El Encuentro

Por Zaidena

La noche me emociona, me enciende, se vuelve mi cómplice, me entiende, esconde mis sentimientos bajo la luz de la luna, me acaricia suave, agradable, me produce esa grata sensación que invade cuando uno se relaja de un día arduo y complicado.

Me envuelve con ese manto que le hace a mi mente pensar en miles de picardías diferentes con la complicidad de la Luna, señora y ama de la noche y de las estrellas, esos bichitos de luz que iluminan el cielo haciéndolo ver brillante, titilante, con vida propia, que nos enseña que, a pesar de que no seamos nada ante su inmensidad, ahí están haciéndonos compañía.

¡La noche!...cuántas cosas nos ha leído en la mente cuando nos sentamos a disfrutar de ella, porque en su cobijo cabalgamos por el mundo montados en corceles de plata, sintiéndonos sencillamente invulnerables.

Nos sentimos los mejores protagonistas del amor, el mejor de los carceleros de los amantes, los más buenos, los más puros, los únicos en el mundo, y no percibimos que vamos entrando poco a poco en la añoranza, en la tristeza, en darnos cuenta de que estamos solos mirando para arriba cuando quizá quisiéramos estar acompañados compartiendo tanta belleza.

Y esa angustia nos invade porque vemos que esa hermosa Luna, inmensa, con su brillante color plata, majestuosa, pura; también está sola, pues la creación le dejó como legado que todas las noches corra inútilmente tras su amor sin poder alcanzarlo.

Por eso se dice que en las noches de eclipse, cuando después de tanto buscarlo se encuentra con su amado Sol, no debemos mirarlos, sino dejar que su encuentro sea íntimo, privado, especial, como premio a todo lo que lo ansiaron y necesitaron.

Su perseverancia dio frutos, pues “sólo el que persevera encuentra un mañana mejor”.