Por Sergio A. Amaya S.

El juicio

Ya repuesto Fray Michel de esa noche sin dormir, después de la comida, los Padres Formadores, encabezados por el Abad, se volvieron a reunir en la Sala Capitular, a fin de tratar de concluir la investigación realizada por Fray Michel.

Fray Andrés, extrajo de su hábito la hoja escrita por Fray Alfonso, en la cual había anotado los nombres de los sospechosos. La leyó en silencio y se dirigió a los asistentes:

_Amados Hijos, la decisión que tomaremos será muy importante, pues si nos equivocamos, estaremos condenando a un inocente y exculpando al responsable. Voy a pediros que nos unamos en una oración al Padre, para que el Espíritu Santo nos ilumine y podamos actuar con justicia, pongámonos de rodillas.

Los frailes, obedeciendo al pedido de su Abad, se hincaron e inclinando sus cabezas, quedaron ocultos los rostros por las caperuzas de sus hábitos. La oración la hizo Fray Andrés:

Padre de misericordia,
estamos aquí, ante vos,
para que, en tu infinita bondad
hacia estos hijos vuestros, pecadores,
os dignéis permitir que el Espíritu Santo
nos ilumine para actuar con inteligencia y justicia.

Señor, somos hombres finitos y falibles,
no permitáis que cometamos una injusticia
y perdónanos, Señor, si en nuestra ignorancia
tomamos un decisión equivocada.
Ilumínanos, Padre,
os lo pedimos por Cristo Jesús, nuestro Señor.
Amén.

Los monjes respondieron a la oración y se levantaron para ocupar sus asientos. A una indicación del Abad, Fray Andrés leyó la lista. Hizo notar a los presentes que las marcas puestas, indicaban, con una Z a las personas que eran Zurdos redimidos; con una ZX a los ambidextros y, solamente con una X, a quien era solamente sospechoso.

 Novicio Nicolás, Ayudante de la Botica y del hermano Jardinero. Z
 Novicio Juan (español) Z
 Novicio Nuño (español) X
 Novicio Agustín (español) ZX
 Fray David de María, cenobita franciscano, escribano del Abad. ZX

Luego de leer la lista, pidió a Fray Nepomuceno que iniciara su exposición y que, al terminar, diera su veredicto. Aclarándose la voz, el enérgico monje dijo:

_Hermanos, he estudiado con cuidado la lista de sospechosos y tomado en cuenta las características de cada uno de ellos y llegado a las siguientes conclusiones:

_El Hermano Nicolás, continuó, me parece que solamente lo consideramos sospechoso por haberse encontrado, obligado por su trabajo, en la zona de la huerta. El muchacho confesó llevarse bien con sus hermanos, aunque no con todos, pues alguno le ha llamado “bastardo”, algo que le pone furioso. Tiene la característica de ser zurdo, pero considero que el no es capaz de atentar contra la vida de nadie, ni aún en un momento de furia.

_Veamos ahora al novicio Juan. Este muchacho, según la experiencia vivida, ha sido problemático desde un principio, es zurdo redimido y encierra mucho enojo dentro de sí mismo. Además, pertenece al gurpo denominado “los españoles”, que se caracterizan por su racismo. Sí lo considero capaz de matar a una persona, aunque aún tengo mis reservas en cuanto a este caso.

_Continúo con Nuño, a quien de antemano le retiro el tratamiento de “novicio”, pues, por su calidad humana y falta de vocación, no es digno de que se le llame así. Bien, este muchacho es un racista extremo, lo considero muy capaz de propiciar a alguien los castigos mas crueles por el hecho de considerarlo “inferior”, muy posible de desear la muerte de una persona, pero su calidad de “superior”, no le permite ensuciarse las manos, por lo que se valdría de alguien para llevar a cabo sus bajos deseos. Él es diestro y solamente se le nombró como sospechoso. Yo lo exculpo como culpable material en este caso.

_Continúo con el novicio Agustín. Esta persona, nacida en calzones de seda, fue educado con la convicción de la superioridad de su “clase”, puede llegar a la crueldad en ciertos casos, pero lo considero, al igual que a Nuño, incapaz de hacer algo sucio con sus propias manos, no obstante que manifestó agradarle el uso de la vara con sus inferiores. Es ambidextro, cosa muy extraña, pues yo no había conocido a nadie así, no obstante, lo exculpo, al igual que a Nuño.

_Finalmente, expresó Fray Nepomuceno, queda Fray David de María, curiosamente, también es ambidextro. Aquí valdría hacer un paréntesis para que recordemos el mensaje dejado a Fray Michel, pues era muy claro en las recomendaciones:

“1:16 Y entonces mandé a vuestros jueces, diciendo: Oíd entre vuestros hermanos, y juzgad justamente entre el hombre y su hermano, y el extranjero.
1:17 No hagáis distinción de persona en el juicio; así al pequeño como al grande oiréis; no tendréis temor de ninguno, porque el juicio es de Dios; y la causa que os fuere difícil, la traeréis a mí, y yo la oiré. (Deuteronomio)”

_Como os dais cuenta, hermanos, en la primera parte hace referencia a escuchar a todos, pues todos son nuestros hermanos, pero también habla del “extranjero”. En este punto, Fray David es nacido en Roma, fuera de él, solamente los Hermanos Michel y Alfonso son nacidos fuera de España, pero en el momento del crimen, ellos no estaban aún en la Abadía. En la segunda parte, nos indica que no hagamos distingo de persona, que hagamos juicio desde el mas pequeño, hasta el mas grande y nos recuerda que no debemos temer a dar nuestro dictamen, pues finalmente, todos estamos sujetos a la justicia divina.

