Por Sergio A. Amaya S.

La madrugada era brumosa, obscura, el sol se negaba a regalar sus cálidos rayos a una ciudad cubierta por una espesa capa de niebla. El viejo camino a Tacuba se encontraba semivacío, pocos viajeros o comerciantes se animaban a caminar en esa fría mañana.

Las lámparas de aceite del vestíbulo de la Abadía aún se hallaban encendidas, aunque ya eran débiles las llamas por la escasés de combustible. Unos enérgicos golpes a la puerta principal, despertaron al anciano monje portero. Adormilado e inquieto por el sobresalto, acudió a abrir la puerta, alumbrando su camino con una vela de trémula flama.

_!Esperad...., esperad!, decía el viejo monje, ¿es que acaso pretendéis despertar a toda la ciudad?

Cuando abrió la puerta, se encontró frente a un indígena agitado y sudoroso por la carrera, quien jadeante anunció:

_!Pronto, Padrecito, llamad presto a Fray Michel, que mi amo Don Sancho, requiere de su ciencia!

_Calma, calma, hijo mío, dijo benevolente el anciano monje, que Fray Michel debe estar dormido. Pero pasad, por favor, que la noche puede ser peligrosa. En seguida iré a buscar a Fray Michel.

Después de asegurar el portón con una tranca, el monje portero se perdió en la obscuridad de los largos corredores en busca de Michel; sus piernas reumáticas no le permitían desplazarse muy rápido, pero hacía lo que podía, apoyado en un bastón.

Como era su costumbre, Fray Michel se encontraba despierto, leyendo unos manuscritos que recién le habían llegado, donde trataban las características de algunas plantas medicinales. Al escuchar la llegada del Hermano Portero, de inmediato se dirigió a la puerta para permitirle el paso.

_¿Qué sucede, hermano, que venís tan agitado?

_Un enviado de Don Sancho os busca, hermano, os requieren por vuestra ciencia.

Fray Michel de inmediato se echó sobre los hombros su capa pluvial y tomó el morral que siempre tenía dispuesto con los medicamentos mas usuales, particularmente los relacionados con las anestesias y los analgésicos desinfectantes. Saliendo apresurado delante del monje Portero, quien, ya sin prisa, volvió lentamente a asegurar el portón.

El enviado de Don Sancho tenía preparada una mula para el religioso y tomando al animal por la rienda en una mano y en la otra una lámpara de aceite, se encaminó presuroso hacia el rumbo de La Merced. En pocos minutos el natural tomó un trotecillo que llevaba a buen paso a la mula que transportaba a Fray Michel. Cerca de una hora les llevó hacer el recorrido, pasando por calles obscuras, donde de repente se miraban sombras que se movían en los rincones. Al darse cuenta de que conducían a un religioso, se santiguaban y no hacían ningún intento. Eran tiempos violentos y peligrosos en Nueva España, pues las calles no tenían alumbrado, aún cuando hacía unos meses el Cabildo había dado la orden de que los dueños de las fincas pusiesen lámparas en sus fachadas, pagándo los costos los mismos propietarios. Desde luego que nadie, o casi nadie, había acatado tan disparatada orden, pues bien sabían que era obligación del Cabildo proveer a la ciudad de las medidas que diesen seguridad y comodidad a los vecinos, quienes colaboraban al mantenimiento del gobierno con el pago de sus alcabalas.

Cuando al fin llegaron a la casa del Médico-Barbero, Don Sancho salió a recibirlos, se le notaba apurado, con un dejo de preocupación en el rostro.

_Gracias, Fray Michel, por acudir presto a mi llamado, pasad a mi despacho para informaros de la situación.

_Qué ocurre, don Sancho, que me preocupáis.

_No os inquietéis, Padre, lo que ocurre es que me han traído herido a un personaje cercano al Señor Virrey, al salir de cierta casa no muy recomendable, se ha caído del caballo y se fracturó una pierna; por andar en malos pasos no puede ir con el Médico de la Corte y me lo han traído, haciéndome jurar la mayor discresión. Vamos prestos a atender al herido, pues tiene muchos dolores.

Los dos hombres se dirigieron a una habitación interior, en la zona privada de la casa, donde se encontraba un hombre postrado, mascullando maldiciones al influjo de los vapores alcohólicos de su cuerpo. Tenía la pierna derecha envuelta en trapos, haciendo un gran bulto. Con cuidado y entre los ayes de dolor del herido, Fray Michel le descubrió la pierna, a fin de ver cual era el daño y, de acuerdo con Don Sancho, proporcionarle el anestésico necesario. El hueso de la tibia se había roto, saliendo parte de él a la mitad de la pierna.

