A río revuelto... 3

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Por el Ing. Sergio Amaya Santamaría

Amaneció fresco y luminoso. Los charcos dejados por la lluvia de la noche anterior, lo obligaban a zigzaguear por la calle mientras se encaminaba a tomar el autobús que había de llevarlo al rancho de Teófilo, distante unos veinte kilómetros de El Guayabal. Cerca de las seis de la mañana llegó el autobús en que iba a viajar: era un viejo Ford que daba servicios a las rancherías de los alrededores. A esas horas de la mañana había pocos pasajeros que fueran en esa dirección, más bien el movimiento era hacia El Guayabal, pues gente de los poblados vecinos trabajaban o hacían actividades de comercio en el pueblo; por tal razón, Ramón se fue cómodamente sentado, admirando el paisaje campirano, sumido en sus propios pensamientos.

El autobús salió del pueblo a través de un viejo puente de piedra construido en tiempos de la Colonia. Las gentes del lugar contaban leyendas acerca de la construcción, la que según decían, había sido levantada en una sola noche por el mismo diablo. El paisaje era agradable, la campiña se vestía de un manto verde y, hasta donde alcanzaba la vista, todo estaba sombreado de árboles de guayaba; de ahí el nombre del pueblo, aunque en esa época del año ya casi se había terminado la recolección del fruto.

El camino de tierra, aún húmedo por la lluvia, no presentaba las incomodidades de los meses de estiaje, en que grandes tolvaneras se levantaban al paso de los escasos vehículos.

A orillas del camino, algunos hombres conducían sus yuntas de bueyes para dirigirse a trabajar sus tierras. Unos niños conducían, entre gritos y risas, un gran rebaño de cabras. De cuando en cuando el autobús se detenía para que lo abordara un nuevo pasajero; unos cargando animales de corral, otros llevando cajas de frutas o de hortalizas, algunos comerciantes de telas y mercerías para llevarlos a vender al mercado de las rancherías. Gente sencilla, envueltas en gruesas cobijas multicolores, cubiertas las cabezas con sombreros de palma de la región.

Al cabo de unos treinta minutos, Ramón descendió del autobús en la parada conocida como “El Terrero”, pues tal era el nombre del rancho donde vivía Teófilo. De la carretera al rancho había que caminar unos tres kilómetros en una brecha abierta a mano en la falda de una pequeña loma. El rancho no era más que un escaso conjunto de casas de adobe y techo de tejamanil, dispersas en la ladera de la colina. Al pié del cerro, un tranquilo arroyo corría manso por entre las jaras y los tules, a la sombra de añosos sauces, que con sus largas ramas acariciaban las aguas, como viejos amantes que se hacían arrumacos, con la alegre complicidad del suave viento mañanero. El aire olía a tierra mojada, a hierba fresca, a humo de leña, a tortillas del comal.

Entre el ladrar de flacos y bravos perros, Ramón se dirigió a la casa de su amigo; el terreno de la casa estaba delimitado por una cerca de piedras y dentro del predio había unos árboles de guayaba que aportaban su sombra y aroma al lugar. Unos cuantos surcos de maíz por cuyas raquíticas cañas trepaban las enredaderas de frijol. Teófilo se hallaba entretenido dando de comer a dos cerdos echados bajo un mezquite. Al ver a su amigo se dirigió a él con una radiante sonrisa.

__ Buenos días Ramón, pásale q’esta es tu casa, llegas a tiempo para tomarnos un jarro de café mientras platicamos, ya no deben tardar los muchachos.

__ Buenos días Teófilo, creo que llegué muy temprano, pero tengo que regresar a buena hora para entrar a trabajar al segundo turno, pues ya sabes que si llegamos tarde el Justo se pone como diablo y hasta nos quiere correr.

Teófilo toma por el brazo a Ramón y se encaminan a la puerta de la casa mientras platican.

__Ya lo sé Ramón, pero quiera Dios que pronto podamos componer las cosas de la fábrica. Pero pásale hombre, que ya la vieja está haciendo las tortillas para almorzar.

La esposa de Teófilo se encontraba de rodillas, frente al metate de piedra, echando las tortillas sobre un comal de lámina colocado sobre un rústico fogón de leña. Teófilo hizo las presentaciones.

__Mira Juana, este es Ramón, el compañero de quien te he hablado, es un cuate bien parejo, por eso lo invité.

La señora miró al recién llegado y le saludó con una amable sonrisa.

