Por Sergio A. Amaya S.

El mes de noviembre llegó con unos aguaceros y fríos inusuales, la abadía estaba húmeda y helada y todos padecían las inclemencias del tiempo. Con tiempo suficiente y a consejo de Fray Alfonso que había vivido bastante tiempo en Roma, se construyó un pluvium, en el que se pensaba recolectar parte del agua de lluvia y poder utilizarla en tiempos de estiaje. La obra la habían diseñado los Hermanos franciscanos, quienes habían adquirido suficiente experiencia en los diferentes países en que habían servido. Las gárgolas que desaguaban las azoteas, conducían las aguas a unas tuberías de barro que se habían sepultado por todo el edificio y que llevaban el agua al depósito, el cual medía ocho varas de largo por cinco de ancho y tres varas de alto. Consideraban que la cantidad de agua almacenada les permitiría tener un ahorro considerable en el agua del servicio, pagando solamente por el agua que se usaría en las cocinas y para beber. Aunque a los Monjes de la Cruz se les hizo algo grande el depósito, los franciscanos argumentaron que había qué pensar en lluvias extraordinarias y vaya que habían tenido razón. La obra había costado unos tres mil pesos, pero habían contado con la buena voluntad del Señor Arzobispo García Guerra, pues en su calidad de Virrey y Arzobispo, pudo disponer de ambas cajas para sufragar el costo de la obra.



Las nuevas tareas dadas a los novicios, fueron recibidas con cierto enojo por parte del grupo de novicios españoles, pero, de acuerdo a la regla de obediencia, no tuvieron mas que aceptar los cargos. El Hermano Nuño se encargaba de fregar los pisos de cocina y refectorio, algo que había recomendado Fray Justino a los Legos Antonio y Alfonso, a lo que atendieron con radiante alegría, pues esa ayuda les daba un poco de margen para sus recados fuera de la abadía, particularmente en esa temporada, pues las lluvias dejaban las calles encharcadas y lodosas, lo que les hacía mas tardado y cansado el recorrerlas.

Por su parte, el Hermano Juan renegaba entre dientes por tener qué ocuparse de ayudar al viejo fraile Serafín, quien por la humedad en el ambiente sufría mucho por las reumas, permaneciendo en su celda hasta que el sol de la mañana empezaba a calentar. El monje era muy exigente con el cuidado de las plantas, por lo que con frecuencia reñía a Juan por su descuido.

Los novicios Agustín y Antonio, no terminaban de limpiar un patio, cuando ya otro reclamaba su atención, pues el agua de lluvia se acumulaba entre las baldosas del piso, teniendo qué ser barridas y secadas, pues había qué combatir la humedad reinante en el edificio.

Fray Justino era de los atormentados por la lluviosa temporada, pues el frío y la humedad lo mantenían postrado en el camastro, ante los cuidados de Fray Michel, que no paraba de correr entre su gabinete, para atender a quienes presentaban catarros y tos producidos por la temporada y entre atender a los monjes Justino y Serafín.

Fray Michel tenía preparado aguardiente de enebro, frutillo que le mandaban de España perfectamente desecado, para que no pierda sus propiedades curativas. Mediante ciertos procedimientos, obtenía aceite del enebro, que mezclado con otras substancias, le proporcionaban un producto para aplicar como fricción sobre las zonas aquejadas por las reumas, obteniendo buenos resultados. Dos veces al día les daba a los enfermos una copita de aguardiente de enebro y les hacía las fricciones. Durante todo el mes de noviembre no tuvo oportunidad de continuar con las entrevistas a los novicios, pues apenas alcanzaba a atender la botica para preparar remedios, atender a los pacientes que llegaban en busca de alivio, tanto de la abadía, como gente del pueblo, que recibían atención en un dispensario que se había abierto para la atención de los naturales.

En la alimentación de los dos ancianos, se incluyeron berros en ensalada, que también les servían para aliviar sus problemas reumáticos.

