Por Sergio A. Amaya S.

Después de terminado el novenario rezado por el descanso del alma de Fray Justino, la abadía fue tomando su ritmo normal. Las inundaciones de la ciudad se fueron terminando y todo fue volviendo a su paso cotidiano, lo único que continuaba era el frío, propio de la temporada otoño-invierno. Fray Andrés continuó fungiendo como Abad interino y Michel decidió reanudar sus investigaciones sobre el asesinato del novicio Luis de Salanueva.

Esa mañana llamó a su gabinete al novicio José de Jesús, criollo hijo de un mesonero de Veracruz; un hombre alto y blanco, de cabello rubio cenizo y ojos azules, tenía alrededor de veinte años y era amiguero y simpático por naturaleza, escribía con soltura y era dado a componer rimas y versos en sus ratos de soledad, que no eran muchos. Se notaba en el muchacho una fuerte vocación al sacerdocio y era el mayor de tres hermanos.

A Fray Michel le era simpático el novicio, pero se había hecho el propósito de no fraternizar con ninguno, hasta haber descubierto al responsable de la muerte de Luis, por lo que recibió al novicio con una fría y cortés amabilidad.

_Buenos días, os dé Dios, hermano José de Jesús, hoy continuaremos con las entrevistas para definir a mi futuro ayudante, los eventos desafortunados que hemos tenido, han retrasado este asunto, pero debo terminarlo a la brevedad posible. Por principio de cuentas, contadme ¿cuál ha sido vuestra vida hasta antes de llegar a esta santa casa?

HISTORIA DE JOSÉ DE JESÚS

_Nací, Padre Michel, inició el novicio, en la ciudad de Veracruz, donde mi padre tiene un mesón; soy el mayor de tres hermanos y desde pequeño conviví con los viajeros y arrieros que hacían escala en el mesón, sus historias fueron llenando mi imaginación de niño y me soñaba realizando largos y peligrosos viajes por mares ignotos, peleando con bandas de piratas empeñados en robarnos las mercancías transportadas de lejanas tierras. Cuando fui un poco mayor, la obligación de ayudar a mi padre en las labores del mesón, me dejaron con poco tiempo para escuchar historias o soñar con aventuras, pues entre las jornadas de lecciones en la Parroquia del pueblo y mis labores en el mesón, terminaba el día realmente agotado.

_En mis horas de descanso, a la luz de una vela, en ocasiones me daba por escribir algunas historias de las escuchadas por los viajeros, sazonadas por mi imaginación, no obstante la prosa no me satisfacía, por lo que empecé a escribir breves sonetos y versos sencillos. Por aquellos tiempos teníamos una vecina, Josefina, niña de doce años, que llenaba mi cabeza de fantasías, pues yo la veía como la mas hermosa de la creación, así que muchos de mis versillos de entonces, se los dedicaba a ella, recuerdo uno que decía:

Josefina de ojos claros
que en mi corazón habitas,
si tus besos fuesen caros,
podrían terminar mis cuitas.

_Eran simplezas que un corazón infantil sentían sublimes. Los escribía en cualquier papel y los colocaba entre las rejas de su balcón. Nunca le dije quien era el autor de tales tonterías, pues temía que se burlara de mi. Así pasaron unos meses, pero las pláticas con mi Mentor, el Padre Pedro, me fueron abriendo los ojos a la obra de Dios y me entusiasmó su estudio, por lo que el Padre me prestaba libros que yo leía con verdadero deleite. En una ocasión, después de la Misa dominical, el Padre habló con mis padres acerca de lo que él veía como una clara vocación, por lo que recomendó que me inscribieran en el Seminario Menor del pueblo, lo que hicieron mis padres; ahí terminé mi educación básica y estudié unos cursos de Filosofía, Geometría y Matemáticas, pero la vida en el Seminario no me era agradable, pues no sentía que esa era la dirección que quería dar a mi vida, por lo que después de tres años me di de baja y volví como ayudante de mi padre en el mesón. Esa época fue de cierto desenfreno, tal vez por lo reprimida que había sentido mi vida en el Seminario. Me hice de un grupo de amigos que eran francamente unos granujas, pendencieros y mujeriegos. Nuvamente el Padre Pedro vino en mi auxilio, pues a instancias de mis padres platicó conmigo y me alejé de aquellos amigos. Cuando el Padre Pedro se enteró de que los Hermanos de la Cruz abrirían la casa en México, recomendó a mis padres que buscaran la forma de inscribirme. Mi padre consiguió una recomendación del Gobernador de Veracruz y con unos ahorros que tenía, pagó una pequeña dote para que fuese aceptado. Esa es mi corta historia, Padre Michel.