_Pues buena la habéis hecho, caballero, expresó Fray Michel en voz alta, pues aunque la ciencia de Don Sancho es bastante, os quedará alguna señal de vuestro mal paso...

_Si habéis venido a darme el Bendito Viático, ya os podéis volver a vuestra casa, Padre, pues al menos que los diablos me maten por el dolor, sé que Nuestro Señor aún no me requiere en su presencia.

_No os preocupéis, caballero, que el buen fraile solamente os ha traído la medicina que calmara vuestros dolores, para yo poder arreglaros esa fea herida que os habéis hecho al caer de vuestra montura. Aunque yo no soy Algebrista, sí soy Cirujano-Barbero. Confiad en mi y en la Misericordia del Altísimo.

Amén, respondió el fraile, procediendo a sacar de su morral los medicamentos necesarios. Con ayuda de los sirvientes del caballero, quienes se encontraban atentos a lo que se hiciese con su amo y a solicitud de Don Sancho, el enfermo fue puesto sobre una mesa. Fray Michel procedió a cortarle la bota y la pernera del calzón, a fin de dejar al descubierto la herida. En una copa sirvió la pócima anestesiante y le pidió al herido que la tomase. Don Sancho extrajo de su maleta el mandil de cuero, que en ese momento se veía limpio, ordenó su instrumental y sacó de un envoltorio unos lienzos blancos y limpios. Al verlo todo, el fraile pensó con agrado que el Cirujano había hecho caso de sus recomendaciones respecto a la limpieza.

Tal vez debido a la ingestión de aguardiente, el anestésico no hizo el efecto deseado, por lo que Fray Michel procedió a administrarle una nueva dosis, ahora en mayor cantidad; en poco tiempo el enfermo se encontraba en un estado de inconciencia, suficiente para ser operado por Don Sancho.

_Debo deciros, Fray Michel, expresó el Cirujano, que este tipo de fracturas son difíciles de corregir, en apariencia el hueso que pasa por detrás no está fracturado, pero tendremos que abrir un poco la herida para poder limpiar, pues podríamos tener una fuerte infección, luego habrá que jalar desde el tobillo para poner en posición el hueso, lo que es complicado y en ocasiones quedan secuelas, que pueden ser leves cojeras, hasta desalineamiento del pie. Pero vamos pues, pongamos manos a la obra.

Don Sancho utilizó un filoso instrumento y amplió la herida por donde sobresalía el hueso, con agua limpia aseó los bordes del hueso y los alrededores, cuando se sintió satisfecho, pidió a los sirvientes que sostuvieran de las axilas al herido, en tanto otros jalaban por el tibillo, valiéndose de lo poco que la herida le permitía, Don Sancho les pidió girar el pie un poco hacia adentro; cuando consideró que era la posición correcta le hizo una especie de bota con ramas flexibles y paños cortados en tiras, a fin de mantener inmóvil el pie, hasta la mitad de la pierna, luego suturó la herida. Una vez cerrada, Fray Michel, le untó la pomada que elaboraba con sábila, la cubrió con un paño limpio e inmovilizaron la pierna hasta arriba de la rodilla.

Como en anteriores ocasiones, Fray Michel recomendó que el paciente permaneciera inconsciente durante dos días, a fin de lograr una buena cicatrización, revisando cada día el estado de la herida. Como el cuidado del enfermo quedaría a cargo de Don Sancho, el monje dejó suficiente pomada y se retiró a su casa, siendo conducido por el mismo sirviente que había ido a buscarlo. Cuando volvió a la Abadía, era ya la hora de Laudes, por lo que Fray Michel se dirigió a la Capilla a participar con sus hermanos.

Fray Andrés estaba iniciando el Oficio:

_Señor, abre mis labios

La fila encabezada por Fray Nepomuceno respondió:

_Y mi boca proclamará tu alabanza.

Nuevamente se escuchó la voz grave del Abad:

_ Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.

A continuación se empezó a recitar el Salmo:

_Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva.

_Entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos....

Fray Michel tomó su lugar y se concentró en la riqueza de la Liturgia, siempre eran momentos muy emotivos para él, cuando se unía a su hermanos en la diaria adoración a Dios. En esos momentos se desprendía de sus preocupaciones cotidianas. Se olvidaba de que había enfermos que requerían de sus servicios. Toda su inteligencia, todo su ser era puesto a disposición del Señor.

