Por Sergio A. Amaya S.

A la mañana siguiente, solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, se presentó un nuevo miembro del equipo abacial, Fray Michel, un entusiasta monje Boticario que se haría cargo del Dispensario de la abadía; nacido en Francia, pero hijo de españoles, estudió en Aquitania y se ordenó Sacerdote en el Convento de los Hermanos de la Santa Cruz en Salamanca, Fray Justino fue uno de sus Maestros y desde entonces los unió una gran amistad, de 45 años al llegar a Nueva España, se sintió muy entusiasmado cuando le ofrecieron hacerse cargo de la Botica de la Abadía, pues eso le permitiría ampliar sus conocimientos y servir a sus hermanos, además de la dicha de volver a estar al lado de su querido Maestro, a quien veía casi como a un Padre.

Persona de sangre liviana, de inmediato congenió con sus Hermanos y los Novicios lo vieron con simpatía. No obstante, su alegría se vio opacada por el ambiente de duelo que se vivía en la Abadía. Cuando se enteró de la causa, sintió un gran pesar, pues aunque no conocía al difunto, no era menos hermano que el resto de la comunidad abacial. En cuanto fue recibido por el Abad y después de ponerlo al tanto de los acontecimientos, los dos religiosos se dirigieron a la Capilla, donde Fray Justino presidiría la Misa de difuntos.

Las campanas doblaban a duelo, dolientes, llorosas. Los vecinos de la Abadía se persignaban al escuchar el triste lamento de las campanas, pensando que, tal vez, el difunto sería el anciano señor abad. Después de las oraciones preliminares, dio principio la Liturgia de la Palabra con la Carta de Pablo a los Corintios:
“Hermanos: Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que dice alguno de vosotros que los muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación carece de sentido y vuestra fe lo mismo.
Además, como testigos de Dios, resultamos unos embusteros, porque en nuestro testimonio le atribuimos falsamente haber resucitado a Cristo, cosa que no ha hecho, si es verdad que los muertos no resucitan. Porque, si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado. Y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís con vuestros pecados; y los que murieron con Cristo se han perdido. Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos”
Después del Evangelio de San Juan, Fray Justino hizo el Sermón, refiriéndose a uno de San Agustín:
“La resurrección de los muertos
No guardes silencio, Señor, sobre la resurrección de la carne, no sea que los hombres no crean en ella, y nosotros de predicadores nos convirtamos en razonadores.
Porque igual que el Padre dispone de la vida, así ha dado también al Hijo el disponer de la vida. Entiendan los que oyen, crean para que entiendan, obedezcan para que vivan. Escuchen todavía otro texto, para que no piensen que aquí se acaba la resurrección. Y le ha dado potestad para juzgar. ¿Quién? El Padre. ¿A quién se lo dio? Al Hijo. Pues al que le dio poder disponer de la vida, le dio asimismo potestad para juzgar. Porque es el Hijo del hombre. Cristo en efecto es Hijo de Dios e Hijo del hombre. En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Mira cómo le dio poder disponer de la vida. Pero como la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, hecho hombre de María Virgen, es Hijo del hombre. ¿Y qué es lo qué recibió por ser Hijo del hombre? Potestad para juzgar. ¿En qué juicio? En el juicio final; entonces tendrá lugar la resurrección de los muertos, pero sólo de los cuerpos, pues las almas las resucita Dios por medio de Cristo, Hijo de Dios. Los cuerpos los resucita Dios, por el mismo Cristo, Hijo del hombre. Le ha dado potestad. No tendría esta potestad de no haberla recibido, y sería un hombre sin potestad. Pero el Hijo del hombre es al mismo tiempo Hijo de Dios……”
Cuando terminó la Ceremonia, Fray Justino pidió que velaran el cadáver para dar tiempo a que llegaran los padres del muchacho, en tanto él se dirigió a la Casa Arzobispal, a informar del suceso y a pedir la dispensa para realizar la primera sepultura en la Abadía.

En tanto el Abad salió en busca del Arzobispo, Fray Michel pidió a Fray Andrés que lo condujese al sitio de hallazgo del cadáver y, de paso, le mostrase su lugar de trabajo, a lo que Fray Andrés respondió con agrado. Le gustaba la actitud del recién llegado, pues a sus cuarenta y tantos años, se veía un religioso bien formado y un hombre activo y sociable. En tanto caminaban, Fray Andrés le iba explicando el movimiento del convento, lo mostró el refectorio, junto a este, la cocina, misma que se comunicaba con la huerta y la carbonería; a su paso le presentó a los hermanos Legos, Antonio y Alfonso, quienes se encontraban afanados en la preparación de los alimentos que se servirían a la hora de la comida. Finalmente, cruzando un obscuro corredor, accedieron a la huerta, al fondo de la cual se hallaba su lugar de trabajo y, si él así lo decidía, también su habitación de estudio y descanso, algo que agradó sobremanera a Fray Michel, quien tenía por costumbre dedicarle varias horas de la noche al estudio y experimentación de la herbolaria.

