El investigador ético

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Por el Psic. Fernando Reyes Baños


Karl Popper (2002), el filósofo austriaco, compartió con sus lectores en cierta ocasión la analogía que podía trazarse entre un investigador y un reflector. Popper afirmó que la observación que hacía un investigador de su objeto de estudio era parecida a la luz que un reflector proyectaba sobre una parte de un objeto tridimensional, iluminando algunas partes de ese objeto, pero dejando en penumbras otras partes de éste; así pues el investigador seleccionará una parcela de la realidad, para estudiarla y comprobar hipótesis de investigación, con lo cual contribuirá a resolver, una problemática vinculada a ese retazo de realidad. La ética implicada con esta analogía y con lo que hace el investigador tiene que ver con todo el proceso: qué aspecto seleccionar (y cuáles no ver), cómo estudiar ese aspecto _que en el caso de las ciencias sociales involucra a personas_ y cómo tener presente, en todo momento, que las personas a las que se estudia son un fin en sí mismo y no un medio, aunque finalmente se ponga el mayor esfuerzo en tratarlas como objetos susceptibles de cifrarse a la hora de ser analizadas matemáticamente o categorizadas para su mejor comprensión. Es un dilema perenne en la investigación, pero tomar racionalmente una decisión al respecto es lo que brinda sentido al hecho de hablar de ética en la actitud del investigador.

Desde el punto de vista de la ética normativa, la cual busca alcanzar estándares morales que regulen la conducta humana como buena o mala, podríamos analizar la actitud de los investigadores de acuerdo con la teoría de las virtudes, que implica el desarrollo de buenos hábitos del carácter. Entre las virtudes que Lozano (2005) refiere acerca de esta teoría están las referidas por Platón (conocidas por el nombre de “virtudes cardinales”): prudencia, fortaleza, templanza y justicia, y las aportadas por los teólogos medievales: fe, esperanza y caridad.

Acerca de la actitud de los investigadores, ésta, de manera ideal y de acuerdo solamente con las virtudes cardinales, debería caracterizarse de la siguiente manera:

a) Si la prudencia es la relación entre la información, la evaluación de esa información y la acción que procede, entonces tiene mucho que ver con el trabajo que hace un investigador porque, al contrario de cómo lo haría el neófito implicado con una cotidianidad dispar o quienes se ocupan de esparcir rumores, con intenciones amarillistas a través de los mass media para el deleite de una determinada audiencia, lo que el investigador concluye y emite como resultado de su trabajo, además de pasar por el escrutinio de una comunidad científica que vigilará la sistematicidad del proceso, deberá caracterizarse por ser preciso, confiable y válido (Giroux y Treamblay, 2004), pues su responsabilidad tiene que ver con aportar una solución o una serie de recomendaciones útiles para resolver un problema contextualizado en un segmento de la realidad, misma que sólo puede ser accesible a través de la información que logre recabar a través de sus instrumentos y técnicas, información con la cual el investigador estará en posibilidades de proponer, con cierta certeza, un camino viable para la acción.

b) Si la fortaleza es la virtud que nos da el poder de enfrentarnos a los obstáculos que se nos van presentando en la vida, su implicación con la actitud de los investigadores también es estrecha, porque durante el proceso de la investigación pueden presentarse muchos inconvenientes que podrían dificultar o hasta impedir que la investigación prosiga su curso hasta terminar; de ahí que, desde un inicio, se tomen en cuenta las limitaciones que se supone podrían entorpecer su realización, aunque siempre es posible toparse con situaciones imprevistas que requerirán de la fortaleza de quienes investigan.

c) Si la templanza es autodominio, es decir, una fuerza para controlar la tendencia que todos tenemos al placer, en los investigadores es más que evidente su implicación con esta virtud cardinal, así como también en quienes apenas estamos aprendiendo a investigar; efectivamente, ¿qué impide que muchos aprendices, abrumados por el trabajo que representa buscar información, recabar datos o procesar estos últimos para su análisis no quieran pasar por alto algunas de sus fases para facilitarse las cosas, aunque tal sesgo en su procedimiento afecte la sistematicidad de lo que hacen? En algunas ocasiones, la falta de autodominio también afecta a los investigadores ya reconocidos, sobretodo, cuando se busca que sus resultados favorezcan lo que están tratando de comprobar con sus hipótesis de investigación, tal es el caso por ejemplo, del “fraude ignominioso” atribuido a Cyril Burt, discípulo de Ch. Spearmen (Pueyo, 1999) por la manipulación que hizo de datos sobre la heredabilidad de la inteligencia.