Al término del Servicio, integrado a la procesión, se dirigió al refectorio. En ese momento se dio cuenta de que la vigilia le había despertado el apetito. Fray Carlos se le unió y luego de saludarse, preguntó:

_Buenos días, hermano Michel, os veis agotado, parece que no hubieses dormido en toda la noche. ¿Tenéis algún problema, os puedo ayudar?

_Gracias, hermano Carlos, lo que pasa es que hoy, muy de madrugada, cuando todos estabíais dormidos, ha venido un mensajero a buscarme, de parte de un Cirujano-Barbero a quien ayudo con mis pócimas para evitar el dolor que sus operaciones causan a sus pacientes. Durante varias horas hemos ayudado a un buen hombre que se fracturó una pierna y el dolor era insoportable, pero, gracias a Dios, he podido ser de alguna ayuda y el hombre se ha quedado plácidamente dormido.

La procesión llegó al refectorio y todos ocuparon sus lugares. El Lector designado para la semana por Fray Andrés, subió al púlpito y empezó la lectura del Evangelio según San Lucas:

“.....En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan el Bautista: «¿Qué debemos hacer?» Él les contestó: «Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo». También acudían a él los publicanos para que los bautizara, y le preguntaban: «Maestro, ¿qué tenemos que hacer nosotros?» El les decía: «No cobren más de lo establecido». Unos soldados le preguntaron: «y nosotros, ¿qué tenemos que hacer?» Él les dijo: «No extorsionen a nadie ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario»”

En algún lugar del refectorio, alguien miraba con frecuencia a Fray Michel, no era una mirada amistosa, mas bien encerraba recelo y rencor. El monje no se daba cuenta, atento como estaba a las palabras del Lector y al mensaje evangélico que les estaba llegando.

Al término del desayuno, todos se dirigieron a sus ocupaciones, Michel se encaminó a su despacho, con la idea de resolver algunos pendientes y, de ser posible, dormir un poco. Mas, lejos estaba de imaginar lo que encontraría al llegar: Sobre su mesa de trabajo estaba una rosa roja deshojada, destrozada como con odio y en una hoja de papel, escrito con mano torpe, lo siguiente;

“1:16 Y entonces mandé a vuestros jueces, diciendo: Oíd entre vuestros hermanos, y juzgad justamente entre el hombre y su hermano, y el extranjero.

1:17 No hagáis distinción de persona en el juicio; así al pequeño como al grande oiréis; no tendréis temor de ninguno, porque el juicio es de Dios; y la causa que os fuere difícil, la traeréis a mí, y yo la oiré. (Deuteronomio)”

La impresión recibida fue grande. Salió del gabinete cerrando la puerta con llave; sus ayudantes estaban llegando y les comunicó que no podrían entrar a la Botica hasta dentro de un rato, que se fueran a sus salones de clase y ya les avisaría. Apresurado se dirigió a la oficina de Fray Andrés, tenía la necesidad de compartir con su amigo, con su Padre, esta continuación de algo que no entendía. Sin apenas llamar a la puerta, entró a la oficina, sobresaltando al anciano Abad, que se encontraba leyendo unos textos antiguos que debería pasar a Fray Alfonso para ser copiados en el Scriptorium.

_¿Qué sucede, hijo?, os veo descompuesto, ¿sucede algo?

_Querido Padre, ha sucedido algo que necesito que vos y mis hermanos vean, para, entre todos buscar una respuesta.

_No entiendo, Michel, decidme con claridad qué os ocurre. Me asustáis.

_Es que alguien ha entrado a mi estudio y ha dejado una nota que no entiendo. Una nota y una flor roja destrozada. Por favor, Padre, acompañadme a mi estudio para que me de vuestra opinión.

Los dos monjes salieron apresurados, dirigiéndose hacia la huerta; al llegar, los jardineros se mostraban inquietos al ver cerrada la puerta de la Botica. Fray Andrés los despachó a seguir con sus actividades, sin darles mas explicaciones.

Cuando el Abad leyó la inscripción, se quedó pensativo, evaluando las implicaciones que esto pudiese acarrear en la investigación que Michel estaba realizando. La flor roja deshojada bien se podía interpretar como una amenaza muy seria.