_Considero, continuó el fraile, que ya con esta lista de sospechosos, mas o menos esclarecida, el resultado es claro; además, nos queda el comentrio de Fray Alfonso, respecto al problema que pudo haber tenido Fray David de María con el difunto Luis. Por lo pronto, mi opinión es en ese sentido y me gustaría escuchar vuestras opiniones.

Fray Nepomuceno empujó hacia el centro de la mesa, la hoja de papel en que había escrito sus conclusiones, para que todos pudiesen verla.

NICOLÁS. Exculpado
JUAN DE SAYAVEDRA. Sospechoso
NUÑO. Exculpado
AGUSTÍN. Exculpado
FRAY DAVID DE MARÍA. Sospechoso

Fray Andrés la tomó, la leyó y permaneció en silencio durante algunos momentos, luego la volvió al centro de la mesa y dijo:

_Hijos míos, me parece que, tanto el trabajo que realizamos en la sesión pasada, como este análisis que hace Fray Nepomuceno, son bastante claros, a mi manera de ver. Si no tienen objeción, yo sugiero que demos verbalmente nuestro veredicto, con la mente analítica fría y con la conciencia tranquila y puesta en manos de Dios y el Espíritu Santo. ¿Alguien desea agregar algo mas?

_Por mi parte, dijo Fray Alfonso, basado en los datos aportados por los propios sospechosos, me parece que no tengo duda alguna, no obstante, me intriga saber quien envió el mensaje a mi hermano Michel, pues quien lo hizo, también debió presenciar el asesinato, aunque no necesariamente participar en él.

_Coincido con Fray Alfonso, corroboró Fray Carlos, aunque yo no los conozco como vosotros, me baso en los escrito por tales personas y me parece que es claro el resultado.

_¿Y vos, Fray Michel?, preguntó el Abad.

_Amado Padre, aunque me apene manifestarlo por tratarse de un Hermano, creo que Fray David de María es el responsable y que Dios le perdone. El análisis hecho por nuestro Hermano Nepomuceno, es claro y contundente. En cuanto a quien me envió el mensaje, no me queda duda de que lo hizo el novicio Juan de Sayavedra. Estoy seguro de que él no tuvo responsabilidad alguna, pero sí debe haber visto el ataque. Ahora bien, por sus mismos antecedentes, consideró que no podría denunciar abiertamente a un religioso, pues por su mismo historial, no tendría credibilidad, antes al contrario, se le podría achacar a él el asesinato. Si recordamos, la nota fue escrita con mala caligrafía, esto me indica que la escribió con la mano izquierda, la que a fuerza de ser obligado a mantenerla inactiva, perdió su habilidad para escribir, eso pensando que alguna vez la tuvo.

_Bien decís, hijo mío, corroboró Fray Andrés, solo nos falta saber el por qué, Fray David, privó de la vida a ese infeliz. Hermano Carlos, hacedme favor, buscad a Fray David y que venga a reunirse con nosotros, luego hablaremos con Juan.

El monje salió a cumplir la orden del Abad, todos se quedaron en silencio, cada uno pensando en las consecuencias que el hecho llevaría al culpable, pensando en cómo actuaría Fray Andrés. Después de un tiempo, volvió Fray Alfonso acompañado de Fray David, a quien Fray Andrés, con notoria frialdad, invitó a sentarse.

_Sentaos, Fray David, sabemos que vos tenéis algo que confesar, de acuerdo a la Regla de nuestra Orden, deberíais hacerlo delante de todos los habitantes de la casa, pero por tratarse de algo sumamente grave, he decidido que lo hagáis solamente frente a nosotros, teniendo enfrente y enmedio de todos, a Nuestro Señor Jesucristo.

_El inculpado guardó silencio y miró con desprecio a cada uno de los presentes, pero con particular odio a Fray Michel, luego expresó:

_Si algo debo confesar, no será frente a vosotros, indignos de juzgarme, ya lo haré frente al Divino Juez, cuando Él me llame.

_Ante tamaña soberbia, damos por confesa vuestra culpa, sea pues como vos preferís, poneros de rodillas.

Aunque de mala gana, el fraile se puso de rodillas, teniendo frente a él el Crucifijo. El Abad fray Andrés, dijo entonces:

_“Por autoridad de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo y de los santos cánones y de la santa e inmaculada Virgen María, madre de Dios y de todas las virtudes celestes, ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones, querubines, serafines y de todos los santos Patriarcas, Profetas y Evangelistas, y de los Santos inocentes que en presencia del Cordero Divino, son los únicos dignos de cantar un himno nuevo, y asi mísmo; por autoridad de los santos mártires y de los santos confesores y de las santas y de todos los santos juntos con los demás elegidos del Señor, Excomulgamos y anatematizamos a ese malhechor que se hace nombrar David de María y le arrojamos del seno de la santa Iglesia de Dios.