Fue un mes muy complicado. Llovió continuamente durante cuatro días y los canales y acequias iban a reventar, algunos se salieron de madre, ocasionando unas inundaciones muy severas, en algunos sitios, el nivel de agua subió hasta casi dos varas, lo que causó mucho daño entre la población mas necesitada. Las familias pudientes se trasladaron a sus villas en el pueblo de Tlalpan y, entre saraos y comilonas permanecieron fuera de la ciudad hasta que el agua volvió a sus cauces, lo que ocurrió casi a finales del mes. En la zona de la abadía, el agua apenas mojó el umbral de la puerta, no obstante, la humedad interior era superior a la común, pues los muros se mantuvieron mojados durante todo el mes, pasando dicha humedad al interior.

Fray Justino se fue debilitando día a día y Fray Michel recurrió a su amigo Doctor, Don Antonio Garcidueñas, a quien llamaron para atender a los dos monjes ancianos. Don Antonio auscultó detenidamente a Fray Justino, a quien encontró muy decaído. Los remedios aplicados por Michel eran correctos, pero el corazón del viejo fraile ya daba muestras de irregularidades. Cuando Don Antonio saló de la celda de Fray Justino, los frailes Andrés, Alfonso, Nepomuceno y Michel, estaban esperando las noticias. Por el semblante de Don Antonio se dieron cuenta de que el abad estaba mal, lo que les confirmó el Médico.

_Reverendos Padres, debéis esperar lo peor, Fray Justino no pasará de esta noche, a lo mas mañana, pues su corazón empieza a fallar. Si alguno de ustedes es su Confesor, vale mas que le ayudéis a poner en orden su conciencia. Por mi parte no tengo mas qué hacer; Fray Michel, yo recomendaría a vos que le proporcionéis un poco mas de aguardiente de enebro, le ayudará a tener menos dolor y a descansar un poco. Ahora si vosotros lo permitís, me gustaría ver al otro enfermo.

El Padre Nepomuceno se ofreció a conducir al Doctor a la celda de Fray Serafín, quien se encontraba dormido, su flaco cuerpo apenas si hacía bulto en el jergón. La ventana cerrada para evitar la entrada de aire frío, tenía sumida en la obscuridad a la celda, por lo que Fray Nepomuceno tuvo que encender una vela para que el Médico pudiese ver al enfermo y proceder a revisarlo.

Al sentir la presencia de los visitantes, Fray Serafín abrió los ojos, al ver a Fray Nepomuceno, se tranquilizó.

_¿Qué pasa, Padre Nepo?

_Tened calma, Serfín, es el Médico, que os va a revisar.

_Oh, Doctor, su merced ha de perdonar, mi celda está un poco desordenada, pero estas reumas no me han dejado levantar.

_No os preocupéis, Padre. Decidme, además de las reumas, ¿Tenéis alguna otra molestia?

_En realidad no, Doctor, solamente las reumas me imposibilitan para moverme, pero por lo demás, estoy bien. Bueno, además de viejo. Ji, ji, ji.

_Pues se ve vos muy fuerte, Padre, desde luego que estas reumas no os matarán, seguid con el tratamiento de Fray Michel y os pondrás bien cuando mejore un poco este clima de mil demonios. Oh, perdonad, reverendos Padres, pero es que se me multiplican las visitas, pero las calles están intransitables, ya no les digo de las que se encuentran inundadas. Pero Dios es misericordioso con sus hijos y pronto nos aliviará de esta situación.

_Así sea, Doctor, pues es muy preocupante lo que sucede, especialmente con nuestros hermanos mas necesitados.

_Tengo entendido que Fray García Guerra sacará al Santísimo en una barca para hacer una procesión y pedir a Dios que termine con esta calamidad.

_Buenos, reverendos Padres, si vosotros no tenéis otra necesidad, yo me retiro, pues aún debo visitar varias casas. Por favor, despedidme de Fray Michel y no dudéis en llamarme si se agrava Fray Justino.

Haciendo una reverencia, Don Antonio abandonó la celda de Fray Serafín y salió a la calle, donde lo esperaba un carro de punto.