“1:16 Y entonces mandé a vuestros jueces, diciendo: Oíd entre vuestros hermanos, y juzgad justamente entre el hombre y su hermano, y el extranjero”

1:17 No hagáis distinción de persona en el juicio; así al pequeño como al grande oiréis; no tendréis temor de ninguno, porque el juicio es de Dios; y la causa que os fuere difícil, la traeréis a mí, y yo la oiré. (Deuteronomio)”

_...Interesante..., muy interesante, decía el Abad como para sí mismo. “No hagáis distinción de persona en el juicio” Si se refiere a la investigación por el asesinato del novicio, yo me pregunto: ¿quien, además de los Padres Formadores, saben de ello?.....”oíd entre vuestros hermanos..” ¿Qué tratan de decirnos?........”juzgad justamente entre el hombre y su hermano y el extranjero”..... No lo entiendo, debemos indagar entre nuestros Hermanos, pero ¿quien es el extranjero?, se podría referir a que el asesino es alguien ajeno a la Abadía... “No hagáis distinción de persona en el juicio; así al pequeño como al grande oiréis”... Es claro que alguien sabe quien es el culpable y teme decirlo abiertamente, o es el asesino y trata de confundirnos, pues nos pide que investiguemos a todos, desde el Abad, hasta los Hermanos Legos. “no tendréis temor de ninguno, porque el juicio es de Dios” La persona que escogió este pasaje, considera una de dos cosas: O que quien actuó lo hizo por mandato divino, o que solamente Dios podrá juzgar este asunto... “y la causa que os fuere difícil, la traeréis a mí, y yo la oiré” Esta última parte es clara, considera que la definición de la causa será difícil y solamente Dios podrá juzgarla.... ¿Qué pensáis de ello, Michel?

_Amado Padre, os confieso que estoy tan desconcertado como vos. Lo habéis desmenuzado bien, pero sigue siendo incomprensible. De lo único que estoy cierto es que quien escribió, lo hizo con mano insegura; o para confundirnos mas, o porque lo escribió con la mano que no usa de forma regular. Si os parece bien, Padre, quisiera que nuestros hermanos conocieran este mensaje y nos diesen su opinión.

_Estoy de acuerdo, hijo, repuso el Abad, ya que a ellos también se refiere lo escrito. Pero, pensad un momento, ¿vos creéis que un novicio o un Lego conocerán las Escrituras al grado de elegir un pasaje poco conocido? Por lo de la escritura, ¿Pensáis acaso en un zurdo redimido? Todo es posible y si partimos del hecho de que el asesino es zurdo, pues......

_Entiendo por donde va vuestro pensamiento, pero no olvidéis que algunos novicios están en contacto con las Escrituras, me refiero a los ayudantes de Fray Alfonso en el Scriptorium. Y sí, tengo en mente a ese zurdo asesino...

_Pensáis bien, Michel, no debemos olvidarnos de ese detalle, mismo que ampliaremos al hablar con Fray Alfonso. Recoged pues el escrito y la flor y abrid la Botica para que vuestros ayudantes puedan volver a su trabajo y acabemos con las especulaciones.

Al volver a su estudio, Fray Andrés encontró a su escribano, Fray David de María, quien estaba pasando en limpio algunas notas del Abad, mismas que se tenían qué hacer llegar al Arzobispo García Guerra. El fraile era uno de los tres cenobitas que habitaban la casa, quien dedicaba un poco de su tiempo a hacer de amanuense del Abad.

_Buen día os de Dios, Fray David, saludó atento el Abad.

_Buenos días, amado Padre, ¿tenéis algún pendiente, además de las notas para el Arzobispo?

_Gracias, David, pero en cuanto hayáis terminado, podéis volver a vuestras oraciones, que mucha falta hacen en esta casa.

_En todo el mundo, si vos lo permitís, Padre. El mundo está podrido, está loco y solamente la misericordia de Dios lo puede enderezar.

El abad escuchó, pero no hizo comentario alguno, pues bien conocía los extremos a que podía llegar el fraile. Simplemente se concentró en sus escritos antiguos y el escribano entendió que debía dejarlo solo, por lo que se retiró apenas sin hacer ruido.

En tanto Fray Michel, por indicaciones del Abad, recorrió los salones y gabinetes, llevando a sus Hermanos la petición para verse mas tarde en la sala Capitular, donde serían informados de los últimos acontecimientos.

En el deambulatorio se cruzó con Fray David de María, quien envuelto en su hábito negro, iba recitando jaculatorias, mirando al piso, miró de reojo al fraile Boticario, sin saludarle, perdiéndose en la penumbra de la Capilla.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

Periplos en red busca crear espacios intelectuales donde los universitarios y académicos expresen sus inquietudes en torno a diferentes temas, motivo por el cual, las opiniones e ideas que expresan los autores no reflejan necesariamente las de Periplos en red , porque son responsabilidad de quienes colaboran para el blog escribiendo sus artículos.



Periplos en Red

Grab this Headline Animator

 
Ir Abajo Ir Arriba