¡Que Dios Padre que ha criado al hombre lo maldiga! ¡Que el Espíritu Santo que nos regenera por el bautismo le maldiga! ¡Que la Santa Cruz, a la cual envió Cristo para nuestra salvación y triunfo de sus enemigos le maldigan! ”

_Y a vosotros, hijos míos, os recuerdo lo que nuestra santa Regla nos indica:

“Al hermano culpable de una falta más grave exclúyanlo a la vez de la mesa y del oratorio. Ninguno de los hermanos se acerque a él para hacerle compañía o para conversar. Esté solo en el trabajo que le manden hacer, y persevere en llanto de penitencia meditando aquella terrible sentencia del Apóstol que dice: "Este hombre ha sido entregado a la muerte de la carne, para que su espíritu se salve en el día del Señor". Tome a solas su alimento, en la medida y hora que el abad juzgue convenirle. Nadie lo bendiga al pasar, ni se bendiga el alimento que se le da”.

_A partir de este momento, continuó Fray Andrés, David de María será simplemente un preso, lo llevaremos a una celda, donde permanecerá bajo llave, hasta que lo entreguemos a quien el Señor Arzobispo nos indique. ¡Hágase!

Con dos monjes a cada lado y seguidos por Fray Andrés, condujeron al acusado hasta el sótano, donde se encontraban las celdas de castigo, en una de las cuales encerraron a David de María, solo contaba con un jergón en una esquina y unas cadenas ancladas al muro, pero no fué puesto en cadenas. Salieron todos en silencio y Fray Andrés cerró con llave, misma que guardó en su hábito. Luego, en procesión y rezando en silencio, volvieron a la Sala Capitular a continuar con el trabajo.

_Bien. Hijos míos, habló el Abad, mañana iré a comunicarle nuestra resolución al Señor Arzobispo, mientras tanto, debemos concluir con la investigación, deberemos obtener la confesión del novicio Juan y luego de ello, decidir qué haremos con el grupito de los mentados “españoles” Por hoy, demos gracias a Dios por habernos permitido llegar al veredicto y ya mañana podremos continuar. Vayan con Dios y que nuestro Señor os acompañe.

Los monjes besaron la mano de su Abad y fueron saliendo en silencio, cada uno a su propia celda, a esperar el llamado al refectorio y, posteriormente, a asistir al Oficio de Completas, que mucho ayudaría a sus propias almas.

Al día siguiente, después del desayuno, todos los habitantes de la Abadía se reunieron en la Sala Capitular. Como era usual, se leería un Capítulo de la Regla, después de ello, los monjes y novicios estaban obligados a declarar, frente a todos, sus pecados y la comunidad abacial les imponía la pena que correspondiera. Todos pasaron y ocuparon los lugares que tenían designados; una vez en silencio, el Abad designaba al Lector y el Capítulo que leería.

_Hermano novicio Juan, pasad y leed el Capítulo quinto, la obediencia.

El novicio subió al estrado de los Lectores y dio principio a la lectura.

_Capítulo Quinto. La obediencia.


El primer grado de humildad es una obediencia sin demora. Esta es la que conviene a aquellos que nada estiman tanto como a Cristo. Ya sea en razón del santo servicio que han profesado, o por el temor del infierno, o por la gloria de la vida eterna, en cuanto el superior les manda algo, sin admitir dilación alguna, lo realizan como si Dios se lo mandara. El Señor dice de éstos: "En cuanto me oyó, me obedeció". Y dice también a los que enseñan: "El que a ustedes oye, a mí me oye". Estos tales, dejan al momento sus cosas, abandonan la propia voluntad, desocupan sus manos y dejan sin terminar lo que estaban haciendo, y obedeciendo a pie juntillas, ponen por obra la voz del que manda. Y así, en un instante, con la celeridad que da el temor de Dios, se realizan como juntamente y con prontitud ambas cosas: el mandato del maestro y la ejecución del discípulo. Es que el amor los incita a avanzar hacia la vida eterna. Por eso toman el camino estrecho del que habla el Señor cuando dice: "Angosto es el camino que conduce a la vida". Y así, no viven a su capricho ni obedecen a sus propios deseos y gustos, sino que andan bajo el juicio e imperio de otro, viven en los monasterios, y desean que los gobierne un abad. Sin duda estos tales practican aquella sentencia del Señor que dice: "No vine a hacer mi voluntad, sino la de Aquel que me envió".

Pero esta misma obediencia será entonces agradable a Dios y dulce a los hombres, si la orden se ejecuta sin vacilación, sin tardanza, sin tibieza, sin murmuración o sin negarse a obedecer, porque la obediencia que se rinde a los mayores, a Dios se rinde. Él efectivamente dijo: "El que a ustedes oye, a mí me oye". Y los discípulos deben prestarla de buen grado porque "Dios ama al que da con alegría". Pero si el discípulo obedece con disgusto y murmura, no solamente con la boca sino también con el corazón, aunque cumpla lo mandado, su obediencia no será ya agradable a Dios que ve el corazón del que murmura. Obrando así no consigue gracia alguna, sino que incurre en la pena de los murmuradores, si no satisface y se enmienda.

