Por Sergio A. Amaya S.
Juancho
Se estaban viviendo tiempos muy difíciles, pues aunque Juancho no era muy dado a ir a la Iglesia, su esposa y sus suegros sí lo eran y, desde luego, le afectaba a él mismo. Con gran preocupación se enteró Juancho del cierre de los centros de culto, pues temía que ocurriera lo peor en un futuro cercano. En el Ahorcado, el pueblo de su esposa, se vivía casi como si estuviesen de luto, pues la pequeña Capilla que estaban construyendo, fue tapiada para evitar el paso, particularmente de grupos extremistas que, aprovechando el solapamiento de las autoridades, hacían destrozos y robaban objetos de valor que se encontraban en los Templos, aunque era difícil en los poblados pequeños, pues la gente, en su mayoría católicos, conocían muy bien a sus vecinos y los que no profesaban esa religión, se cuidaban mucho de no enemistarse con sus vecinos, pues eso les podría evitar continuar con sus rituales.

El resto del año se llevó entre intentos de negociaciones, a lo que el gobierno se negó; en una medida desesperada, las autoridades religiosas llamaron a la resistencia civil, invitando a los fieles a la suspensión de pago de Impuestos, a la no utilización de los servicios que ofrecía el gobierno y a utilizar lo mínimo los vehículos para bajar las compras de combustibles. Esta acción no consiguió sus fines, pero sí tuvo graves repercusiones económicas. Ante la negativa del gobierno a dar marcha atrás a la llamada “Ley Calles”, el uno de enero de 1927, el pueblo, al grito de ¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe!, se lanzó a la lucha armada para defender su libertad de ejercer el culto de su preferencia. Era una lucha desigual, pues un ejército de obreros y campesinos, armados casi con palos y piedras, se iba a enfrentar a un ejército regular, que, aunque indisciplinado, contaba con uniformes, armas y, sobre todo, la dirección táctica de verdaderos militares. Mal pintaba para Calles la segunda mitad de su mandato, el cual tenía planeado dejar en manos de Obregón, mediante la modificación que, bajo su guía, los Diputados hicieron a la Constitución, a fin de que fuese aceptada la reelección presidencial, el principal postulado del asesinado Presidente Francisco I. Madero. Ya veía el pueblo como el “Santón de la Revolución”, el “Jefe Máximo” utilizaba el poder para sus planes muy particulares.

Juancho y Josefina seguían en contacto con el Padre Ramón, quien se retiró a vivir en El Venado, acatando las instrucciones de los Obispos, pero, habiendo alquilado una casa en el rancho, diariamente celebraba la Eucaristía, aunque fuese en privado. Ocasionalmente invitaba a amigos muy cercanos para que le acompañaran en la celebración. En esas ocasiones, Juancho se encontraba con Andrés y Onofre, quienes eran los amigos mas cercanos del Sacerdote. Estos momentos eran muy importantes para Josefina, pues siempre recibía la Comunión, lo que la reconfortaba y aunque sus padres no asistían, por la distancia y el riesgo de que se enteraran las autoridades, el hecho de que su hija sí tuviera la oportunidad, era para ellos digno de agradecer a Dios.

El Padre Ramón platicaba a sus escasos feligreses la situación en que se encontraba la lucha Cristera y no se amarraba la lengua para criticar a sus propias autoridades la tibieza de su actuar, cuando miles de fieles estaban entregando su sangre en defensa de su fe. Claro está que estas pláticas no trascendían los muros de la casa, pues no solamente peligraba el religioso, sino los amigos y seguidores también.

En una de tantas veces que se reunieron en la casa del Padre Ramón, semanas después de la visita del General Franco, Andrés saco el tema en presencia de Juancho, quien aún tenía la idea de que era una coincidencia del apellido y que de ninguna manera podría tratarse de algún pariente, pues además no conocía a nadie de la rama paterna. Poco a poco, con tiento, Andrés y Onofre fueron revelando a Juancho la identidad del referido General Franco. El primer sobresalto para Juancho, fue cuando se enteró que no era un hombre viejo, sino un joven menor que el propio Juancho. Luego le comentaron que el muchacho se había enrolado a la Revolución en el Norte, en el Estado de Coahuila; ahí Juancho sintió que se le aflojaban las piernas, pues ya eran demasiadas coincidencias. Cuando finalmente tuvo la certeza de que se trataba de su hermano, fue cuando le confirmaron que el nombre del militar era José María Franco y sí, era hermano de Juancho. El hombre no aguantó tanta presión y los ojos se le llenaron de lágrimas, pues se encontraría con ese amado hermano a quien consideraba muerto, o cuando menos desaparecido de su vida, pero a quien nunca había olvidado. El Padre Ramón se acercó a su amigo y pasando un brazo sobre sus hombros, lo felicitó, dando gracias a Dios por haber permitido que los hermanos se pudieran volver a encontrar.