En la celda de Fray Justino, los Padres Andrés, Alfonso y Michel, puestos de rodillas a los lados del lecho del enfermo, oraban pidiendo por la salud de su Abad, quien respiraba con dificultad, emitiendo un silbido en cada expiración.

Fray Andrés y Fray Alfonso se retiraron para continuar con los servicios del día, encomendando a Michel que permaneciese al lado del enfermo en todo momento; por medio de un novicio, hicieron venir a Marcelo, para que les llevara los medicamentos y Michel no tuviese que salir de la celda.

En algún momento de la noche, Fray Justino despertó y miró a su amado hijo rezando, hincado frente al crucifijo.

_Debéis descansar, hijo mío, pues ya no podéis hacer nada por mi, ahora estoy solamente en las manos de Dios, pero os agradezco que os preocupéis por mi. Siempre fuisteis un buen muchacho.

_Descansad, amado padre, tratad de dormir y no os preocupéis por mi, que es un gusto poder serviros.

_Dejadme hablar, Michel, os lo ruego. Estoy parado ya a la entrada de una gran gruta, por lo que se aprecia es un camino recto y ascendente; al fondo, ¿lejos.... cerca?... no sabría definirlo, se ve una luz muy intensa. No me encuentro solo, cerca de mi están otras personas. Allá veo a mi madre que me llama.... Junto a ella está mi padre... pero qué jóvenes y lozanos los veo... también están mis hermanos y hermanas... nunca te he dicho que fuimos quince hijos, yo soy de los menores... unos murieron siendo pequeños... mi padre trabajaba en un molino, entonces vivíamos en una aldea cercana a Salamanca.... fueron tiempos felices... Mirad, ahora se acerca mi tia Juliana... era hermana de mi padre... se quedó soltera y nos quería mucho... nos llevaba a pasear al monte, a mis hermanos y a mi... tenía una bella voz...

El anciano quedó en silencio, respirando con cierta dificultad. Fray Michel, angustiado, lloraba en silencio, pues comprendía que su viejo Maestro estaba entregando su alma. Solo quedaba rezar porque le fuesen perdonados sus pecados.... Fray Michel le dio a beber un poco de agua, pues el anciano tenía los labios resecos..., el enfermo volvió a hablar:

_Mis padres se acercan a mi, me toman de las manos.... mis hermanos me rodean y todos me sonríen... la tía Julia me acaricia la cara... me veo las manos, son suaves y fuertes... todos visten túnicas blancas y me conducen hacia el camino ascendente... todos se miran felices... no escucho voces, pero sé de alguna manera, que me dan la bienvenida.... el camino, aún cuando está en ascenso, no se hace pesado.... la luz es muy intensa, pero no da miedo, mas bien siento mucha alegría, pues sé que mis penas corporales habrán terminado....

_Quiero deciros, Michel y decidlo a vuestros hermanos, que no deben llorar por mi partida, antes bien, dadle gracias a Dios que nos recibe en sus brazos amorosos. Eso que llamamos muerte, en realidad es la vida, la vida plena que nos ofreció Nuestro Señor Jesucristo. Orad mas bien por vosotros, que aún permanecéis en la tierra, entre egoísmos, engaños, traiciones y venganzas. No os apartéis de la fe. Querido Michel, conozco vuestras inquietudes y andanzas, tened mucho cuidado, pero no dejéis de luchar por encontrar lo que buscáis. Estáis en el camino correcto, pero estamos rodeados por la maldad, manteneos firme en Cristo Jesús. Os doy mi bendición, amado hijo y tened la seguridad de que siempre, a toda hora, estaré cerca de vos. Tú no me veréis, pero estaré presto a protegeros. Cuida bien de Andrés, quien ahora será vuestro Padre. Es un hombre de fe y siempre sabrá guiarte por el mejor camino. Estudia mucho, hijo mío, pues Dios te ha enviado para ello, para encontrar la cura a las enfermedades y para que evitéis el dolor innecesario a vuestros hermanos. Ahora me despido, Michel, he llegado a la Luz y es maravllosa.......