Al terminar la Lectura, el novicio volvió a ocupar su sitio, todos en silencio meditaban lo que acababan de escuchar y se encomendaban a Dios para confesar sus pecados, en caso de tenerlos. Fray Andrés volvió a hablar.

_Novicio Juan, pasad al frente y confesad lo que tengáis en vuestro corazón, es tiempo de que todos vuestros hermanos sepamos de ello. Vos sabéis de qué se trata.

El novicio subió nuevamente al estrado, dándose cuenta de que no estaba presente Fray David de María, lo que le dio cierta confianza, entonces habló:

_Perdonadme, Padre, pero no entiendo a qué os referís, yo sé que no soy la mejor persona de esta casa, pero no creo tener algo que confesar.

_Creo que estáis algo desmemoriado, hijo, repuso Fray Andrés, os voy a refrescar un poco tu memoria. Hace algunos meses, se suicidó un hermano vuestro, el novicio Luis, ¿lo recordáis?

_Sí, desde luego que lo recuerdo, repuso nervioso el novicio, pero ¿qué tengo yo que ver con tal suceso?

_Pues resulta que no fue suicidio, sino homicidio y vos estuvisteis cerca de tal suceso.

_Pero si todos aceptaron el hecho como un suicidio, ¿por qué ahora salís con que se trató de un homicidio? Yo no soy culpable de nada.

_Sabemos que no eres culpable de tal delito, pero vos tenéis algo que debéis confesar y que deberéis hacer, atendiendo al Capítulo de la Regla, que vos mismo habéis leído. O, ¿es que vais a desobedecer la Regla que jurasteis obedecer?

El novicio permaneció en silencio, como evaluando lo que debía decir, sin decidirse plenamente a hacerlo, finalmente habló.

_Tenéis razón, Padre, perdonadme, lo que sucede es que tengo miedo de que se me culpe, pues sé muy bien que mi comportamiento no ha sido el mejor. Confío en me creeréis, estos son los hechos.

_El aciago día de tales sucesos, varios hermanos, entre ellos Luis, estábamos en la Biblioteca, Fray David de María se ocupaba de acomodar algunos libros cuando Luis se acercó y tiró algunos papeles que estaban sobre la mesa, fue algo accidental, pero Fray David se puso furioso, dio una bofetada a Luis y éste le respondió algo, lo que enfureció mas a Fray David. Cuando estaban en ello, llegó Fray Alfonso, aunque no se dio cuenta del asunto, algo habló con Fray David, lo único que escuché es que Fray David expresó algo como “yo arreglo esto” Desde luego que no di mas importancia al asunto, luego, cerca ya de la hora de la cena, mis hermanos se fueron retirando para estar a tiempo en el Refectorio, yo me demoré un poco, pues me molesta llegar a tiempo, pues soy rebelde a las reglas impuestas. En esos momentos Luis salió rumbo a la huerta, tal vez a llorar de rabia por no poder defenderse ante Fray David, quien salió detrás de Luis, ya la luz natural empezaba a ser escasa; temiendo que pudiese volver a golpear a Luis, me fui tras ellos, sin ser notado. Antes de llegar con Luis, Fray David, tomó un leño que estaba en el suelo y golpeó en la cabeza a Luis, quien se encontraba de espaldas, no pudiendo defenderse. Yo me quedé helado de asombro y de miedo, miedo de que me viera y corriera la misma suerte que Luis. Cuando Luis cayó al suelo, Fray David tomó una cuerda que estaba cercana y se la puso alrededor del cuello, luego pasó la cuerda por la rama de un árbol y jaló el cuerpo, hasta donde la cabeza de Luis se lo permitió, aunque le quedaron las piernas dobladas. Ató la cuerda al tronco y salió rumbo al refectorio. Yo me repuse de la impresión y me volví a la Biblioteca, para salir por la puerta principal. Luego me fui al refectorio.

_Pasaron unos días y no sabía qué hacer, pues temía que si confesaba lo visto, no me creerían y correría el riezgo de ser acusado del crimen, así que estuve pensando qué hacer y se me ocurrió buscar en la santa Biblia una respuesta a mi problema; así, por la guía de Dios, abrí el Libro en el Deuteronomio, precisamente en el pasaje que tomé para hacer la nota. Siempre he creído que Dios me llevó de la mano, a fin de que no reconocieran mi letra, escribí la nota con la mano izquierda, pues sé que mi letra es muy mala con esa mano. Eso, Padre Abad, es la verdad que confieso ante Dios y ante vosotros y de antemano acepto la penitencia que me impongáis.

Luego de su confesión, Juan esperó en silencio para escuchar su penitencia, entonces habló el Abad:

_Hermano Juan, vuestro pecado es de omisión, pues estabais obligado a comunicar a tu Superior lo que habíais presenciado, por tal falta, recibiréis veinte azotes y estaréis en ayuno durante dos días, solo beberéis el agua que se os lleve a vuestra celda, donde deberáis permanecer a solas y en oración constante. Ordeno a todos mis hermanos, que no habléis con el penitenciado hasta que salga de su celda. Hermano Carlos, vos ejecutaréis la penitencia dictada.