__Buenos días Ramón, siéntese, ‘orita les sirvo un cafecito mientras termino de echar las gordas.

Ramón tomó asiento mientras observaba a su alrededor. La casa era una amplia habitación, iluminada levemente por un pequeño ventanuco y la poca luz que entraba por la puerta. Los muros de adobe, blanqueados con cal, estaban cubiertos por algunos calendarios y las imprescindibles imágenes religiosas. Al fondo una cama improvisada con tablas y un viejo colchón, sobre el lecho dormían dos niños pequeños. Un viejo ropero con un espejo roto, una mesa y cuatro sillas de madera rústica y un pequeño radio componían todo el mobiliario de la casa. En un rincón un pequeño altar a la Virgen de Guadalupe, iluminado por una veladora, daba un toque místico al humilde hogar.

Juana, la señora de la casa, era una mujer morena de rasgos indígenas, de unos veinticinco años, envuelta en un rebozo de algodón de rayas grises y negras y el cabello peinado en una trenza. Teófilo inició la plática.

__Pues bien mi Ramoncito, ‘ora sí tenemos que intensificar las cosas, va a venir un hombre a quien tú no conoces: él viene de la capital y es el que nos ha estado diciendo cómo hacerle para que los patrones nos hagan caso; ya verás que te cai bien el hombre. Se ve que tiene rete harta escuela, habla muy bien y yo creo que si le hacemos caso vamos a lograr muchas cosas buenas __Levantándose de la mesa se dirigió a su mujer que le extendió dos jarros de aromático café, volvió a la mesa y colocó uno frente al visitante, sentándose nuevamente__. Ya estuvo suave de que estemos tan fregados, ¡mira nomás que casa tengo! Yo no quiero que mis hijos crezcan igual que yo, siempre corriendo tras las chivas y nunca pude ir a la escuela, pos no había dinero más que pa’mal comer. Mis hermanas aquí se casaron y aquí seguirán, pu’s sus maridos son igual que nosotros, hombres pegados a la tierra. Mi hermano mayor no fue tan tarugo, él se fue p’al Norte y creo q’está ganando buenos centavos, pos allá se quedó y no ha vuelto. Yo por ser el más escuincle me quedé con mi jefecita y sólo cuando ella murió pude casarme. Por esos tiempos es que fui a buscarle al pueblo y me quedé en la fábrica.

Ramón encendió un cigarrillo mientras pensaba en lo similar que era la vida de Teófilo con la de él mismo, bebió un poco de café y contestó:

__ Está bueno todo lo que dices Teófilo, vamos a ver qué dice el hombre, pero debemos tener cuidado, pues los patrones no van a estar chupándose el dedo. Yo creo que ya tienen los papeles que repartieron ayer en la fábrica y podemos tener problemas. También debemos cuidar nuestras chambas, si no qué van a comer nuestras familias. Por a’i dicen que si hay problemas los patrones cerrarían la fábrica y entonces sí q’estaríamos fregados.

Teófilo contestó mientras se levantaba a servir más café:

__ Si no se trata de que la cierren, lo único que queremos es que nos paguen lo suficiente, cuando menos pa’ mal comer, pues con lo que ganamos no nos alcanza ni pa’l maíz. Y sobre todo, q’el Justo ese ya no nos friegue tanto. Figúrate que l’otro día ya me andaba, pus el hombre entró al Almacén y vio que teníamos unos rollos de tela en el suelo y ya nos tragaba a maldiciones; a mí me quiso pegar, pero l’ice frente y pus se arrugó, pero me pelaba unos chicos ojotes, que la verdá si me’spantó; yo creo que en cualquier chico rato me corre, pero mientras eso sucede, vamos a ver de a como nos toca, ¿no crees?

En esa charla estaban cuando oyeron voces en el exterior y Teófilo salió a recibir a los recién llegados. Conforme iban entrando se los presentaba a su mujer, pues Ramón ya los conocía por ser compañeros de trabajo, cuando menos a dos de ellos, pues al tercer visitante no lo había visto nunca.

__Mira vieja, este es Juan. Dijo señalando a un hombre de unos treinta años, bajito y delgado, de movimientos nerviosos, piel clara y ojos zarcos. Su pantalón, aunque muy limpio, tenía tantos remiendos que era difícil saber cual sería la tela original, vestía también una camisa de manta azul y una vieja chamarra de mezclilla.

Tomás siguió en las presentaciones; fontanero de treinta y dos años, con quince de trabajo en la fábrica. Casi niño había empezado como ayudante de su padre y al morir éste, había heredado su puesto, pues era el que mejor conocía las instalaciones de la fábrica. Era de estatura mediana, de espalda y brazos fuertes y manos curtidas por el trabajo: hombre de mirada inteligente, hablaba poco y observaba mucho. Todos en la fábrica lo respetaban y sus consejos siempre eran escuchados.