La huerta estaba sembrada de robustos ahuehuetes, árboles de mas de sesenta años, que fueron respetados al construir el convento, así también, existen helechos y algunas variedades de cactáceas y magueyes y una gran variedad de plantas de menor tamaño; todo ello interesó al boticario, pero en ese momento no hizo ningún comentario. Llegaron al fondo de la huerta, un lugar umbroso y melancólico, propio para el estudio, la meditación y la oración en privado. Fray Andrés mostró al recién llegado el árbol en el cual se había colgado el difunto. Sin acercarse al sitio a fin de no contaminar el lugar, Fray Michel observó que la dicha rama estaba mas abajo que su propia cabeza, siendo él un hombre de 1.70 metros de estatura.

_A fe mía que el difunto, que Dios se apiade de su alma, era un hombre pequeño….

_Bueno, _repuso Fray Andrés_ ciertamente era pequeño, pero aún así, tenía dobladas las piernas cuando lo bajamos.

Fray Andrés se guardó su propia apreciación.

_Cosa curiosa, diría yo, _repuso dubitativo Fray Michel, observando los alrededores de la escena.

_¡Pero por Dios!, ¿por qué tan descuidado el jardín?, que aquí parece que han pasado los cerdos.

_Es curioso, _intervino nuevamente Fray Andrés_ pues generalmente tienen muy cuidados los prados. ¿Qué pensáis, hermano?

_Pues a reserva de revisar el cadáver, si el señor Abad lo permite, yo creo que nuestro hermano no se suicidó. Ved aquí, _señaló hacia el suelo_ estas marcas parecen ser las que dejan los pies de alguien que es arrastrado y las marcas en el árbol, solamente las puede hacer una cuerda que corre sobre la rama, lastrada por un gran peso.

_Cierto hermano, _dijo Fray Andrés, satisfecho de que alguien compartiera sus temores_ esos mismos pensamientos tuve yo cuando vine a ver lo sucedido; no lo he comentado con nadie hasta estar seguro, pero ahora que vos lo mencionáis, creo que vamos en el mismo sentido.

_Y decidme, hermano Andrés, ¿cuál fue el comentario del señor Alguacil?

_Me apena decirlo, hermano, pero no es mas que un leguleyo sin mas conocimiento que un pavo, y que Dios me perdone, pero su opinión fue suicidio y eso fue todo, nos permitió bajar el cuerpo para darle cristiana sepultura.

_Pues mucho temo, hermano Andrés, que vos y yo, deberemos hacer el trabajo del dicho Alguacil y que el señor Abad tome la resolución final, ¿os parece bien?

_Creo que es una inteligente propuesta, pues nuestro amado Abad no desea que esto trascienda al populacho, pues causaría grave daño a la abadía.

_Bien, si me permitís, tomaré algunas notas y haré un pequeño dibujo de la escena, nos podrá servir mas adelante.

El religioso extrajo del morral que llevaba al hombre, una tiza y unas hojas y de inmediato mostró su buen oficio de dibujante, cosa que practicaba con frecuencia, pues de esa manera ilustraba sus estudios herbolarios. Describió con precisión las marcas que mostraba el árbol. Los destrozos causados al prado y hasta de un leño, al parecer arrojado entre unos matorrales y que mostraba ciertas marcas de sangre y pelo; este madero lo envolvió en un paño que encontró en su botica y se lo dio a guardar a Fray Andrés, suplicándole no hacer mención de ello a nadie. Luego de echar una somera mirada a su lugar de trabajo, Fray Michel propuso volver al lado del resto de los habitantes del monasterio, a fin de poder observar a todos los posibles responsables del homicidio.

_Decidme. Hermano Andrés, ¿tenéis algún sospechoso?, ¿algo que nos pueda ir encaminando en la investigación?

_No quisiera mencionar nombres, hermano Michel, pues podría dejarme llevar por apreciaciones personales que, tal vez, pudiesen implicar a un inocente.

_Tenéis razón, hermano, muy inteligente de vuestra parte y muy honesto, a fe mía.

