Por Guillermo Exequiel Tibaldo
Empezaron unidos, casi tomados de la mano para no perderse, hablaban enlazados como si la aventura fuese más grande que el miedo a la salida que pudieran encontrar.
Y cuando uno de ellos se extravió en aquel laberinto, y logró descubrir la salida mientras corría con desesperación, sólo halló cajones con cuerpos olvidados y su propio nombre en uno de los cajones vacíos a la entrada.
Los demás notaron que en sus sueños rutinarios, faltaba uno de ellos a contraluz del sol y la luna.
Se asfixian sin encontrar la salida, porque no han tenido siquiera la elección de poder decidir si les apetecía entrar, y más les gustaría saber como han entrado. Quizá de esa forma encontrarían si no es el final, el comienzo, pero que implicaría una salida.
Todos ellos concuerdan que hay un recuerdo que lo tienen presente cada día, un recuerdo que se hace sueño cada noche para no ser olvidado por ninguno de ellos: el sueño manifiesta una luna fundida con el sol, mientras que a contraluz de estos hay siete personas de las que sólo se reconoce por las siluetas.Empezaron unidos, casi tomados de la mano para no perderse, hablaban enlazados como si la aventura fuese más grande que el miedo a la salida que pudieran encontrar.
Y cuando uno de ellos se extravió en aquel laberinto, y logró descubrir la salida mientras corría con desesperación, sólo halló cajones con cuerpos olvidados y su propio nombre en uno de los cajones vacíos a la entrada.
Los demás notaron que en sus sueños rutinarios, faltaba uno de ellos a contraluz del sol y la luna.
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