Por último presentó a Antonio, el fuereño que Teófilo había invitado para platicar con ellos. Era un hombre de unos treinta y cinco años; alto, no muy grueso, vestía ropa de regular calidad en buenas condiciones. Nos observaba a todos con interés, tratando de recordar los nombres de cada uno. Antonio había estudiado la Preparatoria en la Capital, después se había afiliado a un partido político de los llamados de izquierda y había estudiado dos años en la Escuela Independiente de Derecho. Hombre inquieto por naturaleza, había cortado sus estudios por un problema estudiantil, acabando por entregarse de tiempo completo a las actividades de su partido político, motivo por el cual había tenido que viajar por diferentes ciudades del país.

__ Bien __continuó Teófilo__, ahora que todos nos conocemos, vamos asentarnos para almorzar y platicar, pues no tenemos mucho tiempo.

Utilizando las cuatro sillas y dos huacales de madera, los hombres se sentaron alrededor de la mesa y pronto estuvieron dando cuenta de un sabroso desayuno compuesto de huevos con chile, frijoles, café negro y tortillas recién hechas. Poco se habló durante el almuerzo, ocupados como estaban en sus propios platillos, pues esos almuerzos no eran frecuentes para quienes trabajaban en la fábrica.

__ A ver Antonio __reinició la plática Teófilo al terminar el almuerzo__, diles aquí a los compañeros qué es lo que piensas de nuestros problemas.

Como sopesando muy bien lo que iba a decir, Antonio miró detenidamente a cada uno de ellos y dijo:

__ Bueno muchachos, debo iniciar por decirles por qué y cómo es que yo me encuentro aquí, pues como ustedes saben yo vengo de fuera. El caso es que la gente con la que trabajo, tienen muy bien estudiada la situación general del país. Somos muchas las personas que viajamos por todas partes y nos informamos de las condiciones de trabajo de los empleados de las fábricas, pues nos preocupa que ustedes, los trabajadores que han dado forma a este país, se encuentren en estas condiciones de marginación, en tanto que los patrones, esa clase burguesa y corrompida, cada día son más ricos; en tanto ustedes, los trabajadores, cada vez son más pobres. Por eso trabajamos, por la reivindicación de la clase trabajadora, para que reciban los salarios justos, porque ustedes no son los culpables de que cada día las cosas sean más caras; la culpa es de los capitalistas que se enriquecen en forma desmedida a costa del esfuerzo de todos ustedes. Luchamos para acabar con ese maridaje corrupto y corruptor que se ha dado entre empresarios y funcionarios públicos, lo que permite que se explote a los trabajadores, se robe el dinero de las arcas públicas, que pertenecen al pueblo; todo ello a costa del bienestar de las familias de los trabajadores, quienes con su esfuerzo y sudor hacen producir a las fábricas. Por eso nos esforzamos compañeros, para que ganen lo suficiente, para dar a sus familias todo lo necesario, para que trabajen las horas estipuladas por la Ley y reciban las prestaciones a que tienen derecho.

Antonio siguió con su perorata, hablando de pie para dominar mejor a su pequeño auditorio.

__ Trabajamos por la moralización sindical; que sea realmente una representación de los trabajadores, cuidando que los patrones cumplan con lo establecido en los contratos colectivos de trabajo. Que el trabajador cuente con los elementos suficientes para su seguridad dentro de las fábricas y que el esfuerzo de su trabajo sirva para llevar bienestar y comodidad a sus familias, procurando que cada trabajador, dentro de sus propias posibilidades, tenga una casa digna, como lo establece la Ley, para lo cual es necesario que los patrones aporten regularmente las cuotas para el Fondo de Vivienda. Que el trabajador esté seguro de que, cuando llegue su tiempo de retiro, tendrá una cantidad en algún banco que le permitirá llevar una vejez sin contratiempos.

Antonio se dio cuenta de que tenía a sus oyentes en un puño y continuó:

__ No debemos olvidar que mucha sangre le costó a nuestro pueblo el lograr que el Gobierno promulgara Leyes que protegieran a la clase trabajadora, pero los patrones, junto con algunos vivales, han hecho de los sindicatos instrumentos de represión en contra de los trabajadores; estos pseudo representantes sindicales, amparados por funcionarios venales y corruptos, crearon alianzas políticas que cada vez son más fuertes y más difíciles de cambiar desde dentro; por esa razón, el grupo al cual pertenezco, se ha dado a la tarea de orientar y concientizar a las bases trabajadores, para que cada grupo, por separado, presente frentes de lucha. Consideramos que en esa forma, tanto las centrales obreras, como los funcionarios corruptos que las apoyan, tendrán que diversificar sus frentes, propiciando el debilitamiento de la plataforma central. Esa es la razón de que esté yo aquí. Ahora, ¿cómo debemos hacerle?, eso es lo que vamos a platicar.

