I

El Hallazgo


El reloj de la sala de guardia de la comandancia de Policía, marca las tres de la mañana, todo está en silencio y solamente se escucha, como en un sitio lejano, el ruido que hace el radio de comunicación y los sonidos de la interferencia. En un pequeño cuarto, tirado en un catre de lona, se encuentra un hombre; duerme vestido, solamente se ha sacado los zapatos y se cubre con una manta de color gris. El cuarto se ilumina con la luz que entra por la puerta, procedente de la sala de guardia. El hombre es un cincuentón de cabello entrecano, piel morena y una ligera obesidad, ronca levemente, durmiendo despreocupado.

De pronto entra a la habitación un policía uniformado y trata de despertarlo de manera tranquila, como tratando de no incomodar al personaje

_Comandante Solís….., Comandante, tiene una llamada por el radio…, Comandante…

_Ya te escuché, Mardonio, ¿qué carajos pasa?...

_Perdone mi comandante, la patrulla 370 dice que tienen un 51 masculino en la Colonia Pensil y piden su presencia.

_Está bien, Mardonio, diles que me esperen, voy para allá.

El Comandante Agustín Solís se sentó y bajó las piernas para ponerse los zapatos; se enderezó y se estiró con cierta pereza, pero consciente de que tenía que atender ese llamado.

Agustín Solís llevaba casi treinta años de trabajar en el Servicio Secreto y era considerado un buen investigador, un tanto chapado a la antigua, pues acostumbraba revisar meticulosamente la escena del crimen. Recogía muestras y objetos encontrados en los alrededores, sacaba moldes de las huellas, cuando era posible y personalmente interrogaba a los posibles testigos o vecinos de las zonas aledañas. Aunque no tenía un grado universitario, tampoco era un ignorante, le gustaba leer y enterarse de métodos y sistemas de investigación utilizados en otros países, aunque sus compañeros se burlaran de él. Tenía una moderada preparación en temas Legales y acostumbraba estar presente en las autopsias de los cuerpos de las víctimas de hechos dolosos. Sus Jefes y Maestros le tenían especial estima, lo que lo había llevado a escalar el escalafón de la Dirección hasta el grado de Comandante. Ello le permitía evitar las guardias nocturnas, pero en un ejemplo democrático, se rolaba igual que los hombres que tenía bajo su mando.

Era un hombre rudo, fuerte, de manos grandes y muy buen tirador con su arma reglamentaria, un revólver calibre 0.38 de cañón largo. Sus subalternos sabían que con el Comandante Solís había que “tejer delgado”, como acostumbraba decirles. La vida de policía había ocupado toda su existencia, manteniéndose soltero; de vez en cuando tenía alguna amante, pero nunca de manera formal, pues bien sabía que no podía atenderla como un matrimonio convencional. Así, solterón, tenía plena libertad para moverse de día o de noche, sin tener la obligación de llegar a casa, donde le esperara una familia.

Cuando llegó a Lago Ginebra, vio las luces de la patrulla de policía y se encaminó hacia ella, estacionando su vehículo detrás del auto policial, de inmediato se acercó un uniformado, saludando de la forma reglamentaria y dándole cuenta de lo sucedido.

_Con la novedá, mi Comandante, que yo y mi pareja estábanos haciendo la ronda, cuando miramos un bulto en la banqueta; de pronto creimos que era un borracho y pos nos dijimos, vamos a ver a ese vato, no sea que le vayan a bajar su feria. Pero cual borracho, si cuando llegamos ya era difuntito. No lo hemos movido, pos sabemos que a usté eso lo enmuina y lo reportamos a Central, usté dirá qué hacemos.

_Por lo pronto, dijo el Comandante, no permitas que nadie se acerque al cuerpo, pide a la Comandancia que manden al Forense y que tu pareja pregunte entre los curiosos si alguien vio o escuchó algo.

