Por Sergio A. Amaya S.


José María

José María Franco descendió del tren, después de casi veinticuatro horas de viaje en ese vagón atestado de hombres, mujeres y bultos, sin faltar algún crío llorón; tenía el cuerpo dolorido. En cuanto estuvo fuera del vagón, estiró los brazos y piernas y aspiró grandes bocanadas de aire fresco; el convoy era grande, cuando menos veinte furgones, entre carros de pasajeros, vagones para los caballos e impedimenta y dos plataformas para las piezas de artillería, sobre los techos de los vagones se veía gran número de hombres que no habían encontrado sitio dentro de los carros, pero eran parte de la División y tenían que viajar en el mismo convoy.

_Buenos días mi Teniente, le dijo un hombre cuadrándose al estilo militar, con la novedá que nos avisaron que hay un tramo de vía levantao, tardaremos unas seis horas en repararlo y dice mi Mayor Cervantes que vaya usté al vagón de juntas, pa’recibir órdenes.

_Gracias, mi Sargento, en seguida voy pa’lla, nomás bajo a toda esta gente.

_¡Eh… Santoyo!, ordena que se bajen todos del vagón y pon guardias que estén al pendiente, no nos vayan a querer madrugar los pelones, que las viejas preparen el almuerzo, pues estaremos varias horas parados, yo voy a una junta con mi Mayor.

_A la orden mi Teniente, vaya sin cuidao, que en seguida organizo el campo.

José María se alisó el pelo y se caló su sombrero tejano, llevaba el pecho cruzado por las cananas y al cinto una bella Smith & Wesson del 44. Tenía fama de ser buen tirador con la pistola y también con el 30-30, lo mismo pie a tierra que montado en su alazán “El Alacrán”, un caballo de 6 años, muy brioso, que sólo obedecía la rienda de José María, al caballerango lo toleraba, pues era el que lo atendía y le daba su pastura, pero no permitía que nadie lo montara, solamente su amo.

Cuando José María entró al vagón de juntas, casi estaban todos los oficiales, el Mayor contestó el saludo de los recién llegados y de inmediato empezó a recibir los Partes de Novedades de todos sus oficiales; la única novedad era que estaban parados porque habían levantado las vías, una estratagema muy frecuente, pues esta acción retrasaba los avances de los ejércitos en lucha.

Cuando terminó de escuchar los informes, el Mayor empezó a repartir comisiones, unos a vigilar la zona para evitar alguna sorpresa, otros a ayudar en las faenas de reparación de la vía y otros mas a hacer un reconocimiento de avanzada, para estar seguros que no hallarían mas sorpresas.

_Tú, José María, dijo dirigiéndose al Teniente, llévate a tus mejores hombres y has un recorrido para ver cómo están las cosas mas adelante, nos veremos a las doce del día para una nueva junta de Novedades, vayan todos a cumplir sus tareas.

Todos se cuadraron ante su oficial y salieron a dar cumplimiento a las órdenes recibidas. José María regresó a su vagón, ya su Asistente Santoyo le tenía preparada una cazuela con frijoles y un poco de queso y unas tortillas de harina recién hechas; de carrera dio cuenta de su almuerzo y dando unas cuantas órdenes, en pocos minutos tenía montados a sus hombres, entre ellos Santoyo, que ya le tenía por las riendas al “Alacrán”, de la funda de la silla sobresalía la culata del 30-30 y del lado contrario un sable de caballería que había obtenido como botín en una batalla anterior. En unos minutos la partida de exploración se perdió en el llano, en medio de una gran polvareda causada por los cascos de los caballos.

El tren en que viajaba esa tropa era la avanzada del Gral. Pánfilo Natera, perseguían a una sección del Ejército Federal que les había tendido una emboscada a fin de detener su avance, en tanto el grueso del Ejército se hacía fuerte en Zacatecas, confiando en que esa ciudad, al estar asentada en una serranía, sería mas fácil de defender; todos le temían a las fuerzas del General Villa, pues ya en varias ocasiones los había hecho correr.

En pocos minutos llegaron las gentes de José María al tramo de vía levantada, un grupo de hombres se ocupaban en retirar los rieles torcidos, en tanto otros bajaban rieles nuevos de las plataformas. José María impartió algunas órdenes para que un grupo de sus hombres montaran guardia para proteger a quienes reparaban la vía; simultáneamente envió exploradores para ubicar a la partida de federales que habían entorpecido el avance de la columna.