La voz de Fray Justino se hizo inaudible y un leve suspiro salió por su boca. Su rostro adquirió un semblante de paz y bienestar, una leve sonrisa marcaba sus labios. Michel le cruzó las manos sobre el pecho y las envolvió con su rosario, fiel compañero de largas horas de oración. De alguna forma le habían ayudado las palabras del viejo monje, pues no sentía dolor por el muerto, sentía un gran vacío, pero por la ausencia de su Guía espiritual. Volvió a hincarse frente al Cristo y dio gracias por haber presenciado esa partida tan llena de espiritualidad. El regreso de un alma buena a los brazos del Padre. Amén.


Las campanas de la abadía doblan a muerto. Maestros y novicios rezan hincados en la Capilla, al frente, el cuerpo de Fray Justino, cubierto por una sábana blanca, reposa sobre una mesa, cuatro sirios custodian su cuerpo. Fray Andrés, ahora Abad provisional, hasta que llegue el nombramiento definitivo, sahuma con incienso alrededor del cuerpo y lo bendice con agua bendita. Toda la comunidad reunida rezaba a uno:

Silencio y paz.

Fue llevado al país de la vida.
¿Para que hacer preguntas?
Su morada, desde ahora, es el Descanso,
y su vestido, la Luz. Para siempre.

Silencio y paz.

¿Qué sabemos nosotros?
Dios mío, Señor de la Historia
y dueño del ayer y del mañana,
en tus manos están las llaves
de la vida y la muerte.
Sin preguntarnos,
lo llevaste contigo a la Morada Santa,
y nosotros cerramos nuestros ojos,
bajamos la frente y simplemente te decimos:
esta bien. Sea.

Fray Andrés, revestido con una casulla morada, preside y explica en un sentido sermón:

_Las exequias, que hoy estamos realizando, simbolizan por medio del agua, la incorporación del difunto al Cuerpo Místico de Cristo Jesús y por el incienso, la resurrección ofrecida por Jesucristo. Toda esta liturgia, de hondo contenido Pascual, aunque se realiza con la tristeza por la partida del ser querido, se lleva a cabo con la alegría que compartimos con Fray Justino, pues él ya está en presencia de Dios.

A media mañana llegan el Señor Arzobispo y representantes de las cofradías existentes en la Capital. El Arzobispo preside la Santa Eucaristía y luego se coloca el cuerpo en un ataúd de encino; es bendecido nuevamente y cerrado con llave, misma que se entrega al Arzobispo.

El ataúd es cargado por un representante de cada hermandad y, entre rezos y cantos es llevado a la urna practicada al pie del Altar, donde reposará hasta el final de los tiempos. En presencia de todos es cerrada la urna y una vez terminado, todos abandonan la Capilla. Las campanas seguirán anunciando, con su triste repicar, la noticia del fallecimiento del Señor Abad de los Hermanos de la Cruz.

Después de las exequias, se invita a los visitantes a un breve refigerio en el refectorio, el Señor Arzobispo da la bendición y el Lector designado lee la Carta del Apóstol San Pablo a la Iglesia de Tesalónica. Al final del ágape, los visitantes abandonan la Abadía y el silencio se hace en los patios y corredores. Es la hora de Vísperas y la vida abacial continúa.


Después de tantas contrariedades, termina el mes de noviembre. Inicia el Adviento y toda la comunidad trabaja febrilmente para preparar la inminente llegada de la Navidad. En la Misa del siguiente Domingo, primero de Adviento, se deberá tener puesto el Nacimiento, mismo que estaba siendo elaborado por los novicios, quienes se turnaban para trabajar entre los servicios del Oficio Divino, que no se suspendían. Unos asistían a clases y otros trabajaban, sin dejar sus actividades dentro del mantenimiento de l abadía. Era un trabajar constante que los mantenía ocupados durante todo el día y parte de la noche. Este ritmo frenético fue acumulando presión en todos los habitantes del convento, hasta que el novicio Juan tuvo una crisis nerviosa que lo mandó a la enfermería, donde lo atendió Fray Michel.

_Decidme, hermano, ¿Qué os sucede?

