Por Sergio A. Amaya S.

Fray Michel llegó al convento cerca del medio día, su mente era un torbellino de ideas, creencias y escepticismo. En su caminar había llegado al Templo de San Hipólito, donde se encontró con un viejo sacerdote, quien al ver llegar al religioso, se acercó a él, para darle la bienvenida y ofrecerle su ayuda.

_Decidme, hijo, habló el anciano ¿te puedo ayudar en algo?, pues vuestra casa está cerca, pero preferisteis este santo lugar para aliviar la angustia que se os nota en el rostro.

_Gracias, Padre, realmente busco una explicación a un hecho que acabo de vivir y no me atreví a referirlo entre mis hermanos. Tal vez vuestra merced, que con los años vividos habéis visto mas, podáis darme una explicación.

_Esperad, hijo mío, vayamos al claustro, donde estaremos mas en reservado.

El viejo sacerdote precedió a Michel, quien le siguió por una puertecilla abierta detrás del altar mayor, cruzaron por la Sacristía, vacía en esos momentos y salieron a un agradable claustro abierto hacia el jardín interior. El sacerdote buscó una banca en un rincón y se sentó, invitando a fraile a acompañarle.

_Ahora sí, hijo mío, relatadme vuestra historia y yo te daré mi punto de vista.

Fray Michel hizo el relato de lo que acababa de presenciar, sin omitir detalle alguno. Cuando terminó, se sintió mas sereno, como si hubiese dejado en el suelo un gran bulto que le agobiaba con su peso. El viejo sacerdote se levantó y dio unos pasos en el claustro, con la cabeza baja, mirando a las baldosas que tantos pies caminantes habían ido desgastando. Finalmente volvió al lado de Michel y dijo:

_Hijo, nosotros somos hombres de fe, que es la esencia de nuestra vocación, pero también somos seres pensantes y sabemos analizar las situaciones; nuestra formación nos ha llevado por caminos en que no todo lo podemos responder por la física o la lógica y estamos convencidos que los caminos de Dios, no los comprende el hombre, pero debemos aceptarlos. Sin embargo, los tiempos que vivimos no son los mas propicios para hablar de mlagros o actos divinos, pues fácilmente nos pueden acusar de hechiceros o brujos. Vos habéis sido afortunado al presenciar un hecho que rebasa lo natural y bien le habéis dicho a ese hermano, pero no os aconsejo que habléis mas de este asunto, pues existe gente que siempre está al acecho para llevar chismes al Santo Oficio.

_Entiendo, querido Padre, no nos queda mas que admirar, para nuestros adentros, las maravillas que Dios hace por sus hijos pecadores. Triste es que no podamos dar testimonio por temor a ser tildados de brujos o cosas peores.

_Decís, bien, hermano, son tiempos de prueba que el mismo Dios nos ha puesto para aquilatar nuestro valor como creyentes. No está en nosotros juzgar a nadie, pero debemos estar alerta. Veo también en vuestro semblante, hermano, que vos tenéis una gran preocupación, aparte de lo que me habéis contado, ¿estoy en lo cierto?

_Efectivamente, hermano, vos tenéis una rara habilidad para leer en el rostro de los hombres. Me asombras, pero debe ser uno de los carismas a que alude San Pablo y mucho os ayudará en vuestro ministerio. Alabado sea Dios.

_Gracias, hermano, pero decidme, ¿cuál es vuestro nombre?

_Michel, hermano, soy el boticario de la Orden de la Cruz y estoy a vuestro servicio, cuando lo requiráis.

_Acompañadme, Michel, vamos a sentarnos donde pueda yo tomar el sol, estos viejos huesos cada día me reclaman mas y parece que nunca se calientan.

Los dos religiosos caminaron lentamente, al paso del hombre viejo, bajo la sombra de centenarios ahuehuetes que, junto con coloridos rosales, daban un aspecto majestuoso al jardín interior. Llegaron los hombres a una banca donde en ese momento el sol brindaba sus mejores rayos; con cierto trabajo el viejo se sentó y Michel lo hizo junto a él. Podría haber sido un momento íntimo entre un padre y su hijo, tal vez en el fondo así lo sintieran los religiosos.

_Padre, no me habéis dicho vuestro nombre. Necesito saberlo, pues os relataré hechos de gran importancia y requiero saber a quien se los relato.

_Tenéis razón Michel, soy el Padre Benito y soy benedictino y en la Parroquia soy confesor, por eso siempre me puedes encontrar en el templo.

_Gracias, Padre Benito. Pues bien, le pediré vuestra mayor discreción a esto que os relataré y que, de saberse públicamente, podría hacer grande mal a la Abadía.

_Yo he llegado a México hace unas pocas semanas, cuando ya el convento está caminando bien, pero tal vez hayáis oído que hubo una defunción en la abadía.

