Circuito imperioso

Por Guillermo Exequiel Tibaldo

Me arrepiento del momento en que decidí que me ajustaran aquellos tornillos flojos, al principio pensé que toda mi locura y los problemas desaparecerían de una buena vez, para brindarme todo el amor que mi familia necesitaba, todo el amor que se merecía.

Pero me han convertido en uno de ellos. ¿Hicieron las cosas mal o hicieron lo que querían? Mi hijo yace ahora ante mis pies, en silencio. ¿Cómo decirle que necesitaba probar su jugo de fresas? Pero no fui yo en realidad, me obligaron.

¡Válgame! ¿Qué he hecho? Siempre con la misma pregunta, nadie me creerá; uno quiere arrepentirse preguntando asombrado por sus actos, pero el hecho ya ha sido consumado y no tenemos opción de retroceder.

Esos nuevos metales nuevos que usan han tocado la plataforma de mi cerebro, y se ha producido una reacción en cadena por todo mi cuerpo ¿No es el cerebro quien nos controla?

Ya no me reconozco ni en el espejo, no se que significan esos grandes colmillos de plata que no puedo disimular, ni aquella fea barbilla que no me puedo afeitar. No puedo manejar mi cuerpo, ya nada responde a mis sentidos. Soy un vegetal metido en un cuerpo extraño, irreconocible.

Y en esta vida he de quedarme. ¡Vivo! Olvidando con el paso de los siglos, y aceptando muy lentamente, que ya no recuerdo cuál es en verdad, el significado de vivir.