Después de un rato, los exploradores volvieron a informar a su jefe: Sin desmontar, saludaron de forma militar, diciendo:

Con la novedá mi Teniente, que en un rancho cercano están descansando unos “pelones”, serán como treinta hombres, por la caballada que vimos; han de estar dormidos, pos parece que ellos fueron los que levantaron las vías.

_¿Dónde está el mero pueblo, Sargento?, interrogó José María.

_Detrás de esas lomas que se miran a lo lejos, respondió en tanto señalaba hacia el poniente, después de aquellas nopaleras; es un pueblo pequeño, de veinte a cincuenta casas. Los caballos están amarrados alrededor de una casa, creo que en esa y la de junto es donde están descansando los “Pelones”.

_Bien, Sargento, contestó José María, tráigase unos veinte hombres, bien pertrechados, vamos a cairles de sorpresa. Mande por delante a unos observadores, pues deben tener guardia montada, no quiero que nos descubran antes de tiempo; que los eliminen sin hacer bulla, ¿entendido?.

_…sos órdenes, mi Teniente, nomás dénos unos minutos de ventaja, pa limpiar el camino, luego les caimos a esos tales.

Cuando José María llegó a las inmediaciones del rancho, encontró los cuerpos sin vida de dos muchachos con uniforme Federal, habían sido degollados limpiamente.

_Sargento, dijo José María, tome diez hombres y vayan por la parte de atrás del pueblo, nosotros atacaremos por el frente, trataremos de apresarlos para que nos cuenten lo que saben, disparen solo en caso de necesidad, ¿está claro?

_Sí, mi Teniente. Vamos muchachos.

Los hombres se alejaron corriendo entre las nopaleras, en tanto José María y sus hombres se acercaban lentamente al caserío. Unos chamacos jugaban en la calle, en tanto los perros ladraban nerviosos. José María temía que los ladridos despertaran al enemigo, pero nadie salió a mirar a los animales. Unas mujeres que venían del arroyo, al darse cuenta de que se acercaban fuerzas revolucionarias corrieron a meter a sus casas a los niños, sin hacer ruido.

A la señal convenida, empezaron a acercarse. Los Federales se encontraban descansando dentro de las casas, ajenos a la llegada de revolucionarios. Cuando éstos entraron a las casas, encontraron doce soldados Federales, algunos otros habían huído con rumbo desconocido. Después se sabría que habían llegado a Concepción del Oro, donde exigieron dinero a un rico comerciante español.

Cuando José María se dio cuenta de que sus hombres estaban en posición, se fue acercando hasta a puerta de la casa en que pensaban estaban durmiendo los “Pelones”. A una orden del Teniente, dos hombres tumbaron la puerta de una patada, en tanto otros gritaban:

_¡Nadie se mueva, jijos de tal!, que me los quebro, gritó un Cabo apuntando con su 30-30 a los hombres quienes, realmente, estaban dormidos. En tanto esto sucedía, en la casa vecina el Sargento realizaba operaciones similares, solo que en esta se encontraban los oficiales y sus asistentes. Sin disparar un tiro, los hombres fueron saliendo, cabizbajos, temerosos. De la casa vecina salieron un Capitán y un Subteniente, abrochándose la camisola para estar mejor presentados. Uno de ellos habló:

_Soy el Capitán Chacón, ¿quien de ustedes es el Oficial al mando?

_Yo mero, soy el Teniente José María y somos gentes de mi General Natera, son ustedes nuestros prisioneros.

_Está bien, Teniente, contestó el Capitán Chacón, puede usted fusilarnos si gusta, sólo quiero pedirle un favor, si se puede.

_Usté dirá, mi Capitán, si está en mis manos…. Respondió atento José María.

_Estos hombres que traigo son campesinos, como ustedes mismos, los agarramos de leva, de manera que vienen obligados, yo le pido a usted que no los fusile; a mi y a mi asistente, el Subteniente Zúñiga, sí nos puede tratar como soldados de carrera, estamos preparados para ello.

_No, mi Capitán, nosotros no matamos nomás porque sí, todos ustedes se rindieron sin ofrecer resistencia y los vamos a llevar prisioneros, ustedes serán tratados como oficiales y a sus hombres, pos si quieren seguirnos a la “Bola”, pos bien venidos serán, pero si quieren arrendarse pa sus casas, también podrán hacerlo, eso sí, las armas y caballada se quedan con nosotros. Así que vamos ordenándonos pa llegar pronto a las vías. Pero debo decirle que parte de sus hombre se julleron, sabrá dios pa donde ganaron.