_Si vos no opináis en contrario, hermano Andrés, pediré a nuestro señor Abad que me permita dar a los novicios y a los Legos unas clases de botánica, pues pretendo hallar uno o dos ayudantes que me auxilien en mi tarea. Decidme, Padre, ¿de los jardineros no dudáis?

_No, hermano Michel, el jardinero es Fray Serafín un anciano bonachón, incapaz de matar ni a las hormigas que le maltratan sus plantas y su ayudante, el novicio Nicolás, es un muchacho de pocas entendederas, pero de un gran corazón, a quien todos los novicios tratan con consideración y cariño.

_Bien, hermano, con ello descartamos a dos probables y nos concentraremos en el resto de los novicios. Pero vayamos a ver. Tal vez ya haya vuelto Fray Justino.


Fray Justino fue recibido por el Arzobispo Fray García Guerra, quien escuchó en silencio la narración de los terribles acontecimientos; convencidos ambos religiosos de que el deceso se debía al suicidio y a fin de evitar el escándalo público, el Arzobispo dio su dispensa para que el novicio fuese sepultado en la huerta del convento, pero no en sitio consagrado, pues se le estaba extendiendo sentencia de excomunión mayor. Fray Justino, compungido por la tristeza, aceptó sin chistar el veredicto del Arzobispo, pues bien sabía que gran pecado era atentar contra la propia vida. Una vez realizado el triste trámite y con el Acta de dispensa y excomunión en mano, volvió a su Abadía, a cumplir con la penosa tarea de leer el Acta ante todos los habitantes del convento, a fin de que les sirviese de advertencia, aunque rogaba a Dios y a la Santísima Virgen María de Guadalupe, que no se volviese a presentar tal desgracia en la Abadía.

Cuando volvió al Convento de la Cruz, ya lo esperaban los frailes Andrés y Michel. Gran gusto dio al Abad el hallar a su querido amigo y discípulo, a quien hacía varios años no veía.

_¡Bendito Dios que habéis llegado, Michel!, expresó con sincero gusto el Abad, espero que halláis tenido un buen camino.

-Gracias, amado Maestro, realmente es un país hermoso, lleno de gente humilde y sencilla, salvo algunos granujas que no faltan, pero todo el viaje ha sido confortable y mucha y grande admiración he sentido al mirar esta enorme ciudad, llena de palacios y jardines.

_Pero también me enterado, querido Abad y padre mío, de las funestas noticias que me ha enterado Fray Andrés; a propósito de ello, quisiéramos pediros unos minutos en privado, para haceros narración de nuestras observaciones.

_Desde luego que sí, hijos míos, pasemos a mi celda. Donde estaremos mas tranquilos.

La celda del Abad se encontraba en la planta baja, en la esquina contraria que el refectorio y era un espacio pequeño, con una pequeña ventana alta, que dejaba pasar luz y ventilación, pero impedía ver hacia la calle, lo que le daba una buena privacidad; el mobiliario era igual al resto de las celdas: un camastro con un jergón encima, un reclinatorio frente a un Cristo Crucificado, una mesa de trabajo y, lo único que la diferenciaba del resto, eran tres sillas, una para su servicio y dos para eventuales visitantes. Sobre la mesa un candelabro de tres ceras, tinta, plumas y secante y una cantidad de hojas, unas escritas y otras en blanco. En una repisa sobre la cama, la Santa Biblia, recién copiada en el Scriptorium y la Regla de la Orden de la Cruz. Ese era el pequeño mundo privado del abad de la Cruz. En un rincón, colgado de una alcayata, el hábito del diario de Fray Justino, que en ese momento vestía el de salir, pues recién había vuelto de su visita a la Casa Arzobispal.

_Y bien, hermanos, ¿qué es lo que queréis decirme?, que mas contrariedades ya no puedo tener.

_No estéis tan seguro, querido abad, _dijo Fray Andrés_ pues lo que hemos visto y en lo cual hemos coincidido Fray Michel y yo, es que aquí se ha cometido un asesinato, al que han hecho aparecer como suicidio.

_¡Pero eso que decís, es espantoso!, ¿tenéis pruebas de ello?

_Me temo que sí, reverendo Padre, _intervino Michel_ y es lo que deseamos relataros, si vos lo permitís.

_Adelante, por favor, os lo ruego.