d) Finalmente, si la justicia es dar a cada quien lo que le corresponde, siendo conmutativa cuando se manifiesta entre iguales, concierne nuevamente a los investigadores y a quienes integran los comités de deontología ser justos, sobretodo, cuando están de por medio patrocinios, becas y presupuestos considerados para quienes asumen la función de generar conocimientos y contribuir con los avances científicos y tecnológicos de un país. Justicia sería en tales casos evaluar con objetividad el trabajo que cada investigador hace y becar o patrocinar aquellos trabajos que promuevan la originalidad y la solución para problemas importantes de la realidad social. Un caso contrario, por ejemplo, serían los investigadores que, formando parte de un sistema que integra a los mejores investigadores de un país a los cuales se patrocina, acuerden entre ellos citarse mutuamente y “escribir nuevos y originales artículos” que sólo enmascaran para que parezcan innovadores.

El investigador debe actuar de forma tal que sea posible atribuirle una actitud ética con relación a su trabajo; así pues, se esperaría que actuara con:

- Honestidad, sujetándose a los datos que recopiló, al procedimiento que propuso, a los resultados que obtuvo, etcétera;

- Rigor científico, particularmente en el caso de las ciencias humanas, haciendo lo posible para no concernirse con su objeto de estudio;

- Responsabilidad, pensando en las consecuencias que tendría alcanzar ciertos objetivos para él y para los demás (utilitarismo);

- Pertinencia social, es decir, haciéndose consciente de la importancia que su trabajo tiene para resolver problemas reales de su contexto inmediato o mediato:

- Humanismo, pues aunque las consecuencias parezcan un buen criterio para valorar moralmente una acción (consecuencialismo), quizá resulte imprescindible no perder el significado aportado por Kant a través de su imperativo categórico: “Trata a la gente como un fin y nunca como un medio para lograr un fin” (Lozano, 2005, p. 3).

- Tolerancia, respeto, humildad y multiculturalidad.

Tales aspectos se vuelven más importantes cuando se considera además, que el investigador no investiga o no debería hacerlo como encerrado en una especie de torre de marfil desde la cual observa, con cierto aire de superioridad, al resto de los mortales; ocurre pues, que el investigador responde a las expectativas de ciertos intereses, los que dictaminan con la promesa de una retribución monetaria, qué debe investigarse y qué objetivos deben alcanzarse.

Lo interesante aquí es que la investigación, como la ciencia y la tecnología, no representa ningún peligro o beneficio para nadie, porque tales efectos lo propician las personas que hacen investigación y las personas que pagan, conceden o autorizan que se investiguen ciertas cosas (y no otras). Siempre han sido las personas las que hacen todo lo bueno o todo lo malo para los demás. La ciencia, la tecnología y su aspecto dinámico: la investigación (Bunge, 1989), pueden lograr grandes cosas por todos, pero que tales resultados sean positivos o negativos depende de la dirección que marquen las personas relacionadas con tales ámbitos, siendo las últimas palabras de esta frase una verdadera lástima en el caso de México, donde la mayoría de sus habitantes está tan cerca del fútbol, pero tan lejos de la ciencia como en cierta ocasión lo dijera una estudiante ejemplar.


Referencias
  • Andrés Pueyo, A. (1999). Manual de psicología diferencial. España: McGraw-Hill.
  • Bunge, M. (1989). La ciencia, su método y su filosofía. México: Nueva visión.
  • Giroux, S. y Tremblay, G. (2004). Metodología de las ciencias humanas. México: Fondo de Cultura Económica.
  • Lozano, F. (2005). Cómo incorporar la ética a cursos de la Universidad Virtual, El Tintero, Vol 18
  • Popper, Karl R. (2002). La responsabilidad de vivir: escritos sobre política, historia y conocimiento. México: Paidós.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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