No queriendo perder el interés de los muchachos, Antonio continuó:

__ Por principio de cuentas, buscamos a las personas idóneas. No las buscamos de cualquier manera, sino que analizamos a cada uno de ustedes y hasta que los conocemos bien nos presentamos; pues de esa manera estamos seguros de que tendremos colaboradores confiables. Sé muy bien que ustedes son hombres decididos y que están luchando por la superación de todos sus compañeros, de ninguna manera trabajamos buscando el lucro personal, nuestra única meta es y será siempre la reivindicación de la clase trabajadora. ¿Está esto bien claro?

El primero en contestar fue Tomás, dado que tenía más años de trabajo que los demás y conocía muy bien a los patrones:

__ Mire Antonio, usted habla muy bien, con muchas palabras que ni conocemos, pero a mi medio entender, se trata de hacer ver nuestro descontento a los patrones, ¿no es así? Sólo que hay un pequeño problema, en cuanto Justo se entere de que protestamos, valdrá más que no nos encuentre, porque capaz que nos despelleja y ya podremos irle buscando en otra parte, porque ni a la planta nos dejarán entrar, entonces, ¿donde quedará nuestra protesta?

__Bueno Tomás __repuso Antonio__, viéndolo de esa forma nunca tendremos éxito, pero yo los voy a orientar para lograr nuestros propósitos; además los vamos a apoyar con propaganda para repartirla entre todos los compañeros, de forma que poco a poco vayamos extendiendo el deseo de hacerse oír por los patrones. La única forma de lograrlo es que presentemos un frente firme, fuerte, decidido; pues de esa manera, los patrones tendrán que aceptar el diálogo. Recuerden que ustedes tienen el derecho de desconocer al sindicato existente, pero tendrá que ser por mayoría.

__ Muy bien Antonio __tomó la palabra Ramón__, pero la mayoría de los compañeros tienen miedo de perder sus empleos, además parece que existe la amenaza de los patrones de cerrar la fábrica si hay problemas, en estas condiciones es muy difícil que los compañeros se unan a nuestro movimiento

Sintiendo que se le enfriaba la atención del auditorio, Antonio retomó la palabra:

__ Todo eso lo tenemos previsto, para cada caso tenemos una respuesta, sin embargo, tendremos que ir analizando paso a paso la situación, para saber qué debemos hacer, para eso estoy yo aquí. Como ustedes comprenderán sería muy peligroso que vieran a un fuereño mu-cho tiempo en el pueblo, sobre todo cuando hay problemas en la fábrica, así es que a mí me verán solamente en los lugares y a las horas señaladas, pero siempre contarán conmigo. Yo viajaré frecuentemente a la Capital a fin de traer los apoyos necesarios, sólo deseo que uste¬des estén de acuerdo en seguir mis instrucciones, de lo contrario hoy mismo me regreso y aquí no ha pasado nada. Pueden confiar plenamente en mí, se los aseguro. Piénsenlo compañeros y denme su respuesta, voy a caminar un rato mientras ustedes platican. Con permiso y gracias por el almuerzo.

Antonio salió lentamente de la casa, llegando a la puerta volteo a ambos lados como para orientarse y después se echó a caminar hacia abajo, con rumbo al arroyo que corría en la parte baja del rancho.

Los cinco amigos quedaron solos, cada uno sumido en sus propios pensamientos, tratando de entender en toda su forma lo que les había expuesto Antonio. Al fin rompió el silencio Juan.

__ Bueno muchachos, yo creo que lo que nos propone este hom¬bre está bien, pos si la perdemos no faltará en qué girarla, pero si la ganamos estaremos a todo dar ¿no cre’n?

__ Es cierto __convino Fermín__, yo creo que si logramos unir a los compañeros, la podemos hacer, qué más puede pasar, ¿que cierren la fábrica?, pus nos vamos pa’ otro lado, no faltará que hágamos.