El novicio Juan volvió a su asiento, pero con una seña se le indicó que debería sentarse separado de sus compañeros, pues desde ese momento estaba excluido de la comunidad, hasta cumplir su penitencia. Volvió a hablar en Abad:

_Hermanos, estamos enterados de que en esta santa Abadía se practica alguna forma de discriminación, yo invito a quienes practican esa abominable costumbre, a que comparezcan ante esta comunidad y confiecen sus pecados.

Nadie se movió de su asiento, algunos se movían como si algo les molestara, pero nadie habló. Intervino nuevamente el Abad:

_Novicio Nuño, Novicio Agustín y Novicio Antonio, pasen al estrado.

Los tres nombrados se levantaron de sus asientos y se dirigieron al frente. El novicio Nuño fue el primero en subir al estrado, caminaba altivo, desafiante, mirando a todos de forma sesgada. Luego subió el novicio Agustín, de mirada fría, muy seguro de lo que hacía. Al final subió el novicio Antonio, mostrándose desafiante, sabedor de que su estatura y fuerza imponían autoridad.

Habló nuevamente Fray Andrés, con suficiente autoridad para ser comprendido por los tres novicios:

_Hermano Nuño, sobre el Ambón está la Regla de la Abadía, hacedme el favor de leer, para todos, la Regla XXXV.

El aludido se acercó al Ambón y hojeó el libro hasta encontrar la cita indicada y leyó:

Capítulo XXXV

LOS SEMANEROS DE COCINA

“Sírvanse los hermanos unos a otros, de tal modo que nadie se dispense del trabajo de la cocina, a no ser por enfermedad o por estar ocupado en un asunto de mucha utilidad, porque de ahí se adquiere el premio de una caridad muy grande. Dése ayuda a los débiles, para que no hagan este trabajo con tristeza; y aun tengan todos ayudantes según el estado de la comunidad y la situación del lugar. Si la comunidad es numerosa, el mayordomo sea dispensado de la cocina, como también los que, como ya dijimos, están ocupados en cosas de mayor utilidad. Los demás sírvanse unos a otros con caridad.

El que termina el servicio semanal, haga limpieza el sábado. Laven las toallas con las que los hermanos se secan las manos y los pies. Tanto el que sale como el que entra, laven los pies a todos. Devuelva al mayordomo los utensilios de su ministerio limpios y sanos, y el mayordomo, a su vez, entréguelos al que entra, para saber lo que da y lo que recibe.

Los semaneros recibirán una hora antes de la comida, un poco de vino y de pan sobre la porción que les corresponde, para que a la hora de la refacción sirvan a sus hermanos sin murmuración y sin grave molestia, pero en las solemnidades esperen hasta el final de la comida.

Al terminar los Laudes del domingo, los semaneros que entran y los que salen, se pondrán de rodillas en el oratorio a los pies de todos, pidiendo que oren por ellos. El que termina su semana, diga este verso: "Bendito seas, Señor Dios, porque me has ayudado y consolado". Dicho esto tres veces, el que sale recibirá la bendición. Luego seguirá el que entra diciendo: "Oh Dios, ven en mi ayuda, apresúrate, Señor, a socorrerme". Todos repitan también esto tres veces, y luego de recibir la bendición, entre a servir”

Al terminar de leer, volvió al lado de sus compañeros, ya no tan seguro de sí mismo, pues el contenido de la Regla le indicaba la magnitud de la penitencia.

_Muy bien, hermanos, los tres habéis comprendido el contenido de la Regla, a partir de este día, os alternaréis día con día en este servicio a vuestros hermanos, vuestra penitencia tendrá una duración de seis meses, al final de tal plazo y de acuerdo con vuestros Mestros y hermanos, determinaremos si ha sido suficiente para que entendáis el sentido de la humildad, caso contrario, dictaré lo que mi conciencia me indique. Al final del día os pondréis de rodillas en la Capilla, al término del Oficio de Completas, lo hará tanto el que sale, como el que entra al servicio, el tercero os acompañará, como muestra de solidaridad. El hermano Alfonso os dará las órdenes pertinentes. Empezaréis, vos, hermano Nuño.

_Pongámonos ahora de rodillas y demos gracias a Dios por habernos permitido llegar al final de tan penoso asunto; os comunico que David de María ya está en una celda, excomulgado, por lo que no deberán hablar con él, tal vez mañana mismo sea llevado a las mazmorras del Santo Oficio. Oremos.

Oh, Señor, Padre Misericordioso
te damos gracias por habernos
reunido en uno mas de los Capítulos.
Bendícenos Padre
y muéstranos el camino de Jesús
por medio de la humildad
y el servicio a nuestros hermanos.
Por Jesucristo, Nuestro Señor.
Amén.