Juancho de inmediato preguntó: ¿Dónde vive?, quiero ir a verlo de inmediato.

Pero sus amigos, que estaban al tanto de los movimientos del General por las referencias que les había dado el enviado de Santoyo, le informaron que no era posible, pues el General estaba en Zacatecas, ocupado en los asuntos políticos, pero le dijeron que tenía un rancho, criadero de caballos, en Estación Camacho, por lo que Juancho les comunicó que, sin falta, la semana siguiente viajaría a ese poblado y ya daría con el hermano a quien deseaba abrazar, como único vínculo con su familia. Los amigos estuvieron de acuerdo con él y todos ofrecieron acompañarlo, cosa que él declinó con agradecimiento, pero quería tener ese encuentro solamente acompañado de su esposa y sus hijos, quienes debían conocer a ese tío que la buena fortuna les había devuelto. Josefina decía que, “gracias a Dios, lo habían encontrado”

Los días que siguieron, antes de poder hacer el viaje, fueron de gran nerviosismo para Juancho, cuando regresaba a su casa, después de cenar en compañía de su esposa y sus hijos, se sentaba en la galería, mirando ese cielo infinito que tantas veces en su vida había sido su confidente. Señor Dios, decía casi en silencio, tú que me conoces en aspectos hasta secretos para mi, dime por qué me has tenido tantos años en la soledad de mi familia y no es que no agradezca que me hayas enviado a tan buena mujer y esos hermosos hijos que llenan mi vida, pero me refiero a mi familia primaria. Siendo muy pequeño, llevaste a mi padre a tu lado y nos dejaste en la orfandad a mi hermano y a mi y en la soledad y el desamparo a mi madre. Luego permitiste que mi hermano se fuera de la casa, ante el dolor de mi madre por perder a la mitad de su familia y mi propio dolor, pues tú bien sabes como amo a mi hermano. No, Señor, no te reclamo, pues sé muy bien que Tú me amas de una forma que no alcanzo a comprender, pero sí a sentir, pero quisiera conocer tus razones. Yo sé que eso es muy pretencioso de mi parte, pues para entenderte necesitaría ser como Tú mismo, cosa imposible, pero, Padre, en mi infinita ignorancia debe haber algún átomo de comprensión ante el misterio de tus decisiones, sólo te pido, Padre mío, que me permitas comprender el sentido de mi propia existencia.

Cuando Josefina dejaba dormidos a los niños, salía a hacerle compañía a su esposo y tomados de la mano, admiraban la Creación de Dios en ese maravilloso cielo estrellado. Algunas cosas las alcanzaba a percibir Josefina, quien trataba de esclarecerle sus dudas. Claro que la esposa tenía puntos de vista muy distintos, pues su gran religiosidad le hacía entender de distinta manera las dudas de su marido, hombre mas de mentalidad materialista que espiritual. No obstante, Juancho le agradecía que estuviera a su lado. Así pasaban largas horas, escuchando los ruidos del desierto: La lechuza que anida en el garambullo, el coyote que deambula en los alrededores en busca del alimento. Ocasionalmente el rugir del puma o el volar de los murciélagos degustando el sabor de los garambullos o las tunas. En noches de luna, si miraban con detenimiento, descubrían algún animalillo que corría a refugiarse bajo los zarzales, buscando la protección contra sus enemigos naturales.

Luego el mismo Juancho pensaba, cómo podría apreciar la felicidad que le brindaban su esposa y sus hijos si no hubiese conocido la tristeza de sentirse con hambre y no tener un bocado qué llevarse a la boca, o ver sepultar a sus padres envueltos en humildes petates por no tener dinero para un simple ataúd; así también, durante años aprender a llevar el sentimiento de pérdida de su hermano, a quien ahora deberá aprender a conocer, a amarlo no, pues nunca dejó de hacerlo. Definitivamente, las enseñanzas de su madre respecto al amor fraterno, fueron sembradas en el fondo de sus almas, para que diesen frutos dulces y eternos.

En alguna ocasión así los sorprendió la luz de la aurora, envueltos en una cobija, tomados de la mano, la cabeza de Josefina recargada en el hombro de Juancho, rodeados de esa quietud que es el desierto. Cuando los hijos despertaban sin ver cerca de sus padres, de inmediato salían y se unían a ellos en la contemplación del amanecer, felices de ser envueltos en la misma frazada que sus padres. Sintiéndose seguros entre sus brazos.