_Muy bien, José de Jesús, interesante historia. Os voy a pedir que la escribáis, pero antes quisiera haceros algunas preguntas. Decidme, hermano, ¿cómo es vuestra relación con tus compañeros?

_Yo creo que buena, Padre, pues soy fácil para hacer amigos, aunque, vos lo debéis saber, hay un grupito de novicios que creen estar por encima de todos, a mi no me han hecho nada, fuera de ciertos desprecios, pero físicamente se cuidan de tocarme, tal vez porque soy mas alto que ellos. Sé que han golpeado a alguno, pero no en mi presencia, pues saben que no lo permitiría.

_¿A qué atribuís esa “superioridad” que tal grupo siente?

_Pues por las tonterás que dicen, será por haber nacido en España, lo que los hace creerse conquistadores, sin darse cuenta que eso es historia y ahora estas tierras son parte del Reino.

_A vuestra manera de ver, hermano, ¿quien consideráis que sea el líder de ese grupo?

_Pues en ocasiones creo que es Juan, por sus desplantes y brusquedades, pero a veces pienso que es Agustín. No podría afirmarlo, pero creo que alguno de ellos.

_Por último, José de Jesús, ¿tenéis interés por la herbolaria y la farmacia?

_Francamente no, Padre, mi interés mas bien está en el estudio de la Historia Sagrada, espero no lo toméis a mal, pero no me miro en vuestra mesa de trabajo, mezclando flores y yerbas.

_Gracias por vuestra franqueza, hermano, ahora os pido que me pongáis por escrito lo que hemos platicado; hacedlo con calma, en tanto yo leo mi devocionario.

Ante la discreta observación de Michel, el novicio extrajo plumas y navaja de su morral y soltó un frasco de tinta atado al cíngulo. Sobre una hojas blancas escribió con una letra clara y elegante, cuidando tener bien afiladas las plumas de ave. Sin duda alguna, era diestro natural y no dejó duda alguna a Michel de que este novicio llegaría a ser un buen sacerdote, pues todo en él irradiaba sinceridad y entrega. Al terminar el trabajo, el novicio lo entregó y abandonó el estudio de Fray Michel, quien permaneció aún estudiando algunos textos que tenía sobre su mesa.

Al sonar la campana anunciando la hora de la comida, Fray Michel y sus ayudantes se reunieron alrededor de la fuente para lavarse las manos e intercambiar algunas cuestiones referentes a los asuntos de la botica. Se enteró Michel de que los enfermos de tos y catarros ya eran pocos y dio algunas instrucciones a Marcelo para la preparación de remedios y a Nicolás le encargó buscar algunas pencas de sábila para la preparación del gel cicatrizante.





Continuó la vida de la abadía, Fray Andrés fue ratificado como Abad después de ocho meses. El nombramiento llegó en las manos de Fray Carlos, religioso de 35 años que fue enviado para complementar la plantilla de Maestros Formadores, el fraile era originario de Puerto de la Estaca, en Isla del Hierro, Canarias y había hecho sus votos en el Convento de los Hermanos de la Cruz en Madrid, era el especialista en Sagrada Liturgia y llegaba precedido de impecables recomendaciones.

Fray Carlos fue recibido con sinceras muestras de afecto por los residentes en la abadía, encontrando en Fray Michel una persona muy afín a sus sentimientos, por lo que empezó a nacer entre ellos una sólida amistad que se prolongaría a través de sus vidas.

Los Padres Formadores estaban reunidos en la Sala Capitular, minutos después de terminado el Capítulo del día. Fray Andrés, ya ratificado como Abad, Fray Alfonso, Fray Nepomuceno, Fray Michel y, por primera vez, Fray Carlos. A petición expresa del Abad, Fray Michel puso al recién llegado en antecedentes de las cuestiones que se habían presentado en los meses anteriores, respecto al asesinato del Novicio Luis de Salanueva y el derrotero que estaban siguiendo las pesquizas realizadas; habló también del asunto de la discriminación que un grupo de novicios hacía de otro.