_Efectivamente, me enteré de la triste muerte de un novicio. ¿cómo es posible que mueran muchachos tan jóvenes? Son los misterios de Dios.

_Sí que lo es, me refiero a un misterio y no solo de Dios, también de los hombres.

_Explicadme, hijo, que ahora si no he entendido nada.

_Me refiero, Padre, a que la muerte de ese muchacho fue ocasionada por alguien que aún no hemos identificado. Yo he estado entrevistando a los novicios, con el fin de tratar de encontrar al culpable. Hay uno que por su carácter se hace sospechoso, pero no quiero influenciarme por esos sentimientos, pues me podrían llevar a un mal razonamiento.

_Tenéis razón, Michel. Es un asunto delicado, pero decidme, ¿por qué estáis tan seguros de que fue asesinado?

_Hay claros indicios, querido Padre, que no dejan ninguna duda y el saber eso y no tener al culpable, es lo que me agobia, aunque aún no termino de entrevistar a los novicios. Pero gracias por escucharme, me ha sido de gran consuelo. Ahora, si vos lo permitís, debo llegar a mi casa para alcanzar la hora de la comida y por la tarde continuar con mi investigación.

_Ve con Dios, querido hermano y no olvidéis que aquí estoy siempre, para escucharos. Os ofrezco que yo intentaré encontrar alguna forma de ayudaros. Te pido de favor, que no dejéis de venir y comentarme, tal vez yo pudiese ayudaros.

_Gracias, Padre Benito, en unos días vendré a saludaros.

Michel salió del jardín por una puerta lateral y caminó rumbo al quemadero, en la esquina de la Parroquia volteó a la izquierda y a pasos largos se encaminó a la abadía. El Padre Portero le abrió en cuanto lo vio llegar y lo apuró para que se dirigiera al refectorio, donde ya estaban entrando los habitantes de la casa. Al verlo, el Padre Justino le hizo señas para que se reuniera con él. Michel hincó una rodilla en tierra y besó la mano de su Superior.

_Querido Michel, anoche no habéis llegado a dormir, ¿tenéis algún problema?

_Perdonadme, amado Padre, pero estuve atendiendo a un pobre hombre moribundo a quien hice alguna curación, pero principalmente a quien escuché en confesión y di el bendito viático. Pero, si vos lo aceptáis, por la noche, en vuestra celda, os relataré todo.

_Me parece bien, Michel, esperemos pues a la noche, en mi celda.

Después de los alimentos, Fray Michel se dirigió a su gabinete, donde estaba entrevistando a los novicios; el Padre Justino y Fray Andrés le habían preguntado acerca del desarrollo de la investigación, pero les había explicado que aún no terminaba las entrevistas, de cualquier manera, pensaba Michel que esta demora le daría confianza al culpable, pues pensaría que su crimen iba a quedar impune, algo que también consideraron posible los viejos sacerdotes.

En esta ocasión le tocó entrevistar a Marcelo, quien era su Ayudante en la Botica y el pretexto fue que se estaba considerando la posibilidad de que, al nombrar un nuevo ayudante, Marcelo podría dedicarse mas tiempo a la investigación, algo que entusiasmó al muchacho, quien desde la llegada de Fray Michel le había encontrado nuevo interés al estudio de la botánica.

_Buenas tardes, Marcelo, saludó Michel al entrar al salón, como estáis enterado, estamos entrevistando a los novicios para tratar de ubicarlos en los sitios mas apropiados para vuestro aprovechamiento. En lo personal, busco a un muchacho con buena disposición para el estudio de las plantas y sus propiedades curativas. Pensarás que vos ya sois un ayudante de la botica y tenéis razón, pero para vos tengo pensado que si encontramos un muchacho apto para el puesto. Vos podréis ascender en la botica a investigador ayudante, que por lo demás, estáis muy bien capacitado. Así las cosas, os pediré que escribáis lo que representan para vos vuestros compañeros. Lo que pensáis de cada uno de ellos y, en general, lo que creéis que es la Orden de la Cruz para vos. Podéis empezar ahora, yo entretanto leeré mi devocionario.

Fray Michel no abrigaba ninguna duda acerca de la inocencia de su ayudante, pues por el tiempo que tenía tratándolo diariamente, se daba cuenta de que era un muchacho con una vocación firme y de buen trato con sus compañeros, de cualquier forma tenía que verlo con la misma imparcialidad que analizaba a todos los novicios.