Fueron pasando los meses sin que los hermanos tuvieran oportunidad de encontrarse, pues las cuestiones políticas, particularmente en lo referente a la guerra Cristera, impedían que José María tuviera tiempo para estar tranquilo en su rancho para ir en busca del hermano. Lo mismo ocurría con Juancho, quien prefería permanecer en su propiedad, pues las bandas de cristeros o contingentes de soldados federales, le daban desconfianza por igual, no obstante, desde hacía unos días, el Teniente Valladares andaba frecuentemente por su propiedad, deteniéndose con frecuencia a saludarlo y a enterarse de que todo estuviera bien en los alrededores, cosa que tenía intrigado a Juancho.

El movimiento político estaba muy enrarecido, pues, por una parte, los candidatos a los diversos puestos hacían sus campañas como sin dar importancia a la situación de los cristeros y por otro lado, se enteraban de que las hostilidades continuaban, especialmente en los Estados del Centro del País. Mientras tanto, los templos continuaban cerrados y los Curas no podían transitar por las calles con su ropa clerical. Así se terminó el año y dio comienzo el último de la gestión de Calles; a plena voz se hablaba de que el candidato oficial era el General Obregón y las brigadas promotoras del voto intentaban por todos los medios llevar a la mayor cantidad de gente a apoyar la candidatura de Obregón.

En las elecciones de Julio, Obregón resultó triunfador por mayoría, en medio de una crisis política, pues se veía claramente la intromisión del Presidente Calles y las intenciones que ambos Generales tenían. Perpetuarse en el poder de forma alternada, para simular una democracia. El 17 de julio todo cambió en la escena política, pues un cristero de nombre José de León Toral asesinó al Candidato Electo en el restaurante La Bombilla, en el Distrito Federal. A la muerte del General Obregón, el Congreso de la Unión nombró al Lic. Emilio Portes Gil como Presidente Provisional, tomó posesión de la Presidencia de la República a partir del 30 de Noviembre, substituyendo al General Plutarco Elías Calles. Su objetivo mas importante era garantizar unas elecciones limpias.

Poco o nada cambiaron las cosas a la salida del General Calles, la guerra cristera siguió y ello impedía que se reunieran los hermanos. Aún así, Juancho decidió ir en busca de la familia de su hermano para irse conociendo; puesto de acuerdo con Josefina, esta preparó a los niños y el equipaje y el día 15 de diciembre partieron rumbo a Camacho a bordo de la troca de Juancho. El camino era muy malo, pues era una simple brecha que la costumbre había marcado; la misma gente había ido talando los árboles que estorbaban el paso a los pocos vehículos automotores que circulaban. Era un hermoso paisaje del semidesierto mexicano. Josefina y los niños iban felices, disfrutando de un paseo que tenían por primera vez. Al paso de la troca se levantaban parvadas de palomas, o cruzaba el camino un correcaminos o a lo lejos se veía un coyote, que nos miraba receloso. En la distancia, los órganos gigantes se mostraban como manos implorantes apuntando al cielo. El viaje de unos ochenta y cinco kilómetros en línea recta, les llevó casi nueve horas, por lo que gran parte del trayecto del viaje, los niños lo hicieron dormidos, dejando que sus padres pudiesen platicar tranquilamente.

Enterado de los planes de viaje de Juancho, el Teniente Valladares tomó sus providencias, habiendo repartido a sus hombres en varias partidas, quienes cabalgaban a lo largo de la ruta, para estar seguros de que no habría bandas de malhechores en el trayecto. Sabiendo que en el camino les sería difícil encontrar alimentos, Josefina se había preparado con alimentos que pudieran comer los niños y ellos mismos, así como con varios bules de agua fresca de limón y algo de leche para los niños, así que, sin tener que detenerse, la familia almorzó cuando pasaban por La Pardita y a la hora de la comida hicieron un breve alto a la entrada de Majoma, luego voltearon hacia el oeste para enfilar rumbo a Camacho, a donde fueron llegando cerca de las cuatro de la tarde. Ya en el pueblo, no fue difícil enterarse donde se encontraba el rancho del General Franco. Cuando arribaron a la propiedad, salió a recibirlos el Teniente Valladares, quien aparentó asombro de verlos por aquellos lugares.

Hola, Don Juancho, ¿pues qué hace por acá?, está muy lejos de su casa, ¿a poco me dice que va para Zacatecas?, pues si es así, me parece que se desvió bastante.