Fray Michel hizo un detallado resumen de lo observado por ambos Padres, mostrando al azorado Abad las notas y dibujos que el Boticario había hecho hacía poco, solo restando para estar seguros, que el Abad les permitiese ver el cuerpo del difunto en privado, para no inquietar a los novicios. Fray Andrés desenvolvió el madero que Fray Michel había recuperado y se lo mostró al Abad, quien ante prueba tan contundente, no tuvo mas que aceptar la petición de los religiosos, ofreciendo que, por la noche, cuando todos se hubiesen retirado a sus celdas, los tres irían a la Capilla a observar el cadáver del desdichado novicio Luis de Salanueva. En el fondo, el Abad pensaba en la forma en que daría tan triste noticia los padres del muchacho y en las repercusiones que esto pudiese traer a la vida abacial. Esa noche, después que los novicios, al cuidado de los Padres Formadores se retiraron a sus celdas, los tres frailes se encaminaron a la Capilla, donde se encontraba el cuerpo del desafortunado novicio cubierto con una sábana. El cuerpo ya presentaba el rigor mortis, por lo que Fray Michel y Fray Andrés lo descubrieron y lo colocaron de lado para poder observar las posibles marcas que tuviera el cuerpo. Fray Michel reparó en un golpe que el difunto tenía en el parietal izquierdo, sobre la oreja; miró también las rozaduras que tenía en el cuello, producidas por la cuerda con que lo izaron a la rama del árbol. La herida en la cabeza había sido contundente, aún cuando había un hematoma notable, no se había lesionado el cuero cabelludo, si acaso un poco de sangre capilar. Notó también que no tenía la lengua de fuera, como ocurre con los ahorcados, ni se notaba algún rictus de angustia en el rostro ceniciento.

Al terminar su revisión, los tres se hincaron e hicieron alguna oración, se persignaron y salieron al pasillo, encaminándose en silencio a la celda del Abad. Una vez cerrada la puerta, habló Fray Justino:

_Y bien, Muchel, ¿habéis podido observar algo que corrobore vuestra teoría del homicidio?

_Ciertamente, querido Padre, os puedo asegurar que el asesino es zurdo y mató al novicio de un fuerte golpe en la cabeza, luego lo arrastró hasta colocarlo debajo del árbol, le ató la cuerda alrededor del cuello y lo izó jalando hasta que la cabeza del difunto tocó la rama, por eso le quedaron las piernas flexionadas, el extremo libre de la cuerda lo ató al tronco para que no se deslizara, de ahí las marcas sobre la rama y algunas en el tronco, aunque éstas últimas son mas pequeñas.

_Pero esto no puede ser, pues no tenemos ningún zurdo, Bendito Dios, entre los novicios, pues bien sabemos que esa manía es abominable y de ninguna manera la hubiésemos permitido.

_Definitivamente, _corroboró Fray Justino a lo expresado por Fray Andrés.

_Pero decidnos, Michel, ¿por qué estáis tan seguro de que el asesino es zurdo?

_Por favor, Padre Andrés, colocaos de espalda a nosotros, si me hacéis la merced….

Extrañado, el religioso se colocó de espalda a los dos religiosos, sin acabar de comprender lo que se proponía Fray Michel.

_Observad, Fray Justino, si yo golpeo la cabeza de alguien con un palo, por yo ser diestro, el golpe será del lado derecho de la víctima; Por el contrario, si fuese zurdo, el golpe será del lado izquierdo y el difunto tiene el golpe sobre la oreja izquierda.

_Mmmm… pensó un momento Fray Justino. ¿Qué pasaría si el difunto hubiese estado de frente a su atacante?

_En ese caso, lo mas probable es que, o bien, el novicio hubiese levantado los brazos para protegerse o el golpe hubiese sido entre la oreja y la frente, pues por instinto, volvemos el rostro cuando vemos un objeto que viene a golpearnos y en nuestro caso, el golpe está sobre la oreja, tirando hacia atrás ligeramente.

_Todo esto me lleva a insistir en mi petición, dejadme entrevistar a los novicios con el pretexto de que deseo encontrar ayudantes para la botica, así los podré observar, pues no olvidéis que, cuando los padres o maestros observan este nefasto vicio, le amarran la mano izquierda al infante, para que se acostumbre a utilizar la mano derecha, como Dios manda, pero si en el fondo anida el maligno, siempre les quedarán movimientos instintivos que los llevan a volver a sus malos hábitos.

_Bien, Hermano Michel, si vos pensáis que sea la mejor forma de descubrir al culpable, hágase como vos proponéis, pues es importante hallar al culpable y poder dar una satisfacción a los padres del desdichado muchacho. Ahora os invito a descansar, pues falta poco para Completas.

Los dos Monjes abandonaron la celda del Abad y se perdieron en la penumbra de los amplios corredores.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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