LA HISTORIA DE MARCELO

Marcelo nació en la Capital de Nueva España en un barrio cercano al Puente de la Leña. Tercer hijo de un matrimonio formado por dos españoles avecindados en México desde finales de 1585, el padre Don Tomás Balbuena, se dedicaba al comercio de aceites y la madre, Doña Susana, trabajaba con él en el estanquillo. Marcelo aprendió sus primeras letras en una escuela sostenida por los franciscanos, siendo un estudiante empeñoso e inteligente. Muchacho amigable y amable con sus condiscípulos y obediente con sus maestros. En el barrio tenía fama de ser buen amigo y siempre estaba rodeado de una bulliciosa palomilla. Entre sus amigos había criollos, mestizos y naturales. Desde muy chico empezó a ayudar a sus padres en el negocio y en ocasiones se le veía transitar montado en un asno que cargaba los recipientes del aceite. Sus preceptores franciscanos lo fueron acercando a la religión y a los quince años externó a sus padres sus deseos de pertenecer a una orden religiosa. En esos tiempos estaba llegando a México la Orden de los Hermanos de la Cruz y, haciendo un gran sacrificio, sus padres pudieron formar una pequeña dote para que su hijo fuese aceptado en la Orden.


Cuando el novicio entregó su trabajo, Fray Michel le echó una mirada rápida, llamándole la atención una de las partes del texto; Marcelo no se expresaba muy bien de todos sus compañeros, inclusive se notaba cierta animadversión por alguno de ellos.

_Explicadme, Marcelo, preguntó el fraile, ¿Tenéis algún problema con vuestros compañeros?

_No, realmente no los tengo, aunque no todos me son simpáticos, particularmente algunos de los españoles.

_¿Tenéis algún problema con que sean españoles?, pues yo mismo lo soy.

_No, maestro, de ninguna manera, vos habéis sido muy amable con todos, especialemente conmigo, como su ayudante, pero es que esos españoles a quienes me refiero, se sienten los conquistadores y a nosotros, criollos, mestizos o naturales, nos quieren tratar como sirvientes y eso sí me enfurece.

_Pues importante asunto me relatáis, Marcelo, pues yo no he reparado en nada parecido, pero me parece algo muy grave que habrá qué atender.

_Lo que sucede, Fray Michel, que se toman mucho cuidado para no actuar de esa manera frente a vosotros, pero cuando estamos solos, es otra cosa.

_Bien que lo decís, Marcelo, me ocuparé de ese asunto, por ahora es suficiente, podéis volver a vuestras obligaciones, yo tendré qué ausentarme por unas horas, pero vos podéis seguir con vuestro trabajo.

Al salir el novicio, Fray Michel hizo algunas anotaciones en su inseparable cuaderno, definitivamente, Marcelo no era sospechoso de tan horrendo crimen, pero había que atender el asunto de los novicios problemáticos, que, aunque Marcelo no había dado nombres, no sería muy complicado saber quienes eran. Casi era la hora de Vísperas y el fraile se dirigió a la Capilla, a fin de participar en el Oficio Divino con sus compañeros, al llegar fue bien recibido por Fray Justino y Fray Andrés, quienes ya estaban ocupando sus lugares.

Fray Justino inició la celebración:

_Dios mío, ven en mi auxilio.

La fila encabezada por Fray Andrés respondió:

_Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

La fila de Fray Justino, haciendo una reverencia, respondió:

_Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.

Todos contestaron:

_Amén.

Cuando el Oficio terminó, los tres frailes amigos se reunieron, mirando como toda la congregación abandonaba la Capilla rumbo al refectorio, después salieron ellos, Fray Justino apoyado en el brazo de Fray Michel, como un anciano padre se apoyaría en un hijo, así era el cariño que el viejo Abad sentía por el Boticario. Después de que Fray Alfonso, a indicación del abad impartiese la bendición y luego de que el Lector designado diese principio a la Lectura del día, todos se dedicaron a ingerir la frugal cena y a escuchar con atención las palabras del Lector. La cena se desarrolló con naturalidad y al terminar, fueron abandonando el recinto, para dedicar un poco de tiempo a sus actividades personales. Fray Justino tomo por los brazos a sus dos amigos y juntos se dirigieron a la celda del Abad, a que Michel les relatara ese asunto que lo había mantenido ausente de la casa la noche anterior.

Cuando estuvieron sentados, Fray Justino, mirando a Michel, preguntó:

_¿Y bien, hijo, qué es lo que deseais comentar?

_Amado Padre, empezó el fraile, ante la atención de los dos amigos, os comenté que el día de ayer atendí a una persona que tenía que ser operada y por eso me llamaron, pues con una de mis pócimas es posible operar a una persona sin que sienta dolor; pues bien, el tal enfermo resultó ser un herido, apuñalado en el abdomen y en la espalda, como os lo he dicho, proporcioné al herido la pócima y fue operado del abdomen sin dolor, gracias a Dios, pues su herida no fue de gravedad; no así la herida de la espalda, que le colapsó el pulmón derecho y el Cirujano se declaró impotente para realizar ninguna intervención, dejando al herido a la voluntad de nuestro Padre. Ante tal pronóstico y dado que el herido se encontraba inconsciente por efecto de la pócima, le di la bendición, lo ungí con óleo de los enfermos, como indica el rito y le puse el Santo Cuerpo del Señor en la boca, luego me hinqué y me puse en oración durante toda la noche, encomendando el alma de nuestro hermano a la misericordia del Padre. Al despuntar la mañana y para asombro mío y de sus parientes, el herido se vio inexplicablemente mejorado, respiraba con naturalidad y su semblante era el de una persona en pleno restablecimiento, sus respuestas eran lúcidas y su mirada brillante. Cuando llegó el Cirujano a enterarse de la salud de su paciente, grande fue su sorpresa, pues en lugar de hallarse con un cadáver, se encontró con un hombre en plena recuperación.