_Qué me sucede..., qué me sucede.... Es que no os dais cuenta, Fray Michel, que n os hacen trabajar como asnos; comemos mal y dormimos peor... Arreglar el jardín, asistir a Laudes...., llegar a tiempo a las clases.... correr a poner el Nacimiento....., luego Vísperas..., nuevamente a clases...., mas tarde Completas...., descansa un poco...., apúrate que empieza Maitines.... Es imposible, yo no soporto y quiero abandonar la Abadía.

Fray Michel lo escuchaba y comprendía la enorme presión a que estaban sometidos todos, pero, comprensiblemente, afectaba mas a los jóvenes, no obstante, esto les servía para apagar en los muchachos esos ímpetus de grandeza, de poder, de soberbia. Cuando asimilaban la lección, adoptaban una postura mas humilde, de obediencia y entrega a la comunidad.
A fin de tranquilizar a Juan, Fray Michel le dio a beber un te de zahar y le dedicó tiempo para escucharlo. Ya en la tranquilidad del gabinete, inconscientemente el novicio empezó a utilizar la mano izquierda con mayor confianza, ante la atenta mirada del fraile, quien no se sacaba de la cabeza que este novicio tenía mucho que ver con la muerte del novicio Luis de Salanueva.

Cuando vio que Juan estaba mas tranquilo, Michel le pidió que se retirara al dormitorio y se dedicara una hora a la oración personal y a la meditación, luego se presentaría en la sesión del Capítulo, donde se conocerían sus motivos. El muchacho salió, ya sintiéndose tranquilo. Efectivamente se dirigió a su dormitorio, pero no para rezar, sino para acostarse a dormir, que buena falta le hacía. De alguna forma Fray Michel sabía que lo haría, pero se daba cuenta que era parte de su tranquilidad, por lo que no hizo caso de ello cuando se dio cuenta, al pasar cerca del dormitorio, que Juan dormía a pierna suelta.

A la mañana siguiente, Fray Michel llamo al gabinete al siguiente novicio, Agustín de la Rioja, hijo de ricos vinicultores españoles, quIen era uno de los novicios que discriminaban a otros compañeros. Cuando entró el novicio, el monje le saludó con una cierta frialdad.

_Buenos días, hermano Agustín, supongo que estáis enterado de la finalidad de estas entrevistas, que se han visto demoradas por los acontecimientos que todos conocemos, empecemos pues.

_Contadme, por favor, ¿cómo fue vuestra niñez?, procurad no omitir detalle alguno, pues este conocimiento nos dará bastante información acerca de vuestro carácter y vocación hacia el tratamiento de las plantas.

HISTORIA DE AGUSTÍN

_Pues mi vida, inició el novicio, ha sido maravillosa, Fray Michel; mi padre es un importante vinicultor de La Rioja y nuestros vinos se sirven en las comidas de Su Majestad el Rey, quien honra a mi familia con su amistad y siempre está al tanto de lo que ocurre con cada miembro de la familia de La Rioja, (esto último sintió Michel que el novicio lo decía como una amenaza velada).

_Soy el tercero de los hijos de mis padres, Doña Leonor de Zurita, mi madre, nos inculcó valores indispensables para la vida en la corte, nos hizo gente de valía, siempre dispuestos a ser obedecidos. Los siervos de mi padre conocían la dureza de la vara y se cuidaban mucho de desobedecer alguna orden dada, no importando si era impartida por uno de los críos, lo que mi padre aplaudía y nos felicitaba por ser dignos hijos de él, honrando así el preclaro nombre De la Rioja.

_Fuimos educados por los mas destacados Preceptores de la corte, habiendo aprendido a leer y escribir a muy corta edad, siendo adiestrados en Geometría, Astronomía y Matemáticas por grandes Maestros Mozárabes, quienes impartían sus conocimientos a los hijos de Su Majestad Rey.

_A fin de continuar con mi educación, mis padres acordaron que fuese aceptado en una Orden Religiosa, a fin de continuar con mis estudios de Filosofía y Teología y posteriormente matricularme en la Universidad de Salamanca, para ello solicitaron una carta a Su Majestad y otorgaron una generosa dote a los Hermanos de la Cruz, quienes recién habían abierto esta casa en Nueva España.

