Reflexiones

2

Por Zaidena


Hacía mucho frío, el invierno arreciaba, la nieve caía en copos que se iban acumulando en calles y veredas, los tramos de hielo eran realmente peligrosos. Costaba mucho caminar sobre ellos sin patinar y caerse.

Subí rápidamente al auto. Daba trabajo hacerlo arrancar, pues el motor no lograba calentarse; cuando al fin lo conseguí salí rauda para mi casa.

Mi casa. En realidad era mi oasis, mi fortaleza. Estaba lejos del mundanal ruido, a no mucha distancia del poblado y a los pies de una sierra cubierta de pinos y de nieve. Era mi nido, mi morada, estaba construida con troncos… tenía tanta calidez, tanto calor de hogar, yo la amaba.

Amaba esa estufa a leña que con tanto calor me cobijaba; esas escaleras con pasamanos que llevaban a un dormitorio que jamás usaba pues me quedaba abajo disfrutando del calorcito, de la televisión, de mis amados libros, y de ese sillón tan amado como viejo y que fuera el único legado de mi abuela.

Toda ella era un refugio seguro, ideal para dar rienda suelta a mi imaginación; para desplegar las alas del amor; para pasear en unicornios celestes o en águilas doradas. Era el lugar exacto para que uno mismo se creyera princesa y mendiga, millonaria y hambrienta vagabunda.

Llegué rápidamente; prendí la estufa a leña, ésta fue despacito tomando calor, hasta que toda ella era un solo crepitar. Las llamas bailaban adentro formando apariciones que iba interpretando de maneras diferentes.

Me hice un tazón de chocolate bien caliente, quería combatir el frío externo calentando mi interior. Ese aroma del chocolate comenzó a abrir mis sentidos. Con la taza en la mano me senté sobre mis viejos almohadones frente a la estufa.

Comencé a mirar fijamente a las llamas que me hipnotizaron, me absorbieron, dejaron mi mente en blanco; tan en blanco estaba que comenzó a producir grabados que fui incorporando en un clásico mecanismo de defensa.

Yo estaba sola; me sentía sola, pero en ese momento las imágenes me llevaron hacia lugares fantásticos; lugares donde no existía ni la pena, ni el dolor, tampoco las añoranzas.

Las llamas seguían con su danza rítmica, y mi mente elaboraba fantasías.

La montaña era agreste, y con una rusticidad tan primaria que parecía una mujer aún no recorrida; estaba llena de lugares peligrosos, de paisajes salvajes, coloridos, de remansos ignotos. Las aves se desplazaban tranquilas sabiéndose un poco dueñas del lugar.

No sé por qué motivo el sol parecía más diáfano, sus rayos se entrecruzaban con los árboles formando imágenes tan únicas, tan especiales, que cada una de ellas era una historia diferente.

Y yo seguía caminando, explorando ese paraíso encontrado en mi mente y que tanta paz le llevaba a mi corazón. Ya estaba inmersa en él, ya de mi mente se habían borrado las situaciones dolorosas, los amores ingratos, el correr diario tras algo que no tenemos muy en claro qué es, pero que tampoco nos sentamos a analizarlo; en realidad, creo que ya poco analizamos, sólo nos dejamos llevar por esta vorágine desmedida donde todos corren y nosotros nos encolumnámos detrás de ellos.

Queremos hacer, hacer, hacer…. Y de tanto “hacer” nos vamos quedando vacíos y huérfanos de las cosas más importantes de la vida, como por ejemplo… tocar un árbol, caminar descalzos sobre la hierba, ver el sol, sentir el calor de sus rayos en la cara… ir de a poco sacándose abrigos porque el sol… “el poncho de los pobres “ como muchos dicen, de tanto querer abrazarte te funde a su cuerpo y te abriga, te nutre, te transmite su sentir y el calorcito te invade, lo sentís en tus mejillas, que primero se sonrojan y luego se van poniendo ruborosas, como si el mejor maquillaje las estuviera retocando.

Lo percibís en tu cuerpo que va absorbiendo energías y caminas cansada, agotada, transpirada… ¡Pero feliz!, contenta, natural, tranquila… “eso es la vida misma”… la que te tiende su mano para acompañarte a recorrerla gozándola, disfrutándola.

Fue entonces cuando el líquido elemento me hizo volver a la realidad, nuevamente vuelvo a verme sobre los almohadones, el tazón en la mano, el fuego danzarín en la estufa…. pero “algo” ha cambiado en mi interior, me di cuenta que vivir es disfrutar, analizar la vida, amar la tierra, el aire, el sol; es tratar de no estar sola, de compartir, de sentir que vale la pena amar y ser amada.

Vivir es que nos importen las cosas simples, los pequeños gestos, las pequeñas entregas; es ver el día hermoso… aunque llueva. Vivir es sentir cada mañana que algo hermoso sucedió…… ¡nos despertamos!... y agradecer cada noche que algo maravilloso nos devino…. ¡hemos respirado!, vivimos un día más y hemos experimentado el enorme placer de estar vital, orgánico, diligente, apasionado, candente, palpitante… ¡HEMOS VIVIDO!

2 Comentarios:

zaid dijo...

Sólo quiero dejar como comentario, y para compartirlo con aquella persona que pueda estar leyendolo, que hay momentos en la vida en que debemos parar un poquito para REFLEXIONAR en la manera en que estamos viviendo, nosotros y nuestra familia.
Espero les guste
Zaidena

Alejandro dijo...

Muy buena reflexion! Es excelente! Gracias x compartirla :)



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

Periplos en red busca crear espacios intelectuales donde los universitarios y académicos expresen sus inquietudes en torno a diferentes temas, motivo por el cual, las opiniones e ideas que expresan los autores no reflejan necesariamente las de Periplos en red , porque son responsabilidad de quienes colaboran para el blog escribiendo sus artículos.



Periplos en Red

Grab this Headline Animator

 
Ir Abajo Ir Arriba