_A ver, Sargento, dio la orden José María, que recojan las armas y los caballos y de buena manera, todos caminarán entre dos columnas de los nuestros. No quiero sorpresas ni malos tratos pa los prisioneros.

_Gracias, Teniente, usted es un hombre de honor, dijo el Capitán dirigiéndose a José María.

_Pos lo que yo sé, mi Capitán, es que esta lucha no es contra usté ni contra mis paisanos


José María era un hombre joven, antes de enrolarse en la bola había sido caballerango en un rancho propiedad de un rico hacendado del norte de Coahuila; José María había nacido en los alrededores de Parral, Chihuahua, pero desde muy pequeño sus padres se mudaron a Piedras Negras, con la esperanza de poderse pasar al otro lado de la frontera, el padre ocasionalmente lo hacía, pero la madre prefirió quedarse junto con sus dos hijos en la seguridad de su propia tierra. Poco tiempo después, la familia se trasladaría al sur, en los alrededores de Mazapil, Zacatecas, siempre en busca de un trabajo y la esperanza de hacerse de un pedazo de tierra que le diera sentido al futuro de la familia. Desde muy joven, José María prefirió la aventura a tener que vivir siempre bajo las órdenes de algún patrón, así es que se lanzó a cruzar la frontera, con la esperanza de hacer dinero. Ya para entonces ya había muerto el padre, José María se despidió de su hermano mayor, Juan José, Juancho; le dio un beso a su madre y le dijo que no se preocupara, él no estaba impuesto a ese tipo de vida, él deseaba mas cosas y, la mera verdá, ahí no iba a pasar de perico perro, así que hizo un pequeño atado con una muda de ropa, una cobija vieja y las ilusiones que tienen los jóvenes, tan proclives a la aventura. Su deuda con la Tienda de Raya no era mucha y Juancho se comprometió a pagarla, así es que habiendo avisado al Capataz, el muchacho se alejó caminando. Su madre y hermano no se metieron al jacal hasta que José María no era mas que un puntito que se confundía con la vegetación del desierto y se difuminaba en las lágrimas de la madre, que bien sabía, era muy difícil que lo volviera a ver.

José María caminó todo ese día y por la mañana llegó a un puente del ferrocarril, donde esperó otro día mas, hasta que vio venir al tren, sabía que en ese lugar se detenía para cargar agua, así es que poco antes de que el tren reanudara su marcha, el joven se trepó a uno de los vagones de ganado y ahí, entre cabras y cerdos hizo el viaje hasta la frontera, donde llegaron de madrugada; antes de que los trabajadores empezaran a llegar para revisar las cargas, el joven se apeó y se fue a meter a la primera charca que encontró, a fin de quitarse el penetrante olor que los animales le habían dejado y antes del amanecer, ya estaba cruzando el traicionero Río Bravo. Para cuando el sol se levantó, el joven ya se encontraba en los alrededores de un rancho de caballos, se acercó a buscar al encargado y sin mucho batallar le dieron trabajo como asistente de un caballerango.

El muchacho se aplicó y le agradó al caballerango, quien gustoso le fue enseñando lo necesario para atender a los caballos, por él se enteró que eran de un gringo, Mr. Wilkins, hombre muy exigente en el cuidado de sus animales, que eran famosos en la región por su buena sangre, algunos los compraban para carreras y otros como montura. Así aprendió que los caballos no deben estar donde están sus hermanas las yeguas, pues si se descuidan se echa a perder su descendencia, perdiendo valor en el mercado, por tal motivo, el Veterinario que los atendía tenía mucho cuidado con el registro de cada cría, asignándole un lugar determinado para su crianza, una vez destetado.

Pasado un tiempo, Mr. Wilkins se fijó en el trabajo del joven y, como estaba por adquirir un rancho en Piedras Negras, pensó en llevarse a José María como asistente de caballerango, lo que desde luego aceptó el joven.

