Sepulcro eterno

Por Guillermo Exequiel Tibaldo

Mira la lápida y fríamente se la lleva, dispuesta a destruir aquella piedra recién tallada en la que figura su nombre. No piensa demasiado, porque sabe que el cansancio de la noche anterior le pesa ahora sobre sus pasos, sobre aquellas botas de punta de acero que no se puede quitar.

Está angustiada, alguien corrompe sus normas y quiere que ella muera, incluso antes del tiempo de todos los hombres ¿Acaso la han descubierto en algún trabajo ilegal? ¿la han reconocido quizá? Han desarrollado tantos equipos para que no se les escape nadie, que ahora incluso ella se encuentra en aquella telaraña de encubrimientos, en aquel panel de poca intimidad ¿Qué es tan malo de lo que hace? Solo recuerda a las personas disfrutar el momento vivido, de hacerles creer en un objetivo constante, como todo el mundo.

Trata de no preocuparse, no es más que un chiste macabro lo que le han hecho, como todos los que ha hecho ella durante toda su vida; por lo tanto levanta con firmeza la lápida al cielo, decidida a arrojarla por aquel acantilado; pero justo en ese instante los huesos de sus brazos crujen por tanta edad y es entonces que aquella dama vestida de luto, se ve obligada a yacer bajo aquella lápida cuyo nombre estalla en el futuro de cada hombre.

Ha fallecido la muerte, víctima de su propio juego.