__ De acuerdo __aceptó Tomás__, pero ustedes han pasado por al¬to que los patrones bien pueden recurrir a las Autoridades, las cuales actuarían en forma oficial, mediante la .Junta de Conciliación o en forma extraoficial ya que los patrones tienen amigos que pueden buscarnos muchos problemas. En estas circunstancias lo de menos sería que nos quedáramos sin trabajo, pero lo más probable es que sufriríamos ataque en nuestras personas, ¿creen, ustedes ser lo bastante fuertes para resistirle? Esto no es un juego, es un asunto muy serio y ellos no creerían que lo hacemos buscando el beneficio de todos nuestros compañeros. Yo creo que debemos convencer a los Compañeros y a nosotros mismos para que aumentemos la eficiencia en el trabajo, así tendríamos un buen respaldo para nuestras peticiones.

__ Yo estoy de acuerdo con Tomás __dijo Ramón__, preferiría llevar las cosas por las buenas, aunque la veo bien difícil pues los patrones nunca están satisfechos con el trabajo que realizamos, sobre todo con Justo, nunca podemos darle gusto, así que, por mi parte, yo estaré de acuerdo con lo que diga la mayoría.

__ A ver tú, Pánfilo __preguntó Tomás__, ¿cómo la ves?

__ Bueno muchachos __respondió__, yo les presenté a Antonio, así que ‘ora ni modo que me’che pa’trás y como dicen por a’i, vamos a ver de qué cuero salen más correas.

__ Bien _continuó Tomás__, ya que estamos de acuerdo hay que ha hablarle a Antonio para que de una vez nos diga qué es lo que debemos hacer.

Teófilo se levantó y salió de la casa en busca de Antonio, al que encontró sentado plácidamente a la sombra de un frondoso ahue¬huete, viendo correr las cristalinas aguas del arroyo. Allá, en un remanso que formaba la corriente, un grupo de niños retozaba, completamente desnudos en las frescas aguas, muy ajenos a las angustias que vivían sus padres. Antonio pensaba en sus días de la infancia cuando, totalmente despreocupado de la vida, jugaba a las orillas de su natal Tuxpan. A su mente vinieron los olores del pescado que muy temprano llevaban los pescadores al malecón. Cómo había soñado en que algún día pudiese ser marinero para embarcarse en esos hermosos barcos guardacostas que atracaban en el muelle. Cómo le gustaba ver a les hombres ocupados en sus tareas en cubierta, o verlos descender del barco con sus uniformes blancos; pero cómo da vueltas la vida, su padre, traba¬jador petrolero, fue transferido a la Capital, por lo que sus sueños infantiles fueron cambiados por la realidad de la gran ciudad. La voz de Teófilo lo volvió a la realidad.

__ ¡Antonio, Antonio!, vente, ya nos pusimos de acuerdo y esperamos tus indicaciones.

Antonio se levantó y juntos subieron la suave ladera hasta la casa de Teófilo, en el patio ya se encontraban los niños correteando entre las gallinas. Una vez dentro, los hombres tomaron asiento y Antonio les dirigió la palabra.

__ Bien camaradas, Teófilo me ha dicho que están de acuerdo en seguir adelante bajo mi dirección, lo cual me alegra, pues sé muy bien que ustedes son hombres de fiar y dispuestos a conseguir lo que se proponen.

Mirando fijamente a cada uno de los hombres continuó:

__ La primera regla que deberán aprender es que deben guardar celosamente el nombre de todos nosotros __les exigió__, bajo ninguna circunstancia deberán nombrarnos ni se reunirán dentro de la fábrica o dentro del pueblo. Yo les haré saber en su oportunidad quien o quienes nos reuniremos y donde y a qué hora será la entrevis¬ta. Este punto es muy importante, pues sé de muy buena fuente que Don Cástulo, uno de los dueños, se ha entrevistado con el Licenciado, lo mas probable es que le haya pedido que investigue, así que no debemos ex¬trañarnos si aparecen por la planta algunos agentes del gobierno. Durante unos días no sabrán de mí, deberán seguir trabajando con toda naturalidad, no busquen enfrentamientos pero vayan valorando a sus compañeros para saber con quienes cuentan. Desde luego que no podrán manifestarles nuestros planes a cada uno, ni mucho menos harán mención de los que aquí estamos reunidos, todo ello se hará en el momento que yo se los indique; solamente observen y me¬moricen, nunca deberán escribir nada que pueda comprometerlos, a ustedes o al grupo __poniéndose en pie, Antonio dio por terminada la reunión, en tanto les decía__. Por hoy es suficiente, regresen al pueblo, cada uno a di¬ferente hora y de ser posible, por distintos lugares. Gracias Teófilo por el almuerzo y me despides de tu esposa. Hasta la vista camara¬das.

Antonio salió y se encaminó nuevamente hacia la parte baja del rancho, con rumbo al arroyo. Los amigos se despidieron y fueron saliendo cada uno por diferente rumbo.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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