José María, prácticamente creció en el campo, eran los tiempos del porfiriato y, para la gente pobre, no había mas alternativa que trabajar para los hacendados. Mr. Wilkins no era mal patrón, pero aún así, el trabajo era duro y la paga escasa, se tenía el mismo sistema de Tienda de Raya que en otros lugares del país, de manera que los peones siempre estaban endeudados con el patrón. José María llegó muy joven a la hacienda y desde un principio fue asignado a las labores de limpieza de las caballerizas, en esos tiempos conoció a una mujer, Enedina, trabajaba en las labores, sembrando detrás de las yuntas, desyerbando cuando la milpa empezaba a brotar, sembrando el frijol cuando habían hecho el desyerbe, en fin, todas las labores secundarias que se tienen qué hacer durante el crecimiento del maíz; era un trabajo pesado, pues tenía que andar agachada por horas y siempre a pleno rayo de sol, pero a cambio tenía un jacal para ella y sus viejos y maíz y chile para sus comidas, rara vez había carne en sus cazuelas, la cual la probaban cuando el patrón hacía fiesta, entonces siempre designaba algunos animales para beneficio de la peonada, aunque las mejores piezas se las llevaba el capataz y alguno de sus segundos. El capataz se llamaba Cándido y era un hombre cruel y abusivo, que hacía alarde de su posición maltratando a la gente; no era raro que cintareara a algún peón por cualquier motivo, desde luego que esto lo hacía a espaldas de Mr. Wilkins, pues éste pasaba la mayor parte del tiempo en su rancho de Texas y sólo venía veces dos o tres por año a visitar su finca mexicana.

-¡A ver, muchacho!, le gritó Cándido a José María, las caballerizas están sucias, cambia la paja, debe estar bien seca para que no se les pudran las pesuñas a los animales, ¡pero apúrese, escuincle!, qué, ¿amaneció tullido?

-No Don Cándido, en seguida lo hago, dijo el joven espantado, entrando de inmediato a una de las caballerizas y con una pala empezó a sacar la paja húmeda y la fue depositando en una carretilla de mano, la que posteriormente se llevaría hacia la zona de pudrición, donde almacenaban el estiércol y la paja de desecho para que se convirtiera en abono para las futuras siembras.

Ese día José María terminó tarde, pues no paró hasta haber terminado la limpieza de todas las caballerizas, pues tenía miedo de que Cándido le diera una cintariza por no terminar el trabajo. Cuando llegó a su jacal ya estaba oscuro, pero Enedina lo esperaba con la comida caliente y un poco de alcohol con yerbas para darle una friega, para que no le dolieran los músculos a la mañana siguiente; apenas terminó de comer, el sueño se apoderó del joven y se quedó dormido sobre su petate. Enedina entonces regresó a su jacal, a dormir al lado de sus padres.

Así pasaron varios años, el joven se fue haciendo hombre y cada vez se le hacía mas pesado soportar los abusos de Cándido, pero no tenía mas remedio que aguantar, pues la deuda en la tienda de raya era un compromiso real, si se fugaba lo buscaría la policía y, después de pasar algunos años en la cárcel, tendría que volver a la hacienda a terminar de pagar su deuda. Ya para entonces José María era el caballerango oficial, pues Mr. Wilkins lo había observado y sabía que el muchacho tenía ese, ”algo” que se requiere para entenderse con los caballos, pues además de ser buen domador de potros, no toleraba que maltrataran a los animales, eso le gustaba a Mr. Wilkins.

Por esos años, su relación con Enedina se había formalizado, con la anuencia de los padres de la muchacha, ésta se fue a vivir al jacal de José María, el muchacho la quería y hacían una buena pareja, solamente que no habían podido tener hijos, algo que de momento no les preocupaba, ya mas adelante Dios díría.

Una vez al año, Cándido organizaba la redada para traer a los potros cerriles que habían nacido la temporada anterior; por órdenes de Mr. Wilkins, José María era el encargado de escoger a los caballos que se llevarían al rancho, algunos serían castrados para trabajar en las faenas del campo y otros, los de mejor presencia, se conservarían como sementales en la manada cerril, solamente unos cuantos serían herrados y utilizados como animales de monta; en una de tales redadas llegó el “Alacrán”, nombre que le pusieron por su carácter arisco, pues sin el menor aviso tiraba unas coses que podían lastimar seriamente a quien no estuviera atento a los movimientos del animal. El ”alacrán” era un alazán de tres años que ya había estado como semental de la manada, pero su carácter arisco impedía que otros caballos se acercaran a las hembras, algunas de las cuales ya no podía cubrir el alazán, motivo por el cual José María decidió llevarlo para dedicarlo a montura.

En un herradero que hubo, Mr. Wilkins estuvo presente y Cándido, queriendo que José María quedara mal delante del Patrón, le sugirió que pidiera al caballerango que montara al “alacrán”, a fin de poderlo herrar junto con los otros. A Mr. Wilkins le pareció bien y le dio la orden a José María.