Agustín se colocó unos guantes quirúrgicos y se encaminó hacia donde se encontraba el cuerpo. Encendió una linterna y empezó a revisar el entorno del cuerpo, como la banqueta era de cemento, era posible que no hubiera huellas, sin embargo sí había algo, el asesino había pisado un charco de sangre con la punta del zapato y dejado impresa su huella sobre la banqueta, no era mas que la punta del zapato, pero era algo, ya la vería mejor cuando amaneciera.

El occiso era un hombre de unos treinta y cinco a cuarenta años, moreno claro, de complexión delgada, cabello ondulado, negro. Estaba echado de decúbito lateral, sobre su lado izquierdo. El zapato derecho se le había salido, tal vez en algún forcejeo con su atacante. El hombre vestía un pantalón de casimir café, una camisa de vestir color hueso, sin corbata, con una chamarra de piel color vino. La ropa se veía de buena calidad, los zapatos eran del tipo mocasín de piel color vino, marca Non Bush y calcetines cafés, de buena clase. En el cuello portaba una cadena de oro con una medalla del mismo material. En la muñeca derecha se veía una escoriación, como si le hubiesen arrancado una pulsera. Con cuidado empezó a palpar la ropa, en busca de objetos en los bolsillos. En el bolsillo interior de la chamarra sintió algo, con cuidado metió los dedos y extrajo una libreta de direcciones, misma que introdujo en una bolsa de papel Manila. En la bolsa izquierda de la misma chamarra, sintió unas llaves, las sacó con su pluma y las observó a la luz de la linterna, era una llave de un auto y dos llaves de cerradura doméstica, las dejó caer dentro de la bolsa, pensando en qué lugar estaría estacionado el auto de esta persona. Si acaso traía una cartera, estaría sobre el lado izquierdo, por lo que no movería el cuerpo hasta que los encargados de las fotografías hiciesen su trabajo.

Con las primeras luces de la mañana llegó el equipo forense, el fotógrafo era Lucas Gómez, un muchacho entusiasta y perfeccionista, quien siempre atendía las recomendaciones de Agustín, se puso a sus órdenes y empezó a sacar fotografías de todos los ángulos posibles; especial cuidado tuvo para imprimir las placas de las huellas encontradas. Cuando terminó hizo una seña al Médico, de nombre José Santoyo, un buen profesional de la medicina legal, hombre de cuerpo menudo, de unos cincuenta años y muchos de ejercicio de la medicina, junto con Agustín habían resuelto algunos casos complicados. Saludó al Comandante.

_Buen día Agustín, dime qué tenemos, ¿algo especial?

_Pues así parece, Doc, este hombre no pertenece a este rumbo, por lo que necesitamos saber todo lo referente a su persona para tratar de ubicarlo a donde pertenece. Mientras haces tus observaciones haré algunas preguntas a los mirones, tal vez me puedan dar algunos indicios.

_Mira, Agustín, está llegando el Ministerio Público. Me voy a apurar para que puedan levantar el cuerpo…. Luego te veo.

Efectivamente, en esos momentos estaba arribando el auto del Licenciado Matías Lucero, el Agente del Ministerio Público que empezaba su turno a las seis de la mañana, el Comandante Solís se acercó al auto.

_Buenos días, Licenciado Lucero, ya en poco tiempo terminamos para que usted pueda proceder al levantamiento del cuerpo. Ya el Doctor está haciendo lo necesario para poder mover el cadáver.

_Muy bien, comandante, en tanto, le invito a desayunar, pues ya es tarde y, la verdad, ando medio crudo, ayer me fui a una fiesterita y ahora vengo de ella.

_!Ah que, Licenciado!, usted no tiene remedio; ahora está joven, pero cuando tenga mi edad, la vida le empezará a pasar las facturas.

_No sea ave de mal agüero, Comandante y acompáñeme a almorzar, que necesito con urgencia una cerveza bien helada y unos chilaquiles picositos. ¿No se le antojan?

_Gracias, Licenciado, lo acompaño con gusto, pero yo voy a desayunar como lo hacemos los viejos, unos huevitos con frijoles y un café con leche acompañado de unos biscochos calientitos.

