Sin códigos 12

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Por Zaidena


A las 19 horas ya el juez había librado la orden de detención de Federico Aumé. Una comisión policial encabezada por Luisa y Samuel estaba llegando al domicilio de Avenida Costanera. Una mansión digna de una película. La detención ya era inminente.

Un guardia privado les permitió el paso sólo después de hablar por su radio portátil. Ya en la puerta de entrada de la casa, salió Aumé a recibirlos portando su mejor sonrisa. Luisa se acercó a él, le puso las manos hacia atrás, lo esposó, mientras le iba diciendo:

__Señor Aumé queda usted detenido por el asesinato de Victoria Masó, todo lo que diga podrá ser usado en su contra. Tiene derecho a un abogado, si así no lo hiciere el estado le proveerá uno de oficio.

Dicho esto, lo subieron al móvil policial para llevarlo hasta la agencia donde Mario, experto en Interrogatorios estaba bosquejando el del detenido.

Cuando llegaron a la sala de interrogatorios, Aumé pidió un teléfono para llamar a su abogado, algo que fue innecesaria porque él estaba llegando ya en esos momentos, avisado por la esposa de Aumé.

Se llamaba Antonio Manescalvo, era el abogado de la familia desde que Federico Aumé asumiera la gerencia de la empresa, abogado también que lo representó después del asesinato de la señora Masó.

__ ¿De qué se lo acusa a mi defendido? _espetó_ supongo que tendrán un muy buen motivo para hacerlo, pues de lo contrario los demandaré por acoso policial.

Mario hizo caso omiso al abogado. Con mucha parsimonia, se sentó en una silla frente al detenido y desplegó sobre la mesa seis fotos de Victoria Masó en la escena de su asesinato.

__ La conoce, ¿no? __le dijo a Aumé__ se llamaba Victoria Masó, ¿se acuerda de ella?

La cara de Aumé se contrajo, automáticamente comenzó a apretar una mano contra la otra, los nudillos se le volvieron blancos de tanta fuerza.

El lenguaje corporal es importantísimo, y Mario sabía leerlo a la perfección, se dio cuenta de que se encontraba ante un hombre profundamente perturbado por la situación y al borde de dar una declaración, era evidente la necesidad de expresarse.

__ Sabemos todo lo que sucedió esa noche __le dijo Luisa__ sabemos que usted la mató, sabemos de la cifra sideral que pagó para fraguar el ADN.

__ ¡Mentiras! __dijo el abogado__ le repito detective, ¡no abuse!, si no tiene las pruebas ya mismo me llevo a mi cliente y los estoy acusando de calumnias e injurias.

__ No corra tanto doctor, las pruebas las tenemos y son contundentes. Léalas, son fotocopias, los originales ya los pusimos en la caja de seguridad de la agencia __le contestó Mario__ Todo eso es irrefutable doctor y usted lo sabe mejor que nadie, pero lea todo y mientras lo hace, le preguntaré a su cliente si está dispuesto a repetir el ADN en nuestros laboratorios.

__ ¡De ninguna manera! Mi cliente no tiene por qué aceptar eso.

__ Usted sabe doctor que preguntárselo es sólo un acto de cortesía, se lo podemos exigir con una orden judicial que obtendremos en un segundo si la solicitamos __aclaró molesta Luisa__ Además creo que no le quedan muchas alternativas. Lea doctor, luego hablamos.

A medida que el abogado leía, su expresión iba cambiando y Federico Aumé ya estaba al borde del vómito, cosa muy común en estos casos cuando la persona se veía acorralada. Ambos sabían que esta vez la cosa no les sería para nada fácil.

Cuando el doctor terminó de leer habló unos instantes al oído con su cliente, éste afirmó con la cabeza y entonces, el abogado les dijo:

__ ¡Queremos un trato!

__ ¿Un trato? __preguntó Mario__ no, no hay trato que valga, por lo menos hasta escuchar el relato de lo sucedido de boca de su cliente.

__ Alegaremos “delirium tremis”(sic) __dijo el abogado__ y entonces…

__ ¡Basta! __lo interrumpió Aumé__ Ya no puedo más con esto sobre mi conciencia, les voy a contar Antonio y no trates de convencerme de lo contrario porque no lo haré, luego vos tendrás que encontrar los elementos legales, pero ahora basta… Realmente ya no puedo más.

__ ¿Está diciéndonos que va a declarar? Preguntó Samuel.

__ Sí.

Los detectives prendieron la grabadora y el equipo de video

—Adelante, lo escuchamos.