-Bueno Patrón, si usté lo quiere, pero este animal está muy entero y podría lastimar a quien pretenda montarlo.

-Pos hazlo tú, intervino Cándido con malévola intención, mirando de reojo al Patrón, o, ¿tienes miedo del caballito?

-Si crees que es peligroso, José María, mejor lo regresamos a la manada, dijo sinceramente Mr. Wilkins.

-No se preocupe, Patrón, yo lo montaré, el animal ya está familiarizado conmigo.

El caballerango se retiró a buscar a sus ayudantes para que llevaran el animal a las tablas, a fin de inmovilizarlo para poderle poner los arreos necesarios. Entre varios hombres llevaron al animal hasta la zona donde se podría montar; una vez preparado, José María le habló suavemente, dándole suaves palmadas en el cuello y unos trozos de manzana que para ese fin llevaba en el bolsillo de su chamarra, sujetándose el barbiquejo del sombrero, con todo cuidado empezó a montarlo, apoyando ambas piernas a las tablas, a fin de evitar dejar su peso de una vez sobre el lomo del animal; el caballo resoplaba nervioso, en tanto el muchacho le seguía hablando con suavidad. A una señal, José María dejó todo el peso sobre el caballo, al tiempo que abrían las tablas y el caballo salió disparado, reparando y contorsionándose a uno y otro lado, ante la algarabía de la gente, que aplaudía entusiasmada, pues conocían la habilidad de José María; una de las mas entusiastas en aplaudir, era, desde luego, Enedina, quien estaba segura de que su hombre saldría con bien de esa monta.

Después de unos segundos que al caballerango le parecieron horas, el caballo se fue calmando, aceptando el peso de ese hombre que lo trataba con cuidado, finalmente empezó a trotar alrededor de la arena, ante el aplauso de Mr. Wilkins, sus invitados y los peones, que habían suspendido su labor para presenciar las montas.

Cuando ya lo sintió plenamente tranquilo, José María le fue dando pequeños giros con movimientos leves de las manos y suaves presiones con las piernas, para que el animal se fuese acostumbrando, ya después vendría el tiempo de acostumbrarlo a la rienda. Acercándose al sitio en que se encontraba el Patrón, José María le saludó, mirando de soslayo a Cándido, que no ocultaba su mal humor, que creció cuando Mr. Wilkins le regaló el caballo a José María, como premio a su valor y destreza. El muchacho agradeció entusiasmado tan insólito premio y se alejó hacia las caballerizas, ya después habría tiempo de ponerle las herraduras y hacerlo a su rienda, desde entonces, el “alacrán” fue su mejor compañía, ligero como el viento e inteligente como ninguno, cuando iban a las arriadas, sabía muy bien como cerrar el paso a la manada para encaminarla hacia los lazadores….

Fue por 1913 que “La Bola” llegó al rancho, era una partida de villistas que andaban necesitados de caballos, así es que hablaron por las buenas con Mr. Wilkins, ofreciéndole no llevarse mas que los caballos que el gringo les cediera; a fin de no enemistarse con las Autoridades oficiales, Wilkins le dio la orden a Cándido y él se regresó a Texas, de esa manera podría alegar inocencia. Viendo la destreza de José María para manejar a los caballos, el Capitán que iba al mando, lo animó para unirse a ellos, le ofreció una buena paga y un sombrero con las insignias de Teniente, así que sin mas, el muchacho se unió al movimiento revolucionario; en realidad no sabía por qué peleaban, pero un día conoció al General Villa y oyéndolo hablar se convenció de que la lucha era justa para las gentes como él. Desde luego que su única condición fue que le permitieran llevarse a su mujer, Enedina y a su caballo el “alacrán”, cosa que el oficial aceptó satisfecho.

En las primeras escaramuzas, José María dio muestras de su habilidad con el 30-30 y al término de la batalla levantó las armas de un oficial muerto: una bella Smith & Weson del 44, un sable de caballería y un sombrero texano, donde de inmediato le puso su insignia de Teniente. Sus hombres lo respetaban, pues sabían que era hombre de ley, valiente y leal. Algunas mujeres habían tratado de acercarse al joven oficial, pero éste no les daba entrada, si alguna le gustaba, bien, pero solo por unas horas, no tenía intención de formalizar una relación con ninguna, pues, ante todo, le tenía ley a Enedina. Bien sabía que hoy estaba, pero mañana tal vez ya no. Ya mas adelante, cuando la “bola” se termine, ya Dios diría. Su pensamiento era hacerse de un ranchito donde criar caballos y poder tener una casita para Enedina y, si Dios lo quería, poder tener muchos hijos.