No Teniente, sé muy bien a donde vengo, también estoy informado que no se encuentra el General, pero quisiera conocer a su esposa y presentarle a mi familia, ¿usté cree que sea posible?

Pues yo creo que sí, nada más déjeme mandarle una razón y en un momento les indico por donde.

De inmediato el militar dio órdenes a uno de sus asistentes, quien de inmediato se dirigió a la casa grande a llevar la razón; doña Enedina no se sorprendió, pues ya su marido le había contado que su hermano se encontraba cerca y que cualquier día lo conocería, así que de inmediato regresó al soldado con su autorización para que pasaran a la familia a la casa grande, donde los esperó para darles la bienvenida. El mismo Teniente Valladares acompañó a Juancho y su familia hasta la casa grande, que distaba su buen kilómetro y medio desde la entrada, por lo que lo hicieron a bordo de la troca de Juancho.

Enedina salió a recibirlos con grandes muestras de alegría, cosa que tranquilizó al matrimonio visitante, pues pensaban que iban a llegar a explicar quienes eran y qué buscaban en la propiedad del General Franco; Enedina les presentó a sus hijos, Juan de ocho años, María de cinco y Esther, quien estaba por cumplir tres años.

Por su parte, Juancho le presentó a Josefina y a sus hijos. Enedina les comentó lo alegre que estaba José María por saber de su hermano y también lo contrariado que se encontraba porque por causas de sus compromisos políticos no podía correr al encuentro del hermano.

Juancho, por su parte, se entristeció de saber que no vería a su hermano, pero le había dado gusto saber que iba bien en su carrera como militar, que había formado una buena familia y que la fortuna les había acompañado. Enedina les contó cómo fueron los inicios de José María en el rancho de Mr. Wilkins. Les contó la historia como a ella se la había contado José María: Siendo casi un chamaco, se cruzó la frontera, como pudo llegó a un rancho a pedir trabajo como peón y lo habían contratado para trabajar en las caballerizas. José María era muy trabajador y le gustaba cuidar a los caballos, lo que le agradaba al Veterinario, pues de esa manera podía dar mejor atención a los animales. El dueño del rancho, Mr. Wilkins se fijó en el muchacho y le agradó su disposición; como ya tenía pensado adquirir un rancho en Piedras negras, le propuso a José María irse con él para trabajar como ayudante de caballerango. Así volvió a México. Curiosamente el capataz del rancho de Piedras Negras se llamaba Cándido; digo que es algo curioso, porque aquel hombre le hizo la vida muy difícil a mi Chema y cuando se enroló en la Revolución, cuando alcanzó el grado de Teniente, le asignaron un ayudante del mismo nombre, Cándido, Cándido Santoyo, pero en comparación con aquel, esté Cándido ha resultado un ángel protector para José María, al grado que tienen una cierta asociación en el rancho, José María le dio unas tierras y en ellas siembra forrajes que son para alimentar los animales que criamos. Este Cándido es como su sombra, hoy ya es Capitán y no se separa de José María, desde luego le acompaña en su viaje a Zacatecas y a cualquier lugar a donde lo manden; eso me da una gran confianza, pues estoy segura de que Santoyo es capaz de dar su vida por defender la de José María.

Pues qué afortunado es mi hermano, aseveró Juancho, por lo que me has contado, mi hermano es una buena persona, algo que siempre nos recomendó mi madre y eso siempre acarrea cosas buenas. Yo estoy seguro que, en cualquier lugar en que se encuentre mi madre, estará muy orgullosa de los hijos que crió. Por mi parte y sin darme baños de pureza, he tratado de seguir siempre sus enseñanzas, gracias a ello conocí a esta hermosa mujer que me ha tocado por esposa, dijo esto mientras estrechaba la mano de Josefina, quien ruborizada, solamente bajó la vista.

Enedina los invitó a cenar y a quedarse a dormir en el rancho todo el tiempo que quisieran, con suerte regresaba José María, o se comunicaba por medio del telégrafo; por lo pronto ya había dado instrucciones al telegrafista para que, en cuanto se comunicara el General, hicieran de su conocimiento que tenía una importante visita en su casa, sin decirle de quien se trataba, a fin de no inquietarlo demasiado.




El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

Periplos en red busca crear espacios intelectuales donde los universitarios y académicos expresen sus inquietudes en torno a diferentes temas, motivo por el cual, las opiniones e ideas que expresan los autores no reflejan necesariamente las de Periplos en red , porque son responsabilidad de quienes colaboran para el blog escribiendo sus artículos.



Periplos en Red

Grab this Headline Animator

 
Ir Abajo Ir Arriba