El novicio, guardó silencio, pues había terminado su exposición, que mas parecía un alarde de su nombre y relaciones, como para amedrentar al fraile.
Sin darse por aludido, Fray Michel continuó.

_Decidme ahora, Agustín, cómo es tu relación con vuestros compañeros, ¿eres cordial con tus iguales?

_Con mis iguales, lo soy, pero aquí no tengo iguales, todos son inferiores, no se diga esos indios, o esos españoles de segunda, solo son sirvientes.

Fray Michel estuvo a punto de dar una bofetada al insolente, pero se abstuvo. Respirando hondo para tranquilizarse.

_Como estudiante, no eres de los mejores, algunos de esos llamados “indios”, te superan en aprovechamiento, ¿qué decís de eso?

_Que no los hace menos sirvientes, pues de solo verles ese horrible color de piel y esos pelos necios, bien sabe uno que nacieron para servir.

_¿Y, sino te obedecen?....

_La vara, Fray Michel, vos lo sabéis bien, son como animales, solo entienden a golpes.

_¿Habéis hecho algo así?..., me refiero con alguno de tus compañeros.

_Al difunto Luis, en una ocasión le di una hostia, pues no me quería dar el paso al entrar al dormitorio. Insolente, era uno de esos españoles de segunda de quienes le he hablado. Bien saben esos beyacos que si alguno va con el chisme, le será peor.
_Bien, Agustín, creo que con eso es suficiente. Osoy a pedir que me pongáis por escrito lo que se refiere a vuestra vida, esto para ir formando un cuadro general con las particularidades de cada uno y, en su momento, poder tomar mi decisión en cuanto a quien será mi nuevo ayudante.

El novicio sacó unas hojas de su morral, desató el tintero de su cíngulo y sacó plumas y cortaplumas. Michel se dio cuenta que este novicio tenía la facilidad de escribir con ambas manos, o hacer ciertos movimientos indistintamente de su mano izquierda o derecha.

_¿Eras zurdo de chico, Agustín?, preguntó Fray Michel.

_Oh, no, Maestro, no lo permita Dios, pero en mi familia hemos tenido esta rara característica de escribir con ambas manos, nos dicen ambidextros.

_Sí, he oído de ello, pero no había tenido oportunidad de conocer a alguien de esta característica. Pero continuad, por favor.

Luego de que el novicio entregó su trabajo y hubo abandonado el gabinete, el boticario se quedó pensativo, pues este descubrimiento abría una posibilidad mas. Este asunto, a mas de demorarse, se complicaba. Lo platicaría con sus compañeros.

Esa noche, después de la cena, los cuatro frailes se reunieron en la Sala Capitular, donde Fray Michel los puso al tanto de los últimos descubrimientos.

_Pues vaya que no conocemos a nuestros novicios, afirmó Fray Andrés. Vosotros, Alfonso y Nepo, ¿Habéis notado algo?

_Nada en particular en mi caso, afirmó Fray Nepomuceno, secundado por Fray Alfonso.

_Y vos, Michel, ¿Qué pensáis?

_Estoy confundido, Fray Andrés, aún me falta entrevistar a cinco novicios, esperemos a ver qué mas vamos descubriendo.

_Esperemos, aceptó el abad, no vayamos a tomar una decisión que resulte inconveniente. Vayamos a descansar un poco, luego Dios Dirá.

Apagaron las velas de la Sala Capitular y los monjes se dirigieron a sus celdas, en medio de las sombras de los corredores silenciosos. La luna filtraba pálidos rayos entre las ramas de los ahuehuetes.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

Periplos en red busca crear espacios intelectuales donde los universitarios y académicos expresen sus inquietudes en torno a diferentes temas, motivo por el cual, las opiniones e ideas que expresan los autores no reflejan necesariamente las de Periplos en red , porque son responsabilidad de quienes colaboran para el blog escribiendo sus artículos.



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