Al día siguiente, Fray Andrés, acompañado por Fray Michel, salieron muy de mañana con destino a la Casa Arzobispal y siguieron de frente hasta la calle del empedradillo, pasaron por el frente de la Catedral y caminando por la calle lateral del Palacio de los virreyes, llegaron a la Casa. Fueron atendidos por un hermano Portero y anunciados a Monseñor García Guerra, quien, luego de breves minutos los recibió en su comedor privado, invitándolos a compartir con él los alimentos, cosa que ambos aceptaron con humildad. Ambos religiosos se hincaron ante su Superior, besando su anillo Arzobispal.

_Y bien, reverendo Padre, en qué os puedo servir?

_Eminencia, habló Fray Andrés, recordaréis que hace algunos meses os traje la triste noticia de la muerte de un novicio.

_Efectivamente, recuerdo que os entregué el Acta de excomunión, espero que no haya un nuevo difunto....

_No lo permita Dios, Monseñor. No. La situación es diferente, pues resulta que el novicio no se suicidó, sino que fue asesinado.

_Pero qué decís, Padre Andrés, ¿que hay un asesino en vuestra casa?

_Así es, Monseñor, pero gracias a la sagacidad de nuestro hermano Michel, aquí presente, quien es el Boticario de la Abadía, se descubrió que era un homicidio y después de serias investigaciones, hemos descubierto al culpable, que resultó ser un hermano cenobita, Fray David de María, quien ya fue excomulgado y está aislado en una celda de castigo. Pido a vuestra paternidad que me indique qué debo hacer con el culpable y reparad el daño hecho al novicio Luis, levantando la pena de excomunión y permitiendo sea sepultado en sitio consagrado, dentro de la Capilla de la Abadía.

_Me dejáis asombrado, pero decidme, hermano Michel, ¿cómo llegasteis a pensar que se trataba de un homicidio?

Fray Michel hizo un relato detallado al Señor Arzobispo, mostrándole los dibujos que había realizado en su primera inspección del sitio del crimen, de las entrevistas tenidas con los novicios y del mensaje dejado en su gabinete y que también le mostró, nota que ayudó a descubrir al culpable.

Monseñor, guardó silencio, asimilando los alcances de lo que acababa de escuchar, finalmente habló:

_Padre Andrés, en cuanto al culpable, lo entregaremos al Santo Oficio para que sea juzgado de acuerdo a las leyes de la Santa Iglesia, dictaré una carta para que vosotros mismos la entreguéis hoy mismo. En cuanto a la reparación del daño sufrido por el difunto, desde luego os entregaré el Acta de suspensión de excomunión y mi permiso para que sea sepultado dentro de la Capilla y os instruyo para que realicéis un Oficio especial para pedir por el alma del difunto y por la salvación del alma del culpable. Que sea una celebración solemne, con asistencia de todos los habitantes de la casa.

El Arzobispo llamó con una campanilla su Secretario, de inmediato entró un monje, a quien instruyó para que preparara las cartas que debería llevar Fray Andrés.

Luego de esto, Monseñor García guerra les pidió a sus visitantes que hicieran el favor de esperar en la sala adjunta, a fin de continuar atendiendo sus compromisos. Ambos monjes se hincaron, besaron el anillo de Monseñor y este les impartió su bendición.

Mas tarde, Fray Andrés y Fray Michel caminaban por la calle del Empedradillo, rumbo a Santo Domingo, donde se encontraba la sede del Santo Oficio, donde preguntaron por el Alguacil Mayor del Santo Oficio, Francisco Verdugo, quien los atendió de inmediato, al saber que eran enviados del Señor Arzobispo García Guerra. Fray Andrés hizo entrega de la carta correspondiente, la leyó y de inmediato dio las órdenes pertinentes para que un contingente de guardias del Santo Oficio acompañaran a los religiosos al convento y fuese trasladado el reo, para ser juzgado por la Santa Inquisición. Fray Michel miraba todo eso sintiendo un frío intenso en el estómago, solo de imaginar que su interés por aprender pudiese llevarlo a ese sitio. Mentalmente rogó a Dios que le protegiera. Una vez desahogada esa diligencia, entregado el reo a la guardia, Fray Andrés pidió a Fray Michel que lo acompañara a rezar a su oratorio personal, para pedir por la salvación del alma de David de María.

Epílogo

El fraile David de María fue entregado al Santo Oficio y metido en las mazmorras, donde permanece hasta la fecha, nunca se ha hecho del conocimiento del pueblo el artero crimen cometido por el religioso. A los padres del Novicio Luis de Salanueva, se les comentó que, revisando la causa de su deceso, el Señor Arzobispo había levantado la excomunión y permitido su sepultura en sitio consagrado.