Habló también, para conocimiento de todos, de lo último sabido por boca del novicio José de Jesús, quedando descartado de los posibles sospechosos, así como de la idea de que era probable que el cabecilla de los llamados “Novicios españoles”, fuese o el novicio Juan de Sayavedra, Agustín de la Rioja, o Nuño de Aguilar; todos convinieron en mantenerse atentos a la conducta de los novicios y Fray Carlos quiso saber qué resultados estaban dando las medidas tomadas respecto a las actividades asignadas a los novicios.

_Respecto a Juan, contestó Fray Andrés, es una lucha constante entre los Hermanos Legos Alfonso y Antonio, pues el novicio es renuente a recibir órdenes de los Legos, a quienes considera inferiores por su origen, pues como os habéis dado cuenta, ambos son indios naturales de la tierra. Eso para Juan es motivo suficiente para que sean considerado como sirvientes, un poco arriba de simples animales. Solamente espero que se aclare la muerte de Luis, para tomar la determinación de dar de baja a los llamados “españoles”

_Todo esto está muy complicado, intervino Fray Carlos, aunque yo no conozco aún a los novicios, no encuentro el móvil del asesinato de Luis. Me parece un exceso que por cuestiones raciales se dieze muerte a una persona.

El recién llegado hablaba con un notable acento peninsular, algo que el resto de los Padres había ido dejando con el pasar del tiempo.

_Efectivamente, terció Fray Michel, también a nosotros nos parece que es demasiado que por cuestiones tan primarias se asesine a una persona, pero no debemos dejar de ver que, el asesinato en sí mismo, es un acto primario.

_Reverendo Padre, volvió a hablar Fray Carlos, dirigiéndose al Abad, si vos me permitís, ¿no zería mejor dejar que el Zanto Oficio aclarase este asunto?

_Me sorprende vuestra pregunta, Fray Carlos, pues bien sabéis que nuestros Superiores prefieren que las cuestiones de la Orden se ventilen intra muros. De este asunto solamente está enterado el Señor Obispo y está en el entendido que se trató de un suicidio. Nuestro Abad, que Dios tenga en su Reino, era de la idea de que se notificaría al Obispado una vez resuelto por nuestros propios medios, a fin de poner en entredicho a la Orden.

_Entiendo, entiendo. Perdonadme Padre, por mi indiscreción, lo tomaré en cuenta para mi vida futura. En realidad nunca me había enfrentado a zituación tal.

_ A fin de que vayais conociendo a los novicios, dijo Fray Michel, os invito a que me acompañéis a la siguiente entrevista. ¿Os parece bien, Padre Andrés?

_Considero oportuno que nuestro Hermano se vaya adentrando en las cosas de la Orden, así que podéis hacero como habéis propuesto.

Con la venia del señor Abad, ambos frailes abandonaron la Sala Capitular, dejando al Abad en compañía de los Padres Formadores. Cruzaron el amplio patio central en diagonal, a fin de dirigirse hacia la huerta, donde se encontraba el gabinete del Boticario. En el trayecto, Fray Michel le fue mostrando al recién llegado las diversas dependencias que se encontraron al paso.

Cuando llegaron a la Botica, ya se encontraba esperando el novicio Alejandro, criollo hijo de un hacendado. Era un muchacho de veinte años, blanco de cabello negro ensortijado, de mirada franca, sus ojos cafés parecían mirar dentro de su interlocutor, lo que hablaba de una persona honesta, sin dobleces. Era de mediana estatura y cuerpo fuerte; su rostro se miraba curtido por la vida en el campo. El muchacho había nacido en Tlaxcala, en las tierras de su padre, Don Alejandro de la Cadena, quien había heredado parte de las tierras que su abuelo había tenido en encomienda; desde luego que ya no era la misma situación que en los primeros tiempos de la Colonia y que su padre aún disfrutó, pero de cualquier forma tenía bastantes tierras de cultivo y dos o tres pueblos caían dentro de ellas. Ya no era el propietario de habitantes y casas, pero los naturales lo veían como el patrón. Alejandro, su primogénito, era el único varón legalmente reconocido por el hacendado, aunque se sabía que tenía muchos hijos mestizos procreados con mujeres de las rancherías. Aunque nunca les retiró la bastardía, tuvo cuidado de que a sus madres no les faltara nada, les daba en posesión algún pedazo de tierra, algunos animales para el trabajo y sus maridos siempre tenían empleo en las tierras del patrón.

_Buenas tardes os de Dios, hermano Alejandro, saludó Michel al entrar a su despacho, hoy nos acompaña Fray Alfonso, recién integrado a la Abadía y que será vuestro Maestro de Teología, estará con nosotros en la entrevista para irse familiarizando con vosotros, los novicios.