Los dos amigos se fueron a bordo del auto del Licenciado, en busca de un restaurancito en la avenida Ejército Nacional. Se dirigieron a una mesa del fondo, aún cuando en ese momento el restaurante estaba vacío. Luego de ordenar sus alimentos, el Licenciado Lucero inició la plática.

_Mientras nos sirven, comandante, póngame al corriente de nuestro muertito del día, por favor.

_Es un caso curioso, que no sé hacia donde nos va a llevar, el occiso es un hombre como de treinta y cinco años, parece ser de buena posición económica, por la ropa. Hasta donde he podido ver, no se trata de un robo, pues tiene en el cuello una cadena y una medalla de oro, aunque parece ser que le arrancaron una pulsera de la muñeca derecha, aunque el raspón no se ve sangrado, lo que podría indicar que lo robaron post mortem. En apariencia lo asesinaron de una sola herida, pero como quedó sobre ella, no he podido verla, para saber si fue de arma de fuego, o de arma blanca. Una cuestión interesante: en un bolsillo encontré unas llaves de auto y de una vivienda, pero no hemos visto su posible auto en los alrededores, lo que nos lleva a dos posibilidades, o su asesino se llevó el auto y la llave encontrada es un duplicado, o lo llevó hasta ese sitio por alguna razón y luego lo asesinó.

En ese momento llegó el mesero con lo ordenado y la pareja se dispuso a consumirlos, pues no podían estar alejados del sitio del crimen por mucho tiempo. Terminaron de almorzar y luego de pagar la cuenta, abandonaron el lugar y volvieron a sus actividades. El fotógrafo Lucas y el Médico José, ya habían terminado y estaban esperando la llegada del Ministerio Público.

_Qué pasó Doc, preguntó Agustín, ¿tienes alguna novedad?

_Pues en principio, la muerte tendrá unas seis horas de haber ocurrido, lo que nos sitúa entre las doce de la noche y la una de la mañana. La herida que le causó la muerte fue producida con un arma punzo cortante que penetró entre las costillas, a la altura de los riñones, una herida limpia y mortal por necesidad. Quien lo hizo, sabe bien lo que tenía qué hacer. Ya puedes revisar la ropa del muertito, creo que tiene algo en el bolsillo trasero izquierdo.

_Gracias, Doctor, voy a terminar mis anotaciones. Lucas, ¿tienes todas las fotografías?

_Sí, Comandante, en la tarde se las paso a su escritorio.

_Bien, Lucas, nos veremos por la tarde.

Agustín se separó del grupo y se agachó a inspeccionar el cuerpo. Con todo cuidado extrajo una cartera del bolsillo izquierdo del pantalón, esta era de piel, de buena calidad y dentro había $ 12,250.00 en billetes de varias denominaciones, había dos tarjetas de negocio, una de una Agencia de publicidad en la Avenida Insurgentes y la otra de una agencia de autos Ford de la zona de Las Lomas de Chapultepec, una exclusiva zona residencial del Poniente de la Capital. Aparte de eso, no encontró ninguna identificación de la persona asesinada. El detective observó el corte hecho en la chamarra de piel por el arma utilizada, el ancho del cuchillo era de cinco centímetros, según el corte observado y estaba situado un poco arriba del codo.

Luego que el Ministerio público hizo su trabajo, el Agente Ministerial dio la orden de levantar el cuerpo, para ser trasladado al Servicio Médico Forense, para practicarle la necropsia de Ley, Agustín abordó su automóvil, un Chevrolet Monte Carlo ’73, auto oficial sin insignias, le gustaba porque poseía un motor muy potente, bueno para las persecuciones. Hizo un recorrido por varias calles de los alrededores, buscando algún auto de lujo o que desentonara con el entorno socioeconómico del lugar. Convencido de la inutilidad de su búsqueda, se dirigió a la colonia de los Doctores, donde se encontraba la morgue de la ciudad. Estacionó su auto en un sitio oficial y se adentró en el edificio.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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