De la raza...

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Por el Mtro. Rodrigo Juárez Ortiz


El retropróximo martes doce, día en que se cumplieron 518 años del descubrimiento de América, por Cristóbal Colón, llamado Día de la Raza y también, Día de la Hispanidad (¿?), pasó casi desapercibido para la mayoría de la población, tal vez porque la gente está muy preocupada por la inseguridad galopante que se vive o quizá porque la lucha por la subsistencia se ha agravado en forma alarmante, o pudiera ser porque las efemérides importantes para recordar nuestros orígenes, o nuestros logros como país, resultan a todas luces irrelevantes e intrascendentes, poco dignas de tomarse en cuenta.

No obstante, lo importante es saber, bien a bien, qué se celebra o qué se debe celebrar y ello depende de la óptica con que se quiera ver el fenómeno del descubrimiento.

En efecto, si lo vemos a través del prisma de la hispanidad, la celebración consistiría en la adjudicación de las riquísimas tierras en recursos – de todo tipo- para la corona española y la imposición de sus usos y costumbres, lengua, religión, derecho, y tantos otros, es decir, significó nuestro pase a la cultura y civilización del mundo occidental. Si lo vemos, en cambio, desde la óptica de las etnias naturales del continente, significaron la ruptura violenta, cruel, inhumana, avasalladora de sus usos y costumbres, de su lengua, de su religión, de sus normas jurídicas y del trato social, en fin, de la destrucción de culturas autóctonas en un grado importante de desarrollo y civilización, como todas las culturas primitivas de la humanidad, v.gr.: China, India, Egipto, Mesopotamia, Persia, etc.

El problema es que después de trescientos años de dominación española (a pesar de los interesados en tratar de desechar esta importantísima vivencia aduciendo que eso ya pasó y que hay que actualizarse), la conquista y el coloniaje, a pesar de un período virreinal, fue tremendamente cruel, inhumana, (a pesar de los clérigos católicos), avasalladora, de explotación, destructora de las grandes muestras de cultura y civilización locales, y todo en un afán de codicia, de enriquecimiento y de poder.

El caso es que las secuelas de tan ignominiosa dominación, sigue teniendo vigencia, toda proporción guardada, y nuestras etnias siguen sobreviviendo en la marginación, en la explotación, en la ignorancia, en la desnutrición crónica, en la injusticia, en el saqueo de sus exiguos bienes y el despojo de sus recursos naturales, en la sumisión y como cerecita del pastel, en la discriminación brutal y permanente. Ya no son sólo los españoles, sino los mestizos, los ladinos los que perpetúan esas actitudes degradantes: “No seas indio”, “pareces indio”, son expresiones, ya coloquiales, dichas con toda la carga peyorativa de quien quiere ofender o lastimar al prójimo.

Ello se explica, que no se justifica, por el sometimiento cuyo exceso fue la esclavitud, de los naturales del país y que queriendo evadir la acción del vasallaje, se fueron, ahora sí, literalmente, a la “ punta del cerro”, en donde no los pudiera alcanzar la maledicencia y la crueldad humanas, con la consecuencia de que permanecen ahí, faltos de vías de comunicación, en lugares inalcanzables y cuando, por hambre, llegan a las ciudades, como Acapulco ( en donde existe un padrón de 17, 500 indígenas, integrados en ocho organizaciones), no están integrados a la civilización occidental y tienen que padecer todo tipo de maltratos, explotación, injusticias y lo más terrible, de discriminación.

Se entiende, entonces, que ese día hayan marchado por las calles del puerto, protestando por la discriminación, no sólo étnica, sino económica y cultural; denunciando ser víctimas de hostigamiento y la desatención de las autoridades a sus reclamos de los servicios públicos mas elementales a las colonias en donde habitan, pero que ya sabemos, cuando se trata de precaristas, ni siquiera están en el catastro y por ello carecen de servicios.

Pero el caso es que no obstan los doscientos años que llevamos de haber iniciado una lucha de independencia y de reivindicaciones sociales , así como cien años del inicio de una revolución social, para reintegrarles parte de lo mucho de lo que se les ha despojado, así como de reinsertarlos en el engranaje social de nuestro país, integrarlos al mundo y a la civilización occidentales, a pesar de la cuesta arriba que implica, pero que es urgente, vital e insoslayable, haciendo de nuestras etnias un factor de productividad y progreso y no seguir conservándolo como un lastre penoso e insalvable. La acción debe tomarse ya. Aunque tarde, todavía estamos en tiempo. O usted, igualitario lector, ¿qué opina?



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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