_Bien venido, Padre Carlos, respondió el novicio mirando de frente a Fray Carlos, espero que os sintáis bien en México, es una buena tierra y sus naturales son buenas personas, os gustarán.

_Grazias, hermano Alejandro, sois muy amable con vuestra bienvenida, en verdad lo aprezio y conoceré a vuestros compañeros a partir de mañana, en la clase.

_Muy bien Alejandro, dio principio Fray Michel, te repito lo que he dicho a vuestros hermanos, os estamos entrevistando a fin de conoceros y poder elegir a un ayudante para la botica; por principio de cuentas, contadme vuestra vida hasta que llegasteis a la Orden.

HISTORIA DE ALEJANDRO

_Bien, Padre Michel, yo he nacido en San Luis, un pequeño pueblecillo de Tlaxcala, en la hacienda de mi padre. Soy el primogénito y único varón, tengo tres hermanas. Las primeras letras las aprendí en la escuela parroquial, bajo la vara del Padre Constancio, Párroco de San Luis y buen amigo de mis padres. Un hombre sabio, pero muy estricto, decir que estudié bajo la vara de él, es literal. El Padre ponía en práctica el dicho aquel de que “la letra por la vara entra” Pero es un hombre de Dios y siempre nos inculcó buenos principios, a él y sus enseñanzas debo el haber descubierto mi vocación, aunque también el disgusto de mi padre, quien hubiese deseado que su único hijo varón heredase sus propiedades, pero de a poco, mi madre le ha ido convenciendo que que la voluntad de Dios no se puede cambiar.

_Pero era yo un chamaco travieso que gustaba de las aventuras y siendo el consentido del patrón, tenía casi lo que se me ocurriera, pues todos los peones ponían especial cuidado en satisfacer mis caprichos, por absurdos que fuesen, con deciros que en cierta ocasión en que sentí hambre después de una cabalgata, pedí que mataran una de las ovejas de mi padre, aún cuando esta se encontraba cargada; no hubo quien me convenciera de que me podían matar un cabrito para almorzar, me encapriché con la pobre ovejita hasta que me fue servida en una exquisita barbacoa. Cuando mi padre se enteró de el sacrificio del animalito, pretendió azotar al peón que la había matado, hasta que le dijeron que fueron órdenes del “niño Alejandro”, entonces se le pasó el enojo y a mi me palmeó la espalda, felicitándome por haberme impuesto en mi voluntad.

_Esos detalles marcaron mi niñez, pues me sentía propietario de todo y de todos, al grado de que tenía una banda de chavales, hijos de los peones, que eran como mis sirvientes personales y solo bastaba una orden de mi parte, para que fuese obedecido al instante. Cuando el Padre Constancio se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y ante la negativa de mi padre a intervenir, habló con mi madre para que me pusieran un alto, antes de ir a cometer alguna imprudencia de graves consecuencias. Cuando yo me enteré de esta situación, me encendí de coraje y pretendí reclamarle al Padre Constancio, me tomó por una oreja y sin miramientos me llevó al Curato, lejos de mi palomilla y me dejó sentir la presencia de la vara hasta que caí hincado a sus pies, llorando humillado. Después, con esa bondad que Dios le ha dado al Padre Constancio, me levantó y limpió mis heridas, pero sobre todo, curó las heridas que se me estaban formando en el alma, me habló de Nuestro Señor y su humildad, de cómo, siendo Hijo de Dios, se hizo hombre y vivió entre las clases mas humildes, sirviendo a los mas necesitados. Esa ha sido la mas grande lección que he recibido en mi vida. Tiempo después me enviaron al Seminario de Puebla de los Ángeles y al terminar el Seminario Menor; cuando volví a San Luis, tenía la posibilidad de ingresar a la Universidad para estudiar Leyes, pero ya sentía el llamado de Dios a servirle en su iglesia, por lo que el Padre Constancio me habló de las diversas Órdenes religiosas que teníamos en Tlaxcala, pero también mencionó la Orden de los Hermanos de la Cruz y sin saber mas, me sentí atraído por la Orden y aquí me tienen. Mis padres ofrecieron una buena dote para mi inclusión y el Padre Constancio obtuvo una recomendación del Arzobispo de Puebla, con ello fue suficiente.