__ Yo la amaba. La amaba como jamás lo hubiera podido imaginar. Lo que comenzó como una aventura, poco a poco se transformó en amor, por lo menos para mí. Mi vida no tenía sentido sin ella; por ella respiraba, por ella sentía, por ella olía la vida, por ella simplemente… vivía. Luego de un año, mi amor se hizo cada vez más intenso, más importante, más profundo. Fue entonces cuando le propuse irnos juntos, nada me importaba más que ella: ni el dinero, ni el lugar que ocupaba en la empresa, ni mi esposa… ¡Nada! Sólo ella. Quería estar toda mi vida a su lado, quería amarla eternamente. A partir de esa propuesta noté que todo cambió. La notaba más fría, más distante. Y los celos comenzaron a cegarme, a volverme loco. Hasta que esa fatídica noche me dijo que esa sería la última vez que estaríamos juntos, que a su marido le habían ofrecido una beca en Inglaterra y que se irían. Al sentirla perdida me volví loco, le imploré, le rogué, le supliqué, pero su postura era firme. Fue entonces cuando….

Se hizo un silencio tan profundo que nadie se animó a decir nada, sólo el abogado, dirigiéndose a Aumé, habló:

__ No tenés por qué seguir Federico, nadie está obligado a declarar en su contra.

Muy suavemente, Aumé le respondió:

__ ¡Antonio, cállate por favor! Y si no te podés callar, prefiero que te vayas.

__ ¡Está bien! No te interrumpo más.

Federico Aumé continuó:

__ Fue entonces cuando, muerto de celos y de amor, la tiré sobre mi escritorio y le hice el amor. Ella no quería y eso hizo surgir más mi instinto animal… así que le hice el amor con alma y vida, la tenía tomada del cuello y el momento del orgasmo fue tan, pero tan fuerte que no me di cuenta de la fuerza con que la estaba apretando. Me tendí luego a su lado para relajarme y fue ahí, luego de unos instantes, cuando me di cuenta de su inmovilidad.
Me aterré, le toqué el pulso y… ¡Nada!... Ya estaba muerta. Traté inútilmente de reanimarla de todas las maneras posibles, pero todo era en vano, ya todo estaba de más.
Ante lo inevitable entré en pánico, mandé al guardia de seguridad a revisar los pisos superiores y la llevé hasta las escaleras que dan al subsuelo y desde ahí la empujé… sólo la empujé. El resto ya lo saben. Y sí, es cierto, pagué mucho dinero para hacer cambiar el resultado del ADN. Luego creí que todo estaba solucionado, pero no conté con mi amor por Victoria. ¡Ese amor tan grande y mi conciencia me estaban volviendo loco!

Dejó de hablar. Mario apagó la grabadora y la cámara. Todos miraban sus anotaciones cuando intempestivamente Luisa se acerca a Federico y, poniéndose a sólo unos centímetros de su cara, se jugó el todo por el todo y le dijo:

__ Ahora señor Aumé, cuéntenos por qué mató a Pedro Vargas y a Javier Aranda, de eso también tenemos pruebas. ¡Usted fue el que los envenenó!

__ ¡Ahora sí que basta! __dijo el abogado__ ya es más que suficiente, qué pruebas pueden tener y por qué habría de matarlos.

__ Eso es precisamente lo que queremos saber doctor __le contestó Samuel__ ¿Por qué? ¿Cuál fue el móvil de estos dos crímenes que, evidentemente, están relacionados con el caso de autos?

Antes de que el abogado pudiera hablar, Federico Aumé respondió:

__ ¡Esperen! Yo ya me responsabilicé por lo que hice, pero de esto les juro a todos los presentes que no tengo absolutamente nada que ver. Más les digo: siempre creí que Vargas había muerto de un infarto, además, ¿por qué querría yo envenenarlo?, ¿y a Aranda? ¡Menos aún!, nos unía una amistad y una confianza de hace años… no, no, en esto no tengo absolutamente nada que ver.

El jefe hizo una señal imperceptible a su gente y todos los oficiales salieron de la Sala. Ya fuera de ella, les dijo:

__ Yo le creo, mi olfato dice que no está mintiendo, ¿ustedes qué opinan?

En general, salvo algunos pequeños cuestionamientos, todos coincidieron en que en esto Aumé no tenía nada que ver. Se quedaron mirando por el vidrio que daba a la sala, sin que éstos los vieran a ellos, cómo discutían abogado y cliente, claro que por ética no habían abierto el audio.

De pronto el jefe les dijo a los tres:

__Vayan inmediatamente y averigüen “como sea” dónde estuvo este abogado en las fechas cercanas a los asesinatos. Me parece que está demasiado tostado para estar trabajando en un estudio en Rosario y su color no es precisamente de cama solar.

Los tres Detectives lo miraron extrañados.

__ ¡No me miren así! Sólo averígüenlo, es una simple corazonada.

Dicho esto, entró nuevamente a la sala de interrogatorios y le dijo al doctor que debía retirarse y que volviera al día siguiente a las nueve, momento en que continuarían con el procedimiento.

El doctor salió y la puerta se cerró violentamente detrás de él.

__ Parece un poco nervioso. Fue todo lo que dijo el jefe de la brigada, pero su mirada decía muchísimo más.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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