La ceremonia fue fastuosa, primero, en una ceremonia privada solo para los residentes de la Abadía, se realizó una procesión encabezada por el Crucifijo, sahumado convenientemente con incienso y custodiado por cuatro cirios que portaban los hermanos novicios, todos cantando Salmos y alabando a Dios y a su Hijo Jesucristo, los monjes consagrados con sus habitos cafés, con la gran Cruz de plata en los pectorales y el Señor Abad revestido con casulla morada y capa pluvial; previamente se había excavado el sitio de la exhumación, a fin de descubrir el ataúd. Luego de abrir la caja, se asperjó con agua bendita el cadáver; en seguida todos entonaron el Salmo 50:

“Ten piedad de mí, oh Dios, en tu bondad,
por tu gran corazón, borra mi falta.
Que mi alma quede limpia de malicia,
purifícame de mi pecado”. Etc.

posteriormente se ungió con óleo de los enfermos, como indicativo de que resucitaría a la vida eterna con Jesucristo y se le colocó en la boca la hostia consagrada, se envolvió en un manto blanco y se colocó en un nuevo ataúd. Entonces se entonó el Salmo 66:

“¡Que Dios tenga piedad y nos bendiga,
nos ponga bajo la luz de su rostro!
Para que conozcan en la tierra tu camino,
tu salvación en todas la naciones”. Etc.

Se reanudó la procesión y antes de entrar a la Capilla, Fray Andrés pronunció la fórmula establecida por la Santa Liturgia:

“Reduco te in grémium sanctae matris. Ecclesiae, et ad consórtium et comumnionem totius christianitatis, a quibus fúeras per excomunicatiónis sentétiam eliminatus; vel eliminata et restituo te participatióni ecclesiasticorum. In nomine Patris, et Filli, et Spiritus Sancti”. Amén.

En seguida se abrieron las puertas de la Capilla y accedió la procesión, donde se incluyó el paso de la Santa Biblia portada por Fray Alfonso. En el interior se encontraban los padres del difunto Luis, así como representantes del Arzobispado y de las Órdenes existentes en la Ciudad.

Fue una ceremonia impresionante, los padres de Luis se mostraron satisfechos de saber que su hijo dejaba de estar excomulgado y que, de manera póstuma, era restituido al seno de la Santa Iglesia. No les dijeron que había sido asesinado por un religioso, pues no convenía a la Orden que se hiciese público el asunto, pero quedaron satisfechos con la explicación dada por Fray Andrés, de que la carga de trabajo había causado un desasosiego en el novicio, lo que, en un momento de gran nerviosismo, le había provocado una enfermedad que había cobrado su vida, pero una vez enterado el Señor Arzobispo, había firmado el acta de levantamiento de excomunión. Al término de la ceremonia, el cuerpo de Luis fue sepultado en el piso del Presbiterio, cerca de donde reposaba el cuerpo de Fray Justino. No quedaba duda de que el joven resucitaría con Jesucristo y eso llenaba de tranquilidad a sus padres.

De los novicios denominados “españoles”, todos, incluido Juan, sirvieron en la cocina y comedor alternadamente, durante los siguientes seis meses. De ellos, solamente Juan y Nuño se revelaron a la disciplina, por lo que al término de su penitencia y dado que seguían con su actitud soberbia y prepotente, fueron expulsados de la Abadía. Antonio y Agustín recibieron el llamado del Espíritu Santo y encontraron su vocación, permaneciendo en la abadía, para el regocijo de sus Maestros y hermanos novicios; se volvieron dóciles y humildes y todo hace suponer que el novicio Antonio de Villafuerte logrará ordenarse como Sacerdote y, tal vez, sea un digno seguidor de la carrera eclesiástica, aunque, si Dios lo dispone, por las influencias de su tío, el Cardenal de Villafuerte, logre también el capelo cardenalicio, aunque será un digno Apóstol de Jesucristo, lleno de humildad y amor a sus semejantes. Por su parte, Agustín desea ser consagrado religioso cenobita y dedicar su vida a la oración por el, bien de todos. El Señor lo llevará por donde mejor le sirva.

Han pasado mas de diez años, el Abad continúa siendo Fray Andrés, ahora ya muy anciano, pero fuerte y enérgico como siempre, sin haber perdido su trato bondadoso. Fray Serafín hará cosa de cinco años que murió; tuvo una vejez un tanto mas cómoda por los remedios que le daba Fray Michel. Fray Simeón, el fraile Portero, sigue desempeñando el cargo. Fray Nepomuceno continúa siendo el Maestro Formador exigente y enérgico, Fray Alfonso, encargado del Scriptorium, se hace cargo también de cuidar y ordenar la biblioteca, que ha sido enriquecida con hermosos volúmenes que han salido de las manos de los hermanos copistas. Fray Carlos es el encargado de Liturgia y ha logrado avances notables en la preparación de los futuros religiosos. Marcelo ya es Diácono transitorio y se ha convertido en un buen químico e investigador. El novicio Nicolás ha hecho sus votos sacerdotales y pasará a la Universidad Pontificia de Roma a especializarse en Botánica y Farmacia. Antonio de María, es ya un monje copista consagrado y primer auxiliar de Fray Alfonso. Los novicios José de Jesús y Alejandro, se están preparando para seguir como Monjes Formadores.

Por su parte, Fray Michel ha hecho importantes aportaciones a la medicina con sus pócimas desarrolladas en la Abadía. Mucho ha avanzado en el alivio de las dolencias de los hombres, con el conocimiento del funcionamiento orgánico, gracias a las enseñanzas del Doctor Garciadiego y el Médico Barbero Don Sancho, quienes se han convertido en muy buenos amigos del monje. Fray Juan de Jesús sigue frecuentando a Michel, quien terminó de preparar a Fray Tomás, quien ahora es el Boticario del Hospital de San Lázaro, no se han presentado epidemias, pero las enfermedades comunes las tratan adecuadamente. Los ocasionales casos de lepra que se le presentan, los cura de acuerdo a las enseñanzas de Fray Michel.