_Pues me alegro que hayáis tenido tan buen preceptor, pues la Orden ganó un buen novicio y el mundo perdió a un posible delincuente. Pero decidme, Alejandro, ¿cómo es vuestra relación con el resto de los novicios?

_En general es buena, Fray Michel, pero alguno piensa que mi humildad es fingida o pretende abusar de mi y, que Dios me perdone, pero eso no lo permito, ya he tenido alguna discusión con uno de los “españoles” y saben que si mucho me buscan, me van a encontrar. Estoy convencido de que debo ser fuerte y soportar, pero no permito que abusen de mi, ni de ninguno de mis hermanos.

_Debéis tener prudencia, querido hermano, es preferible que recurráis a tus Maestros y no llegar a una situación que ponga en riesgo vuestra permanencia en la Orden. Ora, Alejandro y pídele a Nuestro Señor que os ilumine, veréis que logras superar esa situación. Pero decidme, esos llamados “españoles”, quienes son, pues yo mismo soy español y de momento me siento incluido en ese grupo de personas.

_Perdonadme Padre, no lo decimos de forma peyorativa, sino que es para distinguir a ciertos novicios que nos ven, a unos como españoles de segunda o renegados y a otros como viles sirvientes, poco arriba de los animales. Vos me entendéis, Fray Michel.

El monje cambió una mirada inteligente con Fray Carlos, quien escuchaba asombrado lo que narraba el novicio.

_¿Quien considerais, Alejandro, que sea el líder de los llamados “españoles”?

_Yo pienso que es Nuño, Agustín y Juan son sus testaferros y si me lo permitís, yo creo que la muerte de Luis esconde mas de lo que se desea aparentar.

_Mmmm..., ¿Por qué pensáis tal, Alejandro?, ¿es que sabéis algo que nosotros ignoremos?

_Bueno Padre, no sé si lo ignoren, pero Nuño le estaba pidiendo dinero a Luis y como no se lo entregó, le encargó a uno de sus esbirros que le dieran un escarmiento. Esto yo lo escuché una noche, pensaban que yo dormía y ellos hablaban en susurros, pero pude comprenderlo. Pocos días después se dio el “suicidio” de Luis. Yo no lo acepto, él era mi amigo y creo que lo conocía bien; era un buen novicio, de fuerte convicción religiosa. Imposible que hubiese atentado contra la vida de nadie, menos contra su propia vida.

_Bien, Alejandro, os agradezco vuestra confianza y franqueza, ahora os voy a pedir que pongáis por escrito todo lo que nos habéis narrado, ten la seguridad de que esto no saldrá de nosotros tres, pero sí me ayudará a encontrar al ayudante idóneo. Mientras vos escribís, nosotros leeremos nuestros devocionarios.

El novicio extrajo de su morral los útiles necesarios y, tomando el cortaplumas con la mano izquierda, maquinalmente se dio a la tarea de afilar sus plumas para escribir. Fray Michel lo observaba y no pasó desapercibido ese pequeño detalle. Alejandro escribió con la mano diestra, con una caligrafía regular, no muy adornada, pero legible.

Al terminar su trabajo, Alejandro lo entregó a Michel y salió del estudio. Los dos religiosos se quedaron intercambiando puntos de vista.

_Pues ya os vais enterando, Fray Carlos, de cómo están las cosas con estos novicios y nosotros no nos habíamos dado cuenta, confiando en que todos los que llegaban a la Orden, eran elegidos por su vocación. Ahora veo que no fue así, pues algunos padres aprovecharon su influencia y riqueza para deshacerse de los hijos, o tal vez, esperando que aquí se les terminase de educar.

_Teneis razón, Michel, decís bien y no es privativo de esta Orden, pues lo mismo ocurre en todas las órdenes, pero qué bueno que os dais cuenta a poco de haber abierto la casa, todavía tenéis tiempo de enderezar las cozas.

Las campanas de la Capilla estaban llamando al Oficio de Víperas y los Frailes salieron del estudio, en la fuente de la huerta ya se hallaban los ayudantes de Fray Michel lavándose las manos, los monjes hicieron lo mismo y juntos, monjes y novicios se encaminaron a la capilla, donde ya se encontraban reunidos los habitantes de la casa, Fray Andrés presidía el Oficio y Fray Nepomuceno encabezaba la fila de respuesta.

Sin que Fray Michel se diese cuenta, unos ojos lo observaban con frialdad, fijos en la nuca del monje, llenos de odio y resentimiento.

1 Comentario:

fernando reyes baños dijo...

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