, pero muy en el fondo le venía mejor porque tenía poco tiempo para estar juntos y era mucho más cómodo que él la esperara en su casa cuando llegaba de trabajar. Le preparaba el baño, la comida, y ella agradecía íntimamente su discreción, ya que muy pocas veces le preguntó de su trabajo, de sus horarios y de sus compañeros.

Salió a caminar. Cuando se dio cuenta, le dolían tanto los pies por todo lo que había caminado que tuvo que sentarse. Llamó a un taxi para volver a su casa. Eran las catorce horas. Cuando estaba pagando al taxista, le pareció ver una sombra que cruzaba su ventana. El corazón se le encogió. Subió lentamente las escaleras que la llevaban a su departamento. Abrió la puerta despacio y dio un suspiro de alivio: era Daniel, estaba en su escritorio. Le dijo que venía porque la había notado asustada y le estaba acomodando el escritorio, porque según él, era un gran desorden.

Le dolían tanto los pies que cerró con llave y se desplomó en el sillón. Daniel tenía la mesa servida. ¡Le agradeció tanto su comprensión! Él nunca preguntaba. Ahora, por ejemplo, no le preguntó por qué no estaba trabajando. María Ruth pensó en su interior: “¡Es el hombre ideal!”.

Cuando despertó eran casi las seis de la tarde. Encontró una nota de Daniel donde le dejaba un beso y le decía que faltaría dos días por cuestiones de trabajo. Esto la angustió, pero ya estaba acostumbrada a sus ausencias. Fue a la puerta y le puso doble cerrojo.

Comenzó a leer un libro de Concatenamientos Eventuales, pero no pudo concentrarse. Se dedicó a preparar comida; esto siempre la distendía. Con la cantidad que hizo podría abastecer a toda una familia, pero no importaba. ¡Total! Ella no tiraba nada. Todo lo que sobraba iba al freezer y luego la sacaba de apuros.

Comió vorazmente. Roció su comida con un exquisito vino Malbec que le habían regalado y que cuidaba celosamente. Fue a buscar una película, prendió el DVD e introdujo “Sexto Sentido”. La había visto como cuatro veces. Era la preferida de Daniel y de ella. No pudo terminar de verla. Apagó el aparato y se fue a dormir; no se encontraba bien en ningún lado.

Se levantó a las siete y puso el informativo. Estaban pasando un amplio informe sobre las papeleras y sus consecuencias por la polución ambiental. De pronto, apareció una noticia de último momento, rezaba…”MASACRE EN CALCHAQUI”, explicaba que habían encontrado en el domicilio de calle Maipú 927 de Calchaquí, Pcia., de Santa Fe, a toda una familia brutalmente asesinada.

“El señor Juan Carlos García, de 58 años de edad, empleado administrativo de la Empresa SANTA FE AL NORTE, su esposa María del Rosario Clark y los hijos del matrimonio, Juan José de 24 años, Emilia de 20 años y Mariano de 17 años habían sido asesinados de un tiro en la nuca. Este quíntuple asesinato tiene todas las características de un crimen mafioso __seguía explicando el periodista__ y tiene consternada a toda una ciudad que apreciaba al matrimonio García, a pesar de no ser oriundos de la ciudad. Pero desde que llegaron hace 8 años, según comentaron sus vecinos, se integraron perfectamente a la comunidad, siendo además un ejemplo de familia.”

María Ruth sintió que se descomponía. El aire le faltaba en sus pulmones, su respiración se transformó en jadeo y sus ojos miraban la pantalla donde veía que hablaban; pero sus oídos se habían cerrado y no escuchaba nada.

De pronto reaccionó ante el sonido insistente del teléfono. Se precipitó hacia él: era Ballesteros, quien sólo le dijo:

__ Venga.

Salió corriendo y a los quince minutos ya estaba golpeando la puerta de Ballesteros. Desde adentro, retumbó una voz que dijo “¡Adelante!”. Ya en la oficina, Ballesteros informó:

__ Le tengo malas noticias.

__ Sí, me acabo de enterar por la tele. Es terrible, ¿Cómo pudo suceder? ¿Qué hacemos ahora?...

__ Nada __le contestó Ballesteros__ ya todo esta resuelto. Logramos identificar y capturar a los asesinos. Los están trasladando hasta acá en estos momentos.

__ Por favor, jefe, dígame qué sucedió…

__ Está bien. Siéntese y escuche con atención. Como usted sabe, Juan Carlos García era el Contador Público Nacional, Alberto Loretto. Gracias a sus declaraciones, logramos detener, procesar y enviar a la cárcel al capo mafioso Giovanno Manfredi de por vida por tráfico y venta de drogas, así como por tráfico y trata de blancas; un verdadero asesino y símbolo de la corrupción y de la impunidad, que no se hubiera podido mandar a prisión si no declaraba su contador y hombre de confianza, ¿me sigue?