Fray Michel sigue estudiando, luego de graduarse como Médico en la Real y Pontificia Universidad de México. Continúa con sus estudios en cadáveres, aunque siempre con el riesgo de ser descubierto por el Santo Oficio, no obstante, sabe que bien vale la pena, para continuar con la obra que Dios le encomendó. Desde hace cuatro años funciona un Dispensario para atender a la gente del pueblo que lo solicita, en especial acuden a él esos pobres indios que no tienen mas patrimonio que el amor de Dios; a ellos se les da atención médica, medicinas y alguna comida caliente, por lo que el monje es muy conocido y querido por el pueblo bajo. Fray Michel atiende el Dispensario durante doce horas diarias, lo hace con sencillez y con amor a sus semejantes; por las noches, dedica largas horas al estudio de los grandes maestros de la farmacopea, así como a los tratados de los cirujanos, discutiendo amablemente con sus amigos don Sancho y Garcidueñas, pues encuentra errores que nada tienen qué ver con la realidad que han encontrado en las disecciones realizadas. Lo que siente es que no ha podido conservar sus notas y dibujos; bueno, eso es lo que ha hecho creer a sus amigos, la realidad es que los mantiene escondidos, dentro de una vasija de barro, entre sus ungüentos y pomadas, tal vez algún día sean encontrados y sirvan para difundir los conocimientos que estos tres osados amigos han logrado. Don Sancho confesó a sus colegas y amigos, su realidad de judío practicante, aunque en privado, Fray Michel, hombre adelantado a su Siglo, aprueba la honradez de Sancho, pues no desconoce que el mismo Jesucristo era un judío practicante, cosa que los mismos Evangelios nos enseñan y que otros intereses en la historia nos han inculcado una animadversión hacia el pueblo judío, cosa que Michel y ahora el Doctor Garcidueñas, luego de ser ampliamente discutido con Fray Michel, también comparte.

Los cirujanos siguen recurriendo a él en busca de sus anestésicos para realizar sus cirugías sin dolor y la venta de tales productos se destinan a la ayuda y manutención de los indios que acuden al Dispensario. Todo ello ha dado gran renombre a la Casa de los Hermanos de la Cruz.

El monasterio ha crecido, tanto en cantidad de residentes, como en prestigio en la Nueva España; han abierto casas en Querétaro, San Luis Potosí y Zacatecas, el llamado Camino de la Plata, donde hace falta la Palabra de Dios, tal vez algún día, las autoridades de la Iglesia se den cuenta que Dios le dio inteligencia al ser humano para que aprenda y progrese y cada día, con mayor conocimiento de su cuerpo, logre mejores tratamientos y medicamentos, pero sobre todo, que aprenda a prevenir las enfermedades. Eso solo lo alcanzará cuando tenga libertad para estudiar.

Fray Michel cumplió con lo ofrecido al Padre Benito de la Iglesia de San Hipólito y pasó a enterarle del desenlace de la historia que le contó tan solo hace unos cuantos meses. El religioso se mostró sorprendido, la saber que fue un hombre consagrado quien cometió tal crimen. El buen viejo no concibe que pueda haber tal maldad. Recuerda muy bien la plática sostenida con Fray Michel y celebra que, en aquel entonces, el monje no se hubiera dejado llevar por sus impresiones personales; aunque en parte tuviera razón en cuanto al novicio Juan, quien finalmente fue expulsado de la comunidad abacial.

Fray Michel continuó su amistad con el Padre Benito, visitándolo semanalmente, atendiendo sus dolencias de viejo y dándole una mejor calidad de vida, hasta que el Señor se apiadó de su viejo servidor y lo llevó a su lado. Para Michel fue como si hubiese perdido a su verdadero Padre, pero se alegraba porque el Padre Benito ya estaría disfrutando de la Gloria de Jesús.

Es una noche de verano, el cielo estrellado refulge esplendoroso, la calzada bulle de actividad y la Alameda se ha convertido en un paseo para los habitantes de la ciudad. Algunas carretelas pasean a familias elegantes y grupos familiares de todas las clases sociales disfrutan de la tranquilidad de una noche en México.

Pensando en la historia de esa calzada, Muchel recuerda una leyenda que cuenta que por esa vía salieron huyendo los soldados de Hernán Cortés, quienes corrieron hasta el punto llamado de la Noche Triste. El fraile camina pensativo, las luces se van apagando al agotarse el aceite, los serenos hacen sus rondas y la Alameda se va quedando sola, al retirarse los paseantes a la quietud de sus hogares. La ciudad se va quedando dormida y Fray Michel vuelve a la abadía, en respuesta a la llamada para el Servicio de Completas. Ciertamente, esa era una hermosa ciudad y una buena casa, la de los Monjes de la Cruz.

10 de Enero de 2010
Ciudad Juárez, Chih.


FIN








El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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