Su reacción fue la de todos nosotros: Que sin duda esto era un milagro de Dios.

Así lo hablé con el herido y todos estaban maravillados, le recomendé que, en cuanto su salud lo permitiese, fuese al templo de su devoción a dar gracias a Dios, pues algo grande le tendría reservado en la vida. Él ofreció venir a visitarme en la Abadía.

Yo sé que en los tiempos que corren no es conveniente hablar de asuntos tales, por ello he pedido a vos me atendieses en privado, para recibir vuestro consejo.

Altamente impactado, Fray Justino miraba interrogante a Fray Andrés, quien movía la cabeza con incredulidad.

_Pues solo porque os conozco, hijo mío y sé que no sois dado a este tipo de historias, creo en lo que nos habéis contado, pero bien decís que no son tiempos para estas historias, dejadme meditarlo, pero, en tanto, no lo comentéis con nadie; si viene vuestro paciente, pedidle guardar silencio ante este hecho, explicadle que el Santo Oficio es muy celoso de tales temas y el riesgo que correríamos todos. Lo que es indudable, querido hijo, es que Dios Nuestro Señor os ha dado una prueba de su inmensa bondad y misericordia, yo te recomiendo que os pongáis en oración, dando gracias por ese enorme testimonio que has recibido, el Señor sabrá guiaros por el rumbo que a Él convenga.

Los tres amigos se quedaron en silencio, asimilando cada uno la profundidad que tal suceso podría tener en sus propias vidas, pues no era lo mismo leer en la Santa Biblia los milagros realizados por Dios a través de la historia, que ser testigo de primera fila de tales portentos.

Después de un rato de silencio, habló Fray Andrés:

_Padre Michel, dejando de lado tan singular evento, yo debo preguntaros acerca de vuestra investigación, ¿habéis avanzado algo?

_Me temo que aún no puedo daros noticias, amados Padres, pues aún me faltan siete novicios de entrevistar, no obstante hay algo muy serio que me acabo de enterar, pues resulta que entre nuestros novicios hay claros indicios de discriminación, hecho que ha dividido a los novicios en dos grupos antagónicos, lo que me parece intolerable, mas tratándose de miembros de discípulos del Señor.

_¡Pero qué decís, Michel, esto es intolerable!, exclamó Fray Justino, decidnos qué es lo que pasa y quienes son los responsables.

_De los responsables, no sé los nombres, aunque tengo mis sospechas, el hecho salió al entrevistar a Marcelo, mi ayudante, quien ha sufrido de tal actitud, al igual que otros novicios. Solamente se refiere a “los españoles”, por lo que pienso que Juan de Sayavedra, Nuño de Aguilar, Agustín de la Rioja y Antonio de Villafuerte, podrían ser los responsables, pues ellos son españoles.

_De Juan de Sayavedra, dijo Fray Andrés, no me extrañaría nada, pero de los otros muchachos, no me lo imagino.

_Cosas veredes, afirmó el Abad, homo homini lupus.

_Tenéis razón, Padre, dijo Fray Michel, el hombre es el lobo del hombre, pero habrá qué hacer algo para cortarle los dientes al lobo antes de que crezca.

_Y lo haremos, hijio, tened por seguro que lo haremos, no podemos permitir que semejante conducta anticristiana, prolifere en la Abadía.

_Si vos me lo permitís, Padre, continuaré con las entrevistas, el siguiente novicio es Nuño de Aguilar, así que ahora tendremos un motivo mas para investigar y de lo que resulte, os lo iré informando.

_Me parece bien, Michel, ve con Dios y que Él os ilumine para terminar con estas situaciones que se han presentado en esta santa casa. Luchemos para expulsar al maligno de nuestras filas.

Fray Michel se hincó y besó la mano de su Abad, luego abandonó la celda y se dirigió a su botica. Al día siguiente continuaría con su trabajo de investigación.

Un viento frío recorría los obscuros pasillos, alumbrados de trecho en trecho por tímidas velas puestas en bombillas de cristal. De entre las sombras, Michel escuchó la voz del Fraile portero, quien le deseó buenas noches.

_Buenas noches os de Dios a vos, querido hermano.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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