__ Si jefe, pero ¿qué tiene que ver Horacio en todo esto?

__ Nada, absolutamente nada. Horacio estuvo en el día y a la hora equivocada en el lugar equivocado.

__ Explíquelo por favor.

__ Le explico. Cuando Usted comenzó a trabajar esa noche, Horacio estaba limpiando el piso superior, pero como ya había pasado su horario, presumiblemente el asesino pensó que ya no estaba. El asesino hacía dos días que estaba tratando de entrar para acceder a los archivos de la computadora. Eso lo descubrió nuestro personal ya que el sistema de entrada estaba semidañado. Supongo que no le corría fácilmente la tarjeta como otras veces, ¿Verdad? “Tiene razón”, pensó María Ruth, hacía unos días que no le era fácil abrir la puerta. Siguió escuchando…

__ El asesino tenía un cómplice afuera que le había informado que usted estaba trabajando, y a esa hora todos sabían dónde encontrarla. Es por eso que el asesino se escondió esperando que usted se fuera. Cuando vio que iba al baño ingresó rápidamente. Todo lo tenía servido. Sólo se limitó a imprimir la lista que necesitaba. Pero ahí empezaron los problemas ya que apareció Horacio y lo vio. Al no poder explicar su estancia ahí, sólo le quedó matarlo… Tenía un revólver con silenciador. Temiendo que usted volviera del baño no pudo deshacerse del cadáver, es por eso que sólo tomó la lista, puso la pantalla como usted la había dejado y escapó. ¿.Entiende?

__ Sí __dijo María Ruth__, pero si yo no estaba, cómo logró ingresar al Sistema si de “ninguna manera” podía conocer mi clave de acceso.

__ Gran error señorita, gran error. Él tenía su clave de acceso.

__ ¿Cómo? ¿Qué está diciendo? Si sólo yo la sé de memoria y, por las dudas, la tengo en un cajón del escritorio, pero de mi casa y encriptada.

__ Sí, ya lo sabemos, pero de su casa salió la clave.

__ Pero qué dice usted. No entiendo. Yo no soy la culpable de nada.

__ No, por supuesto. Tranquilícese. Lo que tengo que decirle no es fácil, pero debo hacerlo. El asesino es Juan Ignacio y su cómplice es Daniel, su novio.

El mundo comenzó a girar. Todo le daba vueltas. No entendía lo que el jefe le estaba diciendo. Juan Ignacio, Daniel, ¿Qué podían tener que ver ellos en esto?

__ Me doy cuenta que no entiende nada. Es aceptable. No es fácil la situación, pero Juan Ignacio y Daniel son hermanos, y el verdadero apellido de ambos es Manfredi. Todo esto se trata de una venganza. Mataron al padre y a toda la familia del que mandó preso a su padre.

Pero… Daniel, su amor, sus promesas, el futuro que proyectaban juntos… ¿Nada fue verdad? ¿Ella fue sólo un instrumento para él? ¿Dominó su vida durante dos años sólo por una venganza?

Ballesteros la miró y dijo:

__ Según Voltaire….”La pasión de dominar es la más terrible de todas las enfermedades del espíritu humano”. Retírese María Ruth. Tómese hasta el lunes y, cuando vuelva, trate que esto sea sólo una puerta cerrada y un mal trago agotado. La vida sigue y recuerde muy bien que toda experiencia siempre nos deja una enseñanza. Piense usted: ¿Qué ha aprendió de ésta? Seguro resurgirá fortalecida.

4 Comentarios:

Sergio A. Amaya Santamaría dijo...

Hola Zaidena: Terminé de leer tu novela y me pareció buena, pues en poco espacio desarrollas la trama de una manera ágil, aunque nya la había leído, siempre es grato leer algo que está bien hecho. Felicidades y sigue enviándonos tus n ovelas. Un abrazo

zaid dijo...

Nuevamente gracias Sergio, ahora he escrito otra ´pero mucho más extensa y con una trama super complicada. Creo que le va a gustar a los amantes del suspenso
Esta que has leído tiene mucha conexión con el tema de la informática y de las consecuencias que podrían acarrearnos un mal manejo de la misma
gracias por leerme
zaidena

Anónimo dijo...

Zaidena: me gustó mucho tu novela policial. Rica en descripciones técnicas, de situaciones y de lugares, que hace que la intriga vaya en aumento. Y éso es lo principal en una novela.
Y ahora espero, según tu comentario, que publiques tu "otra mucho más extensa y con una trama súper complicada" Seguro que será tan atrapante como la que acabo de leer. Apúrate!!!
que ya la estoy saboreando!!!
Felicitaciones y gracias!!!
Atentamente,
Dani Baud

zaid dijo...

Gracias Dani, si creo que será publicada pero en partes porque es muy extensa, de cualquier manera , luego la unes y te queda completita, casi que te diria que te va a gustar mucho, es interesante.
gracias por el comentario
zaidena



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