Santoyo llegó a cortarle esos pensamientos, la voz de su Asistente lo volvió a la realidad. Qué pasa, Santoyo, ¿vieron al enemigo?, No mi Teniente, -respondió el ayudante- parece que ganaron pa’ Saltillo, usté dice si los correteamos…. No, Santoyo, no vale la pena en estos momentos, monta la guardia en los lados de la vía y mas al rato me reuniré con el Mayor, para ver qué órdenes nos da. Vamos a dar una caminada pa’delante, traite cinco hombres y síganme.

El pequeño destacamento avanzó a un galope suave, mirando muy bien a los lados de la vía; así avanzaron algunos kilómetros, sin ver a nadie ni notar nada sospechoso. El oficial se detuvo y todos volvieron a reunirse con el resto de la avanzada, después de dejar las guardias establecidas, José María regresó junto con Santoyo a la reunión de las doce del día y a rendir su parte de novedades.

El Mayor se encontraba con el telegrafista, enviando y recibiendo novedades del frente y de la retaguardia; necesitaba saber qué les esperaba mas adelante y que su línea de abastecimiento estuviera segura, pues de ello dependería que tuvieran éxito en su campaña.

José María entró al vagón y se cuadró ante su superior. _Con la novedá mi Mayor que no encontramos a nadie, unas huellas parecen indicar que los pelones se dirigen a Saltillo, dejé guardias mas adelante para que estén al pendiente.

_Muy bien Teniente, -respondió el Mayor sin levantar la vista de los papeles que leía, que levanten el campo, pues en una hora mas estaremos avanzando; esta noche debemos reunirnos con la columna del General Ángeles para internarnos en el territorio de Zacatecas.

_A la orden, mi Mayor, -respondió José María y dando media vuelta abandonó el vagón de su Superior.

_¡Santoyo!, llamó al Asistente que se encontraba platicando metros atrás.

_A la orden, mi Teniente.

_Ordena que carguen toda la impedimenta, en una hora continuaremos la marcha.

Como a las dos de la tarde, el convoy se movió nuevamente, su tránsito era lento, pues una columna de avanzada los precedía, y a los lados iban flanqueados por dos columnas de caballería, en las plataformas de la impedimenta, las mujeres y sus críos se acomodaban, como si fueran a un paseo, ignorando los peligros de la guerra, esas eran las mujeres de los “Juanes”, mujeres valerosas que dieron fama y nombre a todas las mujeres de la revolución, las “Adelitas”. En el vagón de los oficiales, Enedina viajaba en compañía de otras dos mujeres, entre las tres se encargaban de preparar los alimentos de sus hombre y del Mayor, quien no viajaba con su familia. Sobre los techos de los vagones, cientos de hombres viajaban con las carabinas preparadas ante cualquier sorpresa. Al caer la tarde y sin mayores contratiempos, el convoy entró a la estación Camacho. Las Autoridades civiles se acercaron a dar la bienvenida a los Revolucionarios, quienes les informaron que el día anterior había abandonado la plaza una columna de Federales que se dirigían a Zacatecas; el Mayor, oficial al mando del destacamento, saludó a los funcionarios y les pidió que abastecieran a sus hombres y él se encargaría de que no hubiera saqueos ni abusos hacia la población civil. Reunió a sus Oficiales y les indicó que si se sorprendía a alguien robando o causando molestias a la población, sería considerado como criminal de guerra y pasado por las armas. El Ejército Revolucionario debería ser reconocido por toda la población y la forma de ganarse su respeto y consideración, era siendo tratada con toda cortesía, el que quisiera adquirir cualquier tipo de mercancía, tendría que pagar por ella, sin distingos de rango o de sexo. Ante tan clara disposición, cada Oficial se encargó de transmitir el mensaje a toda la tropa.

La estancia en el pueblo fue de tres días, José María caminó por el pueblo, pero nunca imaginó que su hermano pudiera estar en los alrededores, pues pensaba que aún andaría, junto con su madre, por los rumbos de Piedras Negras. Ya el tiempo se encargaría, años mas tarde, de reunir a estos hermanos.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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